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digital de la Editorial Puerto Libro editorialpuertolibro@gmail.com AÑO VI
– Nº 52 – Agosto de 2017
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel - Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes en su cuaderno
de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos
acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta
Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos
hombres o mujeres de letras que
entendemos son merecedores de ser destacados.
Hoy, la figura insoslayable
es nada menos que Eduardo Gudiño
Kieffer
Eduardo Gudiño Kieffer
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Información personal
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Nacimiento
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Fallecimiento
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Nacionalidad
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Educación
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Alma máter
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Información profesional
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Ocupación
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Escritor, poeta, ensayista, traductor, crítico, bibliotecario y editor
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Años activo
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Género
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Eduardo Gudiño Kieffer (Esperanza, 2 de noviembre de 1935 - Buenos Aires, 20 de septiembre de 2002), fue un escritor y periodista argentino.
Hijo de maestros y descendiente de una de las familias
fundadoras de Esperanza (Santa Fe), estudió en el Liceo Militar de Santa Fe y Derecho en
la Universidad Nacional del Litoral.
En 1965, recibió la beca Stage en la ORTF, (París)
otorgada por el gobierno francés. En 1967, la distinción fue del Fondo Nacional de las Artes, también con una
beca. Vivió en París —donde fue amigo de Julio Cortázar y Nicolás García Uriburu— y se estableció en Buenos Aires a fines de los
años 60.
Su trayectoria incluye los premios: Affinités por
cuento, 1957. Faja de Honor de la S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores) Pluma de Plata
del PEN Club. Premio Konex - Diploma al Mérito 1984. Premio Literario del Instituto Griego de
Cultura, 1988 - Club de los 13, Sigfrido Radaelli, 1998. Primer Premio
Municipal de Novela, 1998 Premio Esteban Echeverría, 1999, entre muchos otros.
En 1993 fue director del Fondo Nacional de las Artes. Traductor del
francés al español. Ejerció la actividad publicitaria y periodística, fue un
importante colaborador de los diarios y revistas más importantes del
país: La Nación, La Prensa, Editorial Abril, Editorial Atlántida y muchos más publicaron sus
artículos.
Fue un escritor muy convocado como jurado de
diferentes premios (Planeta, Konex, La Nación, Emecé, Nacional de la
República Argentina, Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, y otros).1
Participó en conferencias y congresos literarios en
distintos países. Muchas de sus obras fueron traducidas a diversos idiomas
(inglés, francés, griego, italiano, húngaro y otros)1
En agosto del 2001, la Legislatura de la Ciudad de
Buenos Aires lo distinguió como Ciudadano Ilustre.1
Se casó en 1965 con Beatriz Trento, tuvieron tres
hijos: Florencio, Nicolás y Agustín.
Obras publicadas
Novelas
·
Para comerte mejor (1968)
·
Guía de pecadores (1972)
·
La hora de María y el pájaro de oro (1975)
·
Será por eso que la quiero tanto (1975)
·
Medias negras, peluca rubia (1979)
·
¿Somos? (1982)
·
Magia blanca (1986)
·
Kerkya, Kerkyra (1988)
·
Bajo amor en alta mar (1994)
·
El príncipe de los lirios (1995)

Cuentos
·
Fabulario (1969)
·
Ta te tías y otros cuentos (1980)
·
Jaque a Pa y Ma (1982)
·
No son tan Buenos tus Aires (1982)
·
Un ángel en patitas (1984)
·
Buenos Aires por arte de magia (1986)
·
Historia y cuentos del alfabeto (1987)
·
Ángeles buscando infancia (1987)
·
Nombres de mujer (1988)
·
Malas malísimas (1998)
·
Diez fantasmas de Buenos Aires (1998)
Ensayos
·
Carta abierta a Buenos Aires violento (1970)
·
Manual para nativos pensantes (1985)
·
A Buenos Aires (1986)
·
El peinetón (ensayo y cuentos, 1986)
Filmografía
Guiones cinematográficos
Autor
Recomendaciones a
Sebastián para la compra de un espejo
[Cuento - Texto
completo.]
Eduardo Gudiño
Kieffer
Mire, Sebastián, es en la calle Juncal. Venga, acérquese;
voy a decirle el número al oído -es mejor que nadie lo sepa, hay secretos que
conviene guardar muy bien-. Bueno. Usted entra en la boutique y pregunta por la
señora Hipólita. Le dirán que no está. Pero no se aflija, Sebastián. Sugiera
que va de parte de mistress Murphy y ponga cara de inteligente. Le harán un
gesto de complicidad y lo llevarán a la trastienda. Abrirán una puertecita
escondida entre los brillantes vestidos que cuelgan, inmóviles pero vivos, de
una increíble cantidad de perchas doradas. Podrá entonces ingresar al cuarto de
los espejos. La señora Hipólita, que adora a los muchachos desgarbados como
usted, le ofrecerá un cigarrillo. Acéptelo, Sebastián, acéptelo y aspírelo con
delectación, porque sin duda será un cigarrillo egipcio con una pizquita de
opio. Después contemple atentamente la colección de espejos, emitiendo de vez
en cuando una interjección oportuna y discreta. Nada de exclamaciones
altisonantes, a pesar del asombro. Y tenga en cuenta que en ningún momento hay
que pronunciar la palabra “mágico”, porque se supone que usted ya sabe que
todos los espejos lo son, y en especial los de la señora Hipólita.
Fíjese en ese, Sebastián. Sí, en ese, el ovalado con marco
de plata. Todos los días, a las seis de la tarde, refleja a Rachel en su
estupenda interpretación de “Phédre”. Es magnífico, ¿eh? O aquel otro, tan
profundo en el misterio de si azogue, tan rico en las volutas rococó que lo
rodean. No niego que es maravilloso. Pero no se lo aconsejo, porque al sonar
las doce campanadas de la medianoche muestra a un oficial de húsares de Grodno
asesinado por su novia vampiro. ¡Brrr! Mejor es el que está a su derecha; menos
morboso y sumamente eficiente. Hasta educativo: imagínese: a las seis de la
mañana deja ver a las damas mendocinas bordando una bandera. Es un espejo
quizás demasiado madrugador, claro, pero tan patriótico como un discurso de
fiesta cívica. En fin… hay que reconocer que la señora Hipólita tiene una
colección fabulosa. Espejos teatrales, pasionales, históricos… También tiene
los que reflejan el futuro, pero solo los muestra previa presentación del
certificado de buena salud, porque una vez tuvo problemas con el profesor N. El
pobre era cardíaco y… bueno, usted sabe el resto, salió en todos los diarios.
Lo importante es que usted, Sebastián, puede comprar el
espejo que más le interese. Los precios son exorbitantes, es cierto, pero no
cualquiera puede darse el lujo de poseer cosas así. Además, si sonríe usted
como lo está haciendo justamente ahora, no dudo que la señora Hipólita le hará
una rebaja o le dará felicidades. Es una mujer muy tierna, muy sensible, muy
maternal a veces. Aunque tan arrugada que… pero eso no viene al caso. Elija el
espejo que prefiera. Deje su dirección, y mañana mismo lo enviarán a su casa.
¿Un consejo? No lo coloque en el living ni en el escritorio ni en ningún lugar
por donde pase mucha gente, porque sus amigos son muy convencionales, muy
burgueses, y el espejo puede reflejar algo irritante, impropio para la gente
decente. Suponga que se le ocurra comprar el espejo de Paolo y Francesca…
¿Qué diría su abuelita materna, Sebastián, que va a misa
todos los domingos? No, hay que tener cuidado, hay que ser respetuoso de las
convicciones y de la moral de los demás. Yo le sugeriría (y perdóneme el
atrevimiento), que ponga el espejo en el altillo, con otros trastos viejos. Más
todavía: que lo cubra con algún paño opaco. Y otra cosa aún, la más importante
de todas: con los espejos de la señora Hipólita es imprescindible ser puntual.
Puntualísimo. Si no llega usted a la hora exacta, no verá el espectáculo. Ni
Rachel declamando, ni húsar sangrando, ni damas mendocinas bordando, ni Paolo y
Francesca fornicando (perdón otra vez, hay palabras que realmente no suenan muy
bien). Si llega tarde solo verá su propia cara, la misma de siempre, Sebastián,
tan angulosa, tan mística. Pero eso es lo de menos. Lo grave sucede cuando la
curiosidad lo impulsa a apurarse y lo obliga a llegar demasiado temprano, para
averiguar cómo prepara el espejo su “mise en scène”. Eso puede ser fatal,
porque los espejos no toleran la curiosidad. Y sucederá que, al arrancar el
paño que lo cubre y enfrentarlo, se encontrará usted con que está vacío, con
que no refleja nada, con que su imagen en el espejo no existe y por lo tanto,
claro, usted tampoco. Es una platónica verdad. Al no verse en el espejo, sin
duda se llevará usted las manos a la cabeza, en un gesto de terror y asombro.
Pero como usted no existe, descubrirá que no tiene manos ni cabeza. Intentará
salir corriendo pero tampoco le será posible, pobre Sebastián, pues tampoco
tendrá piernas. Y se quedará por siempre allí, atrapado en un espejo vacío que
alguna vez retornará a la colección de la eterna señora Hipólita y reflejará,
para otro cliente como usted, joven y desgarbado, la imagen ascética de
Sebastián, oh Sebastián pálido de terror, solo durante un minuto y a la hora en
que se pone el sol.
FIN
Fabulario, 1970
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