
La
bitácora del Puerto
Un servicio
digital de la Editorial Puerto Libro editorialpuertolibro@gmail.com AÑO VI
– Nº 51 – julio de 2017
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel - Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes en su cuaderno
de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos
acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta
Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos
hombres o mujeres de letras que
entendemos son merecedores de ser destacados.
Hoy, la figura insoslayable
es nada menos que Manuel Mijica Lainez.
Manuel
Mujica Láinez
(Buenos
Aires, 1910 - La Cumbre, 1984) Narrador argentino que combinó imaginación
novelesca con datos históricos y el color local con el cosmopolitismo,
desarrollando una serie de tramas de corte histórico. Nació en el seno de una
familia patricia; por vía materna descendía de periodistas y escritores e
incluso su madre componía piezas de teatro que leía a sus amistades, de modo
que creció en un medio en el que todo se conjugaba para facilitar su vocación
por las letras.
Manuel Bernabé Mujica
Láinez (Buenos Aires, 11 de septiembre de 1910-Cruz Chica, Córdoba, 21 de abril de 1984), también conoci-do hipocorísticamente con el
apodo Manucho, fue un escritor, biógrafo, crítico de arte y periodista argentino.
Biografía
Primeros años
Mujica Láinez nació en
Buenos Aires el 11 de septiembre de 1910, en una familia de orígenes aristocráticos y emparentada
con las familias patricias y fundadoras de la Argentina. Era hijo de Manuel
Mujica Farías y Lucía Lainez Varela. Su abuelo paterno, Eleuterio Santos Mujica
y Covarrubias, descendiente del fundador de las ciudades de Buenos Aires y Santa Fe, Juan de Garay, le inculcó el amor a
la tierra natal; el materno, Bernabé Lainez Cané, el gusto por la literatura.
Su abuela materna, Justa Varela, era sobrina de Juan Cruz y Florencio Varela. Su madre que dominaba el idioma
francés, escribía obras de teatro, por eso "Manucho" o Manuel Mujica
Láinez tuvo sus comienzos literarios a los 6 años escribiendo una obra de
teatro. Su padre era un hombre que "fue una especie de solterón
siempre", según el mismo "Manucho" pudiera haber sido su abuelo
y era un adinerado "clubman" ya que fue su padre cuando tenía 36 años
siendo mucho mayor de edad que la madre, el hermano de "Manucho" tras
criarse en París se dedicó a ser periodista en Estados Unidos. La infancia de
Manuel Mujica Láinez estuvo muy influida por un accidente que sufrió: siendo
muy niño cayó sobre una cacerola con agua hirviendo por lo cual se quemó gran
parte de su cuerpo, durante su convalecencia sus parientas para consolarlo le
contaron cuentos muchos de ellos basados en historias reales de la historia
argentina, sus cuatro tías le influyeron mucho, siempre las recordó con mucho
afecto, por ejemplo Ana María Láinez le influyó con su orientalismo relatándole
creencias de Asia. También fue muy influyente su abuela materna.
En 1923 su familia se trasladó a Europa, una costumbre
habitual de la clase alta de la época. Residieron primero en París, donde estudió en
la École
Descartes y posteriormente en Londres, donde continuó su
formación con un tutor, Mr. White. Regresó a su país natal en el año 1928 junto con su hermano menor y su
padre, y termina sus estudios en el Colegio Nacional de San Isidro. Por insistencia de su familia,
comenzó la carrera de Derecho, pero abandonó ese
mismo año.
Comienzos de su carrera
En 1932 accedió como redactor al
diario La Nación, inicialmente en la sección de noticias
de sociedad. Continuaría colaborando tanto en La Nación como
en otras publicaciones (como la revista El Hogar) como crítico de arte
y cronista de viajes. Muchos de sus artículos fueron recogidos y publicados en
libro.
En 1936 se casó con Ana de Alvear Ortiz
Basualdo, también de familia aristocrática, con quien tendría tres hijos
(Diego, Ana y Manuel). Ese mismo año publicó su primer libro, Glosas
castellanas, una serie de ensayos centrados en su
mayor parte en el Quijote.
En 1939 publicó su primera novela, Don
Galaz de Buenos Aires. Le siguen las biografías de su
antepasado Miguel Cané (padre) (1942) y de los poetas
gauchescos Hilario Ascasubi (Aniceto, el Gallo, 1943) y Estanislao del Campo (Anastasio, el Pollo, 1947).
Saga porteña
En 1949 y 1950 publicó
dos libros de cuentos que, por su semejanza de temas, formas y estilo, marcan
el comienzo de su madurez literaria. El primero, Aquí vivieron,
recorre, a través de cuentos ambientados en distintas épocas, la historia de
una quinta ubicada en San Isidro, desde su construcción hasta su
demolición. El segundo, Misteriosa Buenos Aires, sigue una estructura
similar, aunque en lugar de una casa recorre la historia de la capital
argentina, desde su fundación en 1536 hasta el año del centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. Son cuentos en los que se mezclan
sucesos históricos y personajes reales con personajes ficticios, y van desde el
realismo histórico hasta lo fantástico. En ambos libros están presentes
elementos característicos de la prosa de Mujica Láinez, los cuales aparecerán
también en sus novelas, como el uso de un lenguaje cultivado y elegante sin
llegar a ser ostentoso u opaco, el interés por la historia (tanto argentina
como europea) y el retrato del auge y la decadencia de la alta burguesía
argentina.
En los años siguientes
publicó una tetralogía conocida como Saga porteña o Ciclo porteño: Los
ídolos (1953), La casa (1954), Los viajeros (1955),
e Invitados en El Paraíso (1957). Son novelas que pueden
leerse como piezas autónomas, en las que evoca el mundo de la aristocracia
argentina, desde una perspectiva que muchos consideran decadente. Un sector de la
crítica incluso las considera como lo mejor de su producción,«no sólo por su
magistral construcción literaria, sino también por lo que contienen de
testimonio profundamente sentido. Son narraciones luminosas, pobladas de
personajes contemplados con humor, con mirada no torva ni demoledora sino
piadosa y hasta jovial.»2
Ciclo europeo
Considerando agotado
el tema argentino, Mujica Láinez guardó un silencio creativo de cinco años,
durante los cuales se dedicó a viajar por el mundo y escribir crónicas
para La Nación. La experiencia de estos viajes lo motivó a escribir
una segunda serie de novelas históricas ambientadas en Europa entre la Edad Media y el Renacimiento, y que la crítica
extranjera considera como sus obras más logradas: Bomarzo (1962), El unicornio (1965) y El laberinto (1974).
Bomarzo es una historia
sobre el Renacimiento italiano narrada por un muerto, Pier Francesco Orsini,
el noble jorobado que dio nombre a los famosos y extravagantes jardines
italianos de Bomarzo, conocidos
como Parque de los monstruos. En esta novela se asiste a la coronación de Carlos I de España, a la batalla de Lepanto, pasando por las poco edificantes costumbres de papas y personajes de la época y
crímenes de copa y puñal. Es citada a menudo como la más lograda de la serie, y
su mejor novela. Sirvió de base para una ópera, con música de Alberto Ginastera y libreto del
mismo Mujica Láinez. Se estrenó en Washington en 1967 y fue prohibida por la dictadura
militar de Juan Carlos Onganía, por lo que en la Argentina no se estrenó hasta 1972.
El unicornio está ambientada
en la Edad Media francesa de los trovadores. Su protagonista es
el hada Melusina, víctima de una maldición por la que,
todos los sábados, adopta cuerpo de serpiente y alas de murciélago; testigo de
los avatares de la época de las Cruzadas, sigue las peripecias
de su prole de Lusignan hasta la
toma de Jerusalén por Saladino.
El laberinto está
protagonizada por Ginés de Silva, el chico que sostiene un cirio encendido y
mira al espectador en la parte inferior del cuadro El entierro del Conde de Orgaz de El Greco, y en el que, según
algunos autores, estaría retratado Juan Manuel Theotocopuli, el hijo de El Greco. Esta novela presenta
la sociedad española en tiempos de Felipe II, su esplendor y su miseria, antes de que el protagonista partiera
hacia América. Éste declara ser hijo de la La ilustre fregona cervantina, y sobrino del Caballero de la
mano en el pecho, y con esos nombres presentará a personajes que van
desde Lope de Vega al Inca Garcilaso, pasando por Fray Martín de Porres o Juan Espera-en-Dios, el Judío Errante (que, de una
forma u otra, aparece en todas las obras de la trilogía formada por Bomarzo, El
unicornio y El laberinto).
A fines de la década,
aparecen los cuentos de Crónicas reales (1967) y la
novela De milagros y melancolías (1968). Agotado por la labor
de documentación y reconstrucción de época de sus novelas anteriores, en estas
obras Mujica Láinez adopta un tono deliberadamente burlesco, irónico,
reescribiendo la historia europea (en Crónicas reales) y la de la
conquista de América (en De milagros y melancolías).
Retiro a El
Paraíso y últimos años
En 1969 se retiró de su empleo en La
Nación, vendió su casa del barrio de Belgrano, donde vivía desde
1936, y se trasladó con su familia a una casona de estilo colonial ubicada en
la zona de Cruz Chica, a unos 3 kilómetros del centro
de La Cumbre, Córdoba, llamada "El
Paraíso", diseñada por León Dourge y edificada en
1915. Ya instalado allí, escribió la novela Cecil (1972),
relato autobiográfico narrado por su perro, el whippet Cecil.

El Paraíso, residencia de Mujica Láinez entre 1969 y 1984, hoy transformada
en casa museo, La Cumbre (Córdoba).
Posteriormente
publicó El viaje de los siete demonios (1974), novela de tema
esotérico (Mujica Láinez era un gran aficionado a las ciencias ocultas, y se
sabe que en su biblioteca poseía algunos antiguos libros de demonología, los cuales aún se
conservan) y una serie de novelas (Sergio, Los cisnes, El
Gran Teatro) que retoman el ambiente aristocrático porteño de sus primeras
obras.
Su última
novela, El escarabajo (1982), cierra el ciclo de novelas
históricas. Recurriendo a un procedimiento ya usado con anterioridad, la novela
es protagonizada por un anillo egipcio que, hundido en el fondo del mar, cuenta
su vida y la de sus posesores, desde la reina Nefertari hasta una millonaria
estadounidense, pasando por la mano de uno de los asesinos de Julio César o la de Miguel Ángel, entre otros. Su
último libro de cuentos, Un novelista en el Museo del Prado (1984)
retoma a su vez tópicos fantásticos: los cuadros del museo de Madrid cobran
vida durante la noche.
Falleció en su casa
el 21 de abril de 1984, a los 73 años de edad, a causa de un edema pulmonar, y fue sepultado en
el cementerio de la cercana localidad de Los Cocos. Dejó inconclusa una novela, Los
libros del sur, en la que se encontraba trabajando al momento de su deceso.
Desde 1987 funciona en esa casa un museo
dedicado a su vida y obra, que conserva tanto la biblioteca (diezmada durante
gestiones anteriores, durante las que desaparecieron alrededor de veinte mil
volúmenes y terminó en una causa judicial) como el mobiliario y diversos
objetos que fue adquiriendo en sus viajes.
En julio de 2014 la
Fundación Mujica Láinez (presidida por la hija del escritor) anunció el
inminente cierre del Museo por falta de recursos para mantenerlo, ante lo
cual la ministra de Cultura Teresa Parodi manifestó su
intención de otorgar un subsidio mensual a la institución, subsidio que jamás
llegó a materializarse por desavenencias entre las partes, mientras que en
el Congreso se presentó un
proyecto para declararlo Monumento Histórico Nacional, algo que finalmente se
realizó en parte, declarando el inmueble como Patrimonio Histórico Nacional,
pero sin llegar a recibir ningún tipo de ayuda económica. En septiembre de
2016, Ana Mujica se reunió con el actual Ministro de Cultura, Pablo Avelluto; aunque hubo acuerdos
de colaboración, no se concretó ninguna ayuda. A marzo de 2017, la situación
sigue siendo precaria, debido a dificultades burocráticas y desinterés del
gobierno provincial.
Obra
La prosa de Mujica
Láinez se considera "fluida y culta, de sabor algo arcaico, detallista y
preciosista; rehúye la palabra demasiado común, sin buscar sin embargo la
desconocida para el lector". Es en especial hábil en reconstruir
ambientes, gracias a un dotado talento descriptivo y una gran formación como
crítico de arte, aparte de su rica inventiva y su exquisitez literaria,
enriquecida por los conocimientos de historia legados a través de sus antepasados.
El autor, seducido por
las doctrinas esotéricas, creía con firmeza en la reencarnación y declaró
escribir "para huir del tiempo". Ese es el tema de la mayor parte de
sus obras.
En su narrativa pueden
establecerse dos vertientes principales: el tema argentino (La casa, Los
viajeros, Invitados en El Paraíso, El Gran Teatro)
y las novelas históricas (Bomarzo, El unicornio, El laberinto y El escarabajo).

Manuel Mujica Láinez.
Novelas
·
Saga porteña
Cuentos
Aquí vivieron (1949)
·
Crónicas reales (1967)
·
El brazalete y otros cuentos (1978)
·
Un Artista (desconocido)
·
El hombrecito del azulejo, inspiración del cuento homónimo.
·
Luis XVII, primer libro escrito en francés para el cumpleaños de su padre. Tipeado y
encuadernado por su madre, ese libro único desapareció de la Fundación Manuel
Mujica Lainez durante la presidencia de Eduardo Arnau e Inés de Allende de
Goyanes (1994-2006). (1925)
·
Glosas castellanas, ensayos. (1936)
·
Miguél Cané (padre), biografía. (1942)
·
Héctor Basaldúa, ensayo. (1956)
·
Los porteños, ensayos. (1979)
·
Páginas de Manuel Mujica Lainez seleccionadas por su
autor, recopilación de textos inéditos con Prólogo de Oscar Hermes Villordo.
(1982)
·
Placeres y fatigas de los viajes I, crónicas
periodísticas. (1983)
·
Placeres y fatigas de los viajes II, crónicas
periodísticas. (1984)
·
Estampas de Buenos Aires (1946), textos
sobre Buenos Aires. Editorial Sudamericana, con ilustraciones de Marie
Elisabeth Wrede.
·
Bomarzo (1967), libreto para una ópera con música de Alberto Ginastera (Incluido
en Páginas de Manuel Mujica Láinez seleccionadas por su autor,
1982)
·
Más letras e imágenes de Buenos Aires (1978), textos
de MML y fotografía de Aldo Sessa.
·
Nuestra Buenos Aires (1982), textos de MML y fotos de
Aldo Sessa.
·
Jockey Club un siglo (1982), textos de MML y fotos de
Aldo Sessa.
·
Vida y gloria del Teatro Colón (1983), textos
de MML y fotos de Aldo Sessa.
·
Cuentos inéditos (1993), Planeta Biblioteca del Sur
(Incluye El retrato amarillo).
·
Genio y figura de Manuel Mujica Láinez (1996) - 2a Edición.
Autor: Jorge Cruz. Editorial Universitaria de Buenos Aires. (Incluye Los
libres del Sur, novela inconclusa que MML estuvo componiendo hasta su
muerte)
·
Los porteños II (1998), ensayos.
·
Cuentos completos I y II. Alfaguara, con prólogo de
Jorge Cruz (2001)
·
Luminosa espiritualidad, Asunto Impreso
Ediciones, recopilación de dibujos (laberintos) y textos de MML con prólogo de
Guillermo Whitelow. (2004)
·
El hombrecito del azulejo - Reedición del
Cuento de Misteriosa Buenos Aires para la
Colección Pan Flauta de Editorial Sudamericana, con ilustraciones de Alejandro
Ravassi. (2004)
·
La viuda del Greco Editorial ASPPAN /
KLICZKOWSKI-ONLYBOOK - Colección Mini letras - Selección con los relatos:
Ubaldo, La viuda del Greco y La mujer de Pablo. (2005)
·
Los dominios de la belleza, Fondo de Cultura
Económica, antología de cuentos y crónicas periodísticas seleccionadas
por Alejandra Laera. (2005)
·
El arte de viajar, Fondo de Cultura Económica, crónicas
periodísticas seleccionadas por Alejandra Laera. (2007)
·
Manuel Mujica Láinez en "El Paraíso", Maizal ediciones con
la Fundación Manuel Mujica Láinez y participación del Fondo Nacional de las
Artes. (Incluye diario de MML sobre la compra de la estancia "El
Paraíso"). (2009)
·
Cuentos escogidos, Editorial Sudamericana, selección de
Jorge Cruz y Gregory Clemons. (2009)
·
El hombrecito del azulejo - Reedición del
cuento en versión cuatrilingüe (castellano, inglés, francés y alemán), Maizal
ediciones con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes, con ilustraciones de
Sophie le Comte. (2010)
·
El gran teatro - Reedición publicada
conjuntamente por las Fundaciones del Teatro Colón y la Fundación Mujica Láinez
con fotografías del Teatro Colón, reproducciones de
los bocetos de Parsifal de Héctor Basaldúa y notas inéditas del escritor. Diseño a cargo de
Sophie le Comte. (2011)
Filmografía
Intérprete
Libro
Reconocimientos
Premios
·
Ciudadano Ilustre de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires nombrado a pocas semanas de su
muerte 1984.
Un artista
[Cuento - Texto
completo.]
Manuel Mujica Láinez
En la “Hostería de la Manzana de Adán” tenían sus cuarteles
unos cuantos literatos y desocupados que solían ir a filosofar frente a su bien
abastecida chimenea. Era un viejo mesón cuyas paredes morunas, blanqueadas con
cal, brillaban a la luz de la luna.
Allí, entre el humo de las pipas y el chocar de los vasos,
los bohemios hacían derroche de espíritu y buen humor. Una vez, por mera
curiosidad, visité dicho establecimiento.
El interior constaba de una sala en la que cabrían hasta
veinte mesas. A la luz vaga de los candelabros, advertíanse apenas los rostros
de los jubilosos escritores; pero sonoras carcajadas delataban su presencia.
Recuerdo que llamó mi atención un hombre que, con aristocrático desdén, no
parecía querer unirse a los demás.
La luz vacilante de un cirio le daba de lleno en el rostro,
en el que ponía largas pinceladas de oro. Era alto y fino. Evocaba los lienzos
borrosos de Holbein y de los maestros flamencos.
Los lacios cabellos y la barba rubia prestábanle cierto
parecido con San Juan Evangelista. Pero lo que más me impresionó fueron sus
ojos, maravillosamente puros y azules, llenos de dulzura. Estaba de pie,
apoyado contra el dintel de una puerta, y fumaba lentamente en una larga pipa
de porcelana alemana. Ignoro de qué modo trabé relación con él. Como por artes
mágicas me vi sentado frente a él, ante una mesa en que brillaban dos gruesos
vasos de cerveza.
Fijeme, entonces, en su raído traje y en la corbata
romántica, anudada con despreocupación, y pensé: un poeta. Era un pintor. Así
me lo dijo mientras que, en el desvencijado pianillo, una mujer de grandes ojos
rasgados comenzó a tocar un nocturno de Chopin.
Apagáronse los profanos murmullos. Suavemente, con voz
musical que parecía seguir el ritmo doloroso del Nocturno, mi pintor habló.
Pertenecía a la escuela de los artistas que quieren revivir en sus telas el
arte muerto de Bizancio. Con los ojos cerrados, acariciándose la barba, narró el
fasto de las opulentas ciudades de Teodora.
Fue un verdadero friso, un bajorrelieve, el que puso ante
mis ojos deslumbrados.
Y había en él patriarcas severos, emperadores indolentes y
cortesanas suntuosas, envueltos todos en el fulgor extraño de las joyas. Los
inmensos palacios de mármol y mosaicos se levantaban, piedra a piedra, en mi
imaginación. Veía el brillo de las tierras y el de los pesados anillos en las
manos imperiales. Athenais… Irene… Las cúpulas de las basílicas se erigían como
metálicos yelmos sarracenos.
Hechizado, lo escuchaba yo. Este hombre era un artista. Un
verdadero artista. Hablaba de su arte, de sus ideales, con religioso fervor,
como puede un sacerdote hablar de su culto.
Luego, sin transición, fija la mirada en un punto
inaccesible, el desconocido me contó su vida, azarosa y miserable. A pesar de
su profundo conocimiento de la historia antigua y de sus notables estudios
bizantinos, el triunfo no había coronado sus esfuerzos.
Ahora, indiferente, vivía su vida interior sin preocuparse de
lo que lo rodeaba. Tenía una gran indulgencia para con todos y su única defensa
contra las adversidades y el hastío era encogerse de hombros.
-Ahí tiene usted a esos pobres muchachos -me dijo, señalando
un grupo de jóvenes melenudos-. No hay ni uno de ellos que valga y, sin
embargo, véalos usted felices, alegres, llamándose “maestro” mutuamente… A
veces, vienen y me leen sus versos.
En sus sienes las venas azules y bien marcadas se hinchaban.
Yo miraba sus manos de marfil viejo que, exhaustas, descansaban sobre la mesa.
Temblaron un poco sus labios finos y sonrió con amargura.
En ese instante, el San Juan Evangelista se borró por
completo de mi mente. Me parecía mi interlocutor un soberano oriental, un
sátrapa persa, despreocupado y lánguido, como esos cuyo perfil voluptuoso se
esfuma suavemente en las viejas monedas de oro del Asia Menor.
Se levantó y me dio la mano. Partía. Díjome que se llamaba
Diego Narbona y vivía allí cerca. Quedé solo en mi mesa. Allá lejos, la
chimenea murmuraba su triste cantar.
El humo era tan espeso que parecía envolvernos una densa
niebla. Del grupo de los jóvenes melenudos uno recitaba… Mon âme est
une Infante en robe de parade. Yo pensaba en mi pintor. Veíalo revistiendo
el manto imperial de Justiniano, y elevando, con las manos cargadas de anillos,
una pesada diadema. Una mujer hermosísima, hincada ante él, aguardaba el
instante solemne de la coronación. Y esa mujer era la Belleza.
Aux pieds de son fautiel allongés noblement, deux
lévriers d’Ecosse aux yeux mélancoliques…
Alguien, con el pie, marcaba el fin de cada verso. Detrás
del mostrador, la hostelera miraba con admiración a sus parroquianos. A veces
sonreía, mostrando un diente negro.
Encima de una mesa descansaba un grueso Diccionario
Enciclopédico, y un muchachito pecoso lo hojeaba lentamente, leyendo por lo
bajo: “Asur… Asur… Asurbanipal…” Despertándome bruscamente de un sueño recién
comenzado, la puerta de entrada se abrió de par en par, y una mujer joven y
bonita entró, llorando desesperadamente.
Su brazo sangraba.
-¿Otra vez aquí? -gruñó la mesonera de malhumor.
El más joven de los poetas se acercó a ella.
-¿Te ha pegado de nuevo? -dijo.
-Sí… Porque dejé que se quemara la tortilla…
Yo me aproximé. Parecíame imposible que un hombre pudiera
maltratar a una mujer tan frágil… ¡Ah! Si mi amigo el pintor estuviera aquí,
¡cómo sabría consolarla! ¡Con qué suaves inflexiones de voz calmaría…!
Compasivo, me acerqué más aún.
Ideas vengativas cruzaron por mi cerebro al verla tan bella,
tan débil.
-¿Cómo se llama su marido? -rugí.
Ella levantó hacía mí sus ojos claros y azules que me
recordaban otros dos ojos claros y azules, llenos de dulzura y pureza:
-Diego Narbona -me dijo…
FIN
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