ESTACION TIERRA

El sol se ponía al fondo de la Diagonal 73. Esta, que corre de oeste a este, parecía iluminada
por un gran reflector que encandilaba a quiénes circulaban en ella. Ese día
coincidía con el equinoccio.
De repente, al cruzar
encandilado, algo como una nave espacial procedente del sol, aparece y me pasa
por arriba.
Desperté en un ámbito
extraño, raro, sin signos de haber sido por mí antes conocido.
Instantes después,
silenciosamente, como flotando en el aire, aparece una joven que, sin decir
palabra, me acomoda la cabeza, me cambia el paño húmedo que refrigeraba mi
frente, y se retira.
Evidentemente no la conocía.
No parecía enfermera (por lo menos por sus ropas) ni el ámbito parecía
hospitalario.
Me dormí profundamente pensando
quién era esa misteriosa mujer.
No sé cuánto tiempo había
pasado cuando volví en mí. La cabeza me giraba, mi boca estaba seca y cuando
quise levantarme, no pude.
Inmediatamente apareció como
de la nada la misteriosa mujer. Poco a poco me iba componiendo y aclarando los
pensamientos. Y así fue como pude verla. Evidentemente nunca la había visto,
pues no conozco personas orientales.
Finalmente, luego de mirarla
intensamente, pude ver la habitación que me alojaba.
Nada entendía ni recordaba
más allá de aquel transporte planetario que venía del sol.
Mi primer pensamiento,
motivado por la filmografía universal, fue que había sido secuestrado por
viajeros intergalácticos y que me estaban estudiando como a un cobayo. Traté de
ser coherente, razonable y así pregunté a la silenciosa mujer quién era, qué
estaba haciendo yo en esa casa y en esa cama, y cuanta pregunta nacía de un
cerebro afectado.
Pero antes de terminar la
segunda pregunta, en un claro pero afectado castellano me interrumpió para averiguar
cómo me sentía. Luego de mi respuesta -Bien- continuó diciéndome que me había
encontrado tirado en la calle, sin conocimiento, sin identificación ni valores,
por lo que, para evitar problemas con la policía y no dejarme abandonado, me
llevó hasta su casa.
Era coherente, sus rasgos
orientales se compadecían con la decoración de la habitación.
Me incorporé con su ayuda,
bebí un poco de té, una teína con un sabor que no reconocí, y luego me acomodó
nuevamente para seguir descansando.
Evidentemente no estaba tan
bien como pensaba, ya que el esfuerzo realizado para incorporarme y beber la
infusión aludida gastó todas mis fuerzas.
Antes de dormirme nuevamente
le pregunté cuánto tiempo llevaba en ese lugar. Creo que escuche cinco días.
Al día siguiente, ya era
otro. Aparentemente la teína consumida me había energizado un poco. Así logré
levantarme.
En la habitación no había
otra persona más que yo. Me incorporé, no sin esfuerzo, y comencé a observar
todo. Era para mí un mundo nuevo, nada de lo que veía era reconocible. Como si
me hubieran trasladado al Japón, Tailandia, o Corea, que sé yo. Estaba en el
viejo y lejano oriente.
Desde una ventana cubierta
por una cortina de seda, entraba un rayo de luz. Me dirigí hacia ella para
mirar donde estaba cuando desde las sombras, en silencio, apareció la figura
menuda y delgada de mi eventual enfermera.
Se dirigió hasta donde estaba
y me dijo:
- Es
hora del baño.
Sorprendido, le pregunté de
qué baño me hablaba ya que, por lo que
sabía o creía saber, había estado 5 o 6 días en esa cama sin conocimiento.
- El
agua pulifica pol fuela y pol dentlo. Baños ser medicina que debes tomar.
Me depositó en la cama y
comenzó a desvestirme. Desnudo totalmente, me llevó a una habitación o jardín
de invierno o qué sé yo, donde había una bañera o algo que parecía usarse a
esos fines. Luego supe que era un especie de yacusi.
Antes de introducirme en el
agua, aparentemente caliente, se desnuda e ingresa con migo guiándome para que
no me pase nada.
Dentro de aquél yacuzzi, la
misteriosa mujer comenzó con tareas quiroprácticas en lugares puntuales de
mi cuerpo que me energizaban.
Fue ahí cuando mi occidental
sentido de la vida generó en mí un apetito sexual que no pude disimular.
Con buen tino y sin sentirse
ofendida por mi actitud, esta mujer supo hacerme distinguir entre medicina y
sexualidad.
Más tarde, ya seco y vestido,
nos dirigimos a un especie de cocina-comedor donde mi anfitriona estaba
preparando algún tipo de comida que no pude reconocer por su aroma.
Ya habían pasado muchas cosas
para continuar sin saber quién era y donde estaba realmente.
Así fue que me contó que ella
era coreana, que había venido a la Argentina hacía 8 años y que, junto con
otros coreanos, habían desarrollado algunos emprendimientos como un
restaurante, una casa de regalos donde vendían artesanías orientales y, junto
con unos argentinos de origen japonés, estaban incursionando en la
floricultura.
Ella era una de las que
preparaba artesanías y, también en su casa, algunas comidas.
Como su nombre me era muy
difícil recordarlo y pronunciarlo, decidí rebautizarla como "Coni",
un nombre fácil para ambos y con alguna connotación de su origen coreano.
Me contó porqué había
emigrado y porque eligió la Argentina como segunda patria. Me habló de su
familia en la lejana Corea y como vivía sola en esa casa.
También yo le hable de mi
soledad, que era soltero y de una novia a quien quise con locura y que había
muerto en un accidente automovilístico.
Le conté que era vendedor en
una firma de venta directa y que siempre había buscado otra actividad, porque
en esta sentía que todo mi trabajo era para otro u otros y nunca para mí.
Fueron pasando los días y
conforme me acostumbraba a la dieta oriental mejoraba mi condición física.
Ya nos habíamos relacionado
muy bien, de tal forma que pensando en mi búsqueda de una nueva actividad donde
me sienta importante o por lo menos gratificada mi dignidad, me sugirió
utilizar mis conocimientos en venta directa para comercializar las artesanías coreanas.
Me pareció fantástico. Acepté
e inmediatamente comencé a diagramar esta renovada actividad.
Me vinculó con otros
connacionales, con los que tuve una inmediata aceptación y mantuve una relación
francamente estupenda. Inmediatamente confiaron en mí -creo que porque estaba
Coni de por medio- y pusieron el negocio en mis manos.
Así pensé que si lo que se
vendía eran artesanías orientales, los vendedores debían ser del mismo origen.
Así entrené a varios coreanos para la venta directa.
No había pasado mucho tiempo,
semanas apenas, cuando los resultados se veían y sorprendían tanto a coreanos
como a mí mismo.
Nunca me sentí tan bien. Todo
eso, esa organización y ese espléndido resultado había sido obra mía ... sí mía
y solo mía.
La alegría y el
agradecimiento personal para Coni, que había hecho posible este resultado, no
se hizo esperar.
Cuando llegué a casa con
flores en mis manos, bueno a la casa de Coni donde aún permanecía alojado, me
estaba esperando para comer juntos.
Yo no sé si era yo o había en
el aire un clima especial. La mesa decorada, la comida olía a pollo con
almendras y miel y Coni se había ataviado con ropas clásicas orientales de seda
natural. Parecía un acontecimiento, una festividad.
Me cambié de ropa, me puse
cómodo pero no de entrecasa, un especie de elegante sport.
Nos sentamos y, como entrada,
me sirvió unas especies de canapé de pescado con un vino o licor frutado de
alta graduación alcohólica.
Fue un verdadero agasajo.
Terminamos sentados en unos almohadones estratégicamente colocados en el suelo
por debajo de la ventana que da sobre el pequeño jardín, Bebiendo un licor
dulce como de cacao con café, a lo que yo sumé un cigarrillo.
El ambiente lo sugería, así
que yo sin pensarlo realmente comencé una especie de juego encantador y
sugestivo recibiendo, sorprendentemente, reciprocidad en la propuesta.
Ya estaba dentro de la
comunidad coreana, trabajaba con ellos, de alguna forma los dirigía o por lo
menos a un grupo, estaba tan integrado que este pavoneo lo sentía lógico y
natural.
Finalmente, gocé de este
encuentro como nunca lo había hecho antes para terminar dormidos abrazados a la
vida.
Cuando desperté, no sabía dónde estaba ni qué hora era.
Miré a mi alrededor y vi un
cuarto austero, con paredes blancas o gris muy claro y una puerta del tipo
"placa", con una especie de ventana redonda, vidriada, en la parte
superior.
Todo me hacía pensar que era
un hospital. Miré y me vi acostado
en una cama de acero inoxidable
tapado con una colcha blanca. Quise incorporarme y no pude. Tenía las dos
piernas enyesadas.
De repente, aparece una
enfermera que enciende las luces y me dice:
- Al
fin despertó, creíamos que nunca lo iba a hacer.
Pregunté entonces cuánto
hacia que estaba allí y porqué.
-
Hacen ya 64 horas que ingresó -me dijo- como consecuencia de un accidente. Fue
arrollado por una motocicleta. Sí por una moto, de las grandes, como la de
"Rebelde sin causa".
Según los testigos estaba cruzando la calle
cuando esa moto apareció a gran velocidad y lo arrolló.
- ¿Y
qué pasó con la moto y su conductor?
-
Salió despedido, pegó con la cabeza contra el cordón de la vereda y murió. A
Ud. lo trajeron unos coreanos que tienen un negocio justo frente a donde fue
atropellado, de no ser así estaría muerto. Todos los días preguntan por su
salud.
La Plata MMIX
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