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Libro editorialpuertolibro@gmail.com AÑO VI – Nº 47 - marzo de 2017
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan
Foutel - Blog:
foutelej.blogspot.com
Los capitanes, en su
cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos
aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria.
En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto-
trataremos de ir dejando nota de aquellos hechos que entendemos son merecedores
de ser destacados. Hoy tenemos entre nosotros a Hermann Hesse.
Hermann Hesse
Hermann
Hesse en 1929.
Hermann Hesse en 1905. Retrato de Ernst
Würtenberger (1868-1934).
De su obra de cuarenta volúmenes —entre novelas, relatos, poemarios y
meditaciones— se han vendido más de 30 millones de ejemplares, de los cuales
sólo una quinta parte corresponde a ediciones en alemán.
Además, publicó títulos de autores, antiguos y modernos, así como monografías,
antologías y varias revistas. Editó también casi 3000 recensiones.
A esta obra se suma una copiosa correspondencia: al menos 35 000
respuestas a cartas de lectores, y su actividad pictórica: centenares de
acuarelas de sesgo expresionista e intenso cromatismo. Según el biógrafo Volker Michels «nos enfrentamos
con una obra que, por su copiosidad, su personalidad y su vasta influencia, no
tiene paralelo en la historia de la cultura del siglo XX».Hasta el centenario de su nacimiento, se habían escrito más de 200 tesis doctorales, unos 5000 artículos y 50 libros sobre su vida. Para dicha fecha, era también el europeo más leído en Estados Unidos y Japón, y sus libros traducidos a más de 40 idiomas, sin contar dialectos hindúes. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946, como reconocimiento a su trayectoria literaria. Vida Durante los primeros años, su mundo estuvo impregnado por el espíritu del pietismo suabo. En 1881, la familia se instaló en Basilea, aunque acabó volviendo a los cinco años a Calw. Terminados sus estudios latinos con éxito en Göppingen, Hesse ingresó en 1891 en el seminario evangélico de Maulbronn, del que se escapó en marzo de 1892 a causa de la rigidez educativa que le impedía, entre otras cosas, estudiar poesía: «seré poeta o nada», dice en su autobiografía. En su obra Unterm Rad (Bajo las ruedas) hizo una descripción del sistema educativo. Continuos y violentos conflictos con sus padres lo llevaron a una odisea a través de diferentes instituciones y escuelas. Entró en una fase depresiva e insinuó, en una carta de marzo de 1892, ideas suicidas: «quisiera partir como el sol en el ocaso», y en mayo hizo una tentativa de suicidio, por lo que lo ingresaron en el manicomio de Stetten im Remstal, y más tarde en una institución para niños en Basilea. En 1892, entró en el Gymnasium de Bad Cannstatt, cerca de Stuttgart, y en 1893, a pesar de obtener el diploma de ingreso de primer año, dejó los estudios. Primeros empleos y nacimiento como escritor
Casa Camuzzi en Montagnola, donde el poeta vivió
durante casi cuatro décadas.
Comenzó como aprendiz de librero en Esslingen am Neckar, aprendizaje que abandonó
tres días después. Luego trabajó como mecánico durante catorce meses en la
fábrica de relojes Perrot en Calw, pero aquel monótono trabajo reforzó
en él su deseo de volver a una actividad intelectual. En octubre de 1895 empezó
una nueva experiencia como librero, en la librería Heckenhauer en Tubinga, a la
que se consagró en cuerpo y alma. La parte principal del fondo literario era
sobre teología,
filología
y derecho y
la tarea del aprendiz Hesse consistía en agrupar y archivar libros. Al terminar
la jornada, continuaba enriqueciendo su cultura en solitario y los libros
compensaban la ausencia de contactos sociales —«[...] con los libros tenía más
y mejores relaciones»—. Hesse leyó escritos teológicos, después a Goethe y más tarde
a Lessing, Schiller y textos de la mitología griega. En 1896, su poema Madonna
fue publicado en una revista vienesa.En 1898 Hesse llegó a asistente de librero y dispuso de un sueldo respetable que le aseguró independencia económica. En esta época leía sobre todo obras de los románticos alemanes, especialmente de Clemens Brentano, Joseph von Eichendorff y Novalis. Siendo todavía librero, publicó en el otoño de 1898 su primer libro de poemas, Romantische Lieder (Canciones románticas), y en el verano de 1899, Eine Stunde hinter Mitternacht (Una hora después de la medianoche). A pesar de que ambas obras fracasaron comercialmente, el editor, Eugen Diederichs, estaba convencido del valor literario de la obra y vio estas publicaciones desde el principio como un estímulo para el joven autor, más que como un negocio. A partir del otoño de 1899, Hesse trabajó en una librería de ocasión en Basilea. Sus padres tenían contactos con familias basilenses cultas, por lo que se abrió ante él un reino espiritual y artístico de lo más estimulante. Al mismo tiempo, el paseante solitario que era Hesse encontró la ocasión de retirarse a su mundo interior gracias a las numerosas posibilidades de viajes y paseos, lo que sirvió a su búsqueda artística personal y le ayudó a desarrollar en él la aptitud de transcribir literariamente sus percepciones sensoriales. En 1900 se libró del servicio militar por sus problemas en la vista, los cuales duraron toda su vida, al igual que su neuralgia y sus migrañas. En 1901 Hesse pudo realizar uno de sus grandes sueños: viajar a Italia. Ese mismo año encontró un nuevo empleo, en la librería Wattenwyl en Basilea. Al mismo tiempo, aumentaron las ocasiones de publicar poemas y pequeños relatos literarios en revistas. Enseguida el editor Samuel Fischer se interesó por Hesse y la novela Peter Camenzind, publicada oficialmente en 1904, marcó el punto de cambio, pues Hesse pudo vivir de sus escritos a partir de entonces. La consagración literaria permitió a Hesse casarse en 1904 con Maria Bernoulli, instalarse con ella en Gaienhofen, a orillas del lago de Constanza, y fundar una familia. Escribió entonces su segunda novela, Bajo las ruedas, aparecida en 1906, además de relatos y poemas. Su siguiente novela, Gertrud (1910), supuso una crisis de creatividad en Hesse. Acabó a duras penas la obra y más tarde la consideró fallida. Problemas en su hogar le llevan a viajar en 1911 con Hans Sturzenegger por Ceilán e Indonesia, donde no encontró la inspiración espiritual y religiosa que buscaba, pero este viaje impregnó sus obras posteriores, comenzando por Aus Indien (Cuadernos hindúes) (1913). Tras su vuelta la familia se mudó a Berna, pero a pesar de ello no se resolvieron sus dificultades de pareja, tal como describe en su novela Rosshalde. La Gran GuerraTras la declaración de la Primera Guerra Mundial en 1914, Hesse se presentó como voluntario en la embajada de Alemania. Fue, sin embargo, declarado inútil para el combate y destinado en Berna para asistir a prisioneros de guerra en su embajada. En su nuevo puesto era responsable de la «Librería de los prisioneros de guerra alemanes». El 3 de noviembre de 1914 publicó en el Neue Zürcher Zeitung el artículo «O Freunde, nicht diese Töne», traducido literalmente como: ¡Oh, amigos, no con esos acentos! y llanamente, Amigos, dejemos nuestras disputas, primer verso de la Oda a la Alegría, del poeta alemán Friedrich von Schiller en el que llamaba a los intelectuales alemanes a no caer en las polémicas nacionalistas. La reacción que produjo la calificó más tarde de momento crucial en su vida: por primera vez, se encontró en medio de una violenta trifulca política, la prensa alemana lo atacó —en la prensa de mi patria fui declarado traidor—, recibió anónimos amenazantes y cartas de amigos que no le respaldaron. Por otro lado, sí le apoyaron su amigo Theodor Heuss y el escritor francés Romain Rolland.Los conflictos con el público alemán no se habían disipado cuando Hesse sufrió una nueva vuelta de tuerca que le sumió en una crisis existencial más profunda: la muerte de su padre, la grave enfermedad de su hijo Martin y la crisis esquizofrénica de su esposa. Tuvo que dejar la ayuda a los prisioneros y comenzar un tratamiento psicoterapéutico. Hesse fue tratado desde mayo de 1916 hasta 1917 por el Dr. Joseph Bernhard Lang, un estudiante y discípulo de Carl Gustav Jung. El primer mes completó doce sesiones y entre junio de 1916 y noviembre de 1917 dieciséis sesiones más. Esto iniciaría en Hesse un gran interés por el psicoanálisis, a través del cual llegaría a conocer personalmente a Jung, quien lo familiarizó con el mundo de los símbolos, latente en Hesse desde los años de su infancia. Entre septiembre y octubre de 1917, Hesse redactó la novela Demian, que salió a luz en 1919 con el seudónimo de Emil Sinclair. La Casa CamuzziCuando pudo retornar a su vida civil, su matrimonio estaba arruinado. Debido a la grave psicosis que afectó a su esposa (y muy a pesar de la mejoría), no pudo plantearse ningún porvenir con Maria. La casa de Berna fue vendida, y Hesse se mudó a la villa de Montagnola, en el distrito denominado Collina D'Oro, en el cantón del Tesino, en Suiza, donde alquiló un edificio similar a un pequeño castillo: la «Casa Camuzzi». Allí no sólo comenzó a escribir, sino también a pintar, lo que aparece en su gran relato siguiente, Klingsors letzter Sommer (El último verano de Klingsor). En 1922 apareció la novela Siddhartha, en la que expresa su amor por la cultura y sabiduría hindú.Hesse se casó en 1924 con Ruth Wenger, matrimonio que no fue consumado, y obtuvo la nacionalidad suiza. Las principales obras que siguieron, Kurgast (En el balneario) en 1925 y Die Nürnberger Reise (Viaje a Nuremberg) en 1927, son relatos autobiográficos teñidos de ironía, en los que se anuncia su más célebre novela, Der Steppenwolf (El lobo estepario) (1927). Al cumplir 50 años apareció su primera biografía, publicada por su amigo Hugo Ball. Poco después, con el éxito de su novela, la vida del escritor dio un cambio al iniciar una relación con Ninon Dolbin, que sería su tercera esposa. Publicó Narziβ und Goldmund (Narciso y Goldmundo) (1930), dejó el apartamento de la Casa Camuzzi y se instaló con ella en una casa más grande: la Casa Hesse (también llamada Casa Rossa) en los altos de Montagnola, construida según sus deseos por su amigo Hans C. Bodmer. El juego de los abaloriosEn 1931 comenzó el proyecto de su última gran obra, titulada Das Glasperlenspiel (El juego de los abalorios). Publicó en 1932 un relato preparatorio, Die Morgenlandfahrt (El viaje a Oriente). Hesse observaba con preocupación la toma de poder de los nazis en Alemania. En 1933, Bertolt Brecht y Thomas Mann estuvieron en su casa durante sus viajes al exilio. Hesse intentó, a su manera, oponerse a la evolución de Alemania: publicaba desde hacía tiempo reseñas en la prensa alemana, a partir de entonces se manifestó más enérgicamente en favor de autores judíos o perseguidos por los nazis. Desgraciadamente, desde mediados los años treinta, ningún periódico alemán se arriesgó a publicar artículos suyos. Su refugio espiritual contra las querellas políticas y más tarde contra las trágicas noticias de la Segunda Guerra Mundial fue trabajar en su novela El juego de los abalorios, impresa finalmente en 1943 en Suiza. En esta novela, según Luis Racionero, «propone su ideal de cultura: Una sociedad que recoge y practica lo mejor de todas las culturas y las reúne en un juego de música y matemáticas que desarrolla las facultades humanas hasta niveles insospechados». En gran parte, por esta obra tardía le fue concedido en 1946 el premio Nobel de literatura.Después de la Segunda Guerra Mundial escribió algunos relatos más cortos y poemas, pero ninguna novela. Murió a los ochenta y cinco años, el 9 de agosto de 1962 en Montagnola, a consecuencia de una hemorragia cerebral mientras dormía. ![]()
La
tumba de Hermann y Ninon Hesse en Collina d'Oro, Suiza.
Escritorio
de Hesse
Escultura de Hermann Hesse: "Entre
quedarse y seguir". Diseñada por el escultor Kurt Tassotti, esta estatua de
bronce de tamaño real fue presentada en Calw
en el 125.º aniversario del nacimiento del escritor. La figura lo muestra a los
55 años de edad, durante su última visita a Calw a principios de 1930.
Novelas
Cuentos
Poemas
Otras prosas
Traducciones al español (selección)
Premios
El lobo
[Cuento - Texto completo.]
Hermann Hesse
Nunca antes las
montañas francesas habían sufrido un invierno tan frío y largo. Hacía semanas
que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los grandes
campos de nieve, color blanco mate, yacían inclinados e interminables bajo el
cielo estridentemente azul; de noche los atravesaba la luna, pequeña y clara,
una luna helada, furibunda, con un brillo amarillento cuya luz fuerte se volvía
azul y sorda sobre la nieve, y que parecía la escarcha en persona. Los seres
humanos evitaban todos los caminos y, sobre todo, las alturas; apáticos y
maldiciendo, permanecían en las cabañas, cuyas ventanas rojas, de noche,
aparecían empañadas y turbias junto a la luz azul de la luna, y se apagaban
pronto.
Fue un tiempo
difícil para los animales de la zona. Los más pequeños murieron congelados en
grandes cantidades; también los pájaros sucumbieron a la helada, y sus
cadáveres enjutos se convirtieron en botín de águilas y lobos. Pero aun estos
sufrían terriblemente de frío y de hambre. Solo unas pocas familias de lobos
vivían allí, y la necesidad las empujó hacia una unión más fuerte. Durante el
día salían solos. Aquí y allá, uno de ellos cruzaba la nieve, flaco, hambriento
y vigilante, silencioso y temeroso como un fantasma. Su sombra delgada se
deslizaba a su lado sobre la superficie nevada. Levantaba el hocico puntiagudo
en el viento y de vez en cuando emitía un llanto seco, tortuoso. Pero de noche
salían todos juntos y rodeaban los pueblos con aullidos roncos. Allí estaban a
buen resguardo el ganado y las aves, y detrás de los postigos se apoyaban las
escopetas. En escasas ocasiones les tocaba una presa menor, por ejemplo un
perro, y ya habían sido muertos dos lobos de la manada.
La helada
persistía. Muchas veces los lobos se echaban juntos, en silencio y pensativos,
calentándose uno contra el otro, y escuchaban acongojados el vacío mortal que
los rodeaba, hasta que uno, martirizado por los maltratos espantosos del
hambre, pegaba de pronto un salto con un alarido terrorífico. Entonces todos
los demás dirigían sus hocicos hacia él, temblaban, y rompían al unísono en un
aullido terrible, amenazador y quejumbroso.
Por fin la
parte más chica de la manada decidió partir. Abandonaron sus madrigueras al
despuntar el alba, se reunieron y olisquearon excitados y temerosos el aire
helado. Luego partieron al trote, rápido y con un ritmo parejo. Los que
quedaban atrás los miraron con ojos muy abiertos y vidriosos, los siguieron una
docena de pasos, se detuvieron indecisos y desorientados, y regresaron
lentamente a sus cuevas vacías.
Los emigrantes
se separaron al mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el oeste, a los
montes del Jura suizo; los otros siguieron hacia el sur. Los tres primeros eran
animales hermosos, fuertes, pero terriblemente flacos. El estómago de color
claro, combado hacia dentro, era delgado como una correa; en el pecho se
destacaban tristemente las costillas; las bocas estaban secas y los ojos
abiertos y desesperados. De tres en tres se internaron lejos en los montes; al
segundo día cazaron un carnero, al tercero, un perro y un potrillo, y fueron
perseguidos en todas partes por los campesinos furiosos. En la zona, rica en
pueblos y ciudades, se diseminó el miedo y el temor ante los invasores
desacostumbrados. La gente armó los trineos del correo; nadie iba de un pueblo
a otro sin su arma. En esa zona desconocida, tras tan buen botín, los tres
animales se sentían a la vez temerosos y a gusto; se volvieron más arriesgados
de lo que jamás habían sido en casa, y asaltaron el corral de una granja a
plena luz del día. Mugidos de vacas, crujido de listones de madera que se
partían, sonido de cascos y una respiración caliente, jadeante, llenaron el
ambiente angosto y cálido. Pero esta vez interfirieron los humanos. Habían
puesto un precio a la cabeza de los lobos, lo que duplicó el coraje de los
granjeros. Mataron a dos de ellos: a uno le perforó el cuello una bala de
escopeta, el otro fue muerto con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que
se desplomó sobre la nieve, casi muerto. Era el más joven y hermoso de los
lobos, un animal orgulloso con formas armónicas y una fuerza imponente. Durante
un rato largo quedó echado, jadeando. Delante de sus ojos se arremolinaban
círculos rojos y sanguinolentos, y de vez en cuando emitía un quejido silbante,
doloroso. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a
levantarse. Solo entonces vio cuán lejos había corrido. En ningún lado podían
verse personas o casas. Delante de él se encontraba una montaña imponente,
nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Atormentado por la sed, comió
pequeños pedazos de la corteza congelada y dura que cubría la nieve.
Más allá de la
montaña se topó de inmediato con un pueblo. Estaba anocheciendo. Esperó en un
tupido bosque de pinos. Luego rodeó con cuidado los cercos de los jardines,
persiguiendo el olor de los establos tibios. No había nadie en la calle. Arisco
y anhelante, espió por entre las casas. Entonces sonó un disparo. Levantó la
cabeza hacia lo alto y se dispuso a correr, cuando ya estalló el segundo tiro.
Le habían dado. El costado de su abdomen blancuzco estaba manchado de sangre,
que caía a goterones. A pesar de todo, logró escapar con unos grandes saltos y
alcanzar el bosque más alejado de la montaña. Allí esperó un instante, atento,
y oyó voces y pasos provenientes de varios lados. Temeroso, miró hacia la
montaña. Era escarpada, boscosa y difícil de trepar. Pero no tenía opción. Con
respiración agitada escaló la pared empinada mientras que abajo, a lo largo de
la montaña, avanzaba una confusión de insultos, órdenes y luces de linternas.
El lobo herido trepó temblando a través del bosque de pinos, casi a oscuras,
mientras la sangre marrón corría despacio por su costado.
El frío había
cedido. Al oeste, el cielo estabas brumoso y parecía prometer nieve.
Por fin el
animal, agotado, alcanzó la cima. Ahora se encontraba sobre un gran campo de
nieve, levemente inclinado, cerca de Mont Crosin, muy por encima del pueblo del
que había escapado. No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y punzante en las
heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico entregado; su corazón
latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de la muerte lo
presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Un pino aislado, de ramas
anchas, lo atrajo; allí se sentó y clavó sus ojos perdidos en la noche gris de
nieve. Pasó media hora. Una luz roja y apagada cayó sobre la nieve, extraña y
blanda. El lobo se levantó con un quejido y dirigió su cabeza hermosa hacia la
luz. Era la luna, que se levantaba por el sudoeste, gigantesca y color rojo
sangre, y subía lentamente por el cielo cubierto. Hacía muchas semanas que no
se la había visto tan roja y grande. El ojo del animal moribundo se aferraba
con tristeza al astro opaco, y en la noche volvió a oírse un estertor débil,
doloroso y ronco.
Un poco más
tarde surgieron luces y pasos. Campesinos con abrigos gruesos, cazadores y
muchachos jóvenes con gorros de piel y botas toscas avanzaban por la nieve. Se
oyeron gritos de alegría. Habían descubierto al lobo moribundo, le dispararon
dos tiros y ambos fallaron. Entonces vieron que el animal ya estaba a punto de
fallecer y se le echaron encima con palos y garrotes. Él ya no los sintió.
Lo arrastraron
hacia abajo, a Sankt Immer, con los miembros quebrados. Reían, alardeaban, se
alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban, maldecían. Ninguno
vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna
roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se reflejaba en los
cañones de las escopetas, en los cristales de nieve y en los ojos quebrados del
lobo muerto.
FIN
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