sábado, 26 de noviembre de 2016

La Bitácora del Puerto nº 45


 



La bitácora del Puerto              

Un servicio digital de la Editorial Puerto Libro editorialpuertolibro@gmail.com AÑO V– Nº 45 – 
noviembre de 2016
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel  - 
Blog: foutelej.blogspot.com



Los capitanes en su cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hechos que entendemos son merecedores de ser destacados.
Hoy, cumpliéndose el 22 del corriente los 100 años de la desaparición física de Jack London, lo destaco como ejemplo de vida y de literatura

 

 

 

Jack London

Jack London

File:Jack London young.jpgJack London en su juventud.
Información personal
Nombre de nacimiento
John Griffith Chaney London 
Nacimiento
Fallecimiento
22 de noviembre de 1916 (40 años)
Glen Ellen, California
Causa de muerte
Causas naturales 
Nacionalidad
Religión
Partido político
Educación
Alma máter
Información profesional
Ocupación
Años activo
Género
Obras notables
·         La llamada de lo salvaje
·         La gente del abismo
·         El lobo de mar
·         Colmillo Blanco 
Firma
Jack London, probablemente nacido como John Griffith Chaney (12 de enero de 1876-22 de noviembre de 1916), fue un escritorestadounidense, autor de Colmillo Blanco, The Call of the Wild (traducida en español como La llamada de lo salvaje, La llamada de la naturaleza o La llamada de la selva ), y otros cincuenta libros.

Antecedentes personales

Clarice Stasz y otros biógrafos creen que el padre biológico de Jack London fue el astrólogo William Chaney. Chaney fue un personaje distinguido de la astrología; según Stasz: "Desde el punto de vista de los astrólogos más serios de hoy, Chaney es una gran figura que ha cambiado la práctica de la charlatanería hacia un método más riguroso".
Jack London no supo de la supuesta paternidad de Chaney hasta su madurez. En 1897 le escribió a Chaney y recibió una carta de él donde indicaba: "Nunca contraje matrimonio con Flora Wellman", y que era "impotente" durante el periodo que vivieron juntos; por lo tanto, "no puedo ser tu padre".
No es posible afirmar si el matrimonio fue legalizado, ya que la mayoría de los documentos civiles de San Francisco fueron destruidos en el terremoto de 1906. Por ello, no se sabe con certeza el nombre que aparecía en el certificado de nacimiento. Stasz aclara que en sus memorias Chaney se refiere a la madre de Jack London, Flora Wellman, como "esposa". Stasz también hace hincapié en un anuncio en el cual Flora se refiere a sí misma como "Florence Wellman Chaney".

Primeros años



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London a los nueve años con su perro Rollo (1885).
Jack London nació en San Francisco (California). Esencialmente se autoeducó, proceso que llevó a cabo en la biblioteca pública de la ciudad leyendo libros. En 1883 encontró y leyó la novela Signa de la escritora Ouida, que relata cómo un joven campesino italiano sin estudios escolares alcanza fama como compositor deópera. London le atribuyó a este libro la inspiración para comenzar su labor literaria.
En 1893, se embarcó en la goleta Sophia Sutherland, que partía a la costa deJapón. Cuando regresó, el país estaba inmerso en el pánico de 1893 y Oaklandazotado por disturbios laborales. Después de trabajos agotadores en un molino de yute y en una central eléctrica del ferrocarril, en 1894 se unió a la Kelly's industrial army, una marcha de desempleados en protesta a Washington, y comenzó su vida de vagabundo.
En 1894, pasó treinta días en la penitenciaría de Erie County en Buffalo (Nueva York) por vagabundeo. En The Road, escribió:
La manipulación del hombre fue simplemente uno de los menores horrores no aptos de mención, para evitar ofensas morales, de la penitenciaría de Erie County. Digo que no es 'apto de mención'; y en justicia debo decir también 'inconcebible'. Eran inconcebibles para mi hasta que las ví, y no era un jovencito con respecto a la vida y los tremendos abismos de la degradación humana. Se requeriría de una caída en picado considerable para alcanzar lo más bajo de la penitenciaría de Erie County, y lo hago pero rozo suave y chistosamente lo superficial de las cosas tal como las vi allí.
Después de varias experiencias como vagabundo y marinero, London regresó a Oakland, donde acudió a la Oakland High School, contribuyendo con varios artículos para la revista de la secundaria, The Aegis. Su primera publicación fue "Typhoon off the coast of Japan", donde relató sus experiencias como marino.
Jack London deseaba entrar desesperadamente a la Universidad de California y, en 1896, después de un verano de estudio intenso, lo hizo; pero los problemas financieros lo obligaron a irse en 1897 y nunca se graduó. Kingman dice que "no hay ningún antecedente de que escribiera para publicaciones estudiantiles" ahí.
En 1899, London comenzó a trabajar de doce a dieciocho horas al día en la enlatadora Hickmott. Buscando una salida de su penoso trabajo, pidió un préstamo a su madre adoptiva , Jennie Prentiss, y compró la goleta Razzle-Dazzle a un pirata ostrero llamado French Frank, convirtiéndose en un ostrero a su vez. En la canción folk John Barleycorn declara haber robado a Mamie, la señora de French Frank. Después de algunos meses su goleta se dañó sin posibilidad de reparo. Se cambió al lado de la ley y se hizo miembro de la Patrulla Pesquera de California.
Mientras vivía en su casa de campo arrendada en Lago Merritt (Oakland), London conoció al poeta George Sterling y se convirtieron en buenos amigos. En 1902 Sterling ayudó a London a encontrar una casa cerca de la suya en Piedmont, California. En sus cartas London se refería a Sterling como "griego" debido a su nariz y perfil clásico, y las firmaba con el seudónimo "Lobo". London se refirió a Sterling como Russ Brissenden en su novela autobiográfica Martin Eden (1909) y como Mark Hall en El valle de la luna (1913).
Tiempo después, Jack London se distinguió en diversos campos, teniendo varios intereses y una biblioteca personal de 15.000 volúmenes.

Carrera literaria temprana (1898-1900)


Imagen relacionada

La cabaña de London en la ciudad de Dawson City, Yukon.
El 25 de julio de 1897, London y su cuñado James Shepard zarparon para unirse a la fiebre del oro de Klondike donde ambientaría sus primeras historias importantes. Sin embargo, el tiempo que pasó en Klondike fue perjudicial para su salud y, al igual que muchos otros que trabajaban mal alimentados en los yacimientos de oro, desarrolló escorbuto. Sus encías se hincharon, provocando la pérdida de sus cuatro dientes frontales, sufría constantes dolores en la cadera y los músculos de las piernas, y su cara se cubrió de llagas. Afortunadamente para él y todos los que estaban cayendo enfermos, el padre William Judge, "el santo de Dawson", había abierto un refugio en Dawson que les facilitaba abrigo, comida y algunas medicinas.
London sobrevivió las duras condiciones de Klondike, y esta lucha contra la muerte inspiró la que a menudo es catalogada como su mejor historia corta: "To Build a Fire". La famosa versión de esta historia fue publicada en 1908, pero antes se había publicado una totalmente distinta en 1902. Labor, en una antología, dice que "comparar las dos versiones es a su vez una lección instructiva en lo que distingue un trabajo artístico literario estupendo de una buena historia para niños". La historia trata sobre un terco e inútil buscador de oro que ignorando los peligros de la naturaleza, al final muere congelado por no ser capaz de hacer una simple fogata. London podría haberse identificado con el personaje, y debió presenciar actos parecidos en la vida real mientras estaba en Klondike.
Sus terratenientes en Dawson fueron dos ingenieros en minas llamados Marshall y Louis Bond, los cuales estudiaron en Yale y Standford. Su padre, (Juez Federal) "Judge" Hiram Bond, fue un rico inversionista de la minería. Los Bonds, especialmente Hiram, eran republicanos activos. En el diario de Marshall Bond se mencionan las amistosas luchas verbales sobre temas políticos como un pasatiempo.
Jack dejó en Oakland a un creyente del trabajo ético con conciencia social y conocimientos socialistas y se convirtió en un partidario activo del socialismo. También concluyó que sólo su fe de escapar de la trampa del trabajo fue conseguir una educación y "vender sus pensamientos". Durante toda su vida vio la escritura como un negocio, su pasaporte de salida de la pobreza, y esperaba una forma de llevar la riqueza a su propio juego.
Cuando regresó a Oakland en 1898, empezó a luchar seriamente para entrar en la impresión, una lucha memorable descrita en su novela Martin Eden. Su primera historia publicada fue To the Man On Trail. Cuando The Overland Monthly le ofreció únicamente 5 dólares por ella—y tardó en pagarle—Jack London se acercó a un punto en el que se planteó abandonar su carrera literaria. En sus propias palabras, "literal y literariamente fui salvado" cuando The Black Cat (en español "El Gato Negro") aceptó su novela "Un millar de muertes" pagándole por ella 40 dólares—"el primer dinero que recibí por una historia".
Jack London fue afortunado durante su carrera literaria. Comenzó simplemente con nuevas tecnologías de impresión que permitían la producción de revistas de bajo coste. Esto resultó en una revolución para las revistas populares dirigidas a un amplio público, y un mercado fuerte para las historias cortas de ficción. En el año 1900, ganó aproximadamente 2.500 dólares con sus historias, el equivalente a unos 75.000 dólares actualmente. Su carrera estaba encaminada hacia el éxito.
Entre las obras que vendió a las revistas se encontraba la historia corta conocida indistintamente como "Batarde" y "Diable" en dos ediciones de la misma y básica historia. Un cruel franco-canadiense que maltrata a su perro. El perro como venganza le provoca la muerte. London fue criticado por representar a un perro como la encarnación del mal. Contaría de algunas de sus críticas que las acciones del hombre son la causa principal del comportamiento de sus animales y que lo mostraría en su próxima historia corta.
La pequeña historia para el periódico Saturday Evening Post titulada "La llamada de la selva" fue algo larga. La historia comienza en un Estado de Santa Clara y representa un perro cruce de San Bernardo y Shepard llamado Buck. De hecho, la primera escena es una descripción de la granja de la familia Bond y Buck está basado en el perro que le fue prestado en Dawson por sus terratenientes. London visitó a Marshall Bond en California topándose de nuevo con él en una conferencia política que tuvo lugar en San Francisco en 1901.

Su primer matrimonio (1900-1904)


Jack London contrajo matrimonio con Bess Maddern el 17 de abril de 1900, el mismo día que The Son of the Wolf fue publicado. Bess había sido parte de su círculo de amigos durante algunos años. Stasz dice "Ambos reconocieron públicamente que no se casaban por amor, pero sí por amistad y por la creencia de que concebirían hijos fuertes". Kingman dice "ellos se encontraban a gusto juntos... Jack había dejado claro a Bessie que no la amaba, pero que le gustaba lo suficiente para tener un matrimonio satisfactorio".
Durante el matrimonio, Jack London continuó su amistad con Anna Strunsky, co-escribiendo The Kempton-Wace Letters, una novela epistolar contrastando el romanticismo con un amor científico. Anna, escribiendo las cartas de "Dane Kempton", demostraba un punto de vista romántico frente al matrimonio, mientras que Jack, que escribía las cartas de "Herbert Wace", mostraba un punto de vista científico, basado en el Darwinismo y las mejoras provocadas en la descendencia que se podía producir. En la novela, su personaje ficticio contrasta dos mujeres que London conocía:
[La primera era] una loca, lasciva criatura, maravillosa, inmoral y llena de vida hasta el borde. Mi sangre palpita caliente incluso ahora que la vuelvo a conjurar... [La segunda era] una mujer de pechos soberbios, la madre perfecta, hecha primordialmente para reconocer el agarre de los labios de un hijo. Ya sabes, ese tipo de mujer. "Las madres de los hombres", las llamo. Y por tanto tiempo existen esta clase de mujeres en la tierra, quizás debamos mantener por dicho tiempo la fe en la semilla de los hombres. La lasciva era la pareja sexual, pero esta era la mujer madre, la última, más grande y sagrada en la jerarquía de la vida.
Wace declara:
Me propongo ordenar mis aventuras amorosas de una forma racional... Porque me caso con Hester Stebbins. No estoy impulsado por la locura sexual arcaica de la bestia, ni por la locura romántica obsoleta del hombre antiguo. Contraigo enlace y la razón me dice que está apoyado en la salud, en la sensatez y la compatibilidad. Mi intelecto disfrutará de este enlace.
Analizando el porqué del "fue impulsado hacia la mujer", tiene la intención de casarse, Wace dice:
Fue la anciana Madre Naturaleza la que llora por nuestra causa, cada hombre y mujer, para la progenie. Su único y eterno lamento: ¡PROGENIE! ¡PROGENIE!

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Jack con sus hijas Becky (izquierda) y Joan.
En la vida real, el nombre cariñoso de Jack para Bess era "Mami-Niña" y el de Bess para Jack era "Papi-Niño". Su primer hija, Joan, nació el 15 de enero de 1901, y la segunda, Bessie (más tarde llamada Becky), el 20 de octubre de 1902.
A pie de foto en las imágenes del álbum de fotos, reproducido en parte en la memoria de Joan London, "Jack London y Sus Hijas", publicado póstumamente, muestra la felicidad inconfundible de Jack London y el orgullo en sus hijas. Pero el propio matrimonio se ponía a prueba de forma continua. Kingman, en 1979, dice que en 1903 "la ruptura... era inminente... Bessie era una buena mujer, pero eran extremamente incompatibles. No quedaba nada de amor. Incluso la compañía y el respeto se había esfumado después del matrimonio". No obstante, "Jack seguía siendo amable y gentil con Bessie, incluso cuando Cloudsley Johns fue invitado en su casa en febrero de 1903 no sospechó la ruptura de su matrimonio".
De acuerdo a Joseph Noel, 1940, "Bessie era la madre eterna. Vivía primero para Jack, corregía sus manuscritos, le ayudaba con la gramática, pero cuando nacieron sus hijas ella vivió por ellas. Este fue su gran honor y su primer error garrafal". Jack se quejaba a Noel y George Sterling que "ella es devota hasta la pureza. Cuando le digo que su moralidad es solo la evidencia de una presión baja de la sangre, me odia. Me vendería junto con mis hijos por su maldita pureza. Esto es terrible. Cada vez que regresó después de haber estado fuera de casa por una noche, ella no me permite estar en la misma habitación que ella a no ser que no haya más remedio".
El 24 de julio de 1903, Jack London le dijo a Bessie que se marchaba y se iba de casa; durante 1904 Jack y Bess negociaron los términos del divorcio, y el fallo fue concedido el 11 de noviembre de 1904.

Acusaciones de plagio



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London en su despacho.
Jack London fue acusado de plagio en numerosas ocasiones durante su carrera. Era vulnerable no solo porque fuera un excelente y exitoso escritor, sino también debido a sus métodos de trabajo. En una carta a Elwyn Hoffman escribió "expresión, como sabes —conmigo— es mucho más fácil que la invención". London se hizo con argumentos de historias cortas y novelas del joven Sinclair Lewis y usaba incidentes que aparecían en recortes de periódico como material sobre el que basar sus historias.
Egerton R. Young declaró que La llamada de la selva se tomó de su libro My Dogs in the Northland. La respuesta de London fue reconocer haberla usado como fuente; declaró haberle escrito una carta a Young para agradecérselo.
En julio de 1902, dos piezas de ficción aparecieron en el mismo mes: Moon-Face de Jack London en el San Francisco Argonaut y The Passing of Cock-eye Blacklock de Frank Norris, en Century. Los periódicos hicieron comparaciones paralelas de las historias, las cuales London definía como "bastante diferentes en el tratamiento, [pero] patentemente iguales en fundación y motivación". Jack London explicó que ambos escritores basaron sus historias en el mismo hecho aparecido en la prensa. En consecuencia, se descubrió que un año antes, un tal Charles Forrest McLean había publicado otro relato de ficción basado en el mismo incidente.
En 1906 el periódico New York World publicó columnas "terriblemente paralelas" que mostraban de una parte dieciocho pasajes del relato de London llamado Love of Life y por otra pasajes similares del artículo de no ficción de Augustus Biddle y J. K Macdonald titulado Lost in the Land of the Midnight Sun (en español "Perdido en la tierra del Sol de Medianoche"). Según Joan London, hija de London, el paralelismo "[demostrado] más allá de la pregunta de si Jack había reescrito meramente el relato de Biddle". (Jack London seguramente habría objetado acerca de la palabra "meramente".) En respuesta, London advirtió que el mundo no le acusó de "plagio", solo de "identidad temporal y de situación", para lo cual "se declaró culpable" definitivamente. London reconoció el uso del relato de Biddle, citando otras numerosas fuentes que había usado, y afirmó «Yo, en el curso de hacer girar mi vida del periodismo hacia la literatura, usé material proveniente de varias fuentes las cuales habían sido coleccionadas y narradas por hombres que hicieron tornar los aspectos de la vida en periodismo».
El incidente más serio envolvió al capítulo 7 de El talón de hierro, titulado "La visión del obispo". El capítulo fue casi idéntico al ensayo irónico de Frank Harris, publicado en 1901, titulado "El obispo de Londres y la moralidad pública". Harris se indignó y sugirió que debería recibir la sesentava parte de los beneficios obtenidos por El talón de hierro, el problemático material que constituía aquella fracción de la novela completa. Jack London insistió que él había copiado una reimpresión del artículo el cual apareció en un periódico estadounidense, y lo creyó como las palabras genuínas pronunciadas por el Obispo de Londres. Joan London definió esta defensa como "poco convincente, efectivamente".22

Rancho Hermoso (1910-1916)



En 1910, Jack London compró un rancho de 1.000 acres (4 km²) en Glen Ellen, en el condado de Sonoma, California, por 26.000 dólares. Escribió que "Después de mi mujer, el rancho es la cosa más querida en el mundo para mí". Deseaba desesperadamente que el rancho se convirtiera en una empresa de negocios de éxito. Escribir, siempre una empresa comercial con London, se convertiría ahora más cercana hacia un final: "Escribo un libro por la razón de añadir trescientas o cuatrocientas acres [1 or 2 km²] más a mi magnífico estado". Después de 1910, sus obras literarias fueron en su mayoría composiciones literarias de pobre calidad escritas rápido para hacer dinero, escritas por la necesidad de proporcionar ingresos para el rancho. Joan London escribe "Pocos críticos se molestaban siquiera en evaluar su trabajo seriamente, era obvio que Jack no se iba a esforzar más".
Clarice Stasz escribe que London "había llevado completamente al corazón la visión, expresada en su ficción agraria, de la tierra como la versión más cercana del edén en la Tierra... estudió él mismo manuales de agricultura y tomos científicos. Concibió un sistema de rancho que hoy sería elogiado por su sabiduría ecológica". Estaba orgulloso del primer silo de cemento en California, que diseñó él mismo a partir de una granja de cerdos circular. London esperaba adaptar la sabiduría de la agricultura asiática sostenible a los Estados Unidos.
El rancho fue, por muchas medidas, un fallo colosal. Los observadores amables tales como Stasz trataron sus proyectos como potencialmente factibles, y atribuyen su fallo a la mala suerte o a ser pionero para su época. Los observadores menos amables como Kevin Starr sugieren que fue un mal gestor, distraído por otros negocios y perjudicado por su alcoholismo. Starr hace notar que London estuvo ausente en su rancho por año y medio entre 1910 y 1916, y dice "Le gustaba la parafernalia del poder de directivo, pero no prestar atención a los detalles... Los trabajadores de London se rieron de sus esfuerzos de jugar a ser un ranchero y consideraron que era el hobby de un hombre rico".
El rancho es actualmente un punto de referencia histórico nacional en los Estados Unidos.

Puntos políticos

Jack London se hizo socialista a la edad de 20 años. Previamente, había estado poseído de un optimismo reprimido el cual venía de su salud y su fuerza, actuando de forma individual, trabajando duro y viendo al mundo como algo bueno. Pero tal como detalla en su ensayo, "Como me convertí en socialista", sus puntos de vista socialistas comenzaron cuando se abrieron sus ojos a los miembros de lo más bajo del foso social. Su optimismo e individualismo perdieron intensidad, y juró que nunca más trabajaría más duro de lo necesario. Escribe que su individualismo fue machacado, y que renació un socialista. London se unió primero al Partido Socialista Laboral en abril de 1896. En 1901, abandonó dicho partido y se unió al nuevo Partido Socialista de América. En 1896 el periódico llamado San Francisco Chronicle publicó una historia sobre el London de 20 años que en el City Hall Park de Oakland y de noche, dio una charla acerca de socialismo a la multitud congregada—una actividad por la cual fue arrestado en 1897. Fue presentado como alcalde de Oakland en dos ocasiones: en 1901, resultando no elegido al recibir 245 votos y en 1905, mejorando su porcentaje de votos (981 votos) pero sin alcanzar su objetivo. London hizo una gira por el país conferenciando sobre socialismo en el año 1906 y publicó colecciones de ensayos cuya temática era el socialismo (La guerra de las Clases, 1905; Revolución y otros Ensayos, 1910).

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London en 1904.
A menudo se despedía en sus cartas con la frase "Vuestro para la Revolución" (en inglés Yours for the Revolution).
Stasz hace notar que "London consideraba a los Wobblies (miembros de Industrial Workers of the World, en español Trabajadores Industriales del Mundo) como una adición bien recibida a la causa socialista, aunque nunca se les unió en las pretensiones por las que establecían emplear el sabotaje".24 Menciona un encuentro personal entre London y Big Bill Haywood en 1912.
Es evidente un punto de vista socialista en sus obras, más notable si cabe en su novela El talón de hierro. El socialismo de Jack London venía del corazón y de su experiencia en la vida, y no de la teoría o del socialista intelectual.
En sus años en el rancho Glen Ellen, London sintió un ligero sentimiento ambivalente hacia el socialismo. Tenía un extraordinario éxito financiero como escritor, y quería desesperadamente alcanzar el mismo éxito con su rancho Glen Ellen. Se quejó acerca de los "ineficientes trabajadores italianos" en su empleo. En 1916, renunció al capítulo que constituyó en su vida Glen Ellen en el partido socialista, pero declaró categóricamente que lo hacía "debido a su carencia de fuego y lucha, y la pérdida de énfasis en la lucha de clases".
En un retrato poco favorecedor de los días de Jack London en el rancho, Kevin Starr en 1973 se refiere a este periodo como "post socialista" y dice que "... alrededor de 1911 ... London estaba más aburrido de la lucha de clases que lo que quería admitir". Starr mantiene que el socialismo de London "siempre tuvo una cariz elitista en él, y una buena postura de acuerdo". Le gustaba jugar a ser un intelectual de la clase trabajadora cuando era apropiado a sus propios propósitos. Invitado a una casa prominente de Piamonte, llevaba una camisa de franela, pero, según comentó alguien allí, la chapa que llevaba London en solidaridad con la clase trabajadora "parecía como si hubiera sido especialmente lavada para la ocasión". Mark Twain dijo "le serviría a London para hacer que la clase trabajadora tomara el control de las cosas. Tendría que llamar a la milicia para recolectar sus derechos de autor".
En sus Memorias de Lenin (1930), su mujer, Nadezhda K. Krupskaya, afirma que dos días antes de su muerte leyó Amor a la Vida a su marido, Vladimir Ilyich Lenin.

Polémica racial

London compartió la preocupación de muchos californianos por la inmigración asiática y el denominado peligro amarillo, que utilizó como título de un ensayo que escribió en 1904.26
Este tema fue también objeto de una historia que escribió en 1910, titulada The Unparalleled Invasion. Ambientada en 1976, London describe una China con sobrepoblación que conquista y coloniza los países vecinos, con la eventual pretensión de tomar el mundo entero. Las naciones occidentales responden bombardeando China con decenas de las enfermedades más infecciosas. El genocidio, que se describe con bastante detalle, es descrito a lo largo de todo el libro como justificado y "la única solución posible al problema de China", y en ningún lugar se expresa ninguna objeción. Sin embargo, muchos de los cuentos de London destacan por su retrato empático de personajes mexicanos, asiáticos y hawaianos. En su correspondencia de la guerra ruso-japonesa, así como su novela inconclusa "Cherry", muestra gran admiración por las costumbres y capacidades japonesas.

London y el boxeo. Durante su corta vida, London tuvo numerosos intereses, entre los que se encontraba el boxeo. El escritor realizó varios trabajos como corresponsal cubriendo los principales hitos pugilísticos de comienzos del siglo XX. El mayor de ellos fue la llamada 'Pelea del Siglo' que enfrentó en 1910 a Jack Johnson -negro y de extremada mala reputación- contra James Jeffries, favorito del público blanco y némesis planteada por la prensa de la época. El combate acabó con victoria por KO del campeón negro, púgil al que London había acusado durante la previa del encuentro con términos racistas.

Pero además, London trasladó su pasión por el boxeo a la literatura, escribiendo una serie de cuentos que sería publicados bajo el título 'Knock Out: tres historias de boxeo'.

Muerte


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Sepultura de Jack y Charmian London.
La muerte de Jack London está llena de controversia. Muchas fuentes antiguas la describen como un suicidio, y algunas todavía lo hacen. Sin embargo, esto parece presentarse como un rumor, o como una especulación apoyada en los incidentes que tienen lugar en sus escrituras ficticias. Su certificado de muerte establecía la causa en una uremia. Murió el 22 de noviembre de 1916. Se sabe que sufría un dolor extremo y que estaba tomando morfina, y es posible que una sobredosis de morfina, accidental o deliberada, pudo contribuir. Clarice Stasz, en una biografía encapsulada, escribe "La subsecuente muerte de London, por un cierto número de razones, se muestra como un mito biográfico desarrollado, en el cual se le clasifica como un alcohólico mujeriego que se suicidó. Una investigación reciente apoyada en documentos de primera mano cuestiona esta caricatura".
El suicidio aparece en las historias de London. En su novela autobiográfica Martin Eden, el protagonista se suicida muriendo ahogado. En su memoria autobiográfica John Barleycorn, declara, como adolescente, haber tropezado en estado de embriaguez, cayendo por la borda a la Bahía de San Francisco, "algún parloteo exorbitante cuando baja la marea me obsesionó de pronto", y fue a la deriva por horas intentando ahogarse a sí mismo, casi consiguiéndolo antes de que se le pasara la borrachera y fuera rescatado por un pescador. Un hecho paralelo ocurre en el desenlace de The Little Lady of the Big House, en el cual la heroína, enfrentada al dolor de una herida mortal e intratable causada por un disparo, experimenta un suicidio asistido por medio de la morfina. Estos hechos en sus historias probablemente contribuyeron al mito bibliográfico.
Los restos mortales de Jack London están enterrados, junto con los de su esposa Charmian, en el Parque Histórico Jack London, ubicado en Glen Ellen, California. La tumba simple está marcada con un pedrusco mohoso.

Obras

Novelas

Portada de Turtles of Tasman, escrito por Jack London.
·         The Cruise of the Dazzler (1902)
·         A Daughter of the Snows (1902)
·         Children of the Frost (1902)
·         La llamada de lo salvaje (The Call of the Wild) (1903)
·         The Kempton-Wace Letters (1903) Publicado anónimamente, co-escrito junto a Anna Strunsky.
·         El lobo de mar (The Sea-Wolf) (1904)
·         Cuentos de la Patrulla Pesquera (Tales of the Fish Patrol) (1905)
·         The Game (1905)
·         Colmillo Blanco (White Fang) (1906)
·         Antes de Adán (Before Adam) (1907)
·         El talón de hierro (The Iron Heel) (1908)
·         Burning Daylight (1910)
·         Adventure (Aventura) (1911)
·         El Mexicano (1911)
·         Smoke Bellew (1912)
·         The Scarlet Plague (1912)
·         The Abysmal Brute (1913)
·         The Valley of the Moon (1913)
·         The Mutiny of the Elsinore (1914)
·         The Star Rover (1915) (publicado en Inglaterra bajo el título "The Jacket")
·         El Vagabundo de las Estrellas (The wanderer of the Stars) (1915)
·         The Little Lady of the Big House (1916)
·         The Turtles of Tasman (1916)
·         Jerry de las islas (Jerry of the Islands) (1917)
·         Michael, Brother of Jerry (1917)
·         Hearts of Three (1920) (adaptación de un guion hecho por Charles Goddard)
·         Asesinatos S.L. (The Assassination Bureau, Ltd) (1963) (incompleta; completada por Robert Fish)

Memorias autobiográficas

·         The Road (1907)
·         Martin Eden (1909)
·         John Barleycorn (1913)

No ficción y ensayos

·         La gente del abismo (1903)
·         Revolution, and other Essays (1910)
·         How I became a socialist
·         El Crucero del Snark (The Cruise of the Snark) (1911)

Relatos

·         El hijo del lobo (1900)
·         Encender una hoguera (To Build a Fire, 1902, modificada en 1910)
·         "Diable"
·         "An Odyssey of the North"
·         "To the Man on Trail"
·         "The Law of Life"
·         "Moon-Face"
·         "The Leopard Man's Story" (1903)
·         "Love of Life"
·         "All Gold Canyon"
·         "The Apostate"
·         El chinago ("The Chinago")
·         Por un biftec "A Piece of Steak"
·         "Good-by, Jack"
·         "Samuel"
·         "Told in the Drooling Ward"
·         "The Mexican"
·         "The Red One"
·         El silencio blanco ("The White Silence")
·         "The Madness of John Harned"
·         "A Thousand Deaths"
·         "The Rejuvenation of Major Rathbone"
·         "Even unto Death"
·         "A Relic of the Pliocene"
·         "The Shadow and the Flash"
·         "The Enemy of All the World"
·         "A Curious Fragment"
·         "Goliah"
·         "The Unparalleled Invasion"
·         "When the World was Young"
·         "The Strength of the Strong"
·         "War"
·         La peste escarlata ("The Scarlet Plague")
·         "The Red One"

Obras de teatro

·         The Acorn Planter: a California Forest Play (1916)

Sitios sobre Jack London
·         The Jack London Collection Sitio que entrega información sobre London y una colección de sus escritos (en inglés)
·         Jack London's Ranch Album (en inglés)
·         Jack London State Historic Park (en inglés)
·         The Huntingon Library's Jack London Archive (en inglés)


El burlado
[Cuento - Texto completo.]
Jack London

Aquél era el final. Subienkow había recorrido un largo camino de amargura y horrores, guiado, como una paloma, por el instinto que lo llevaba hacia las capitales de Europa, y allí, en el punto más lejano, en la América rusa, el sendero acababa. Estaba sentado en la nieve con los brazos atados a la espalda, esperando la tortura. Miró con curiosidad al enorme cosaco que, tendido de bruces sobre la nieve, gemía de dolor frente a él. Los hombres habían acabado con el gigante y se lo habían entregado a las mujeres. Sus gritos atestiguaban que ellas habían excedido en crueldad a los varones.
Subienkow miró y se estremeció. No temía a la muerte. En el largo camino de Varsovia a Nulato había arriesgado la vida demasiadas veces para temerle ahora al simple hecho de morir. Lo que sí le asustaba era la tortura. Era una afrenta a su espíritu. Una afrenta, no por el dolor que tuviera que soportar, sino por el triste espectáculo que le haría ofrecer ese dolor. Sabía que rogaría, que suplicaría, que imploraría como lo habían hecho el Gran Iván y los que le habían precedido. Y eso le repugnaba. Con valor y serenidad, con una sonrisa y una chanza… así había que morir. Pero perder el control, dejar que el dolor de la carne afectara su espíritu, chillar y escandalizar como un simio, rebajarse a la categoría de bestia… eso era lo terrible.
No había tenido ocasión de escapar. Desde el primer momento, desde el día en que se había entregado al sueño apasionado de la independencia de Polonia, había sido un títere en manos del destino. Desde el primer momento… A través de Varsovia, de San Petersburgo, de las minas de Siberia, de Kamchatka, de los barcos alucinantes de los ladrones de pieles, el destino le había ido conduciendo hasta este terrible final. Indudablemente, en los cimientos del universo estaba escrito que acabaría así. Él, un hombre fino y sensible, con los nervios a flor de piel, un soñador, un poeta, un artista… Aun antes de que nadie imaginara su existencia se había sentenciado que aquel manojo estremecido de sensibilidad que había de ser su persona sería condenado a vivir en la brutalidad más cruda y vociferante y a morir en ese reino lejano de la noche, en ese lugar oscuro situado más allá del último confín.
Suspiró. Aquel bulto informe que tenía ante él era el Gran Iván, el gigante, el hombre sin nervios, el de temple de acero, el cosaco convertido en pirata de los mares, flemático como el buey y dotado de un sistema nervioso tan resistente que lo que el hombre común consideraba dolor era para él apenas un simple cosquilleo. Pues bien, nadie como esos indios nulatos para encontrar los nervios de Iván y seguirlos hasta la raíz de su espíritu estremecido. Indudablemente lo habían conseguido. Era inconcebible que un hombre pudiera sufrir tanto y, sin embargo, seguir viviendo. El Gran Iván estaba pagando caro el temple de sus nervios. Ya había durado más del doble que cualquiera de los otros.
Subienkow se dio cuenta de que no podía aguantar por más tiempo el sufrimiento del cosaco. ¿Por qué no moría ya? Si no dejaba de oír sus gritos, pronto se volvería loco. Pero cuando éstos cesaran, le llegaría el turno a él. Y para colmo, allí estaba Yakaga, sonriéndole de antemano con una mueca brutal… Yakaga, el hombre a quien sólo la semana anterior había arrojado del fuerte cruzándole la cara con el látigo que utilizaba para los perros. Yakaga se encargaría con gusto de él. Seguro que le reservaba torturas más refinadas, más exquisitas que las que destinaban a los otros.
¡Ay! Del grito de Iván dedujo que aquél había sido un buen golpe. Las indias que se cernían sobre el cosaco retrocedieron un paso entre palmas y carcajadas. Subienkow vio entonces la acción monstruosa que habían perpetrado y comenzó a reír histéricamente. Las mujeres le miraron asombradas. Pero Subienkow no podía dejar de reír.
Así no llegaría a ninguna parte. Se dominó, y poco a poco sus sacudidas espasmódicas se fueron calmando. Se esforzó por pensar en otras cosas y comenzó a leer en su pasado. Recordó a su padre y a su madre y al pony de pintas que le habían regalado, y al profesor de francés que le había enseñado a bailar y le había prestado a hurtadillas un libro de Voltaire, viejo y manoseado. Una vez más vio a París, y el Londres melancólico, y la alegre Viena, y Roma. Y una vez más vio a aquel grupo bravío de jóvenes que, como él, habían soñado con una Polonia independiente y con instaurar a un rey polaco en el trono de Varsovia. Allí había comenzado el largo camino. Al menos él era el que más había durado. Uno por uno, comenzando por los dos que habían ejecutado en San Petersburgo, había visto caer a todos aquellos valientes: uno aquí a manos de un carcelero, otro allá en el camino sangriento de exilio que habían recorrido durante meses sin fin, otro más vencido por los golpes y malos tratos de los guardas cosacos. Siempre el mismo salvajismo; un salvajismo brutal, bestial… Habían muerto de fiebres, en las minas, bajo el azote del látigo. Los dos últimos habían sucumbido en la huida, en la batalla con los cosacos. Sólo él había logrado llegar a Kamchatka con los documentos y el dinero robados a un viajero que había dejado agonizando sobre la nieve.
No había visto sino brutalidad. Todos aquellos años, mientras tenía el pensamiento puesto en salones, en teatros y en cortes, la brutalidad lo había asediado. Había comprado su vida con sangre. Todos se habían manchado las manos. Él mismo había asesinado a aquel viajero para poder robarle el pasaporte. Había tenido que probar su valor manteniendo sendos duelos con dos oficiales rusos en un mismo día. Había tenido que demostrar su valentía para ganarse un puesto entre los ladrones de pieles. Tras él quedaba el interminable camino que atravesaba toda Siberia y toda Rusia. No podía volver atrás; por allí no había escape posible. No le quedaba más opción que seguir adelante, atravesar el mar de Bering, oscuro y helado, para llegar a Alaska. El camino lo había llevado del puro y simple salvajismo a un salvajismo aún más refinado. En los barcos de ladrones de pieles, castigados por el escorbuto, sin comida ni agua, asediados por las inacabables tormentas de aquel mar tormentoso, los hombres se convertían en animales. Tres veces había salido de Kamchatka en dirección al Este. Y otras tantas, después de pasar toda clase de sufrimientos y penalidades, los sobrevivientes habían vuelto a Kamchatka. No había posibilidad de huir y no podía volver al punto de partida, donde las minas y el látigo aguardaban. De nuevo, por cuarta y última vez, había zarpado hacia el Este. Había partido con los que descubrieron las fabulosas islas de las Focas, pero no había regresado con ellos para participar en el reparto de pieles ni en las bulliciosas orgías de Kamchatka. Había jurado no volver atrás. Sabía que si quería llegar a sus queridas capitales de Europa tenía que seguir siempre adelante. Y por eso había subido a bordo de otro barco y había permanecido en las oscuras tierras del Nuevo Continente. Sus compañeros de tripulación eran cazadores eslavos, aventureros rusos y aborígenes mongoles, tártaros y siberianos. Juntos habían abierto un camino de sangre entre los salvajes de aquel mundo nuevo. Habían exterminado aldeas enteras y se habían negado a pagar los tributos de pieles, pero a su vez habían sido víctimas de las matanzas a que los sometían otras tripulaciones. Él y un tal Finn habían sido los únicos supervivientes de la suya. Habían pasado un invierno de soledad y de hambre en una isla desierta del archipiélago de las Aleutianas y al fin, en primavera, la posibilidad entre mil de que los rescatara otro navío se había realizado.
Pero el salvajismo más terrible los seguía asediando. De barco en barco, siempre negándose a volver, había ido a parar a un navío que se dirigía a explorar las tierras del Sur. A todo lo largo de la costa de Alaska no habían encontrado sino hordas de salvajes. Cada anclaje que efectuaban entre las islas abruptas o bajo los acantilados amenazadores de la tierra firme había significado una batalla o una tormenta. O soplaban vientos que amenazaban con destruirlos o llegaban las canoas cargadas de nativos vociferantes con rostros cubiertos de pinturas de guerra que venían a aprender qué virtudes sangrientas poseía la pólvora de aquellos señores del mar. Siempre navegando rumbo al Sur, habían bordeado la costa hasta llegar a las míticas tierras de California. Se decía que grupos de aventureros españoles habían logrado abrirse camino hasta allí partiendo de México. En esos aventureros españoles había puesto su esperanza. Si hubiera logrado encontrarse con ellos, el resto habría sido fácil (un año o dos más, ¿qué importaba?). Habría llegado a México; luego un barco, y Europa habría sido suya. Pero no había dado con los españoles. Sólo había tropezado con la eterna muralla inexpugnable de salvajismo. Los habitantes de los confines del mundo, cubiertos sus rostros de pinturas de guerra, les habían obligado a replegarse una y otra vez. Al fin, un día en que éstos lograron apoderarse de uno de sus barcos y exterminar a toda la tripulación, el que tenía el mando de la flota decidió abandonar la empresa y regresar al Norte.
Pasaron los años. Estuvo a las órdenes de Tebenkoff cuando se construyó el fuerte de Michaelovski. Pasó dos años en la región del Kuskokwim. Dos veranos, en junio logró llegar al extremo del estrecho de Kotzebue. Allí era donde las tribus se reunían a traficar, donde se encontraban pieles moteadas de venado siberiano, marfil de las Diomedes, pieles de morsa de las costas del Ártico, extraños candiles de piedra que pasaban de tribu en tribu y cuyo origen nadie conocía, y hasta un cuchillo de caza fabricado en Inglaterra. Aquél, Subienkow lo sabía, era el mejor lugar para aprender geografía. Porque halló allí esquimales del estrecho de Norton, de las islas del Rey y de la isla de San Lorenzo, del cabo Príncipe de Gales y de Punta Barrow. Allí aquellos lugares tenían otros nombres y las distancias se medían en jornadas.
Era una región vasta la de procedencia de aquellos salvajes, y más vasta todavía era la región desde donde habían llegado hasta ellos, por caminos interminables, los candiles de piedra y el cuchillo de acero. Subienkow amenazaba, halagaba y sobornaba. Todos los viajeros y los nativos de alguna extraña tribu eran llevados a su presencia. Allí se mencionaban peligros sin cuento, animales salvajes, tribus hostiles, bosques impenetrables y majestuosas cadenas montañosas; y siempre, de lugares aún más lejanos, llegaban rumores de la existencia de hombres de piel blanca, ojos azules y cabellos rubios que peleaban como diablos y que buscaban pieles. Hacia el Este decían que se hallaban; muy lejos, siempre hacia el Este. Nadie los había visto. Era un rumor que corría de boca en boca.
Fue aquél un duro aprendizaje. Se adquirían conocimientos de geografía a través de extraños dialectos, a través de mentes oscuras que mezclaban la realidad con la fábula y que medían las distancias en jornadas, que variaban según la dificultad del camino. Pero al fin llegó un rumor que le hizo concebir esperanzas. Al Este había un gran río donde se hallaban los hombres de ojos azules. El río se llamaba Yukón. Al sur del fuerte Michaelovski desembocaba otro gran río que los rusos conocían con el nombre de Kwikpak. Los dos eran el mismo, decía el rumor.
Subienkow volvió a Michaelovski. Durante un año trató de organizar una expedición al Kwikpak. Al fin convenció a Malakoff, el mestizo ruso, de que se pusiera al frente de una mixtura infernal, la horda más salvaje y feroz de aventureros mestizos que jamás hubiera salido de Kamchatka. Subienkow iba de lugarteniente. Recorrieron los laberintos del delta del Kwikpak, atravesaron las colinas de la ribera norte del río y en canoas de piel cargadas hasta la borda de mercancías para traficar y de munición lucharon a lo largo de quinientas millas contra las corrientes de cinco nudos de aquel río de una anchura que oscilaba entre dos y diez millas y de muchas brazas de profundidad. Malakoff decidió construir un fuerte en Nulato. Subienkow le instó a seguir adelante, pero pronto se reconcilió con la idea. El largo invierno se echaba encima. Sería mejor esperar. A comienzos del verano siguiente, cuando se derritieran los hielos, remontarían el Kwikpak y se abrirían paso hasta las factorías de la Compañía de la Bahía de Hudson. Malakoff no había oído el rumor de que el Kwikpak era el Yukón, y Subienkow no se lo dijo.
Y comenzaron a construir el fuerte. Lo hicieron sobre la base de trabajos forzados. Las murallas formadas por hileras de troncos se elevaron entre suspiros y quejas de los indios mulatos. El látigo restalló sobre sus espaldas, y era la mano de hierro de los bucaneros del mar la que sostenía el látigo. Algunos indios huían. Cuando lograban capturarlos, los traían hasta el fuerte, los obligaban a tenderse de bruces ante la puerta y allí demostraban a la tribu la eficacia del látigo. Dos murieron bajo los azotes; muchos quedaron mutilados de por vida, y el resto aprendió la lección y no volvió a intentar la huida. Antes de que vinieran las nieves, el fuerte estaba terminado. Había llegado la época de las pieles. Impusieron a la tribu un pesado tributo. Para obligar a los indios a satisfacerlo, redoblaron los golpes y los latigazos, tomaron a mujeres y niños como rehenes y les trataron con la crueldad de que sólo los ladrones de pieles son capaces. Habían sembrado sangre y llegó el momento de la cosecha. Ahora el fuerte había desaparecido. A la luz de las llamas la mitad de los ladrones de pieles fue pasada a cuchillo. La otra mitad murió como consecuencia de las torturas. Sólo quedaba Subienkow o, mejor dicho, sólo quedaban Subienkow y el Gran Iván, si es que aquella masa informe que gemía y gimoteaba sobre la nieve podía llamarse el Gran Iván. Subienkow sorprendió en el rostro de Yakaga una mueca dirigida a él. Con Yakaga allí no había posibilidad de salvación. Aún llevaba en el rostro la marca de su látigo. Después de todo no podía reprochárselo, pero lo estremecía pensar lo que aquel indio podía hacerle. Pensó en recurrir a Makamuk, el jefe de la tribu, pero su sentido común le dijo que sería inútil. Pensó también en romper sus ligaduras y morir peleando. Al menos así su fin sería más rápido. Pero no pudo desatarse. Las correas de caribú eran más fuertes que él. Siguió pensando y se le ocurrió una idea. Pidió ver a Makamuk y que trajeran un intérprete que conociera la lengua de la costa.
-¡Oh, Makamuk! -le dijo-. Yo no estoy destinado a morir. Soy un gran hombre y sería una locura que muriera. En verdad debo seguir viviendo. Yo no soy como esta carroña -miró el bulto gimiente que había sido el Gran Iván y lo rozó despectivamente con la punta de su mocasín-. Yo sé demasiado para morir. Mira que poseo una gran medicina. Yo sólo sé el secreto. Y como no voy a morir, cambiaré la medicina contigo.
-¿Qué medicina es esa? -preguntó Makamuk.
-Es una medicina muy extraña.
Subienkow fingió debatir consigo mismo unos momentos, como si íntimamente se resistiera a compartir su secreto.
-Te lo diré. Si aplicas un poco de esta medicina a tu piel, ésta se vuelve tan dura como la piedra, tan dura como el hierro, de modo que ni el arma más afilada puede cortarla. El filo más agudo, el golpe más fiero, resultan vanos contra ella. Esa medicina torna el cuchillo de hueso en un pedazo de barro y mella el filo de los cuchillos de acero que nosotros les hemos dado a conocer. ¿Qué me darás a cambio de mi secreto?
-Te daré la vida -respondió Makamuk a través del intérprete. Subienkow rió despectivamente-. Y serás esclavo en mi casa hasta tu muerte.
El polaco rió con desprecio aún mayor.
-Ordena que me desaten las manos y los pies y hablaremos -dijo.
El jefe de la tribu dio la señal. Cuando se vio libre, Subienkow lió un cigarro y lo encendió.
-Esto es absurdo -dijo Makamuk-. No existe tal medicina. No puede ser. Nada puede resistir al filo del cuchillo -Makamuk no lo creía… y, sin embargo, dudaba. Los ladrones de pieles habían llevado a cabo ante sus ojos demasiados milagros. No podía desoír sus palabras totalmente-. Te daré tu vida y no serás mi esclavo -anunció.
-Quiero más que eso -Subienkow se mostraba tan sereno como si regateara por una piel de zorro-. Es una medicina milagrosa. Me ha salvado la vida en muchas ocasiones. Quiero un trineo con perros, y que seis de tus cazadores viajen conmigo río abajo hasta que me encuentre a una jornada de distancia del fuerte Michaelovski.
-Tienes que quedarte entre nosotros y enseñarnos todas tus artes -fue la respuesta.
Subienkow se encogió de hombros y guardó silencio. Exhaló el humo de su cigarrillo en el aire helado y miró con curiosidad lo que quedaba del gran cosaco.
-Mira esa cicatriz -dijo Makamuk de pronto, señalando el cuello del polaco, donde un trazo lívido delataba la cuchillada recibida una vez en una escaramuza de Kamchatka-. Tu medicina no sirve de nada. El filo de hierro fue más fuerte que ella.
-El hombre que me hirió era muy fuerte -Subienkow meditó-. Más fuerte que tú, más fuerte que el más fuerte de tus cazadores, más fuerte que él.
De nuevo rozó con la punta del mocasín el cuerpo del cosaco. Había perdido el sentido, ofrecía un espectáculo estremecedor y, sin embargo, la vida seguía aferrada a su cuerpo torturado por el dolor, y se resistía a abandonarlo.
-Además, la medicina era débil. En ese lugar no crecían las bayas necesarias. En cambio, ustedes la tienen en abundancia. Mi medicina aquí será fuerte.
-Te dejaré ir río abajo -dijo Makamuk-, y te daré el trineo y los perros y los seis cazadores que has pedido para que te acompañen hasta que te halles a salvo.
-Tardaste en decidirte -fue la fría respuesta-. Has ofendido a mi medicina al no aceptar inmediatamente mis condiciones. Ahora pido más. Quiero cien pieles de castor -Makamuk hizo una mueca irónica-. Quiero también cien libras de pescado seco -Makamuk asintió porque el pescado allí era abundante y barato-. Quiero dos trineos, uno para mí y otro para transportar las pieles y el pescado. Y quiero que me devuelvas mi rifle. Si no aceptas en pocos minutos, el precio subirá más.
Yakaga susurró algo al oído del jefe.
-¿Cómo sabré que tu medicina obra el milagro que dices? -preguntó Makamuk.
-Eso será fácil. Primero iré al bosque…
Yakaga volvió a susurrar al oído de Makamuk, que negó con gesto de recelo.
-Manda a veinte cazadores conmigo -continuó Subienkow-. Tengo que recoger las bayas y las raíces con que fabricar la medicina. Cuando hayas traído a mi presencia los dos trineos y los hayan cargado con el pescado y las pieles de castor y el rifle, y cuando hayas seleccionado a los seis cazadores que han de acompañarme, cuando todo esté listo me frotaré el cuello con la medicina y pondré la cabeza sobre ese tronco. Entonces ordenarás al más fuerte de tus cazadores que aseste tres hachazos sobre mi cuello. Tú mismo puedes hacerlo, si así lo deseas.
Makamuk permaneció en pie con la boca entreabierta, empapándose en aquella última y más portentosa de las maravillas de los ladrones de pieles. -Pero primero -añadió apresuradamente el polaco-, entre hachazo y hachazo has de permitirme que me aplique la medicina. El hacha es fuerte y pesada y no puedo arriesgarme a cometer un error.
-Todo lo que has pedido será tuyo -dijo Makamuk, apresurándose a aceptar-. Comienza a preparar tu medicina.
Subienkow ocultó como pudo su alegría. Era aquella una partida desesperada y no podía permitirse el menor desliz. Habló con arrogancia.
-Has sido lento. Mi medicina se ha ofendido. Para enmendar la ofensa habrás de darme a tu hija.
Señaló a la muchacha, una criatura de expresión maligna, con una nube en un ojo y afilados dientes de lobo. Makamuk se enfureció, pero el polaco seguía imperturbable. Lió y encendió otro cigarro.
-Date prisa -le amenazó-. Si no te decides enseguida, pediré más.
En el silencio que siguió, la tenebrosa escena nórdica se esfumó ante sus ojos, y vio una vez más su tierra natal, y Francia, y en un momento que miraba a la muchacha de dientes de lobo recordó a otra muchacha, una bailarina y cantante que había conocido cuando, muy joven, había ido por primera vez a París.
-¿Para qué quieres a la muchacha? -le preguntó Makamuk.
-Para que me acompañe en mi viaje -Subienkow la estudió con ojo crítico-. Será una buena esposa y constituirá un honor digno de mi medicina emparentar con una mujer de tu sangre.
De nuevo recordó a la bailarina y tarareó en voz alta una canción que ella le había enseñado. Revivía su pasado, pero de un modo impersonal, lejano, mirando las imágenes de su juventud como si se trataran de fotografías impresas en el libro de la vida de otra persona. La voz del jefe rompió abruptamente el silencio sacándolo de su abstracción.
-Así se hará -dijo Makamuk-. La muchacha irá contigo. Pero quedamos de acuerdo en que seré yo quien descargue los tres hachazos sobre tu cuello.
-Pero recuerda que antes de cada uno de ellos habré de aplicarme la medicina -contestó Subienkow, poniendo una ligera nota de ansiedad en la pregunta.
-Te aplicarás la medicina antes de cada hachazo. Aquí están los cazadores que se encargarán de impedir tu huida. Ve al bosque y recoge lo que necesites para tu medicina.
La fingida rapacidad del polaco había convencido a Makamuk. Sólo la más maravillosa de las medicinas podía impulsar a un hombre amenazado de muerte a regatear como una anciana.
-Además -susurró Yakaga cuando el polaco hubo desaparecido entre los abetos, acompañado de su escolta-, cuando tengas el secreto de la medicina puedes matarle.
-¿Cómo podré matarle? -respondió Makamuk-. Su medicina me impedirá hacerlo.
Subienkow no perdió mucho tiempo mientras reunía los ingredientes para su pócima. Seleccionó todo lo que le vino a las manos: agujas de abeto, cortezas de sauce, un trozo de corteza de abedul y unas bayas que hizo extraer de la tierra a los cazadores después de limpiar el terreno de nieve. Recogió por último unas cuantas raíces heladas y regresó al campamento.
Makamuk y Yakaga lo observaban en cuclillas a sus espaldas, anotando mentalmente qué ingredientes añadía a la olla de agua hirviendo y en qué cantidades.
-Hay que tener cuidado de poner las bayas primero -explicó-. Me olvidaba. Falta una cosa. El dedo de un hombre. Déjame, Yakaga, que te corte un dedo.
Pero Yakaga ocultó la mano y frunció el ceño.
-Sólo el dedo índice -rogó Subienkow.
-Yakaga, dale el dedo -ordenó Makamuk.
-Ahí tiene todos los dedos que quiera -gruñó Yakaga, señalando el montón informe de cadáveres torturados que se apilaba sobre la nieve.
-Tiene que ser el dedo de un hombre vivo -objetó el polaco.
-Tendrás el dedo de un hombre vivo -Yakaga se acercó al cosaco y le cortó un dedo-. Aún no ha muerto -anunció, arrojando el trofeo sangriento a los pies del polaco-. Además es un buen dedo, porque es muy grande.
Subienkow lo arrojó directamente al fuego y comenzó a cantar. Era una canción de amor francesa la que, con gran solemnidad, cantaba a la poción.
-Sin esta fórmula, la medicina no valdría para nada -explicó-. Son estas palabras lo que le dan su fuerza. Mira, ya está lista.
-Di las palabras despacio, para que pueda aprenderlas -ordenó Makamuk.
-Te las diré después de la prueba. Cuando el hacha caiga tres veces sobre mi cuello te comunicaré la fórmula secreta.
-Pero, ¿y si la medicina no sirve? -preguntó ansioso Makamuk.
Subienkow se volvió hacia él enfurecido.
-Mi medicina siempre es buena. Y si no lo es, haz conmigo lo que hiciste con los otros. Despedázame como has hecho con él -dijo señalando al cosaco-. La medicina ya se ha enfriado. Me la aplicaré en el cuello con otra fórmula mágica.
Y mientras se frotaba el cuello con aquella mixtura entonó gravemente una estrofa de La Marsellesa.
Un alarido vino a interrumpir la comedia. El cosaco gigante, obedeciendo al último impulso de su vitalidad monstruosa, se había puesto de rodillas. Y cuando el Gran Iván, un momento después, comenzó a arrastrarse a espasmos sobre la nieve, los mulatos acogieron el hecho con carcajadas, gritos de sorpresa y aplausos.
Subienkow sintió náuseas ante aquel espectáculo, pero supo dominarse y fingir enojo.
-Así no se puede hacer nada -dijo-. Acaba con él y luego haremos la prueba. Tú, Yakaga, encárgate de que cesen esos ruidos.
Mientras Yakaga obedecía, Subienkow se volvió hacia Makamuk.
-Y recuérdalo, el hachazo tiene que ser muy fuerte. No se trata de un juego de niños. Dale un par de tajos a ese tronco, para que pueda ver que manejas el hacha como un hombre.
Makamuk obedeció y asestó al tronco dos hachazos precisos y vigorosos que arrancaron una gran astilla de madera.
-Muy bien -Subienkow miró en torno suyo al círculo de rostros salvajes que parecían simbolizar la muralla de brutalidad que lo había rodeado desde aquel día lejano en que la policía del zar lo había arrestado en Varsovia-. Toma tu hacha, Makamuk, y ponte de pie aquí. Yo me echaré sobre el tronco. Cuando levante la mano asesta el golpe. Hazlo con toda tu fuerza, y ten cuidado de que nadie se ponga detrás de ti. La medicina es buena y el hacha puede rebotar en mi cuello y saltar de tus manos.
Miró los dos trineos con los perros enganchados y cargados de pieles y pescado. Sobre las pieles de castor yacía su rifle, y junto a los trineos esperaban los seis cazadores que iban a constituir su guardia.
-¿Dónde está la muchacha? -preguntó el polaco-. Que la lleven junto a los trineos antes de que dé comienzo la prueba.
Cuando hubieron satisfecho su deseo, Subienkow se echó en la nieve y puso la cabeza sobre el tronco, como un niño fatigado que se dispone a dormir. Había vivido tantos años y tan terribles, que de verdad estaba cansado.
-Me río de ti y de tu fuerza, Makamuk -dijo-. Pega y pega fuerte.
Levantó la mano. Makamuk blandió el hacha, una segura de las que utilizaban los indios para cortar troncos. El acero hendió como un rayo el aire helado, se detuvo una fracción de segundo a la altura de su cabeza y descendió después sobre el cuello desnudo de Subienkow. Carne y hueso cortó la hoja limpiamente, abriendo después una profunda hendidura en el tronco. Los salvajes, asombrados, vieron caer la cabeza a un metro de distancia del tronco ensangrentado.
Se hizo un profundo silencio, durante el cual, poco a poco, se fue abriendo camino en las mentes de aquellos salvajes la idea de que no existía tal medicina. El ladrón de pieles los había engañado. De todos los prisioneros, sólo él había escapado de la tortura. En eso había consistido su jugada. De pronto se levantó una oleada de risotadas. Makamuk agachó la cabeza avergonzado. El ladrón de pieles lo había burlado. Lo había ridiculizado ante los ojos de todos. Mientras los salvajes continuaban riendo a carcajadas, Makamuk se volvió y se alejó con la cabeza agachada. Sabía que desde aquel día ya no sería Makamuk. Sería el burlado. La fama de su vergüenza lo seguiría hasta la muerte, y cuando las tribus se reunieran en primavera para la pesca del salmón, o en el verano para traficar, junto a las hogueras de los campamentos se referiría la historia de cómo el ladrón de pieles había muerto una muerte digna a manos del burlado. ¿Quién fue el burlado?, oía preguntar en su imaginación a un jovenzuelo insolente. El burlado, le responderían, fue aquél a quien llamaban Makamuk antes de que cortara la cabeza al ladrón de pieles.

FIN


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