jueves, 5 de noviembre de 2015

Sábado de gloria - cuento





Sábado de gloria

Por la mañana, los integrantes del humilde equipo del pueblo, se preparaban para el gran acontecimiento. Por la tarde, se enfrentarían  con un –no sé si decirlo así- “par” cuya historia deportiva, especialmente futbolística, se había desarrollado siempre en la máxima categoría. Y no solo eso, sino que, además, había obtenido un sinnúmero de veces el máximo galardón. Esta circunstancia lo había llevado a competir a nivel internacional donde también había recogido algunos laureles.
Para los jóvenes del pueblo había sido impensado que su equipo pueda tener que enfrentarse con el gran coloso del fútbol nacional. Más aún, cuando el gigante había descendido a esta divisional por el accionar de dirigentes irresponsables y poco honestos, tampoco imaginaron tal enfrentamiento hasta que, por esas cosas que tiene el futbol el teem de nuestra Asociación Deportiva logró ascender a la categoría superior.
Uno que descendía y uno que ascendía se enfrentarían ese sábado y en la cancha de la modesta Asociación Deportiva. Era todo un evento. Primero, que ambos equipos confronten. Segundo, que lo hagan en su cancha y, tercero, (que deviene del segundo) que el poderoso equipo “Millonario” visite el pueblo.
Todos querían jugar ese partido “no soñado”. Jamás alguien pudo imaginar esta justa. Pero a la cancha solo entraban once y al banco de suplentes solo cinco.

 

El plantel local no era extenso, más bien corto y sus jugadores se habían preparado como para la copa del mundo. Para ellos el hecho de jugar contra este equipo ya era un sueño y no perder por goleada, un triunfo. Ni hablar un empate.
La FM del pueblo no dejó durante esa semana de hablar del evento. Los dos diarios locales fueron preparando a sus lectores para que concurran a la cancha a “hinchar” por el equipo para hacerles sentir la loca lía.
Los días fueron pasando y el pueblo todo, aún quienes habitualmente ni hablan de futbol, se preparó para el sábado.
El tendero del pueblo nunca vendió tanta tela; pero claro eran solamente aquella de los colores del club. Banderas de todo tipo daban a aquel estadio un color que nunca vistió. Los “trapos” locales instaban al equipo al triunfo e incluso algún osado, no solo hizo alusión a los colores del club sino también al honor que significaba vestir esa camiseta.
Todo estaba preparado. En las escasas tribunas del estadio no cabía un alfiler. Los techos de las casas vecinas y de los galpones del ferrocarril sirvieron de palcos Vip. Algunos que no pudieron entrar se quedaron en la puerta con sus radios portátil. Otros llenaron los bares de la zona para ver el partido –con efecto hinchada- por la televisión.
Miranda, el número 9 indiscutido, desde el inicio del encuentro mostraba un dolor en una pierna. Se negó a salir. Él, con sus treinta y cinco años quería ser actor en esa obra que según pensaban todos jamás se repetiría.
Los minutos fueron pasando y los defensores lograron anular a sus adversarios. El cero parecía inamovible, pero se jugaba casi siempre en el campo local.
Así, considerándolo una hazaña, pasaron los primeros 45 minutos y sus tres de alargue.
El entretiempo  se hizo eterno para el espectador y fugaz para el plantel local. El Director Técnico no dejó de dar indicaciones ni de preguntarle a Miranda como se sentía mientras preparaba a Gutiérrez como hombre de punta para el reemplazo.
Miranda dijo: “yo de acá no salgo ni en camilla”.
El segundo tiempo no cambió mucho el panorama. Los “Millonarios” atacaban y los “humildes” se defendían. Casi una representación de la vida real en el mundo.
Y, como en la vida real o en las películas, “siempre hay un tiro para el lado de la justicia”. “Cacho” Palomino, un 5 que hoy jugaba en la cueva, ante un centro al área despeja con tal violencia y puntería que deja solo a Miranda frente al Pereyra el número 2 y del arquero. La situación fue única no solo por el posicionamiento dentro del campo sin porque ya corrían los últimos minutos de juego.
Miranda, haciendo un esfuerzo sobrehumano logra dominar el balón y ponerse frente al arquero. Su pierna que en realidad era la rodilla, no le respondía y el dolor era inmenso. Trató de pararse para patear cuando sin saber cómo es levantado en el aire por Pereyra que llegaba en velocidad. Su problema ambulatorio no le permitió ni siquiera tirarse. Lo revolearon en el aire. La tribuna gritó PENAL y el Árbitro cobro.
Nadie por nada del mundo le sacaría esa pelota a Miranda. Sus compañeros con tono especial le manifestaron que si no podía por la lesión lo pateaba otro del equipo. La respuesta negativa no se hizo esperar: “Mientras tenga una pierna, lo patero yo”. El Técnico dispuso que lo patee otro. Pero nadie se animó a quitarle a Miranda la oportunidad de su vida.  
 La Pelota a los doce pasos. El arquero sobre la línea moviendo los brazos como tapando el arco no dejándole espacio para que patee. Frente a la pelota, muy cerca de ella, Miranda haciendo equilibrio con una pierna exhibiendo el dolor que le provocaba la lesión. Se escucha el silbato dando la orden y saltando como si le faltara un zapato se acerca al punto penal. Salta aún más alto y con la misma pierna de apoyo le pega a la pelota cayendo al suelo sin poder mantener la vertical. Fue un puntazo que más allá de los esfuerzos del guardameta supo besar la red.
El delirio del pueblo fue total
El domingo, en primera plana y con letra catástrofe uno de los Diarios del pueblo titulaba:      SÁBADO DE GLORIA
Febrero MMXII


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