Sábado de gloria
Por
la mañana, los integrantes del humilde equipo del pueblo, se preparaban para el
gran acontecimiento. Por la tarde, se enfrentarían con un –no sé si decirlo así- “par” cuya
historia deportiva, especialmente futbolística, se había desarrollado siempre
en la máxima categoría. Y no solo eso, sino que, además, había obtenido un
sinnúmero de veces el máximo galardón. Esta circunstancia lo había llevado a
competir a nivel internacional donde también había recogido algunos laureles.
Para
los jóvenes del pueblo había sido impensado que su equipo pueda tener que
enfrentarse con el gran coloso del fútbol nacional. Más aún, cuando el gigante
había descendido a esta divisional por el accionar de dirigentes irresponsables
y poco honestos, tampoco imaginaron tal enfrentamiento hasta que, por esas
cosas que tiene el futbol el teem de nuestra Asociación Deportiva logró
ascender a la categoría superior.
Uno
que descendía y uno que ascendía se enfrentarían ese sábado y en la cancha de
la modesta Asociación Deportiva. Era todo un evento. Primero, que ambos equipos
confronten. Segundo, que lo hagan en su cancha y, tercero, (que deviene del
segundo) que el poderoso equipo “Millonario” visite el pueblo.
Todos
querían jugar ese partido “no soñado”. Jamás alguien pudo imaginar esta justa.
Pero a la cancha solo entraban once y al banco de suplentes solo cinco.
El
plantel local no era extenso, más bien corto y sus jugadores se habían
preparado como para la copa del mundo. Para ellos el hecho de jugar contra este
equipo ya era un sueño y no perder por goleada, un triunfo. Ni hablar un
empate.
La
FM del pueblo no dejó durante esa semana de hablar del evento. Los dos diarios
locales fueron preparando a sus lectores para que concurran a la cancha a
“hinchar” por el equipo para hacerles sentir la loca lía.
Los
días fueron pasando y el pueblo todo, aún quienes habitualmente ni hablan de
futbol, se preparó para el sábado.
El
tendero del pueblo nunca vendió tanta tela; pero claro eran solamente aquella
de los colores del club. Banderas de todo tipo daban a aquel estadio un color
que nunca vistió. Los “trapos” locales instaban al equipo al triunfo e incluso
algún osado, no solo hizo alusión a los colores del club sino también al honor
que significaba vestir esa camiseta.
Todo
estaba preparado. En las escasas tribunas del estadio no cabía un alfiler. Los
techos de las casas vecinas y de los galpones del ferrocarril sirvieron de
palcos Vip. Algunos que no pudieron entrar se quedaron en la puerta con sus
radios portátil. Otros llenaron los bares de la zona para ver el partido –con
efecto hinchada- por la televisión.
Miranda,
el número 9 indiscutido, desde el inicio del encuentro mostraba un dolor en una
pierna. Se negó a salir. Él, con sus treinta y cinco años quería ser actor en
esa obra que según pensaban todos jamás se repetiría.
Los
minutos fueron pasando y los defensores lograron anular a sus adversarios. El
cero parecía inamovible, pero se jugaba casi siempre en el campo local.
Así,
considerándolo una hazaña, pasaron los primeros 45 minutos y sus tres de
alargue.
El
entretiempo se hizo eterno para el
espectador y fugaz para el plantel local. El Director Técnico no dejó de dar
indicaciones ni de preguntarle a Miranda como se sentía mientras preparaba a
Gutiérrez como hombre de punta para el reemplazo.
Miranda
dijo: “yo de acá no salgo ni en camilla”.
El
segundo tiempo no cambió mucho el panorama. Los “Millonarios” atacaban y los
“humildes” se defendían. Casi una representación de la vida real en el mundo.
Y,
como en la vida real o en las películas, “siempre hay un tiro para el lado de
la justicia”. “Cacho” Palomino, un 5 que hoy jugaba en la cueva, ante un centro
al área despeja con tal violencia y puntería que deja solo a Miranda frente al
Pereyra el número 2 y del arquero. La situación fue única no solo por el
posicionamiento dentro del campo sin porque ya corrían los últimos minutos de
juego.
Miranda,
haciendo un esfuerzo sobrehumano logra dominar el balón y ponerse frente al
arquero. Su pierna que en realidad era la rodilla, no le respondía y el dolor
era inmenso. Trató de pararse para patear cuando sin saber cómo es levantado en
el aire por Pereyra que llegaba en velocidad. Su problema ambulatorio no le
permitió ni siquiera tirarse. Lo revolearon en el aire. La tribuna gritó PENAL
y el Árbitro cobro.
Nadie
por nada del mundo le sacaría esa pelota a Miranda. Sus compañeros con tono
especial le manifestaron que si no podía por la lesión lo pateaba otro del
equipo. La respuesta negativa no se hizo esperar: “Mientras tenga una pierna,
lo patero yo”. El Técnico dispuso que lo patee otro. Pero nadie se animó a
quitarle a Miranda la oportunidad de su vida.
La Pelota a los doce pasos. El arquero sobre
la línea moviendo los brazos como tapando el arco no dejándole espacio para que
patee. Frente a la pelota, muy cerca de ella, Miranda haciendo equilibrio con
una pierna exhibiendo el dolor que le provocaba la lesión. Se escucha el
silbato dando la orden y saltando como si le faltara un zapato se acerca al
punto penal. Salta aún más alto y con la misma pierna de apoyo le pega a la
pelota cayendo al suelo sin poder mantener la vertical. Fue un puntazo que más
allá de los esfuerzos del guardameta supo besar la red.
El
delirio del pueblo fue total
El
domingo, en primera plana y con letra catástrofe uno de los Diarios del pueblo
titulaba: SÁBADO DE GLORIA
Febrero MMXII
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