“El Tesoro” de “Cartas de amor y otros cuentos”
ISBN 978-897-25330-0-7
E L
T E S O R O
I
El sol dejaba sus últimas luces sobre San
Fermín, un pequeño pueblo de campaña cuya economía se vinculaba estrechamente
con la actividad rural, especialmente la de los numerosos tambos que cubrían
esa cuenca lechera.
Ignacio,
el dueño de un almacén de ramos generales, como todos los sábados, cerraba su
establecimiento y viajaba rumbo a la Capital. Llamaba la atención de los
habitantes del pueblo esta actitud, toda vez que solo él abandonaba el pueblo
con tal regularidad.
Era un Vasco que apenas alcanzaba los 50
años y, quienes lo conocían por más de 25 años, siempre lo habían visto seguir
la misma rutina. No eran pocos los que se preguntaban cuál sería su destino y
cuál era el motivo de tal regularidad.
Un
día, Ignacio regresó a su casa acompañado de una joven veinte añera -Margarita-
cuyas características personales la distinguían del resto de la población
femenina de lugar.
Ese
Lunes, por la mañana, la presentó a su clientela y vecinos
en general, como su mujer. La sorpresa no fue poca en el pueblo, donde
-sobretodo las comadres- no dejaban de contar historias y biografías de la
nueva vecina a quien nunca habían visto y menos conocían.
Margarita
era -además de joven y muy bonita- rubia, con una cabellera larga (para las
costumbres del pueblo) que parecía un trigal pronto a cosecharse. Sus ojos
celestes nada podían envidiarle al cielo y su piel -algo rosada- parecía no
conocer los rayos del sol.
Su
figura menuda -sobre todo al lado del Vasco- exhibía contornos bien formados y
femeninos, luciéndose sus largas y bien torneadas piernas.
Pero
lo que más llamó la atención fue su vestuario, que mereció un comentario puntual
de las damas del pueblo. En San Fermín esos atuendos no se conocían o por lo
menos nadie los usaba.
Así,
entre comentarios y chismorreos malintencionados, fueron pasando los días y la
imagen de Margarita se fue haciendo una costumbre. Su conducta en nada era
censurable.
Ignacio,
que tenía la reputación de persona avara, continuó al frente del
establecimiento como siempre sin permitir que Margarita se inmiscuya en su
actividad comercial.
Los
sábados, al caer el sol, nunca abandonó el ritual de viajar a la Capital.
Ahora, lo hacía acompañado de su mujer, a la que nunca dejaba lejos de su
controladora mirada.
No
habían pasado seis meses, tal vez siete, cuando el Vasco sufrió un revés que
le afectó su salud. El médico del pueblo, cuya intervención fue reclamada por
los vecinos a pedido de Margarita, diagnosticó un padecimiento cardíaco que
debía ser atendido por profesionales especializados en un centro de mayor
complejidad que la pequeña salita sanitaria del pueblo.
Inmediatamente
un grupo de amigos improvisó una camioneta a modo de ambulancia y partieron
inmediatamente rumbo a la Capital, ciudad que Margarita conocía bien para
internarlo en el mejor lugar.
En
el pueblo, las vecinas más "caracterizadas", no dejaron de conjeturar
respecto del achaque sufrido por Ignacio, imponiéndole un alto grado de
responsabilidad a aquella joven llena de vida y colmada -a su criterio-
de erotismo y obscenidad.
El
Vasco quedó internado y bajo los cuidados de los mejores profesionales. El Centro
Médico donde se alojó, está considerado como uno de los cinco mejores del
País. Un nosocomio modelo.
En
un momento, Ignacio llama a Margarita e instruyéndola, le devela
dónde escondía el dinero, ordenándole saque lo necesario para hacer frente
a la posible operación como al resto de los gastos que demande la internación,
tratamiento y honorarios médicos.
Este
hombre, que indudablemente creía conocer a su joven mujer, solo le mencionó el
sitio donde guardaba algo del dinero, aunque le ocultó confiado en su
recuperación, el lugar donde ocultaba las joyas, valores y el resto de los
ahorros.
Margarita
supo cumplir con la comisión encomendada y, luego de retirar dinero suficiente
y contar el resto para informar a Ignacio cuanto quedaba, concurrió al
Nosocomio y abonó lo que hasta el memento se adeudaba y dejó dinero en
garantía –exigencia institucional- por los gastos que devengue el resto de su
internación.
La
joven regresó a San Fermín, ahí la esperaban la soledad de una casa y largas
horas de ocio.
Al
día siguiente, vecinos y clientes del Establecimiento, preguntaban a la Señora
sobre la salud de su esposo y tiempo probable de recuperación. También
requirieron de ella la posibilidad de abrir las puertas del negocio para continuar
proveyéndose de mercadería, mucha de ella necesaria para la vida diaria.
Atento
al pedido formulado, Margarita viajó a la Capital para comentarle a Ignacio
sobre tal posibilidad y, básicamente, pedirle permiso para continuar con la
actividad mientras él continúe internado.
Con
la aprobación de su esposo, regresó al pueblo y a la mañana siguiente, a la
hora de costumbre, puntualmente Margarita abrió las puertas del
Establecimiento inaugurando una nueva era en el giro comercial.
Los
vecinos agradecidos concurrieron en forma casi compulsiva. Algunos, porque
necesitaban mercadería, otros, los menos pero en número más que interesante,
para departir alguna palabra y disfrutar de la presencia de la joven y bella
dama lejos de la mirada controladora de Ignacio.
La
gestión de Margarita hizo que poco a poco este tipo de “clientes” deje de
concurrir, ya que la conducta de Margarita era intachable. Todo un ejemplo de
esposa.
II
Varios días habían pasado, cuando llegó al
Establecimiento un joven, hijo de un chacarero de la zona, quien pese a su
juventud ingresó a comprar cigarros.
Eustaquio
era un jovenzuelo que en poco sobrepasaba los 17 años, curtido por el sol del
campo y musculoso por las labores agrarias, aparentaba más edad que la que
tenia y supo llamar la atención de Margarita.
Esta,
generalmente de pocas palabras, exhibió ante este selecto cliente una simpatía
oculta hasta el momento. Ese encantador trato, despertó en el joven un natural
interés, circunstancia esta que los llevó a conciliar una reunión esa misma
noche en la casa, cuando los habitantes del pueblo duermen en
procura de descanso y energía.
Para evitar ojos noctámbulos o accidentales desvelos, el
joven debía concurrir, oculto en la oscuridad de la noche, por los fondos de la
vivienda.
Conforme
lo acordado, Eustaquio concurrió en la primera oportunidad que se le presentó.
Ella
lo esperaba tras la puerta de ingreso, para luego conducirlo a la planta alta donde se
encontraban las habitaciones.
Fue
ahí, donde el joven pudo ver realmente a aquella mujer. Su cuerpo desnudo podía
verse tras una camisola de fina seda. El visitante, rústico por naturaleza y educación, nunca
había visto ni imaginado una situación así, tan sensual, erótica y voluptuosa.
Sus labios se resecaron, sus nervios provocaron casi una parálisis en sus
músculos; su erección no conocía antecedentes.
Suavemente
Margarita se acercó a Eustaquio y comenzó a desprenderle la camisa, luego el
cinturón, para seguir desnudándolo. El joven aún no salía de su éxtasis. Cuando
volvió en sí, estaba desnudo en la cama con esa diosa blanca y rubia llenándolo
de caricias y besos por doquier.
Nunca
este rudimentario chacarero pudo imaginar los placeres que provoca el sexo
cuando quien lo hace sabe de ello. Y Margarita si sabía. Desde un suave beso en
la nuca, tras de la oreja, hasta una felatio completa. Todo se hizo
aquella noche donde ambos disfrutaron el momento. Él, porque descubrió el sexo;
ella, porque encontró
en aquel joven un excelente ejemplar masculino. Ninguno podía ni quería
terminar la noche, pero el tiempo es tirano y las agujas del reloj avanzan sin
pausa.
Ya
eran las cinco de la mañana y pronto, en esa época del año, serían
sorprendidos por el sol y, como si eso fuera poco, con quienes por delante
tenían un largo día en el campo. También Margarita, debía abrir el negocio y
atenderlo.
Antes de
separarse, acordaron un nuevo encuentro, el cual se concretaría tres días más
tarde.
La
noche indicada, con la complicidad de unos nubarrones que impedían a la
indiscreta luna llevar luz donde no la hay, Eustaquio ingresó por la puerta de
atrás de la casa la cual, premeditadamente, había sido dejada sin pasador.
Subió
las escaleras hasta la planta alta repitiendo el camino ya recorrido y, al
pasar frente al baño, ve a través de la puerta abierta y tras una cortina
traslúcida, a Margarita bajo la ducha. Su figura estilizada ganaba en erotismo
con el correr del agua sobre su cuerpo. Con sus manos, se acariciaba sus
pechos, cintura, nalgas y finalmente, levantando una pierna, su parte más
deseada.
Sutilmente,
previo a quitarse las ropas, Eustaquio ingresa a la bañera. Con la misma
suavidad y sensualidad con que ella misma acariciaba su cuerpo, comenzó con el
de su compañero. Todo era pasión, lujuria y libidinosidad, aunque no
pornográfico por la pureza de sus sentimientos.
Luego
de secarse uno a otro, se dirigieron a la cama, donde nuevamente la joven
anfitriona hacía gala de sus amplios conocimientos. Nuevamente la madrugada los
encontró juntos y rebosantes.
III
A la mañana siguiente, poco antes de abrir
el establecimiento, recibe una llamada telefónica del Hospital donde le
comunicaban que, por la tarde, Ignacio tendría el alta médica. Debían pues, ir
a buscarlo y abonar una diferencia pendiente.
Respecto
a sus citas nocturnas, esperaba que su joven amante advirtiera a tiempo el
regreso de su marido para evitar contratiempos.
Con
el primer tren, partió para la Capital. Junto con una muda de ropa para
Ignacio, llevaba dinero suficiente como para pagar los gastos de internación
y médicos y, si lo deseaban, para quedarse una noche o dos en un hotel céntrico.
Así
resultó. Al salir del Hospital con el consejo y la prescripción médica del
caso, se alojaron en un hotel con la esperanza de comenzar su rehabilitación
sin mayores complicaciones. Una llamada telefónica a un vecino del pueblo de
sincera amistad, permitió anoticiar a
sus amigos y Clientes que ya estaba de alta, se encontraba bien y que el
establecimiento permanecería cerrado por dos días.
IV
Juntos
en la Capital, aprovecharon a recorrer lugares que, por la naturaleza de sus
periódicos viajes, nunca pudieron hacer.
El
caminar juntos, mirando vidrieras, fue todo un descubrimiento, ninguno de los
dos se conocía en tal circunstancia. Esta situación mejoró la relación de esta
disímil pareja, ella, una citadina
nativa; él, un Vasco nacido y criado en un medio rural.
Así
conocieron cuanto Restaurante pudieron y confitería encontraron en sus escasos
dos días. Como disfrutaron de esos momentos, que placer inmenso los embargaba
con cada simple pero satisfactorio evento.
En
el camino de regreso al pueblo, se prometieron unas nuevas vacaciones, sobre todo,
cuando su corazón pueda soportar aquellos momentos sin problema.
V
La
llegada a San Fermín fue en el tren de la noche. El Pueblo dormía. Al descender
en la estación, el Jefe le dio la bienvenida ponderando a Margarita por su
desempeño al frente del establecimiento y deseándole pronta y plena
recuperación.
Al
ingresar a su casa, por atrás evitando así abrir el negocio, Margarita pensó,
preocupada, sobre la posibilidad de encontrar en su dormitorio al mozalbete
generador de tanto sexo y placer.
Sus
pasos eran cortos y temblorosos, la respiración se le cortaba, ella podía oír
los latidos de su corazón, su boca seca sabia pastosa.
Poco
a poco se fueron aproximando al dormitorio y, al abrir la puerta, se escucha la
voz de Ignacio agradeciendo encontrarse nuevamente en casa, con su cama, su
colchón y su almohada.
Margarita
respiró profundo y paulatinamente
fue retomando su pulso normal y
su andar retomó su natural armonía.
"Gracias
a Dios" -expresó dejando la última palabra en el aire- "ya estamos en
casa", completó la frase.
Nuevamente
el ambiente se presentaba propicio para el amor, claro que con los límites que
el médico les impuso.
Al
día siguiente, por la mañana, ambos abrieron el negocio siendo, por cierto, muy
concurrido.
VI
El
pueblo mantenía su habitual y apacible rutina. Todo permanecía dentro de los
cánones preconcebidos. Nada parecía salirse del monótono “libreto” original,
donde cada uno de sus habitantes cumplía con el rol asignado en guión preestablecido.
Pero,
no obstante este aparente sometimiento, dos de los personajes de este
escenario, por razones estrictamente personales, decidieron apartarse y
modificar el argumento. Esta mutación, finalmente, rectificaría algunas líneas
alterando así el libreto primario.
Habían
pasado varios días, quince o veinte, cuando Eustaquio entra al Establecimiento
a comprar cigarrillos. Ignacio lo atiende, jugándose con el viejo chascarrillo
"cómo has crecido muchacho, ayer
venias por caramelos y hoy por cigarrillos".
En
la otra punta del mostrador, cerca del exhibidor de tabaco, estaba Margarita,
quien saluda formalmente al joven cliente, entregándole un atado de la marca
pedida.
Al
entregárselo, fuera del control de Ignacio, Margarita le expresa a Eustaquio su
disgusto por la visita, ya que su marido no sabía nada ni debía saberlo. Ante
la insistencia del joven cargado de excitación y nervios, la rubia señora debió
llamar a su esposo para que le cobre y
aprovechar la ocasión para dejar el local y dirigirse a la vivienda, en la
trastienda, con la excusa de ir preparando la comida.
Eustaquio
pagó su cuenta y salió del negocio tratando de controlar su enojo por el
desagrada- ble momento vivido.
Dos
días más tarde, nuevamente se presento a última hora por cigarrillos. Ignacio
estaba haciendo la tarea administrativo-contable de ordenar facturas, preparar
los pedidos y hacer la caja, por lo que le pidió a su esposa que atienda al
joven sin sospechar que ese cruce conduciría a ambos a nuevos encuentros
clandestinos.
Cliente
y comerciante dialogaban en tono menor, cuando se escucha la voz de Ignacio que
le comunica a su esposa que al día siguiente tendría que atender sola el
almacén, por cuanto él debía viajar a la Capital a visitar proveedores, hacer Bancos y concurrir al
consultorio del Doctor por más medicación y un examen de rutina. Finalmente le
manifiesta que, como seguramente seria un día muy denso y su salud no era la de
antes, probablemente dormiría en el Hotel de costumbre para regresar con el
primer tren por la mañana.
La
pareja al escuchar esto, comenzó a soñar nuevamente en repetir aquellos
momentos de excitación y lujuria, donde nada importaba más que el sexo como
finalidad de vida.
Esa
noche, mientras cenaban, Ignacio le dice a Margarita que entre las cosas que
tenia que hacer en la Capital, era renovar la Caja de Seguridad como así
también, cambiar algunos pesos por dólares para guardarlos en ella. Por
cualquier cosa que me pase, en el placard del dormitorio -continuó informando-
en el lado izquierdo, en el piso, hay una puerta trampa donde guardo cosas de
estricta confiabilidad. Ahí hay un sobre con instrucciones, la llave de la Caja
de Seguridad y dinero suficiente como para cubrir cualquier eventualidad.
Además, vos ya sabes donde guardo otro dinero. Seguramente, tendré que hablar
con el Gerente del Banco, para incorporarte a la cuenta.
Pero
el pensamiento de Margarita nada tenia que ver con el de su esposo, más, su
atención era tan tenue, leve, escasa, que realmente no escuchó lo que le decía,
aunque mantenía la conversación con expresiones genéricas.
A
la mañana siguiente, en el primer tren, o sea bien temprano, Ignacio se embarcó
conforme lo previsto.
Las
horas de ese día parecían no pasaba nunca. Finalmente, el ocaso se hizo
presente. Con las primeras sobras del día luego del cierre del establecimiento,
la puerta trasera se abrió y sin esperar señal alguna ni haber constatado
durante el día que Ignacio realmente había viajado, el mozo presuroso subió por
las escaleras recorriendo el camino que
tanto goce le
había provocado. Al llegar a la habitación, su sorpresa fue no encontrar
a Margarita, aunque si encontró, sobre la mesa de luz, una pequeña nota donde
le decía, que por razones bancarias, había tenido que viajar a la Capital y que
regresaría por la mañana. Remata la nota solicitándole al destinatario que una
vez que abandone la casa, lejos de ahí, queme esta pequeña misiva pues, de
encontrarla alguien podría leerla y ello seria el fin.
Siguiendo
el instructivo y furioso por las circunstancias, sigilosamente abandonó la
vivienda dirigiéndose a la chacra donde sus padres lo esperaban. En el camino,
prendió un cigarrillo, recordó a su amada y quemó el mensaje.
Su excitación competía con su ira, la que
-llegando a su casa- llevaría la mejor parte del duelo.
VII
El
martes, por la Mañana, el Jefe del Correo recibió una carta certificada
procedente de España, dirigida a José Felgueiras.
Así
las cosas y sin tener empleado a quien mandar, el responsable de la estafeta
del pueblo se dirigió a la chacra de los Felgueiras para hacer entrega de la
correspondencia. Al llegar, fue atendido por su mujer, Mariquiña, quien
inmediatamente fue en busca de su esposo.
La
carta era de su hermano quien le informaba que el padre de ambos estaba muy
grave, próximo a su muerte. Al mismo tiempo, le comunicaba porque además de las
cuestiones de familia (afecto incluido), tendrían que hablar de la herencia que
por cierto era cuantiosa.
Sin
pensar en esto último y con la peregrina ilusión de poder ver por última vez a
su padre con vida, inmediatamente ordeno a su esposa prepare una maleta que
partirían para España dejando al Joven Eustaquio al frente de la finca.
Esa
noche, con muchos nervios, despegaban del suelo argentino rumbo a su terruño.
Acá,
en el pueblo, cada uno desempeñaba su rol y, mientras los Filgueiras viajaban a
Galicia, Margarita sumisamente le preguntaba a su marido si al día siguiente
podría viajar a la Capital para hacerse un control médico.
Ignacio,
sospechando novedades en su familia, no se opuso.
Por
la mañana abordó el primer tren y Eustaquio, aprovechando que sus padres se
habían ido a España, dejó la propiedad sola y en el segundo tren -al medio día-
partiría tras ella. No obstante, para mantener en secreto su partida, lo haría
desde un pueblo vecino.
Ya
en la Capital, la pareja se reúne conforme lo acordado en un Hotel cercano al
centro.
Salieron
a comer algo y luego los muebles de aquella habitación fueron testigos
silenciosos de la demostración carnal más escandalosa y libidinosa que haya
sucedido entre esas cuatro paredes. La noche llegó sin pensarlo. Al advertirlo,
Margarita habló por teléfono con Ignacio explicándole lo inexplicable. Con ello, ya tendrían un día
más para renovar ese sexo tan deseado.
VIII
Esa
misma noche, un incendio en una finca cercana al pueblo provoca un gran revuelo
movilizando a los Bomberos Voluntarios y vecinos a combatir el fuego. Todo fue
inútil. Las llamas acabaron con las construcciones de madera y chapa
rápidamente.
Debajo
de las cenizas, yacía el que fuera hogar de los Filgueiras, sospechándose que
el joven Eustaquio formaba parte de ellas.
Mientras
tanto, en la Capital, ignorantes de tal desventura, la pareja vivía un idilio
sin par.
Pasado
el luctuoso evento, suena el teléfono en la casa de Ignacio. Al atender no
podía entender cómo se había enterado del siniestro ya que, del otro lado de la
línea, José Filgueiras le hablaba desde la vieja Galicia, aunque no por el
incendio -que desconocía- sino por una propuesta.
Así,
inmediatamente después de los saludos y previo a escuchar el motivo de la
llamada, en un confuso diálogo le comenta que como consecuencia de un incendio,
su casa y el resto de las construcciones ya eran cenizas, expresándole al
tiempo que su hijo no había sido hallado por lo que se suponía se había salvado
de las llamas.
Un
tartamudeo y un llanto dieron por concluida la conversación.
Veinte
minutos después, suena nuevamente el teléfono. José, más tranquilo, pudo
continuar con la conversación, temiendo para él que su hijo haya sido presa del
desastre. Seguidamente, refirió haber hablado con su hermano y que pensaba
quedarse en Galicia, decisión que con lo acontecido ganaba más fuerza. Es por
ello que como sabia que a él siempre le había gustado su propiedad, se la
ofrecía en venta pidiéndole que fije el precio.
El
Vasco, tenía una bien ganada fama de hombre de bien y, como todos los vascos,
de una sola palabra. Un hombre confiable.
Habiendo
aceptado la oferta, Ignacio se prepara para viajar a la Capital en busca del
efectivo necesario para la compra.
Partió
ese mismo día.
Antes
de pasar por el Banco y a los fines de ordenar su ingesta alimentaria, que
había sido muy irregular por no decir caótica, se dirigió a una confitería en
la que había estado con Margarita y le había gustado mucho.
Al
entrar con una mirada periférica observa el salón y descubre al fondo, en un
rincón, como ocultándose de las miradas, a Eustaquio y su mujer sentados uno
frente al otro y tomados de las manos con los codos sobre la mesa mirándose a
los ojos sin expresar palabra alguna. Tan obvia actitud no permitía otra
conclusión.
Sin
más, salió del local dirigiéndose directamente al Banco donde pretendió
desvincular a su mujer de la cuenta corriente -operación que no podía hacer en
forma unilateral- y retirar los valores y demás elementos en custodia en la
Caja de Seguridad. Asimismo y toda vez que para separar de la cuenta a su
esposa debía obtener su consentimiento expreso, opto por retirar todos los
fondos y cerrarla.
Con
semejante fortuna solo le quedó contratar un remisse para que lo lleve hasta el
pueblo sin riesgos.
Una
vez en su casa, retiró de los lugares presuntamente secretos todo cuanto era de
valor, incorporándolo a un cajón de
madera el cual -cerrado- fue enterrado en el sótano, entre los toneles,
colocando uno de ellos por encima ocultando su presencia.
La
tierra que fue sacando para hacer el pozo, la embolsó, sacó al jardín y distribuyó en los distintos
canteros disimulando la maniobra.
Al
día siguiente, abrió la proveeduría como todos los días.
Lejos
de ahí, la pareja todavía ocupaba la habitación del Hotel.
Esa
misma mañana, habiendo sido advertido por un anónimo telefónico, el Conserje
del Hotel les comunicó que el deposito que habían efectuado al entrar ya no
alcanzaba para cubrir el alojamiento por lo que tenían que abonar un plus.
El
no tenía un cobre y a ella se le había acabado prácticamente su efectivo.
Eustaquio se adelantó refiriendo que su padre se había ido a España y que él no
tenía de donde sacar algo. Ella, rápidamente, se dirigió a un Cajero Automático
para obtener el dinero que le faltaba por esa vía.
Esta
fue la segunda sorpresa; el cajero, a la par de informarle por su pantalla que
no se encontraba en condiciones de efectuar el pago, le sustrajo la tarjeta.
Ante
tal situación, optó por dirigirse al Banco Emisor para quejarse de uno de los Cajeros de la Red
que no solo no le había pagado el dinero pedido, sino que, además, le había
"tragado" la tarjeta. Ahí se enteró que la cuenta estaba cerrada y
sin fondos.
Dudando
aun de la información recibida, decidió comunicarse con su marido y comentarle
lo del Banco. Así, regresó al Hotel y lo llamó desde la habitación.
El
teléfono sonó ocho veces y, antes de la novena llamada, escucha que del otro
lado levantan el auricular: "... soy yo, Margarita", expresó, y antes
de poder decir palabra, se interrumpe la comunicación sin escuchar a su
interlocutor decir palabra. Pensando en algún problema técnico, intentó
nuevamente. Así pudo escuchar como levantaban el auricular y colgaban sin decir
nada.
Margarita
comenzó a entender que su marido se había enterado del romance y había decidido
concluir con la relación tanto personal como económica.
La
situación era preocupante. El no tenía de donde obtener los dineros faltantes y
ella, tenía bloqueadas casi todas las vías.
En
ese instante, suena la puerta de la habitación.
Era el Conserje del Hotel reclamando el pago bajo amenaza de llamar a la
policía.
Fue
entonces cuando sin dudar un instante, le pidió al joven se quede en el cuarto
que ella iría a pedirle a una amiga que vivía en la Capital.
Ya
la oscuridad de la noche comenzaba a
teñir la ciudad. Con unos pocos pesos que le quedaban en la cartera, tomó un
taxi dirigiéndose al pasado, lugar de donde había salido para nunca más
regresar.
Al
entrar, causó sensación entre los presentes. Sin más que un saludo parco de su
parte se dirigió a ver a Mimí, la única persona que podía ayudarla.
Luego
de los saludos de rigor, le explica cual era su situación y la urgente
necesidad de contar con algún dinero. Por ello, sin pretender afectar el
funcionamiento de aquel lugar, le pidió solo por ese día trabajo.
Ninguna
de las chicas se opuso. Así, Margarita, regresó a su actividad de meretriz.
Por
la madrugada, realmente cansada, regresa al Hotel y antes de subir a la
habitación, abona lo adeudado y deja un plus para cubrir la noche.
Al
día siguiente por la mañana, regresan al pueblo. Él desembarcó una estación
antes para no llegar juntos al pueblo. Ella, desciende en San Fermín. Desde la
estación podía verse el frente del establecimiento, como también viceversa, por
lo que cuando Margarita comenzó a caminar rumbo a la proveeduría, el Vasco
cerró las puertas como una clara señal de una relación terminada.
La
rubia entendió el mensaje y, caminando tranquilamente, tomó el camino rumbo a
la Chacra de Eustaquio.
Casi
una hora y media después, cuando llegó, lo encontró al joven sentado frente a
la tranque- ra, en el suelo, llorando desconsoladamente.
En
su interior, todo era negro carbón, la casa y demás construcciones habían
desaparecido, y como si esto fuera poco,
en la tranquera -que no era la que había puesto su padre- había un nuevo
nombre: "Isilik", propiedad de Ignacio Olarticoichea.
Ninguno de
los dos comprendió nada.
IX
Previamente,
cuando Ignacio regresa de la Capital, se comunicó telefónicamente con José a
quien le
informa que su hijo estaba vivo. Que no sabe por que razón no fue
víctima de las llamas, aclarándole que nadie en el pueblo conocía al respecto.
La
llamada, tenía dos intenciones: la primera llevarle tranquilidad al amigo y su
esposa res- pecto de la salud o existencia de su hijo; la segunda, para confirmar
si bajo estas circunstancias, mantenía su postura vendedora. José ratificó su
venta y prestó conformidad con el precio. Todo estaba preparado para realizar
la transferencia.
Furtivamente ingresaron a la casa
dirigiéndose a la cocina donde encontrarían dinero su- ficiente como para
marcharse.
Las
mejores condiciones constructivas de esta edificación, no permitieron que la
voracidad del fuego ganara la totalidad de la vivienda y el negocio,
circunstancias que se vieron favorecidas por una rápida acción tanto de los
Bomberos Voluntarios como de los vecinos.
Con
el control de daños, se encontró desfigurado por las llamas pero visiblemente
agredido a Ignacio quien yacía en el suelo de la cocina.
En
el pueblo nadie había visto nada ni a nadie, pero la ya prolongada ausencia de
Margarita hizo que comenzara a formar parte de los rumores dentro de los
naturales chismes pueblerinos.
XI
Margarita
y Eustaquio partieron esa misma noche rumbo a la Capital. Como no había tren ni
otro transporte público, caminaron hasta el camino donde lograron que un señor,
deslumbrado por la belleza de la Rubia, aceptó trasladarlos ya que su destino
era el mismo.
En
la ciudad, el joven se comunicó con su padre quien cablegráficamente le envió
un pasaje de avión partiendo esa misma noche rumbo a Barcelona donde lo
esperarían al llegar.
Margarita,
sin otra alternativa posible, regresó con Mimí quien no solo le dio su
primitivo trabajo sino que además, una habitación permanente dentro de la
casona.
XII
Seis
meses más tarde, se hace presente en la Comisaría del Pueblo, un señor con
acento español, quien dice llamarse Martín Olarticoichea y ser hermano de
Ignacio, que anoticiado de los acontecimientos viene a buscar los restos con la
finalidad de llevarlos a su pueblo natal. Además, para ver las propiedades que
en vida fueran de aquel, para disponer de ellas finalmente.
Al
ver el establecimiento comercial de su hermano y casa, decidió recuperarla para
obtener un mejor dinero en su venta.
Grande
fue su sorpresa cuando corrió los toneles haciendo espacio en el sótano y
descubrió el cajón con el tesoro.
Sin
comentarios ni confidencias, viajó a El Cruce, un paraje nacido frente a dos
cami- nos, donde había, junto a la estación de servicios y un taller de mecánica
general y una agencia de autos donde compró uno.
Por
la noche, lo cargó con el tesoro y regresó a la Capital en busca de un lugar
seguro. Luego, regresó al Pueblo y continuó con las obras de refacción.
Un
vecino de la zona, lo tentó para que le venda todo, incluso el negocio, que él
se haría cargo. Sin más, vendió y con la carga especial oculta entre los restos
mortales de su hermano, partió rumbo a España para nunca más regresar.
No
había pasado mucho tiempo, cuando llegó al pueblo un señor, vestido con traje y
corbata, portando permanentemente un portafolio, quien preguntó en todos lados,
incluso en el viejo establecimiento de Ignacio,
por Margarita Garzón,
quien resultaba ser la beneficiaria de un seguro y a la
fecha aún no había pasado a cobrarlo. El monto era de tres millones de pesos y
la urgencia en encontrarla era que la Compañía retiraría sus oficinas del País
siendo su nuevo domicilio en Boston, Estados Unidos. Por si alguna persona del
pueblo la veía, dejó tarjetas con teléfonos y direcciones.
Mientras
tanto, Margarita, seguía oculta en la casona de Mimí.
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