miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL TESORO - CUENTO



“El Tesoro” de “Cartas de amor y otros cuentos”
                                                         ISBN 978-897-25330-0-7






E L   T E S O R O



I



          El sol dejaba sus últimas luces sobre San Fermín, un pe­queño pueblo de campaña cuya economía se vinculaba estrechamente con la actividad rural, especialmente la de los numerosos tambos que cubrían esa cuenca lechera.

       Ignacio, el dueño de un almacén de ramos generales, como todos los sábados, cerraba su establecimiento y viajaba rumbo a la Capital. Llamaba la atención de los habitantes del pueblo esta actitud, toda vez que solo él abandonaba el pueblo con tal regularidad.

           Era un Vasco que apenas alcanzaba los 50 años y, quienes lo cono­cían por más de 25 años, siempre lo habían visto seguir la misma rutina. No eran po­cos los que se preguntaban cuál sería su destino y cuál era el motivo de tal regu­laridad.

         Un día, Ignacio regresó a su casa acompañado de una joven veinte añera -Margarita- cuyas características personales la dis­tinguían del resto de la población femenina de lugar.

            Ese Lunes, por la mañana, la presentó a su clientela y  vecinos  en general, como su mujer. La sorpresa no fue poca en el pueblo, donde -sobretodo las comadres- no dejaban de contar historias y biografías de la nueva vecina a quien nunca habían visto y menos conocían.

              Margarita era -además de joven y muy bonita- rubia, con una cabe­llera larga (para las costumbres del pue­blo) que parecía un trigal pronto a cose­charse. Sus ojos celestes nada podían envidiarle al cielo y su piel -algo rosada- parecía no conocer los rayos del sol.

              Su figura menuda -sobre todo al lado del Vasco- exhibía contornos bien formados y femeninos, luciéndose sus largas y bien torneadas piernas.

              Pero lo que más llamó la atención fue su vestua­rio, que mereció un comentario puntual de las damas del pueblo. En San Fermín esos atuendos no se conocían o por lo menos nadie los usaba.

                 Así, entre comentarios y chismorreos malintencionados, fueron pa­sando los días y la imagen de Margarita se fue haciendo una costumbre. Su con­ducta en nada era censurable.

              Ignacio, que tenía la re­putación de persona avara, continuó al frente del establecimiento como siempre sin permitir que Margarita se inmiscuya en su actividad comercial.

               Los sábados, al caer el sol, nunca abandonó el ritual de viajar a la Capital. Ahora, lo hacía acompañado de su mujer, a la que nunca dejaba lejos de su controladora mirada.

                 No habían pasado seis me­ses, tal vez siete, cuando el Vasco sufrió un revés que le afectó su salud. El médico del pueblo, cuya intervención fue reclamada por los vecinos a pedido de Margarita, diagnosticó un padecimiento cardíaco que debía ser atendido por pro­fesionales especializados en un centro de mayor complejidad que la pequeña salita sanitaria del pueblo.

                  Inmediatamente un grupo de amigos improvisó una camioneta a modo de ambulancia y partieron inmediatamente rumbo a la Capital, ciudad que Margarita conocía bien para internarlo en el mejor lugar.

                 En el pueblo, las vecinas más "caracterizadas", no dejaron de con­jeturar respecto del achaque sufrido por Ignacio, imponiéndole un alto grado de responsabilidad a aquella joven llena de  vida y colmada -a su criterio- de erotismo y obscenidad.

                   El Vasco quedó internado y bajo los cuidados de los mejores profe­sionales. El Centro Médico donde se alojó, está  considerado como uno de los cinco mejores del País. Un nosocomio mo­delo.

                 En un momento, Ignacio llama  a  Margarita e instruyéndola, le  devela  dónde escondía el  dinero,  orde­nándole saque lo necesario para hacer frente a la posible operación como al resto de los gastos que demande la inter­nación, tratamiento y honorarios médicos.

                   Este hombre, que indudablemente creía conocer a su joven mujer, solo le mencionó el sitio donde guardaba algo del dinero, aunque le ocultó con­fiado en su recuperación, el lugar donde ocultaba las joyas, valores y el resto de los ahorros.

                 Margarita supo cumplir con la comisión encomendada y, luego de reti­rar dinero suficiente y contar el resto para informar a Ignacio cuanto quedaba, concurrió al Nosocomio y abonó lo que hasta el memento se adeudaba y dejó di­nero en garantía –exigencia institucional- por los gastos que devengue el resto de su internación.

                    La joven regresó a San Fermín, ahí la esperaban la soledad de una casa y largas horas de ocio.

                   Al día siguiente, vecinos y clientes del Establecimiento, pregunta­ban a la Señora sobre la salud de su es­poso y tiempo probable de recuperación. También requirieron de ella la posibili­dad de abrir las puertas del negocio para continuar proveyéndose de mercadería, mucha de ella necesaria para la vida dia­ria.

                  Atento al pedido formu­lado, Margarita viajó a la Capital para comentarle a Ignacio sobre tal posibili­dad y, básicamente, pedirle permiso para continuar con la actividad mientras él continúe internado.

                 Con la aprobación de su esposo, regresó al pueblo y a la mañana siguiente, a la hora de costumbre, pun­tualmente Margarita abrió las puertas del Establecimiento inaugurando una nueva era en el giro comercial.

                    Los vecinos agradecidos concurrieron en forma casi compulsiva. Algunos, porque necesitaban mercadería, otros, los menos pero en número más que interesante, para departir alguna palabra y disfrutar de la presencia de la joven y bella dama le­jos de la mirada controladora de Ignacio.

                    La gestión de Margarita hizo que poco a poco este tipo de “clientes” deje de concurrir, ya que la conducta de Margarita era intachable. Todo un ejemplo de esposa.


II



                  Varios días habían pasado, cuando llegó al Establecimiento un joven, hijo de un chacarero de la zona, quien pese a su juventud ingresó a comprar ci­garros.

                  Eustaquio era un jovenzuelo que en poco sobrepasaba los 17 años, curtido por el sol del campo y musculoso por las la­bores agrarias, aparentaba más edad que la que tenia y supo llamar la atención de Margarita.

                  Esta, generalmente de po­cas palabras, exhibió ante este selecto cliente una simpatía oculta hasta el mo­mento. Ese encantador trato, despertó en el joven un natural interés, circunstancia esta que los llevó a conciliar una reunión esa misma noche en la casa, cuando los habitantes del pueblo duermen  en  procura de descanso y energía.  Para  evitar  ojos noctámbulos o accidentales desvelos, el joven debía concurrir, oculto en la oscuridad de la noche, por los fondos de la vivienda.

                  Conforme lo acordado, Eustaquio concurrió en la primera oportu­nidad que se le presentó.

              Ella lo esperaba tras la puerta de ingreso, para luego  conducirlo a la planta alta donde se encontraban las habitaciones.

                  Fue ahí, donde el joven pudo ver realmente a aquella mujer. Su cuerpo desnudo podía verse tras una camisola de fina seda. El visitante,  rústico por naturaleza y educación, nunca había visto ni imaginado una situación así, tan sensual, erótica y voluptuosa. Sus labios se resecaron, sus nervios pro­vocaron casi una parálisis en sus múscu­los; su erección no conocía antecedentes.

               Suavemente Margarita se acercó a Eustaquio y comenzó a despren­derle la camisa, luego el cinturón, para seguir desnudándolo. El joven aún no salía de su éxtasis. Cuando volvió en sí, estaba desnudo en la cama con esa diosa blanca y rubia llenándolo de cari­cias y besos por doquier.

                 Nunca este rudimentario chacarero pudo imaginar los placeres que provoca el sexo cuando quien lo hace sabe de ello. Y Margarita si sabía. Desde un suave beso en la nuca, tras de la oreja, hasta una felatio completa. Todo se hizo aquella noche donde ambos disfrutaron el momento. Él, porque descubrió el sexo; ella,  porque  encontró  en aquel joven un excelente ejemplar mascu­lino. Ninguno podía ni quería terminar la noche, pero el tiempo es tirano y las agujas del reloj avanzan sin pausa.

                Ya eran las cinco de la mañana y pronto, en esa época del año, se­rían sorprendidos por el sol y, como si eso fuera poco, con quienes por delante tenían un largo día en el campo. También Margarita, debía abrir el negocio y atenderlo.
  
                 Antes de separarse, acordaron un nuevo encuentro, el cual se con­cretaría tres días más tarde.

                La noche indicada, con la complicidad de unos nubarrones que impe­dían a la indiscreta luna llevar luz donde no la hay, Eustaquio ingresó por la puerta de atrás de la casa la cual, pre­meditadamente, había sido dejada sin pasador.

                Subió las escaleras hasta la planta alta repitiendo el camino ya recorrido y, al pasar frente al baño, ve a través de la puerta abierta y tras una cortina traslúcida, a Margarita bajo la ducha. Su figura estilizada ganaba en erotismo con el correr del agua sobre su cuerpo. Con sus manos, se acariciaba sus pechos, cintura, nalgas y finalmente, le­vantando una pierna, su parte más deseada.

                Sutilmente, previo a quitarse las ropas, Eustaquio ingresa a la bañera. Con la misma suavidad y sensuali­dad con que ella misma acariciaba su cuerpo, comenzó con el de su compañero. Todo era pasión, lujuria y libidinosidad, aunque no pornográfico por la pureza de sus sentimientos.

                  Luego de secarse uno a otro, se dirigieron a la cama, donde nue­vamente la joven anfitriona hacía gala de sus amplios conocimientos. Nuevamente la madrugada los encontró jun­tos y rebosantes.




III



                  A la mañana siguiente, poco antes de abrir el establecimiento, recibe una llamada telefónica del Hospital donde le comunicaban que, por la tarde, Ignacio tendría el alta médica. Debían pues, ir a buscarlo y abonar una dife­rencia pendiente.

                   Respecto a sus citas noc­turnas, esperaba que su joven amante ad­virtiera a tiempo el regreso de su marido para evitar contratiempos.

                 Con el primer tren, partió para la Capital. Junto con una muda de ropa para Ignacio, llevaba dinero sufi­ciente como para pagar los gastos de in­ternación y médicos y, si lo deseaban, para que­darse una noche o dos en un hotel cén­trico.

                     Así resultó. Al salir del Hospital con el consejo y la prescripción médica del caso, se alojaron en un hotel con la esperanza de comenzar su rehabili­tación sin mayores complicaciones. Una llamada telefónica a un vecino del pue­blo de sincera amistad,  permitió anoti­ciar a sus amigos y Clientes que ya es­taba de alta, se encontraba bien y que el establecimiento permanecería ce­rrado por dos días.



IV



                 Juntos en la Capital, aprovecharon a recorrer lugares que, por la naturaleza de sus periódicos viajes, nunca pudieron hacer.

                  El caminar juntos, mirando vidrieras, fue todo un descubrimiento, ninguno de los dos se conocía en tal circunstancia. Esta situación mejoró la relación de esta disímil  pareja, ella, una citadina nativa; él, un Vasco nacido y criado en un medio rural.

                 Así conocieron cuanto Restaurante pudieron y confitería encontraron en sus escasos dos días. Como disfrutaron de esos momentos, que placer inmenso los embargaba con cada simple pero satisfactorio evento.

                  En el camino de regreso al pueblo, se prometieron unas nuevas vacaciones, sobre todo, cuando su corazón pueda soportar aquellos momentos sin problema.



V



                La llegada a San Fermín fue en el tren de la noche. El Pueblo dormía. Al descender en la estación, el Jefe le dio la bienvenida ponderando a Margarita por su desempeño al frente del establecimiento y deseándole pronta y plena recuperación.

                Al ingresar a su casa, por atrás evitando así abrir el negocio, Margarita pensó, preocupada, sobre la posibilidad de encontrar en su dormitorio al mozalbete generador de tanto sexo y placer.

               Sus pasos eran cortos y temblorosos, la respiración se le cortaba, ella podía oír los latidos de su corazón, su boca seca sabia pastosa.

               Poco a poco se fueron aproximando al dormitorio y, al abrir la puerta, se escucha la voz de Ignacio agradeciendo encontrarse nuevamente en casa, con su cama, su colchón y su almohada.

                 Margarita respiró profundo y paulatinamente  fue  retomando su pulso normal y su andar retomó su natural armonía.

                 "Gracias a Dios" -expresó dejando la última palabra en el aire- "ya estamos en casa", completó la frase.

                 Nuevamente el ambiente se presentaba propicio para el amor, claro que con los límites que el médico les impuso.

                   Al día siguiente, por la mañana, ambos abrieron el negocio siendo, por cierto, muy concurrido.



VI



                El pueblo mantenía su habitual y apacible rutina. Todo permanecía dentro de los cánones preconcebidos. Nada parecía salirse del monótono “libreto” original, donde cada uno de sus habitantes cumplía con el rol asignado en guión preestablecido.

                  Pero, no obstante este aparente sometimiento, dos de los personajes de este escenario, por razones estrictamente personales, decidieron apartarse y modificar el argumento. Esta mutación, finalmente, rectificaría algunas líneas alterando así el libreto primario.

                  Habían pasado varios días, quince o veinte, cuando Eustaquio entra al Establecimiento a comprar cigarrillos. Ignacio lo atiende, jugándose con el viejo chascarrillo "cómo  has crecido muchacho, ayer venias por caramelos y hoy por cigarrillos".

                       En la otra punta del mostrador, cerca del exhibidor de tabaco, estaba Margarita, quien saluda formalmente al joven cliente, entregándole un atado de la marca pedida.

                      Al entregárselo, fuera del control de Ignacio, Margarita le expresa a Eustaquio su disgusto por la visita, ya que su marido no sabía nada ni debía saberlo. Ante la insistencia del joven cargado de excitación y nervios, la rubia señora debió llamar a su esposo  para que le cobre y aprovechar la ocasión para dejar el local y dirigirse a la vivienda, en la trastienda, con la excusa de ir preparando la comida.

                   Eustaquio pagó su cuenta y salió del negocio tratando de controlar su enojo por el desagrada- ble momento vivido.

                 Dos días más tarde, nuevamente se presento a última hora por cigarrillos. Ignacio estaba haciendo la tarea administrativo-contable de ordenar facturas, preparar los pedidos y hacer la caja, por lo que le pidió a su esposa que atienda al joven sin sospechar que ese cruce conduciría a ambos a nuevos encuentros clandestinos.

                     Cliente y comerciante dialogaban en tono menor, cuando se escucha la voz de Ignacio que le comunica a su esposa  que  al día siguiente tendría que atender sola el almacén, por cuanto él debía viajar a la Capital a visitar  proveedores, hacer Bancos y concurrir al consultorio del Doctor por más medicación y un examen de rutina. Finalmente le manifiesta que, como seguramente seria un día muy denso y su salud no era la de antes, probablemente dormiría en el Hotel de costumbre para regresar con el primer tren por la mañana.

                   La pareja al escuchar esto, comenzó a soñar nuevamente en repetir aquellos momentos de excitación y lujuria, donde nada importaba más que el sexo como finalidad de vida.

                     Esa noche, mientras cenaban, Ignacio le dice a Margarita que entre las cosas que tenia que hacer en la Capital, era renovar la Caja de Seguridad como así también, cambiar algunos pesos por dólares para guardarlos en ella. Por cualquier cosa que me pase, en el placard del dormitorio -continuó informando- en el lado izquierdo, en el piso, hay una puerta trampa donde guardo cosas de estricta confiabilidad. Ahí hay un sobre con instrucciones, la llave de la Caja de Seguridad y dinero suficiente como para cubrir cualquier eventualidad. Además, vos ya sabes donde guardo otro dinero. Seguramente, tendré que hablar con el Gerente del Banco, para incorporarte a la cuenta.

                        Pero el pensamiento de Margarita  nada  tenia que ver con el de su esposo, más, su atención era tan tenue, leve, escasa, que realmente no escuchó lo que le decía, aunque mantenía la conversación con expresiones genéricas.

                        A la mañana siguiente, en el primer tren, o sea bien temprano, Ignacio se embarcó conforme lo previsto.

                        Las horas de ese día parecían no pasaba nunca. Finalmente, el ocaso se hizo presente. Con las primeras sobras del día luego del cierre del establecimiento, la puerta trasera se abrió y sin esperar señal alguna ni haber constatado durante el día que Ignacio realmente había viajado, el mozo presuroso subió por las escaleras recorriendo el  camino  que  tanto  goce  le  había provocado. Al llegar a la habitación, su sorpresa fue no encontrar a Margarita, aunque si encontró, sobre la mesa de luz, una pequeña nota donde le decía, que por razones bancarias, había tenido que viajar a la Capital y que regresaría por la mañana. Remata la nota solicitándole al destinatario que una vez que abandone la casa, lejos de ahí, queme esta pequeña misiva pues, de encontrarla alguien podría leerla y ello seria el fin.

                    Siguiendo el instructivo y furioso por las circunstancias, sigilosamente abandonó la vivienda dirigiéndose a la chacra donde sus padres lo esperaban. En el camino, prendió un cigarrillo, recordó a su amada y quemó el mensaje.

                     Su  excitación competía con su ira, la que -llegando a su casa- llevaría la mejor parte del duelo.


VII


                   El martes, por la Mañana, el Jefe del Correo recibió una carta certificada procedente de España, dirigida a José Felgueiras.

                      Así las cosas y sin tener empleado a quien mandar, el responsable de la estafeta del pueblo se dirigió a la chacra de los Felgueiras para hacer entrega de la correspondencia. Al llegar, fue atendido por su mujer, Mariquiña, quien inmediatamente fue en busca de su esposo.

                   La carta era de su hermano quien le informaba que el padre de ambos estaba muy grave, próximo a su muerte. Al mismo tiempo, le comunicaba porque además de las cuestiones de familia (afecto incluido), tendrían que hablar de la herencia que por cierto era cuantiosa.

                      Sin pensar en esto último y con la peregrina ilusión de poder ver por última vez a su padre con vida, inmediatamente ordeno a su esposa prepare una maleta que partirían para España dejando al Joven Eustaquio al frente de la finca.

                       Esa noche, con muchos nervios, despegaban del suelo argentino rumbo a su terruño.

                      Acá, en el pueblo, cada uno desempeñaba su rol y, mientras los Filgueiras viajaban a Galicia, Margarita sumisamente le preguntaba a su marido si al día siguiente podría viajar a la Capital para hacerse un control médico.

                        Ignacio, sospechando novedades en su familia, no se opuso.

                       Por la mañana abordó el primer tren y Eustaquio, aprovechando que sus padres se habían ido a España, dejó la propiedad sola y en el segundo tren -al medio día- partiría tras ella. No obstante, para mantener en secreto su partida, lo haría desde un pueblo vecino.

                        Ya en la Capital, la pareja se reúne conforme lo acordado en un Hotel cercano al centro.

                        Salieron a comer algo y luego los muebles de aquella habitación fueron testigos silenciosos de la demostración carnal más escandalosa y libidinosa que haya sucedido entre esas cuatro paredes. La noche llegó sin pensarlo. Al advertirlo, Margarita habló por teléfono con Ignacio explicándole  lo inexplicable. Con ello, ya tendrían un día más para renovar ese sexo tan deseado.



VIII



                 Esa misma noche, un incendio en una finca cercana al pueblo provoca un gran revuelo movilizando a los Bomberos Voluntarios y vecinos a combatir el fuego. Todo fue inútil. Las llamas acabaron con las construcciones de madera y chapa rápidamente.

                       Debajo de las cenizas, yacía el que fuera hogar de los Filgueiras, sospechándose que el joven Eustaquio formaba parte de ellas.

                        Mientras tanto, en la Capital, ignorantes de tal desventura, la pareja vivía un idilio sin par.

                     Pasado el luctuoso evento, suena el teléfono en la casa de Ignacio. Al atender no podía entender cómo se había enterado del siniestro ya que, del otro lado de la línea, José Filgueiras le hablaba desde la vieja Galicia, aunque no por el incendio -que desconocía- sino por una propuesta.

                          Así, inmediatamente después de los saludos y previo a escuchar el motivo de la llamada, en un confuso diálogo le comenta que como consecuencia de un incendio, su casa y el resto de las construcciones ya eran cenizas, expresándole al tiempo que su hijo no había sido hallado por lo que se suponía se había salvado de las llamas.

                        Un tartamudeo y un llanto dieron por concluida la conversación.

                     Veinte minutos después, suena nuevamente el teléfono. José, más tranquilo, pudo continuar con la conversación, temiendo para él que su hijo haya sido presa del desastre. Seguidamente, refirió haber hablado con su hermano y que pensaba quedarse en Galicia, decisión que con lo acontecido ganaba más fuerza. Es por ello que como sabia que a él siempre le había gustado su propiedad, se la ofrecía en venta pidiéndole que fije el precio.

                      El Vasco, tenía una bien ganada fama de hombre de bien y, como todos los vascos, de una sola palabra. Un hombre confiable.

                      Habiendo aceptado la oferta, Ignacio se prepara para viajar a la Capital en busca del efectivo necesario para la compra.

                        Partió ese mismo día.

                       Antes de pasar por el Banco y a los fines de ordenar su ingesta alimentaria, que había sido muy irregular por no decir caótica, se dirigió a una confitería en la que había estado con Margarita y le había gustado mucho.

                         Al entrar con una mirada periférica observa el salón y descubre al fondo, en un rincón, como ocultándose de las miradas, a Eustaquio y su mujer sentados uno frente al otro y tomados de las manos con los codos sobre la mesa mirándose a los ojos sin expresar palabra alguna. Tan obvia actitud no permitía otra conclusión.

                             Sin más, salió del local dirigiéndose directamente al Banco donde pretendió desvincular a su mujer de la cuenta corriente -operación que no podía hacer en forma unilateral- y retirar los valores y demás elementos en custodia en la Caja de Seguridad. Asimismo y toda vez que para separar de la cuenta a su esposa debía obtener su consentimiento expreso, opto por retirar todos los fondos y cerrarla.

                          Con semejante fortuna solo le quedó contratar un remisse para que lo lleve hasta el pueblo sin riesgos.

                          Una vez en su casa, retiró de los lugares presuntamente secretos todo cuanto era de valor, incorporándolo a un cajón  de madera el cual -cerrado- fue enterrado en el sótano, entre los toneles, colocando uno de ellos por encima ocultando su presencia.

                          La tierra que fue sacando para hacer el pozo, la embolsó,  sacó al jardín y distribuyó en los distintos canteros disimulando la maniobra.

                           Al día siguiente, abrió la proveeduría como todos los días.

                            Lejos de ahí, la pareja todavía ocupaba la habitación del Hotel.

                       Esa misma mañana, habiendo sido advertido por un anónimo telefónico, el Conserje del Hotel les comunicó que el deposito que habían efectuado al entrar ya no alcanzaba para cubrir el alojamiento por lo que tenían que abonar un plus.

                     El no tenía un cobre y a ella se le había acabado prácticamente su efectivo. Eustaquio se adelantó refiriendo que su padre se había ido a España y que él no tenía de donde sacar algo. Ella, rápidamente, se dirigió a un Cajero Automático para obtener el dinero que le faltaba por esa vía.

                     Esta fue la segunda sorpresa; el cajero, a la par de informarle por su pantalla que no se encontraba en condiciones de efectuar el pago, le sustrajo la tarjeta.

                        Ante tal situación, optó por dirigirse al Banco Emisor  para quejarse de uno de los Cajeros de la Red que no solo no le había pagado el dinero pedido, sino que, además, le había "tragado" la tarjeta. Ahí se enteró que la cuenta estaba cerrada y sin fondos.

                        Dudando aun de la información recibida, decidió comunicarse con su marido y comentarle lo del Banco. Así, regresó al Hotel y lo llamó desde la habitación.

                      El teléfono sonó ocho veces y, antes de la novena llamada, escucha que del otro lado levantan el auricular: "... soy yo, Margarita", expresó, y antes de poder decir palabra, se interrumpe la comunicación sin escuchar a su interlocutor decir palabra. Pensando en algún problema técnico, intentó nuevamente. Así pudo escuchar como levantaban el auricular y colgaban sin decir nada.

                      Margarita comenzó a entender que su marido se había enterado del romance y había decidido concluir con la relación tanto personal como económica.

                     La situación era preocupante. El no tenía de donde obtener los dineros faltantes y ella, tenía bloqueadas casi todas las vías.

                     En ese instante, suena la puerta de la habitación.  Era el Conserje del Hotel reclamando el pago bajo amenaza de llamar a la policía.

                       Fue entonces cuando sin dudar un instante, le pidió al joven se quede en el cuarto que ella iría a pedirle a una amiga que vivía en la Capital.

                  Ya la oscuridad de la noche comenzaba  a teñir la ciudad. Con unos pocos pesos que le quedaban en la cartera, tomó un taxi dirigiéndose al pasado, lugar de donde había salido para nunca más regresar.

                    Al entrar, causó sensación entre los presentes. Sin más que un saludo parco de su parte se dirigió a ver a Mimí, la única persona que podía ayudarla.

                      Luego de los saludos de rigor, le explica cual era su situación y la urgente necesidad de contar con algún dinero. Por ello, sin pretender afectar el funcionamiento de aquel lugar, le pidió solo por ese día trabajo.

                       Ninguna de las chicas se opuso. Así, Margarita, regresó a su actividad de meretriz.

                      Por la madrugada, realmente cansada, regresa al Hotel y antes de subir a la habitación, abona lo adeudado y deja un plus para cubrir la noche.

                       Al día siguiente por la mañana, regresan al pueblo. Él desembarcó una estación antes para no llegar juntos al pueblo. Ella, desciende en San Fermín. Desde la estación podía verse el frente del establecimiento, como también viceversa, por lo que cuando Margarita comenzó a caminar rumbo a la proveeduría, el Vasco cerró las puertas como una clara señal de una relación terminada.

                     La rubia entendió el mensaje y, caminando tranquilamente, tomó el camino rumbo a la Chacra de Eustaquio.

                   Casi una hora y media después, cuando llegó, lo encontró al joven sentado frente a la tranque- ra, en el suelo, llorando desconsoladamente.

                     En su interior, todo era negro carbón, la casa y demás construcciones habían desaparecido,  y como si esto fuera poco, en la tranquera -que no era la que había puesto su padre- había un nuevo nombre: "Isilik", propiedad de Ignacio Olarticoichea.

                       Ninguno de los dos comprendió nada.



IX


                    Previamente, cuando Ignacio regresa de la Capital, se comunicó telefónicamente con José a quien  le  informa que su hijo estaba vivo. Que no sabe por que razón no fue víctima de las llamas, aclarándole que nadie en el pueblo conocía al respecto.

                      La llamada, tenía dos intenciones: la primera llevarle tranquilidad al amigo y su esposa res- pecto de la salud o existencia de su hijo; la segunda, para confirmar si bajo estas circunstancias, mantenía su postura vendedora. José ratificó su venta y prestó conformidad con el precio. Todo estaba preparado para realizar la transferencia.

                        Mientras tanto, para los tórtolos todo parecía perdido, solos, en el medio de la nada  y  sin  dinero. La joven pareja comienza a idear un plan de escape. Solo uno.

                         Por la noche, cuando todos estén dormidos, ambos se dirigirían al Pueblo para ingresar a la casa de Ignacio sigilosamente, con la cautela de quien no quiere ser visto, y tomar de un lugar secreto dinero suficiente como para irse del pueblo y nunca más volver.

                          Todo estaba preparado, las sombras de la noche cubrían sus figuras. Al llegar a la puerta trasera de la casa Margarita la abrió cuidadosamente para evitar que algún ruido despierte al Vasco que dormía justo arriba de esa entrada.
  
                       Furtivamente ingresaron a la casa dirigiéndose a la cocina donde encontrarían dinero su- ficiente como para marcharse.

                            Pero su ingreso no fue lo suficientemente silencioso como para no despertar a Ignacio. Este, agudizó su oído para escuchar mejor y, convencido que alguien andaba en la casa, tomó de la mesa de luz su Remintong y, con lo puesto, pistola en mano, comenzó a descender la escalera cuidadosamente.

                           El chirriar de los escalones advirtió a los intrusos que alguien se acercaba. De pronto, se abre la puerta de la cocina y quedan cara a cara Ignacio y Margarita.  Atrás de la puerta, oculto, quedó Eustaquio quien al mirar la mano del dueño de casa, tomó una cuchilla como circunstancial arma de defensa.

                          Al verla, el Vasco la increpa preguntándole si ella creía que él era un idiota. Luego de insultarla, trató de sacarla tanto de su casa como de su vida. En ese momento, un mal movimiento de Eustaquio provoca la caída de un vaso que estaba sobre la mesa quedando al  descubierto. El Vasco sin  más,  gira  su cuerpo apuntándole con el arma y el joven, pensando que lo mataría de un tiro le perfora el estómago con la cuchilla y, casi mecánicamente, le corta el cuello degollándolo.

                       La desesperación de la pareja no los dejaba pensar. Revisaron la cocina y nada encontraron, por lo que decidieron ir al local y revisar la caja registradora. Ahí encontraron algún dinero y decidieron huir aunque no sin antes -Eustaquio- prender fuego a la casa con la doble intención de borrar rastros por un lado y vengarse de quien él pensaba había incendiado su propiedad para comprarla a un precio vil.

                      Las mejores condiciones constructivas de esta edificación,   no permitieron que la voracidad del fuego ganara la totalidad de la vivienda y el negocio, circunstancias que se vieron favorecidas por una rápida acción tanto de los Bomberos Voluntarios como de los vecinos.

                        Con el control de daños, se encontró desfigurado por las llamas pero visiblemente agredido a Ignacio quien yacía en el suelo de la cocina.

                        En el pueblo nadie había visto nada ni a nadie, pero la ya prolongada ausencia de Margarita hizo que comenzara a formar parte de los rumores dentro de los naturales chismes pueblerinos.


XI



                        Margarita y Eustaquio partieron esa misma noche rumbo a la Capital. Como no había tren ni otro transporte público, caminaron hasta el camino donde lograron que un señor, deslumbrado por la belleza de la Rubia, aceptó trasladarlos ya que su destino era el mismo.

                        En la ciudad, el joven se comunicó con su padre quien cablegráficamente le envió un pasaje de avión partiendo esa misma noche rumbo a Barcelona donde lo esperarían al llegar.

                        Margarita, sin otra alternativa posible, regresó con Mimí quien no solo le dio su primitivo trabajo sino que además, una habitación permanente dentro de la casona.
                      


XII


                          Seis meses más tarde, se hace presente en la Comisaría del Pueblo, un señor con acento español, quien dice llamarse Martín Olarticoichea y ser hermano de Ignacio, que anoticiado de los acontecimientos viene a buscar los restos con la finalidad de llevarlos a su pueblo natal. Además, para ver las propiedades que en vida fueran de aquel, para disponer de ellas finalmente.

                          Al ver el establecimiento comercial de su hermano y casa, decidió recuperarla para obtener un mejor dinero en su venta.

                          Grande fue su sorpresa   cuando   corrió  los  toneles  haciendo   espacio en el sótano y descubrió el cajón con el tesoro.

                            Sin comentarios ni confidencias, viajó a El Cruce,   un paraje nacido frente a dos cami- nos, donde había, junto a la estación de servicios y un taller de mecánica general y una agencia de autos donde compró uno.

                             Por la noche, lo cargó con el tesoro y regresó a la Capital en busca de un lugar seguro. Luego, regresó al Pueblo y continuó con las obras de refacción.

                             Un vecino de la zona, lo tentó para que le venda todo, incluso el negocio, que él se haría cargo. Sin más, vendió y con la carga especial oculta entre los restos mortales de su hermano, partió rumbo a España para nunca más regresar.

                           No había pasado mucho tiempo, cuando llegó al pueblo un señor, vestido con traje y corbata, portando permanentemente un portafolio, quien preguntó en todos lados, incluso en el viejo establecimiento de Ignacio,  por  Margarita  Garzón,   quien  resultaba  ser la beneficiaria de un seguro  y  a la fecha aún no había pasado a cobrarlo. El monto era de tres millones de pesos y la urgencia en encontrarla era que la Compañía retiraría sus oficinas del País siendo su nuevo domicilio en Boston, Estados Unidos. Por si alguna persona del pueblo la veía, dejó tarjetas con teléfonos y direcciones.

                              Mientras tanto, Margarita, seguía oculta en la casona de Mimí. 


----------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario