
La bitácora del Puerto
noviembre de 2016
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel -
Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes en su cuaderno
de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos
acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta
Carpeta de Bitácora –desde este Puerto-
trataremos de ir dejando nota de aquellos hechos que entendemos son merecedores
de ser destacados.
Hoy, cumpliéndose el 22 del
corriente los 100 años de la desaparición física de Jack London, lo destaco
como ejemplo de vida y de literatura
Jack London
Jack London
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Información personal
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Nombre de
nacimiento
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Nacimiento
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Fallecimiento
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Causa de
muerte
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Nacionalidad
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político
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Educación
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Alma máter
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activo
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Género
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Obras
notables
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Firma
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Jack London, probablemente nacido como John Griffith Chaney (12 de enero de 1876-22 de noviembre de 1916), fue
un escritorestadounidense, autor de Colmillo Blanco, The
Call of the Wild (traducida
en español como La llamada de
lo salvaje, La llamada de
la naturaleza o La llamada de la selva ), y otros cincuenta libros.
Antecedentes
personales
Clarice Stasz y otros biógrafos creen que el padre biológico de Jack London
fue el astrólogo William Chaney. Chaney fue un personaje distinguido de
la astrología; según Stasz: "Desde el punto de vista de los astrólogos más
serios de hoy, Chaney es una gran figura que ha cambiado la práctica de la
charlatanería hacia un método más riguroso".
Jack London no supo de la supuesta paternidad de Chaney hasta su madurez.
En 1897 le escribió a Chaney y recibió una carta de él donde indicaba:
"Nunca contraje matrimonio con Flora Wellman", y que era
"impotente" durante el periodo que vivieron juntos; por lo tanto,
"no puedo ser tu padre".
No es posible afirmar si el matrimonio fue legalizado, ya que la mayoría de
los documentos civiles de San Francisco fueron destruidos en el terremoto de 1906. Por ello, no se sabe con certeza el nombre que aparecía en el certificado
de nacimiento. Stasz aclara que en sus memorias Chaney se refiere a la madre de
Jack London, Flora Wellman, como "esposa". Stasz también hace
hincapié en un anuncio en el cual Flora se refiere a sí misma como "Florence
Wellman Chaney".
Primeros
años

London a los nueve años
con su perro Rollo (1885).
Jack London nació en San Francisco (California). Esencialmente se autoeducó, proceso que llevó a cabo en la biblioteca
pública de la ciudad leyendo libros. En 1883 encontró y leyó la novela Signa de la escritora Ouida,
que relata cómo un joven campesino italiano sin estudios escolares alcanza fama
como compositor deópera. London le atribuyó a este libro la
inspiración para comenzar su labor literaria.
En 1893, se embarcó en la goleta Sophia Sutherland, que partía a la costa deJapón. Cuando regresó, el país estaba
inmerso en el pánico de 1893 y Oaklandazotado
por disturbios laborales. Después de trabajos agotadores en un molino de yute y
en una central eléctrica del ferrocarril, en 1894 se unió a la Kelly's industrial army, una
marcha de desempleados en protesta a Washington, y comenzó su vida de vagabundo.
En 1894, pasó treinta días en la penitenciaría de Erie County en Buffalo (Nueva York) por vagabundeo. En The Road, escribió:
La manipulación del
hombre fue simplemente uno de los menores horrores no aptos de mención, para
evitar ofensas morales, de la penitenciaría de Erie County. Digo que no es
'apto de mención'; y en justicia debo decir también 'inconcebible'. Eran
inconcebibles para mi hasta que las ví, y no era un jovencito con respecto a la
vida y los tremendos abismos de la degradación humana. Se requeriría de una
caída en picado considerable para alcanzar lo más bajo de la penitenciaría de
Erie County, y lo hago pero rozo suave y chistosamente lo superficial de las
cosas tal como las vi allí.
Después de varias experiencias como vagabundo y marinero, London regresó a
Oakland, donde acudió a la Oakland High School, contribuyendo con varios artículos
para la revista de la secundaria, The
Aegis. Su primera publicación fue "Typhoon off the coast of
Japan", donde relató sus experiencias como marino.
Jack London deseaba entrar desesperadamente a la Universidad de California y, en 1896, después de un verano de
estudio intenso, lo hizo; pero los problemas financieros lo obligaron a irse en
1897 y nunca se graduó. Kingman dice que "no hay ningún antecedente de que
escribiera para publicaciones estudiantiles" ahí.
En 1899, London comenzó a trabajar de doce a dieciocho horas al día en la
enlatadora Hickmott. Buscando una salida de su penoso trabajo, pidió un
préstamo a su madre adoptiva , Jennie Prentiss, y compró la goleta Razzle-Dazzle a un pirata ostrero llamado French
Frank, convirtiéndose en un ostrero a su vez. En la canción folk John Barleycorn declara haber robado a Mamie, la
señora de French Frank. Después
de algunos meses su goleta se dañó sin posibilidad de reparo. Se cambió al lado
de la ley y se hizo miembro de la Patrulla Pesquera de California.
Mientras vivía en su casa de campo arrendada en Lago Merritt (Oakland), London conoció al poeta George Sterling y se convirtieron en buenos amigos.
En 1902 Sterling ayudó a London a encontrar una casa cerca de la suya en
Piedmont, California. En sus cartas London se refería a Sterling como
"griego" debido a su nariz y perfil clásico, y las firmaba con el
seudónimo "Lobo". London se refirió a Sterling como Russ Brissenden
en su novela autobiográfica Martin
Eden (1909) y como Mark Hall
en El valle de la luna (1913).
Tiempo después, Jack London se distinguió en diversos campos, teniendo
varios intereses y una biblioteca personal de 15.000 volúmenes.
Carrera
literaria temprana (1898-1900)

La cabaña de London en
la ciudad de Dawson City, Yukon.
El 25 de julio de 1897, London y su cuñado James Shepard
zarparon para unirse a la fiebre del oro de Klondike donde ambientaría sus primeras
historias importantes. Sin embargo, el tiempo que pasó en Klondike fue perjudicial para su salud y, al
igual que muchos otros que trabajaban mal alimentados en los yacimientos de
oro, desarrolló escorbuto. Sus encías se hincharon,
provocando la pérdida de sus cuatro dientes frontales, sufría constantes
dolores en la cadera y los músculos de las piernas, y su cara se cubrió de
llagas. Afortunadamente para él y todos los que estaban cayendo enfermos, el
padre William Judge, "el santo de Dawson",
había abierto un refugio en Dawson que les facilitaba abrigo, comida y
algunas medicinas.
London sobrevivió las duras condiciones de Klondike, y esta lucha contra la
muerte inspiró la que a menudo es catalogada como su mejor historia corta:
"To Build a Fire". La famosa versión de esta historia fue publicada
en 1908, pero antes se había publicado una totalmente distinta en 1902. Labor,
en una antología, dice que "comparar las dos versiones es a su vez una
lección instructiva en lo que distingue un trabajo artístico literario
estupendo de una buena historia para niños". La historia trata sobre un
terco e inútil buscador de oro que ignorando los peligros de la naturaleza, al
final muere congelado por no ser capaz de hacer una simple fogata. London
podría haberse identificado con el personaje, y debió presenciar actos
parecidos en la vida real mientras estaba en Klondike.
Sus terratenientes en Dawson fueron dos ingenieros en minas llamados
Marshall y Louis Bond, los cuales estudiaron en Yale y Standford. Su padre,
(Juez Federal) "Judge" Hiram Bond, fue un rico inversionista de la
minería. Los Bonds, especialmente Hiram, eran republicanos activos. En el
diario de Marshall Bond se mencionan las amistosas luchas verbales sobre temas
políticos como un pasatiempo.
Jack dejó en Oakland a un creyente del trabajo ético con conciencia social
y conocimientos socialistas y se convirtió en un partidario activo del
socialismo. También concluyó que sólo su fe de escapar de la trampa del trabajo
fue conseguir una educación y "vender sus pensamientos". Durante toda
su vida vio la escritura como un negocio, su pasaporte de salida de la pobreza,
y esperaba una forma de llevar la riqueza a su propio juego.
Cuando regresó a Oakland en 1898, empezó a luchar seriamente para entrar en
la impresión, una lucha memorable descrita en su novela Martin Eden. Su primera
historia publicada fue To the
Man On Trail. Cuando The
Overland Monthly le ofreció
únicamente 5 dólares por ella—y tardó en pagarle—Jack
London se acercó a un punto en el que se planteó abandonar su carrera
literaria. En sus propias palabras, "literal y literariamente fui
salvado" cuando The Black
Cat (en español "El Gato
Negro") aceptó su novela "Un millar de muertes" pagándole por
ella 40 dólares—"el primer dinero que recibí por una historia".
Jack London fue afortunado durante su carrera literaria. Comenzó
simplemente con nuevas tecnologías de impresión que permitían la producción de
revistas de bajo coste. Esto resultó en una revolución para las revistas
populares dirigidas a un amplio público, y un mercado fuerte para las historias
cortas de ficción. En el año 1900, ganó aproximadamente 2.500 dólares
con sus historias, el equivalente a unos 75.000 dólares actualmente. Su carrera
estaba encaminada hacia el éxito.
Entre las obras que vendió a las revistas se encontraba la historia corta
conocida indistintamente como "Batarde" y "Diable" en dos
ediciones de la misma y básica historia. Un cruel franco-canadiense que
maltrata a su perro. El perro como venganza le provoca la muerte. London fue
criticado por representar a un perro como la encarnación del mal. Contaría de
algunas de sus críticas que las acciones del hombre son la causa principal del
comportamiento de sus animales y que lo mostraría en su próxima historia corta.
La pequeña historia para el periódico Saturday
Evening Post titulada
"La llamada de la selva" fue algo larga. La historia comienza en un
Estado de Santa Clara y representa un perro cruce de San
Bernardo y Shepard llamado Buck. De hecho, la primera
escena es una descripción de la granja de la familia Bond y Buck está basado en
el perro que le fue prestado en Dawson por sus terratenientes. London visitó a
Marshall Bond en California topándose de nuevo con él en una conferencia
política que tuvo lugar en San Francisco en 1901.
Su
primer matrimonio (1900-1904)
Jack London contrajo matrimonio con Bess Maddern el 17 de abril de 1900, el
mismo día que The Son of the
Wolf fue publicado. Bess
había sido parte de su círculo de amigos durante algunos años. Stasz dice
"Ambos reconocieron públicamente que no se casaban por amor, pero sí por
amistad y por la creencia de que concebirían hijos fuertes". Kingman dice "ellos se
encontraban a gusto juntos... Jack había dejado claro a Bessie que no la amaba,
pero que le gustaba lo suficiente para tener un matrimonio satisfactorio".
Durante el matrimonio, Jack London continuó su amistad con Anna Strunsky,
co-escribiendo The
Kempton-Wace Letters, una
novela epistolar contrastando el romanticismo con un amor científico. Anna,
escribiendo las cartas de "Dane Kempton", demostraba un punto de
vista romántico frente al matrimonio, mientras que Jack, que escribía las
cartas de "Herbert Wace", mostraba un punto de vista científico,
basado en el Darwinismo y las mejoras provocadas en la descendencia que se
podía producir. En la novela, su personaje ficticio contrasta dos mujeres que
London conocía:
[La primera era] una loca, lasciva criatura, maravillosa, inmoral y llena
de vida hasta el borde. Mi sangre palpita caliente incluso ahora que la vuelvo
a conjurar... [La segunda era] una mujer de pechos soberbios, la madre
perfecta, hecha primordialmente para reconocer el agarre de los labios de un
hijo. Ya sabes, ese tipo de mujer. "Las madres de los hombres", las
llamo. Y por tanto tiempo existen esta clase de mujeres en la tierra, quizás
debamos mantener por dicho tiempo la fe en la semilla de los hombres. La
lasciva era la pareja sexual, pero esta era la mujer madre, la última, más
grande y sagrada en la jerarquía de la vida.
Wace declara:
Me propongo ordenar mis aventuras amorosas de una forma racional... Porque
me caso con Hester Stebbins. No estoy impulsado por la locura sexual arcaica de
la bestia, ni por la locura romántica obsoleta del hombre antiguo. Contraigo
enlace y la razón me dice que está apoyado en la salud, en la sensatez y la
compatibilidad. Mi intelecto disfrutará de este enlace.
Analizando el porqué del "fue impulsado hacia la mujer", tiene la
intención de casarse, Wace dice:
Fue la anciana Madre Naturaleza la que llora por nuestra causa, cada hombre
y mujer, para la progenie. Su único y eterno lamento: ¡PROGENIE! ¡PROGENIE!
Jack con sus hijas Becky
(izquierda) y Joan.
En la vida real, el nombre cariñoso de Jack para Bess era
"Mami-Niña" y el de Bess para Jack era "Papi-Niño". Su primer hija, Joan, nació el 15 de
enero de 1901, y la segunda, Bessie (más tarde llamada Becky), el 20 de octubre
de 1902.
A pie de foto en las imágenes del álbum de fotos, reproducido en parte en
la memoria de Joan London, "Jack London y Sus Hijas", publicado
póstumamente, muestra la felicidad inconfundible de Jack London y el orgullo en
sus hijas. Pero el propio matrimonio se ponía a prueba de forma continua.
Kingman, en 1979, dice que en 1903 "la ruptura... era inminente... Bessie
era una buena mujer, pero eran extremamente incompatibles. No quedaba nada de
amor. Incluso la compañía y el respeto se había esfumado después del
matrimonio". No obstante, "Jack seguía siendo amable y gentil con
Bessie, incluso cuando Cloudsley Johns fue invitado en su casa en febrero de
1903 no sospechó la ruptura de su matrimonio".
De acuerdo a Joseph Noel, 1940, "Bessie era la madre eterna. Vivía
primero para Jack, corregía sus manuscritos, le ayudaba con la gramática, pero
cuando nacieron sus hijas ella vivió por ellas. Este fue su gran honor y su
primer error garrafal". Jack se quejaba a Noel y George Sterling que
"ella es devota hasta la pureza. Cuando le digo que su moralidad es solo
la evidencia de una presión baja de la sangre, me odia. Me vendería junto con
mis hijos por su maldita pureza. Esto es terrible. Cada vez que regresó después
de haber estado fuera de casa por una noche, ella no me permite estar en la
misma habitación que ella a no ser que no haya más remedio".
El 24 de julio de 1903, Jack London le dijo a Bessie que se marchaba y se
iba de casa; durante 1904 Jack y Bess negociaron los términos del divorcio, y
el fallo fue concedido el 11 de noviembre de 1904.
Acusaciones
de plagio
London en su despacho.
Jack London fue acusado de plagio en numerosas ocasiones durante su
carrera. Era vulnerable no solo porque fuera un excelente y exitoso escritor,
sino también debido a sus métodos de trabajo. En una carta a Elwyn Hoffman
escribió "expresión, como sabes —conmigo— es mucho más fácil que la
invención". London se hizo con argumentos de historias cortas y novelas
del joven Sinclair Lewis y usaba incidentes que aparecían en
recortes de periódico como material sobre el que basar sus historias.
Egerton R. Young declaró que La
llamada de la selva se tomó
de su libro My Dogs in the
Northland. La respuesta de London fue reconocer haberla usado como fuente;
declaró haberle escrito una carta a Young para agradecérselo.
En julio de 1902, dos piezas de ficción aparecieron en el mismo mes: Moon-Face de Jack London en el San Francisco Argonaut y The
Passing of Cock-eye Blacklock de
Frank Norris, en Century.
Los periódicos hicieron comparaciones paralelas de las historias, las cuales
London definía como "bastante diferentes en el tratamiento, [pero]
patentemente iguales en fundación y motivación". Jack London explicó que
ambos escritores basaron sus historias en el mismo hecho aparecido en la
prensa. En consecuencia, se descubrió que un año antes, un tal Charles Forrest
McLean había publicado otro relato de ficción basado en el mismo incidente.
En 1906 el periódico New
York World publicó columnas
"terriblemente paralelas" que mostraban de una parte dieciocho
pasajes del relato de London llamado Love
of Life y por otra pasajes
similares del artículo de no ficción de Augustus Biddle y J. K Macdonald
titulado Lost in the Land of
the Midnight Sun (en español
"Perdido en la tierra del Sol de Medianoche"). Según Joan London,
hija de London, el paralelismo "[demostrado] más allá de la pregunta de si
Jack había reescrito meramente el relato de Biddle". (Jack London
seguramente habría objetado acerca de la palabra "meramente".) En
respuesta, London advirtió que el mundo no le acusó de "plagio", solo
de "identidad temporal y de situación", para lo cual "se declaró
culpable" definitivamente. London reconoció el uso del relato de Biddle,
citando otras numerosas fuentes que había usado, y afirmó «Yo, en el curso de hacer
girar mi vida del periodismo hacia la literatura, usé material proveniente de
varias fuentes las cuales habían sido coleccionadas y narradas por hombres que
hicieron tornar los aspectos de la vida en periodismo».
El incidente más serio envolvió al capítulo 7 de El
talón de hierro,
titulado "La visión del obispo". El capítulo fue casi idéntico al
ensayo irónico de Frank Harris, publicado en 1901, titulado "El obispo de
Londres y la moralidad pública". Harris se indignó y sugirió que debería
recibir la sesentava parte de los beneficios obtenidos por El talón de hierro, el
problemático material que constituía aquella fracción de la novela completa.
Jack London insistió que él había copiado una reimpresión del artículo el cual
apareció en un periódico estadounidense, y lo creyó como las palabras genuínas
pronunciadas por el Obispo de Londres. Joan London definió esta defensa como
"poco convincente, efectivamente".22
Rancho
Hermoso (1910-1916)
En 1910, Jack London compró un rancho de 1.000 acres (4 km²) en Glen Ellen, en el
condado de Sonoma, California, por 26.000 dólares. Escribió que "Después
de mi mujer, el rancho es la cosa más querida en el mundo para mí".
Deseaba desesperadamente que el rancho se convirtiera en una empresa de
negocios de éxito. Escribir, siempre una empresa comercial con London, se
convertiría ahora más cercana hacia un final: "Escribo un libro por la
razón de añadir trescientas o cuatrocientas acres [1 or 2 km²] más a mi
magnífico estado". Después de 1910, sus obras literarias fueron en su
mayoría composiciones literarias de pobre calidad escritas rápido para hacer
dinero, escritas por la necesidad de proporcionar ingresos para el rancho. Joan
London escribe "Pocos críticos se molestaban siquiera en evaluar su
trabajo seriamente, era obvio que Jack no se iba a esforzar más".
Clarice Stasz escribe que London "había llevado completamente al
corazón la visión, expresada en su ficción agraria, de la tierra como la
versión más cercana del edén en la Tierra... estudió él mismo
manuales de agricultura y tomos científicos. Concibió un sistema de rancho que
hoy sería elogiado por su sabiduría ecológica". Estaba orgulloso del
primer silo de cemento en California, que diseñó
él mismo a partir de una granja de cerdos circular. London esperaba adaptar la sabiduría
de la agricultura asiática sostenible a los Estados Unidos.
El rancho fue, por muchas medidas, un fallo colosal. Los observadores
amables tales como Stasz trataron sus proyectos como potencialmente factibles,
y atribuyen su fallo a la mala suerte o a ser pionero para su época. Los
observadores menos amables como Kevin Starr sugieren que fue un mal gestor,
distraído por otros negocios y perjudicado por su alcoholismo. Starr hace notar
que London estuvo ausente en su rancho por año y medio entre 1910 y 1916, y
dice "Le gustaba la parafernalia del poder de directivo, pero no prestar
atención a los detalles... Los trabajadores de London se rieron de sus
esfuerzos de jugar a ser un ranchero y consideraron que era el hobby de un
hombre rico".
El rancho es actualmente un punto de referencia histórico nacional en los
Estados Unidos.
Puntos
políticos
Jack London se hizo socialista a la edad de 20 años. Previamente, había
estado poseído de un optimismo reprimido el cual venía de su salud y su fuerza,
actuando de forma individual, trabajando duro y viendo al mundo como algo
bueno. Pero tal como detalla en su ensayo, "Como me convertí en
socialista", sus puntos de vista socialistas comenzaron cuando se abrieron
sus ojos a los miembros de lo más bajo del foso social. Su optimismo e
individualismo perdieron intensidad, y juró que nunca más trabajaría más duro
de lo necesario. Escribe que su individualismo fue machacado, y que renació un
socialista. London se unió primero al Partido Socialista Laboral en abril de 1896.
En 1901, abandonó dicho partido y se unió al nuevo Partido Socialista de América. En 1896 el periódico llamado San Francisco Chronicle publicó una historia sobre el London
de 20 años que en el City Hall
Park de Oakland y de noche,
dio una charla acerca de socialismo a la multitud congregada—una actividad por
la cual fue arrestado en 1897. Fue presentado como alcalde de Oakland en dos
ocasiones: en 1901, resultando no elegido al recibir 245 votos y en 1905,
mejorando su porcentaje de votos (981 votos) pero sin alcanzar su objetivo.
London hizo una gira por el país conferenciando sobre socialismo en el año 1906
y publicó colecciones de ensayos cuya temática era el socialismo (La guerra
de las Clases, 1905; Revolución
y otros Ensayos, 1910).
London en 1904.
A menudo se despedía en sus cartas con la frase "Vuestro para la
Revolución" (en inglés Yours
for the Revolution).
Stasz hace notar que "London consideraba a los Wobblies (miembros de Industrial Workers of the World, en español Trabajadores Industriales del Mundo)
como una adición bien recibida a la causa socialista, aunque nunca se les unió
en las pretensiones por las que establecían emplear el sabotaje".24 Menciona un encuentro personal entre
London y Big Bill Haywood en 1912.
Es evidente un punto de vista socialista en sus obras, más notable si cabe
en su novela El talón de
hierro. El socialismo de Jack London venía del corazón y de su experiencia
en la vida, y no de la teoría o del socialista intelectual.
En sus años en el rancho Glen Ellen, London sintió un ligero sentimiento
ambivalente hacia el socialismo. Tenía un extraordinario éxito financiero como
escritor, y quería desesperadamente alcanzar el mismo éxito con su rancho Glen
Ellen. Se quejó acerca de los "ineficientes trabajadores italianos"
en su empleo. En 1916, renunció al capítulo que constituyó en su vida Glen
Ellen en el partido socialista, pero declaró categóricamente que lo hacía
"debido a su carencia de fuego y lucha, y la pérdida de énfasis en la
lucha de clases".
En un retrato poco favorecedor de los días de Jack London en el rancho,
Kevin Starr en 1973 se refiere a este periodo como "post socialista"
y dice que "... alrededor de 1911 ... London estaba más aburrido de la
lucha de clases que lo que quería admitir". Starr mantiene que el
socialismo de London "siempre tuvo una cariz elitista en él, y una buena
postura de acuerdo". Le gustaba jugar a ser un intelectual de la clase
trabajadora cuando era apropiado a sus propios propósitos. Invitado a una casa
prominente de Piamonte, llevaba una camisa de franela,
pero, según comentó alguien allí, la chapa que llevaba London en solidaridad
con la clase trabajadora "parecía como si hubiera sido especialmente
lavada para la ocasión". Mark Twain dijo "le serviría a London para
hacer que la clase trabajadora tomara el control de las cosas. Tendría que
llamar a la milicia para recolectar sus derechos de autor".
En sus Memorias de Lenin (1930), su mujer, Nadezhda K.
Krupskaya, afirma que dos días antes de su muerte leyó Amor a la Vida a su marido, Vladimir Ilyich Lenin.
Polémica
racial
London compartió la preocupación de muchos californianos por la inmigración
asiática y el denominado peligro amarillo, que utilizó como título de un ensayo
que escribió en 1904.26
Este tema fue también objeto de una historia que escribió en 1910, titulada The Unparalleled Invasion. Ambientada en 1976, London describe
una China con sobrepoblación que conquista y coloniza los países vecinos, con
la eventual pretensión de tomar el mundo entero. Las naciones occidentales
responden bombardeando China con decenas de las enfermedades más infecciosas.
El genocidio, que se describe con bastante detalle, es descrito a lo largo de
todo el libro como justificado y "la única solución posible al problema de
China", y en ningún lugar se expresa ninguna objeción. Sin embargo, muchos
de los cuentos de London destacan por su retrato empático de personajes
mexicanos, asiáticos y hawaianos. En su correspondencia de la guerra
ruso-japonesa, así como su novela inconclusa "Cherry", muestra gran
admiración por las costumbres y capacidades japonesas.
London
y el boxeo. Durante su corta vida,
London tuvo numerosos intereses, entre los que se encontraba el boxeo. El
escritor realizó varios trabajos como corresponsal cubriendo los principales
hitos pugilísticos de comienzos del siglo XX. El mayor de ellos fue la llamada
'Pelea del Siglo' que enfrentó en 1910 a Jack Johnson -negro y de extremada mala reputación- contra James
Jeffries, favorito del público blanco y némesis planteada por la prensa de la
época. El combate acabó con victoria por KO del campeón negro, púgil al que
London había acusado durante la previa del encuentro con términos racistas.
Pero además, London trasladó su pasión por el boxeo a la literatura,
escribiendo una serie de cuentos que sería publicados bajo el título 'Knock
Out: tres historias de boxeo'.
Muerte

Sepultura de Jack y Charmian London.
La muerte
de Jack London está llena de controversia. Muchas fuentes antiguas la describen
como un suicidio, y algunas todavía lo hacen. Sin
embargo, esto parece presentarse como un rumor, o como una especulación apoyada
en los incidentes que tienen lugar en sus escrituras ficticias. Su certificado
de muerte establecía la causa en una uremia. Murió el 22 de noviembre de 1916.
Se sabe que sufría un dolor extremo y que estaba tomando morfina, y es
posible que una sobredosis de morfina, accidental o deliberada, pudo
contribuir. Clarice Stasz, en una biografía encapsulada, escribe "La
subsecuente muerte de London, por un cierto número de razones, se muestra como
un mito biográfico desarrollado, en el cual se le clasifica como un alcohólico
mujeriego que se suicidó. Una investigación reciente apoyada en documentos de
primera mano cuestiona esta caricatura".
El suicidio aparece en
las historias de London. En su novela autobiográfica Martin
Eden, el protagonista se suicida muriendo ahogado. En su
memoria autobiográfica John Barleycorn, declara, como
adolescente, haber tropezado en estado de embriaguez, cayendo por la borda a la
Bahía de San Francisco, "algún parloteo exorbitante cuando baja la marea
me obsesionó de pronto", y fue a la deriva por horas intentando ahogarse a
sí mismo, casi consiguiéndolo antes de que se le pasara la borrachera y fuera
rescatado por un pescador. Un hecho paralelo ocurre en el desenlace de The Little Lady of the Big House, en el
cual la heroína, enfrentada al dolor de una herida mortal e intratable causada
por un disparo, experimenta un suicidio asistido por medio de la morfina. Estos
hechos en sus historias probablemente contribuyeron al mito bibliográfico.
Los restos mortales de
Jack London están enterrados, junto con los de su esposa Charmian, en el Parque
Histórico Jack London, ubicado en Glen Ellen, California. La tumba simple está
marcada con un pedrusco mohoso.
Obras
Novelas
Portada de Turtles
of Tasman, escrito por Jack London.
·
The Cruise of the
Dazzler (1902)
·
A Daughter of the Snows (1902)
·
Children of the Frost (1902)
·
La llamada de lo salvaje (The Call of the Wild) (1903)
·
The Kempton-Wace Letters (1903) Publicado anónimamente, co-escrito junto a Anna Strunsky.
·
The Game (1905)
·
Antes de Adán (Before Adam) (1907)
·
Burning Daylight (1910)
·
Adventure (Aventura) (1911)
·
El Mexicano (1911)
·
Smoke Bellew (1912)
·
The Scarlet Plague (1912)
·
The Abysmal Brute (1913)
·
The Valley of the Moon (1913)
·
The Mutiny of the
Elsinore (1914)
·
The Star Rover (1915) (publicado en Inglaterra bajo el título "The Jacket")
·
El Vagabundo de las
Estrellas (The wanderer of the Stars) (1915)
·
The Little Lady of the
Big House (1916)
·
The Turtles of Tasman (1916)
·
Michael, Brother of
Jerry (1917)
·
Hearts of Three (1920) (adaptación de un guion hecho por Charles Goddard)
Memorias
autobiográficas
·
The Road (1907)
·
Martin Eden (1909)
·
John Barleycorn (1913)
No ficción y
ensayos
·
Revolution, and other
Essays (1910)
·
How I became a socialist
·
El Crucero del Snark
(The Cruise of the Snark) (1911)
Relatos
·
El hijo del lobo (1900)
·
Encender una hoguera (To Build a Fire, 1902, modificada en 1910)
·
"Diable"
·
"An Odyssey of the
North"
·
"To the Man on
Trail"
·
"The Law of
Life"
·
"Moon-Face"
·
"The Leopard Man's
Story" (1903)
·
"Love of Life"
·
"All Gold
Canyon"
·
"The Apostate"
·
El chinago ("The Chinago")
·
Por un biftec "A Piece of Steak"
·
"Good-by,
Jack"
·
"Samuel"
·
"Told in the
Drooling Ward"
·
"The Mexican"
·
"The Red One"
·
El silencio blanco ("The White Silence")
·
"The Madness of
John Harned"
·
"A Thousand
Deaths"
·
"The Rejuvenation
of Major Rathbone"
·
"Even unto
Death"
·
"A Relic of the
Pliocene"
·
"The Shadow and the
Flash"
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"The Enemy of All
the World"
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"A Curious
Fragment"
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"Goliah"
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"The Unparalleled
Invasion"
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"When the World was
Young"
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"The Strength of
the Strong"
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"War"
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La peste escarlata ("The Scarlet Plague")
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"The Red One"
Obras de teatro
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The Acorn Planter: a
California Forest Play (1916)
Sitios
sobre Jack London
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The Jack London Collection Sitio que entrega información
sobre London y una colección de sus escritos (en inglés)
El burlado
[Cuento
- Texto completo.]
Jack London
Aquél
era el final. Subienkow había recorrido un largo camino de amargura y horrores,
guiado, como una paloma, por el instinto que lo llevaba hacia las capitales de
Europa, y allí, en el punto más lejano, en la América rusa, el sendero acababa.
Estaba sentado en la nieve con los brazos atados a la espalda, esperando la
tortura. Miró con curiosidad al enorme cosaco que, tendido de bruces sobre la
nieve, gemía de dolor frente a él. Los hombres habían acabado con el gigante y
se lo habían entregado a las mujeres. Sus gritos atestiguaban que ellas habían
excedido en crueldad a los varones.
Subienkow
miró y se estremeció. No temía a la muerte. En el largo camino de Varsovia a
Nulato había arriesgado la vida demasiadas veces para temerle ahora al simple
hecho de morir. Lo que sí le asustaba era la tortura. Era una afrenta a su
espíritu. Una afrenta, no por el dolor que tuviera que soportar, sino por el
triste espectáculo que le haría ofrecer ese dolor. Sabía que rogaría, que
suplicaría, que imploraría como lo habían hecho el Gran Iván y los que le
habían precedido. Y eso le repugnaba. Con valor y serenidad, con una sonrisa y
una chanza… así había que morir. Pero perder el control, dejar que el dolor de
la carne afectara su espíritu, chillar y escandalizar como un simio, rebajarse
a la categoría de bestia… eso era lo terrible.
No
había tenido ocasión de escapar. Desde el primer momento, desde el día en que
se había entregado al sueño apasionado de la independencia de Polonia, había
sido un títere en manos del destino. Desde el primer momento… A través de
Varsovia, de San Petersburgo, de las minas de Siberia, de Kamchatka, de los
barcos alucinantes de los ladrones de pieles, el destino le había ido
conduciendo hasta este terrible final. Indudablemente, en los cimientos del
universo estaba escrito que acabaría así. Él, un hombre fino y sensible, con
los nervios a flor de piel, un soñador, un poeta, un artista… Aun antes de que
nadie imaginara su existencia se había sentenciado que aquel manojo estremecido
de sensibilidad que había de ser su persona sería condenado a vivir en la
brutalidad más cruda y vociferante y a morir en ese reino lejano de la noche,
en ese lugar oscuro situado más allá del último confín.
Suspiró.
Aquel bulto informe que tenía ante él era el Gran Iván, el gigante, el hombre
sin nervios, el de temple de acero, el cosaco convertido en pirata de los
mares, flemático como el buey y dotado de un sistema nervioso tan resistente
que lo que el hombre común consideraba dolor era para él apenas un simple
cosquilleo. Pues bien, nadie como esos indios nulatos para encontrar los
nervios de Iván y seguirlos hasta la raíz de su espíritu estremecido.
Indudablemente lo habían conseguido. Era inconcebible que un hombre pudiera
sufrir tanto y, sin embargo, seguir viviendo. El Gran Iván estaba pagando caro
el temple de sus nervios. Ya había durado más del doble que cualquiera de los
otros.
Subienkow
se dio cuenta de que no podía aguantar por más tiempo el sufrimiento del
cosaco. ¿Por qué no moría ya? Si no dejaba de oír sus gritos, pronto se
volvería loco. Pero cuando éstos cesaran, le llegaría el turno a él. Y para
colmo, allí estaba Yakaga, sonriéndole de antemano con una mueca brutal…
Yakaga, el hombre a quien sólo la semana anterior había arrojado del fuerte
cruzándole la cara con el látigo que utilizaba para los perros. Yakaga se
encargaría con gusto de él. Seguro que le reservaba torturas más refinadas, más
exquisitas que las que destinaban a los otros.
¡Ay!
Del grito de Iván dedujo que aquél había sido un buen golpe. Las indias que se
cernían sobre el cosaco retrocedieron un paso entre palmas y carcajadas.
Subienkow vio entonces la acción monstruosa que habían perpetrado y comenzó a
reír histéricamente. Las mujeres le miraron asombradas. Pero Subienkow no podía
dejar de reír.
Así no
llegaría a ninguna parte. Se dominó, y poco a poco sus sacudidas espasmódicas
se fueron calmando. Se esforzó por pensar en otras cosas y comenzó a leer en su
pasado. Recordó a su padre y a su madre y al pony de pintas que le habían
regalado, y al profesor de francés que le había enseñado a bailar y le había
prestado a hurtadillas un libro de Voltaire, viejo y manoseado. Una vez más vio
a París, y el Londres melancólico, y la alegre Viena, y Roma. Y una vez más vio
a aquel grupo bravío de jóvenes que, como él, habían soñado con una Polonia
independiente y con instaurar a un rey polaco en el trono de Varsovia. Allí
había comenzado el largo camino. Al menos él era el que más había durado. Uno
por uno, comenzando por los dos que habían ejecutado en San Petersburgo, había
visto caer a todos aquellos valientes: uno aquí a manos de un carcelero, otro
allá en el camino sangriento de exilio que habían recorrido durante meses sin
fin, otro más vencido por los golpes y malos tratos de los guardas cosacos. Siempre
el mismo salvajismo; un salvajismo brutal, bestial… Habían muerto de fiebres,
en las minas, bajo el azote del látigo. Los dos últimos habían sucumbido en la
huida, en la batalla con los cosacos. Sólo él había logrado llegar a Kamchatka
con los documentos y el dinero robados a un viajero que había dejado agonizando
sobre la nieve.
No
había visto sino brutalidad. Todos aquellos años, mientras tenía el pensamiento
puesto en salones, en teatros y en cortes, la brutalidad lo había asediado.
Había comprado su vida con sangre. Todos se habían manchado las manos. Él mismo
había asesinado a aquel viajero para poder robarle el pasaporte. Había tenido
que probar su valor manteniendo sendos duelos con dos oficiales rusos en un
mismo día. Había tenido que demostrar su valentía para ganarse un puesto entre
los ladrones de pieles. Tras él quedaba el interminable camino que atravesaba
toda Siberia y toda Rusia. No podía volver atrás; por allí no había escape
posible. No le quedaba más opción que seguir adelante, atravesar el mar de
Bering, oscuro y helado, para llegar a Alaska. El camino lo había llevado del
puro y simple salvajismo a un salvajismo aún más refinado. En los barcos de
ladrones de pieles, castigados por el escorbuto, sin comida ni agua, asediados
por las inacabables tormentas de aquel mar tormentoso, los hombres se
convertían en animales. Tres veces había salido de Kamchatka en dirección al
Este. Y otras tantas, después de pasar toda clase de sufrimientos y
penalidades, los sobrevivientes habían vuelto a Kamchatka. No había posibilidad
de huir y no podía volver al punto de partida, donde las minas y el látigo
aguardaban. De nuevo, por cuarta y última vez, había zarpado hacia el Este.
Había partido con los que descubrieron las fabulosas islas de las Focas, pero
no había regresado con ellos para participar en el reparto de pieles ni en las
bulliciosas orgías de Kamchatka. Había jurado no volver atrás. Sabía que si
quería llegar a sus queridas capitales de Europa tenía que seguir siempre
adelante. Y por eso había subido a bordo de otro barco y había permanecido en
las oscuras tierras del Nuevo Continente. Sus compañeros de tripulación eran
cazadores eslavos, aventureros rusos y aborígenes mongoles, tártaros y
siberianos. Juntos habían abierto un camino de sangre entre los salvajes de
aquel mundo nuevo. Habían exterminado aldeas enteras y se habían negado a pagar
los tributos de pieles, pero a su vez habían sido víctimas de las matanzas a
que los sometían otras tripulaciones. Él y un tal Finn habían sido los únicos
supervivientes de la suya. Habían pasado un invierno de soledad y de hambre en
una isla desierta del archipiélago de las Aleutianas y al fin, en primavera, la
posibilidad entre mil de que los rescatara otro navío se había realizado.
Pero el
salvajismo más terrible los seguía asediando. De barco en barco, siempre
negándose a volver, había ido a parar a un navío que se dirigía a explorar las
tierras del Sur. A todo lo largo de la costa de Alaska no habían encontrado
sino hordas de salvajes. Cada anclaje que efectuaban entre las islas abruptas o
bajo los acantilados amenazadores de la tierra firme había significado una
batalla o una tormenta. O soplaban vientos que amenazaban con destruirlos o
llegaban las canoas cargadas de nativos vociferantes con rostros cubiertos de
pinturas de guerra que venían a aprender qué virtudes sangrientas poseía la
pólvora de aquellos señores del mar. Siempre navegando rumbo al Sur, habían
bordeado la costa hasta llegar a las míticas tierras de California. Se decía
que grupos de aventureros españoles habían logrado abrirse camino hasta allí
partiendo de México. En esos aventureros españoles había puesto su esperanza.
Si hubiera logrado encontrarse con ellos, el resto habría sido fácil (un año o
dos más, ¿qué importaba?). Habría llegado a México; luego un barco, y Europa
habría sido suya. Pero no había dado con los españoles. Sólo había tropezado
con la eterna muralla inexpugnable de salvajismo. Los habitantes de los
confines del mundo, cubiertos sus rostros de pinturas de guerra, les habían
obligado a replegarse una y otra vez. Al fin, un día en que éstos lograron
apoderarse de uno de sus barcos y exterminar a toda la tripulación, el que
tenía el mando de la flota decidió abandonar la empresa y regresar al Norte.
Pasaron
los años. Estuvo a las órdenes de Tebenkoff cuando se construyó el fuerte de
Michaelovski. Pasó dos años en la región del Kuskokwim. Dos veranos, en junio
logró llegar al extremo del estrecho de Kotzebue. Allí era donde las tribus se
reunían a traficar, donde se encontraban pieles moteadas de venado siberiano,
marfil de las Diomedes, pieles de morsa de las costas del Ártico, extraños
candiles de piedra que pasaban de tribu en tribu y cuyo origen nadie conocía, y
hasta un cuchillo de caza fabricado en Inglaterra. Aquél, Subienkow lo sabía,
era el mejor lugar para aprender geografía. Porque halló allí esquimales del
estrecho de Norton, de las islas del Rey y de la isla de San Lorenzo, del cabo
Príncipe de Gales y de Punta Barrow. Allí aquellos lugares tenían otros nombres
y las distancias se medían en jornadas.
Era una
región vasta la de procedencia de aquellos salvajes, y más vasta todavía era la
región desde donde habían llegado hasta ellos, por caminos interminables, los
candiles de piedra y el cuchillo de acero. Subienkow amenazaba, halagaba y
sobornaba. Todos los viajeros y los nativos de alguna extraña tribu eran
llevados a su presencia. Allí se mencionaban peligros sin cuento, animales
salvajes, tribus hostiles, bosques impenetrables y majestuosas cadenas montañosas;
y siempre, de lugares aún más lejanos, llegaban rumores de la existencia de
hombres de piel blanca, ojos azules y cabellos rubios que peleaban como diablos
y que buscaban pieles. Hacia el Este decían que se hallaban; muy lejos, siempre
hacia el Este. Nadie los había visto. Era un rumor que corría de boca en boca.
Fue
aquél un duro aprendizaje. Se adquirían conocimientos de geografía a través de
extraños dialectos, a través de mentes oscuras que mezclaban la realidad con la
fábula y que medían las distancias en jornadas, que variaban según la
dificultad del camino. Pero al fin llegó un rumor que le hizo concebir
esperanzas. Al Este había un gran río donde se hallaban los hombres de ojos
azules. El río se llamaba Yukón. Al sur del fuerte Michaelovski desembocaba
otro gran río que los rusos conocían con el nombre de Kwikpak. Los dos eran el
mismo, decía el rumor.
Subienkow
volvió a Michaelovski. Durante un año trató de organizar una expedición al
Kwikpak. Al fin convenció a Malakoff, el mestizo ruso, de que se pusiera al
frente de una mixtura infernal, la horda más salvaje y feroz de aventureros
mestizos que jamás hubiera salido de Kamchatka. Subienkow iba de lugarteniente.
Recorrieron los laberintos del delta del Kwikpak, atravesaron las colinas de la
ribera norte del río y en canoas de piel cargadas hasta la borda de mercancías
para traficar y de munición lucharon a lo largo de quinientas millas contra las
corrientes de cinco nudos de aquel río de una anchura que oscilaba entre dos y
diez millas y de muchas brazas de profundidad. Malakoff decidió construir un
fuerte en Nulato. Subienkow le instó a seguir adelante, pero pronto se
reconcilió con la idea. El largo invierno se echaba encima. Sería mejor
esperar. A comienzos del verano siguiente, cuando se derritieran los hielos,
remontarían el Kwikpak y se abrirían paso hasta las factorías de la Compañía de
la Bahía de Hudson. Malakoff no había oído el rumor de que el Kwikpak era el
Yukón, y Subienkow no se lo dijo.
Y
comenzaron a construir el fuerte. Lo hicieron sobre la base de trabajos
forzados. Las murallas formadas por hileras de troncos se elevaron entre
suspiros y quejas de los indios mulatos. El látigo restalló sobre sus espaldas,
y era la mano de hierro de los bucaneros del mar la que sostenía el látigo.
Algunos indios huían. Cuando lograban capturarlos, los traían hasta el fuerte,
los obligaban a tenderse de bruces ante la puerta y allí demostraban a la tribu
la eficacia del látigo. Dos murieron bajo los azotes; muchos quedaron mutilados
de por vida, y el resto aprendió la lección y no volvió a intentar la huida.
Antes de que vinieran las nieves, el fuerte estaba terminado. Había llegado la
época de las pieles. Impusieron a la tribu un pesado tributo. Para obligar a
los indios a satisfacerlo, redoblaron los golpes y los latigazos, tomaron a
mujeres y niños como rehenes y les trataron con la crueldad de que sólo los
ladrones de pieles son capaces. Habían sembrado sangre y llegó el momento de la
cosecha. Ahora el fuerte había desaparecido. A la luz de las llamas la mitad de
los ladrones de pieles fue pasada a cuchillo. La otra mitad murió como
consecuencia de las torturas. Sólo quedaba Subienkow o, mejor dicho, sólo
quedaban Subienkow y el Gran Iván, si es que aquella masa informe que gemía y
gimoteaba sobre la nieve podía llamarse el Gran Iván. Subienkow sorprendió en
el rostro de Yakaga una mueca dirigida a él. Con Yakaga allí no había
posibilidad de salvación. Aún llevaba en el rostro la marca de su látigo.
Después de todo no podía reprochárselo, pero lo estremecía pensar lo que aquel
indio podía hacerle. Pensó en recurrir a Makamuk, el jefe de la tribu, pero su
sentido común le dijo que sería inútil. Pensó también en romper sus ligaduras y
morir peleando. Al menos así su fin sería más rápido. Pero no pudo desatarse.
Las correas de caribú eran más fuertes que él. Siguió pensando y se le ocurrió
una idea. Pidió ver a Makamuk y que trajeran un intérprete que conociera la
lengua de la costa.
-¡Oh,
Makamuk! -le dijo-. Yo no estoy destinado a morir. Soy un gran hombre y sería
una locura que muriera. En verdad debo seguir viviendo. Yo no soy como esta
carroña -miró el bulto gimiente que había sido el Gran Iván y lo rozó
despectivamente con la punta de su mocasín-. Yo sé demasiado para morir. Mira
que poseo una gran medicina. Yo sólo sé el secreto. Y como no voy a morir,
cambiaré la medicina contigo.
-¿Qué
medicina es esa? -preguntó Makamuk.
-Es una
medicina muy extraña.
Subienkow
fingió debatir consigo mismo unos momentos, como si íntimamente se resistiera a
compartir su secreto.
-Te lo
diré. Si aplicas un poco de esta medicina a tu piel, ésta se vuelve tan dura
como la piedra, tan dura como el hierro, de modo que ni el arma más afilada
puede cortarla. El filo más agudo, el golpe más fiero, resultan vanos contra
ella. Esa medicina torna el cuchillo de hueso en un pedazo de barro y mella el
filo de los cuchillos de acero que nosotros les hemos dado a conocer. ¿Qué me
darás a cambio de mi secreto?
-Te
daré la vida -respondió Makamuk a través del intérprete. Subienkow rió
despectivamente-. Y serás esclavo en mi casa hasta tu muerte.
El
polaco rió con desprecio aún mayor.
-Ordena
que me desaten las manos y los pies y hablaremos -dijo.
El jefe
de la tribu dio la señal. Cuando se vio libre, Subienkow lió un cigarro y lo
encendió.
-Esto
es absurdo -dijo Makamuk-. No existe tal medicina. No puede ser. Nada puede
resistir al filo del cuchillo -Makamuk no lo creía… y, sin embargo, dudaba. Los
ladrones de pieles habían llevado a cabo ante sus ojos demasiados milagros. No
podía desoír sus palabras totalmente-. Te daré tu vida y no serás mi esclavo
-anunció.
-Quiero
más que eso -Subienkow se mostraba tan sereno como si regateara por una piel de
zorro-. Es una medicina milagrosa. Me ha salvado la vida en muchas ocasiones.
Quiero un trineo con perros, y que seis de tus cazadores viajen conmigo río
abajo hasta que me encuentre a una jornada de distancia del fuerte
Michaelovski.
-Tienes
que quedarte entre nosotros y enseñarnos todas tus artes -fue la respuesta.
Subienkow
se encogió de hombros y guardó silencio. Exhaló el humo de su cigarrillo en el
aire helado y miró con curiosidad lo que quedaba del gran cosaco.
-Mira
esa cicatriz -dijo Makamuk de pronto, señalando el cuello del polaco, donde un
trazo lívido delataba la cuchillada recibida una vez en una escaramuza de
Kamchatka-. Tu medicina no sirve de nada. El filo de hierro fue más fuerte que
ella.
-El
hombre que me hirió era muy fuerte -Subienkow meditó-. Más fuerte que tú, más
fuerte que el más fuerte de tus cazadores, más fuerte que él.
De
nuevo rozó con la punta del mocasín el cuerpo del cosaco. Había perdido el
sentido, ofrecía un espectáculo estremecedor y, sin embargo, la vida seguía
aferrada a su cuerpo torturado por el dolor, y se resistía a abandonarlo.
-Además,
la medicina era débil. En ese lugar no crecían las bayas necesarias. En cambio,
ustedes la tienen en abundancia. Mi medicina aquí será fuerte.
-Te
dejaré ir río abajo -dijo Makamuk-, y te daré el trineo y los perros y los seis
cazadores que has pedido para que te acompañen hasta que te halles a salvo.
-Tardaste
en decidirte -fue la fría respuesta-. Has ofendido a mi medicina al no aceptar
inmediatamente mis condiciones. Ahora pido más. Quiero cien pieles de castor
-Makamuk hizo una mueca irónica-. Quiero también cien libras de pescado seco
-Makamuk asintió porque el pescado allí era abundante y barato-. Quiero dos
trineos, uno para mí y otro para transportar las pieles y el pescado. Y quiero
que me devuelvas mi rifle. Si no aceptas en pocos minutos, el precio subirá más.
Yakaga
susurró algo al oído del jefe.
-¿Cómo
sabré que tu medicina obra el milagro que dices? -preguntó Makamuk.
-Eso
será fácil. Primero iré al bosque…
Yakaga
volvió a susurrar al oído de Makamuk, que negó con gesto de recelo.
-Manda
a veinte cazadores conmigo -continuó Subienkow-. Tengo que recoger las bayas y
las raíces con que fabricar la medicina. Cuando hayas traído a mi presencia los
dos trineos y los hayan cargado con el pescado y las pieles de castor y el
rifle, y cuando hayas seleccionado a los seis cazadores que han de acompañarme,
cuando todo esté listo me frotaré el cuello con la medicina y pondré la cabeza
sobre ese tronco. Entonces ordenarás al más fuerte de tus cazadores que aseste
tres hachazos sobre mi cuello. Tú mismo puedes hacerlo, si así lo deseas.
Makamuk
permaneció en pie con la boca entreabierta, empapándose en aquella última y más
portentosa de las maravillas de los ladrones de pieles. -Pero primero -añadió
apresuradamente el polaco-, entre hachazo y hachazo has de permitirme que me
aplique la medicina. El hacha es fuerte y pesada y no puedo arriesgarme a
cometer un error.
-Todo
lo que has pedido será tuyo -dijo Makamuk, apresurándose a aceptar-. Comienza a
preparar tu medicina.
Subienkow
ocultó como pudo su alegría. Era aquella una partida desesperada y no podía
permitirse el menor desliz. Habló con arrogancia.
-Has
sido lento. Mi medicina se ha ofendido. Para enmendar la ofensa habrás de darme
a tu hija.
Señaló
a la muchacha, una criatura de expresión maligna, con una nube en un ojo y
afilados dientes de lobo. Makamuk se enfureció, pero el polaco seguía
imperturbable. Lió y encendió otro cigarro.
-Date
prisa -le amenazó-. Si no te decides enseguida, pediré más.
En el
silencio que siguió, la tenebrosa escena nórdica se esfumó ante sus ojos, y vio
una vez más su tierra natal, y Francia, y en un momento que miraba a la
muchacha de dientes de lobo recordó a otra muchacha, una bailarina y cantante
que había conocido cuando, muy joven, había ido por primera vez a París.
-¿Para
qué quieres a la muchacha? -le preguntó Makamuk.
-Para
que me acompañe en mi viaje -Subienkow la estudió con ojo crítico-. Será una
buena esposa y constituirá un honor digno de mi medicina emparentar con una
mujer de tu sangre.
De
nuevo recordó a la bailarina y tarareó en voz alta una canción que ella le
había enseñado. Revivía su pasado, pero de un modo impersonal, lejano, mirando
las imágenes de su juventud como si se trataran de fotografías impresas en el
libro de la vida de otra persona. La voz del jefe rompió abruptamente el
silencio sacándolo de su abstracción.
-Así se
hará -dijo Makamuk-. La muchacha irá contigo. Pero quedamos de acuerdo en que
seré yo quien descargue los tres hachazos sobre tu cuello.
-Pero
recuerda que antes de cada uno de ellos habré de aplicarme la medicina -contestó
Subienkow, poniendo una ligera nota de ansiedad en la pregunta.
-Te
aplicarás la medicina antes de cada hachazo. Aquí están los cazadores que se
encargarán de impedir tu huida. Ve al bosque y recoge lo que necesites para tu
medicina.
La
fingida rapacidad del polaco había convencido a Makamuk. Sólo la más
maravillosa de las medicinas podía impulsar a un hombre amenazado de muerte a
regatear como una anciana.
-Además
-susurró Yakaga cuando el polaco hubo desaparecido entre los abetos, acompañado
de su escolta-, cuando tengas el secreto de la medicina puedes matarle.
-¿Cómo
podré matarle? -respondió Makamuk-. Su medicina me impedirá hacerlo.
Subienkow
no perdió mucho tiempo mientras reunía los ingredientes para su pócima.
Seleccionó todo lo que le vino a las manos: agujas de abeto, cortezas de sauce,
un trozo de corteza de abedul y unas bayas que hizo extraer de la tierra a los
cazadores después de limpiar el terreno de nieve. Recogió por último unas
cuantas raíces heladas y regresó al campamento.
Makamuk
y Yakaga lo observaban en cuclillas a sus espaldas, anotando mentalmente qué
ingredientes añadía a la olla de agua hirviendo y en qué cantidades.
-Hay
que tener cuidado de poner las bayas primero -explicó-. Me olvidaba. Falta una
cosa. El dedo de un hombre. Déjame, Yakaga, que te corte un dedo.
Pero
Yakaga ocultó la mano y frunció el ceño.
-Sólo
el dedo índice -rogó Subienkow.
-Yakaga,
dale el dedo -ordenó Makamuk.
-Ahí
tiene todos los dedos que quiera -gruñó Yakaga, señalando el montón informe de
cadáveres torturados que se apilaba sobre la nieve.
-Tiene
que ser el dedo de un hombre vivo -objetó el polaco.
-Tendrás
el dedo de un hombre vivo -Yakaga se acercó al cosaco y le cortó un dedo-. Aún
no ha muerto -anunció, arrojando el trofeo sangriento a los pies del polaco-.
Además es un buen dedo, porque es muy grande.
Subienkow
lo arrojó directamente al fuego y comenzó a cantar. Era una canción de amor
francesa la que, con gran solemnidad, cantaba a la poción.
-Sin
esta fórmula, la medicina no valdría para nada -explicó-. Son estas palabras lo
que le dan su fuerza. Mira, ya está lista.
-Di las
palabras despacio, para que pueda aprenderlas -ordenó Makamuk.
-Te las
diré después de la prueba. Cuando el hacha caiga tres veces sobre mi cuello te
comunicaré la fórmula secreta.
-Pero,
¿y si la medicina no sirve? -preguntó ansioso Makamuk.
Subienkow
se volvió hacia él enfurecido.
-Mi
medicina siempre es buena. Y si no lo es, haz conmigo lo que hiciste con los
otros. Despedázame como has hecho con él -dijo señalando al cosaco-. La
medicina ya se ha enfriado. Me la aplicaré en el cuello con otra fórmula
mágica.
Y
mientras se frotaba el cuello con aquella mixtura entonó gravemente una estrofa
de La Marsellesa.
Un
alarido vino a interrumpir la comedia. El cosaco gigante, obedeciendo al último
impulso de su vitalidad monstruosa, se había puesto de rodillas. Y cuando el
Gran Iván, un momento después, comenzó a arrastrarse a espasmos sobre la nieve,
los mulatos acogieron el hecho con carcajadas, gritos de sorpresa y aplausos.
Subienkow
sintió náuseas ante aquel espectáculo, pero supo dominarse y fingir enojo.
-Así no
se puede hacer nada -dijo-. Acaba con él y luego haremos la prueba. Tú, Yakaga,
encárgate de que cesen esos ruidos.
Mientras
Yakaga obedecía, Subienkow se volvió hacia Makamuk.
-Y
recuérdalo, el hachazo tiene que ser muy fuerte. No se trata de un juego de
niños. Dale un par de tajos a ese tronco, para que pueda ver que manejas el
hacha como un hombre.
Makamuk
obedeció y asestó al tronco dos hachazos precisos y vigorosos que arrancaron
una gran astilla de madera.
-Muy
bien -Subienkow miró en torno suyo al círculo de rostros salvajes que parecían
simbolizar la muralla de brutalidad que lo había rodeado desde aquel día lejano
en que la policía del zar lo había arrestado en Varsovia-. Toma tu hacha,
Makamuk, y ponte de pie aquí. Yo me echaré sobre el tronco. Cuando levante la
mano asesta el golpe. Hazlo con toda tu fuerza, y ten cuidado de que nadie se ponga
detrás de ti. La medicina es buena y el hacha puede rebotar en mi cuello y
saltar de tus manos.
Miró
los dos trineos con los perros enganchados y cargados de pieles y pescado.
Sobre las pieles de castor yacía su rifle, y junto a los trineos esperaban los
seis cazadores que iban a constituir su guardia.
-¿Dónde
está la muchacha? -preguntó el polaco-. Que la lleven junto a los trineos antes
de que dé comienzo la prueba.
Cuando
hubieron satisfecho su deseo, Subienkow se echó en la nieve y puso la cabeza sobre
el tronco, como un niño fatigado que se dispone a dormir. Había vivido tantos
años y tan terribles, que de verdad estaba cansado.
-Me río
de ti y de tu fuerza, Makamuk -dijo-. Pega y pega fuerte.
Levantó
la mano. Makamuk blandió el hacha, una segura de las que utilizaban los indios
para cortar troncos. El acero hendió como un rayo el aire helado, se detuvo una
fracción de segundo a la altura de su cabeza y descendió después sobre el
cuello desnudo de Subienkow. Carne y hueso cortó la hoja limpiamente, abriendo
después una profunda hendidura en el tronco. Los salvajes, asombrados, vieron
caer la cabeza a un metro de distancia del tronco ensangrentado.
Se hizo
un profundo silencio, durante el cual, poco a poco, se fue abriendo camino en
las mentes de aquellos salvajes la idea de que no existía tal medicina. El
ladrón de pieles los había engañado. De todos los prisioneros, sólo él había
escapado de la tortura. En eso había consistido su jugada. De pronto se levantó
una oleada de risotadas. Makamuk agachó la cabeza avergonzado. El ladrón de
pieles lo había burlado. Lo había ridiculizado ante los ojos de todos. Mientras
los salvajes continuaban riendo a carcajadas, Makamuk se volvió y se alejó con
la cabeza agachada. Sabía que desde aquel día ya no sería Makamuk. Sería el
burlado. La fama de su vergüenza lo seguiría hasta la muerte, y cuando las
tribus se reunieran en primavera para la pesca del salmón, o en el verano para
traficar, junto a las hogueras de los campamentos se referiría la historia de
cómo el ladrón de pieles había muerto una muerte digna a manos del burlado.
¿Quién fue el burlado?, oía preguntar en su imaginación a un jovenzuelo
insolente. El burlado, le responderían, fue aquél a quien llamaban Makamuk
antes de que cortara la cabeza al ladrón de pieles.
FIN
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