jueves, 24 de septiembre de 2015

La Bitácora del Puerto nº 31


       


































                  La bitácora del Puerto              
Un servicio digital de la Editorial Puerto Libro  editorialpuertolibro@gmail.com  AÑO IV – Nº 31 - septiembre de 2015
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel  - Blog:   foutelej.blogspot.com

Los capitanes en su cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hechos que entendemos son merecedores de ser destacados.
Días atrás, conversando en este Puerto con un grupo de amigo, vino al grupo la vieja película “Muerte en Venecia”. Por supuesto además del laureado cineasta italiano Visconti necesariamente apareció la figura de Tomás Mann.
Fue esta circunstancia que me hizo pensar que debía dejar constancia en esta Bitácora y es así pues que paso a dejar nota del autor de la novela corta Muerte en Venecia  de la cual muchos dicen que algo tiene de autobiográfica.

Thomas Mann

Thomas Mann (LübeckImperio alemán6 de junio de 1875 – Zúrich,Suiza12 de agosto de 1955) fue un escritor alemán nacionalizadoestadounidense. Considerado uno de los escritores europeos más importantes de su generación, Mann es recordado por el profundo análisis crítico que desarrolló en torno al alma europea y alemana en la primera mitad del siglo XX. Para ello tomó como referencias principales a la Biblia y las ideas de GoetheFreudNietzsche y Schopenhauer.
A pesar de que su obra más conocida sea la novela La montaña mágica, Thomas Mann recibió el Premio Nobel de literatura en 1929 «principalmente por su gran novela, Los Buddenbrook, que ha merecido un reconocimiento cada vez más firme como una de las obras clásicas de la literatura contemporánea».
. Thomas Mann (Lübeck, Imperio alemán, 6 de junio de 1875  Zúrich,Suiza, 12 de agosto de 1955) fue un escritor  alemán nacionalizado estadounidense. Considerado uno de los escritores europeos más importantes de su generación, Mann es recordado por el profundo análisis crítico que desarrolló en torno al alma europea y alemana en la primera mitad del siglo XX. Para ello tomó como referencias principales a la Biblia y las ideas de   Goethe,  Freud,  Nietzsche  y Schopenhauer.
A pesar de que su obra más conocida sea la novela La montaña mágica, Thomas Mann recibió el Premio Nobel de literatura en 1929 «principalmente por su gran novela, Los Buddenbrook, que ha merecido un reconocimiento cada

 

Infancia y juventud (1875-1894)


Paul Thomas Mann nació el 6 de junio de 1875 en una acaudalada familia de Lübeck, entonces un estado federado del recientemente creado Imperio alemán. Thomas Johann Heinrich Mann, su padre, era el propietario de una compañía dedicada al comercio de cereales que llegaría a ser senador del estado y se había casado con Julia Da Silva-Bruhns, nacida en Brasil y de educación católica, que procedía de una familia de comerciantes germano-brasileños. La pareja tuvo cinco hijos: el mayor, nacido en 1871, fue el también famoso novelista Heinrich Mann y, después de Thomas, otros tres, Julia (1877-1927), Carla (1881-1910) y Viktor (1890-1949).
Mann fue bautizado el 11 de junio en la Iglesia de Santa María, templo luterano a cuya reconstrucción contribuyó tras la Segunda Guerra Mundial. Como era norma en las clases altas no acudió a la escuela primaria sino que recibió educación privada. En 1882, ingresó en un liceo en el que debía realizar seis cursos, aunque no era buen estudiante y debió repetir un año. Después pasó en 1889 al Katharineum, un prestigioso instituto de bachillerato en el que, destinado como estaba al comercio, no recibió la educación clásica en humanidades sino el Realgymnasium, una enseñanza en lenguas modernas más adaptada al uso práctico.
Con un rendimiento académico bastante escaso, pocas de las referencias culturales de Mann proceden de su etapa escolar, quizá con la excepción de sus conocimientos de latín. En particular, su aprendizaje literario y artístico fue esencialmente autodidacta siguiendo en estos años los pasos de Heinrich, su hermano mayor. Schiller, Heine, Nietzsche, Hermann Bahr y Paul Bourget fueron sus primeras lecturas independientes. También se sintió fascinado, aunque no debido a la influencia de Heinrich, por la música de Wagner, afición que atribuiría posteriormente a muchos de sus personajes.
De sus años en el Katharineum proceden los primeros datos conocidos sobre la vida amorosa del joven Mann. Para estos aspectos más personales de su biografía la información disponible proviene principalmente de sus memorias (Relato de mi vida, 1930), de sus diarios (aunque en 1896 quemó los correspondientes a su adolescencia dejó muchas referencias en años posteriores) y de la gran cantidad de correspondencia que se conserva, tanto suya propia como la de otros, para este periodo sobre todo la mantenida entre su hermano Heinrich y sus amigos comunes. Además, y esto es muy característico de su concepción de la literatura, existen gran cantidad de alusiones autobiográficas, frecuentemente inequívocas, dispersas en toda su obra.
Probablemente en el invierno de 1889, se sintió atraído por su compañero Armin Martens, a quien inmortalizó como Hans Hansen en su novela de 1903 Tonio Kröger. Muchos años después, en 1955, en una carta dirigida a otro alumno del Katharineum, definió a Armin como «su primer amor» y le reveló que al confesar a este sus sentimientos «no supo qué hacer» con ellos. Al año siguiente, conoció a Williram Timple, en cuya casa se alojaría un tiempo antes de su marcha aMúnich y con quien no llegaría nunca a sincerarse como hizo con Armin. Willri aparece en La montaña mágica «sublimado» como Pribislav Hippe, un compañero de clase de Hans Castorp; el hilo conductor de este personaje es el préstamo de un lápiz, préstamo que se acompaña de connotaciones amorosas: en 1953, paseando por Lübeck, Thomas Mann aún rememoraba a William Timple y a su lápiz, que había existido realmente. Williram, Armin y Thomas asistían por entonces a unas clases de baile y, si hacemos caso a la ficción, en ellas una muchacha, Magdalena Brehmer (Magdalena Vermehren en Tonio Kröger), se enamoró de Thomas, sin que haya indicios de que aquello llevara a ningún tipo de relación entre ambos.
Ya en su juventud, Mann escribía con propósitos serios, pero en estos años no se consideraba a sí mismo un narrador sino un «poeta lírico-dramático». Componía poesía al estilo de Heine, Schiller o Theodor Storm, además de algunas obras de teatro a las que Mann aludiría posteriormente siempre de forma despectiva y que acabó destruyendo, por lo que se conservan pocos textos suyos de juventud. En 1893, editó con su amigo Otto Grautoff una revista llamada Der Frühlingssturm (Tormenta de primavera) de la que se conserva un número que contiene un ensayo sobre Heine, algunas poesías y un relato titulado «Visión». Mann afirmó más tarde que estos primeros intentos con el género narrativo se inspiraban en el grupo de los simbolistas vieneses encabezado por Hermann Bahr.
A los cincuenta y un años de edad, el 13 de octubre de 1891, murió su padre tras dejar en su testamento dispuesta la liquidación de la empresa y, unos meses después, su madre se mudó con los tres hijos pequeños a Múnich. En cuanto pudo disponer de ella, la herencia paterna le proporcionó una renta mensual de entre 160 y 180 marcos, cantidad que en la época permitía por sí sola vivir con holgura, hasta que la guerra y la posterior hiperinflación de 1923 hicieron que perdiera todo su valor.

Múnich (1894-1913)


Tras terminar sus estudios en el Katharineum, sin haber obtenido el título de bachiller, se reunió a finales de marzo de 1894 con su familia en Múnich, al principio en casa de su madre y después en sucesivos domicilios propios, siempre en el barrio bohemio de Schwabing. En octubre de ese mismo año ya consiguió publicar en la revista Die Gesellschaft una novela corta, La caída. También acudió como oyente durante dos semestres a la Universidad Técnica de Múnich donde recibió clases de economía, mitología, estética, historia y literatura, hasta que, en julio de 1895 y en compañía de su hermano Heinrich, hizo su primer viaje a Italia, donde permaneció hasta octubre visitando Palestrina y Roma. En agosto también comenzó su colaboración para la revista nacionalista y conservadora Das Zwanzigste Jahrhundert, en la que durante algo más de un año publicó ocho artículos, casi todos reseñas.15 Tras ver rechazadas varias publicaciones finalmente la revista Simplicissimus le acepta La voluntad de ser feliz, relato escrito en diciembre de 1895 al que siguió un año después El pequeño señor Friedemann, la obra que le permitió comenzar a hacerse realmente un nombre como escritor.
Entre octubre de 1896 y abril de 1898 viajó de nuevo por Italia en compañía de Heinrich. En esta ocasión visitaron Veneciay Nápoles para regresar nuevamente a Palestrina y Roma, donde en octubre de 1897, en el apartamento de Heinrich en laVia Torre Argentina 34, comenzó la redacción de su primera gran obra, la novela Los Buddenbrook. Al volver de Italia Mann comenzó a trabajar, hasta enero de 1900, en la revista Simplicissimus y realizó un breve servicio militar a la vez que seguía puliendo el manuscrito de Los Budenbrook, que entregó para su publicación a finales de 1900, aunque no se imprimió hasta octubre de 1901. A estos años corresponden sus lecturas de Schopenhauer, autor al que seguramente llegó por intermedio de Nietzsche, y que tuvo gran influencia tanto en esta su primera gran novela como en el resto de su obra.18Algunas otras obras suyas de finales de siglo (poemas, dramas, novelas cortas y ensayos) no se han conservado porque posteriormente las consideró de poco valor y destruyó. Entre 1900 y 1903 mantuvo una intensa amistad de connotaciones homoeróticas con el pintor y violinista Paul Ehrenberg. Mann reflejó su relación con Ehrenberg en muchos de sus libros, sobre todo en Doctor Faustus, obra que escribió en los años 1940, pero cuyos apuntes preliminares datan de 1901; en ella el personaje de Rudi Schwerdtfeger es el alter ego de Ehrenberg. A través de sus cartas y diarios también se tiene noticia de una joven muniquesa a la que trató en los meses previos a su primer viaje a Italia y de Mary Smith, una turista inglesa a la que conoció durante el mes que pasó en Florencia en 1901. En ambos casos la descripción de Mann hace pensar en un cortejo serio con fines matrimoniales.

A finales de 1903 o principios de 1904 conoció a Katia Pringsheim, hija de una prominente familia de intelectuales y artistas de origen judío cuyo padre, Alfred Pringsheim, era un famoso matemático, estudios que ella misma cursó, de forma un tanto excepcional en la época.23 Se comprometieron el 4 de octubre de 1904 y la boda tuvo lugar el 11 de febrero de 1905; ceremonía que no pudo celebrarse por la iglesia ya que el padre de Katia se oponía a una boda protestante y ella misma no profesaba religión alguna. Los Mann tuvieron seis hijos: Erika (1905–1969), Klaus (1906–1949), Golo (1909–1994),  Monika  (1910–1992), Elisabeth (1918–2002) yMichael (1919–1977), todos los cuales llegarían a adquirir mayor o menor relevancia por derecho propio.26 Mann utilizó como materia literaria en la novelaAlteza Real su noviazgo y boda con Katia (Imma Spoelmann) y hasta llegó a reproducir alguna de las cartas que intercambiaron, pero a causa de sus nuevas relaciones familiares estas alusiones autobiográficas empezaron a causarle problemas y tuvo que retrasar la publicación de Sangre de Welsungos cuando se interpretaron como  antisemitas algunos de sus pasajes.
El 30 de julio de 1910 la hermana de Mann, Carla, se suicidó en la casa familiar de Polling (Weilheim) adonde su madre se había mudado en 1906. Carla, una actriz sin demasiado éxito, estaba a punto de casarse cuando fue víctima del chantaje de un antiguo amante y acabó con su vida al no encontrar apoyo en su futuro marido. La reacción de Thomas, que reprochó a Carla no haber buscado refugio en la familia, fue una de las causas del inicio del distanciamiento con su hermano Heinrich.
Los años previos a la guerra la fama y el prestigio de Mann no dejaron de crecer a la vez que su posición social: construyó en 1908 una gran casa de veraneo en Bad Tölz y una mansión familiar en Múnich a la que se mudaron en enero de 1914. Pero a la vez son también años de inseguridad literaria en los que inició muchos proyectos que no llegó a culminar, algunos definitivamente abandonados, como una obra sobre Federico el Grande y la novela social Maya. Quizá la única gran obra de esta época sea La muerte en Venecia, en la que el famoso escritor Gustav von Aschenbach no es otro que el mismo Thomas Mann: incluso le atribuye la autoría de sus obras inacabadas y la paternidad de algunos personajes de Los Buddenbrook. El episodio proviene de una visita que Mann realizó a Venecia en 1911, cuando también se alojó en el Grand Hôtel des Bains del Lido y tuvo ocasión de admirar a un joven polaco, identificado en 1965 como el barón Wladyslav Moes, Tadzio en la novela.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918)

 


Al estallar la Primera Guerra Mundial Mann adoptó una postura decididamente nacionalista y se sumó al entusiasmo beligerante mayoritario hasta el punto de que, en 1917, invirtió en los bonos de guerra alemanes que después perderían todo su valor los ingresos conseguidos por la venta de su casa de Bad Tölz. Asimismo apoyó el esfuerzo bélico con varios ensayos, entre ellos Reflexiones durante la guerra (1914), Cartas desde el frente (1914), Federico y la gran coalición (1915) y sobre todo Consideraciones de un apolítico (1915-1918).
Las Consideraciones estaban pensadas inicialmente como un simple artículo, pero en 1915 Heinrich Mann publicó su obra Zola, donde se oponía decididamente al militarismo alemán y atacaba frontalmente las tesis de su hermano, lo que hizo que este ampliara su ensayo hasta las dimensiones de un gran libro. Estas diferencias provocaron la ruptura total entre ambos y solo se reconciliaron cuando en 1922 Heinrich contrajo una enfermedad que puso en grave peligro su vida.

 

La República de Weimar (1919-1932)


Aunque Mann, como intelectual, siempre se implicó en todo tipo de asuntos públicos, la evolución de sus ideas políticas no siguió nunca unas líneas demasiado coherentes. Inclinado en principio, por temperamento y también bajo la influencia de Katia, a partidos nacionalistas moderados, representantes de una burguesía liberal al estilo delDVP de Gustav Stresemann, osciló entre citar con cierta aprobación a autores comoOswald Spengler o incluso Houston Stewart Chamberlain y Dietrich Eckart, y mantener una postura ambivalente tanto frente a la Revolución rusa como a la República Soviética de Baviera, cuya breve existencia experimentó personalmente. En todo caso, el final de la guerra y su resultado le llevaron a convertirse en un destacado defensor de la República de Weimar: no solo hace constar su respeto por líderes  socialdemócratas como Philipp Scheidemann y sobre todo Friedrich Ebert, a quien conoce y frecuenta,38 sino que no duda en firmar manifiestos de apoyo o incluso aceptar cargos, como el de miembro del Consejo Censor Cinematográfico, y más tarde de la Academia de las Artes de Prusia, cuya sección de literatura contribuyó a fundar.40 Particularmente importante, y en abierto contraste con muchos intelectuales de tendencias inicialmente conservadoras y nacionalistas como las suyas, fue su temprana oposición frontal al nazismo. En 1921, cuando el movimiento estaba todavía en formación, ya lo calificó de «disparate con esvástica», y posteriormente, a pesar de que él mismo utilizaba en sus escritos los estereotipos raciales extendidos en la época, definió como una infamia elantisemitismo radical del que hicieron bandera los nazis en su ascenso al poder.
El final de la guerra le permitió continuar sus proyectos literarios interrumpidos, y así retomó en 1919 la escritura de La montaña mágica, que había comenzado en 1913 y publicó en 1924 con un enorme éxito inmediato. En la década de 1920 su fama ya era mundial (lo que le proporcionó importantes ingresos adicionales en dólares durante la hiperinflación de 1922-1923) y no cesó de recibir honores y reconocimientos, que culminaron en 1929 con la concesión del Premio Nobel de Literatura.
En la atmósfera de mayor libertad de los años de Weimar, Mann se pronunció públicamente con mayor asiduidad sobre temas relacionados con la homosexualidad, y llegó a firmar una petición al Reichstag para que se revocara su penalización. Plasmó su postura sobre todo en reseñas y comentarios a obras de autores como Paul Verlaine, Walt Whitman, André Gideo August von Platen, aunque siempre sin hacer patentes sus preferencias personales, algo sobre lo que siempre evitó que trascendiera cualquier discusión pública. En agosto de 1927, en Kempen (isla de Sylt), conoció a Klaus Heuser, un joven por el que se sintió atraído y que pasó a formar parte de su «galería», aunque años después Heuser afirmó que Mann había malinterpretado sus muestras de amabilidad. En cualquier caso, repasó las notas sobre el episodio para incorporar el material en José y sus hermanos, tetralogía que empezó a escribir en 1926.
También en el verano de 1927, se suicidó Julia, la hermana que le quedaba a Mann y a la que se encontraba muy unido. Se había casado en 1900 con un banquero, pero el matrimonio resultó un fracaso, tenía problemas de adicción a la morfina y, finalmente, terminó ahorcándose.
Cuando a partir de 1929 y la Gran Depresión el movimiento nazi comenzó a aspirar seriamente al poder, Mann no dejó de exponer en público su oposición frontal. El 17 de febrero de 1930 pronunció en Berlín su «Discurso alemán», en un acto al que acudieron Arnolt Bronnen, Ernst Jünger y su hermano Friedrich para provocar debate, al tiempo que Goebbels daba orden de acudir a una veintena de miembros trajeados de la SA con instrucciones de prestar apoyo en el previsible tumulto.46 En 1932, a pesar de considerarlo una figura trasnochada, no dudó en apoyar la candidatura de Hindenburg a lapresidencia frente a Hitler.

 

Exilio en Suiza y Estados Unidos (1933-1938)

 


El 11 de febrero de 1933, pocos días después de que el 30 de enero Hitler recibiera el nombramiento de canciller, Mann inició una gira por Ámsterdam, Bruselas  y  Parísimpartiendo su conferencia «Pasión y grandeza de Richard Wagner», que prolonga con unas vacaciones en Suiza. Aunque inicialmente no percibe demasiado peligro, las noticias que llegan de los excesos que empiezan a cometerse en Alemania hacen que retrase su regreso y, tras una breve estancia en el sur de Francia, donde después de unas semanas en Bandol pasó el verano en Sanary-sur-Mer, se instaló en Küsnacht, a orillas del lago de Zúrich, su residencia hasta 1938.
El acoso se fue incrementando progresivamente: el 16 de abril de 1933 un grupo de figuras de la cultura (entre ellos Richard Strauss, Hans Pfitzner, Hans Knappertsbusch, Siegmund von Hausegger y Olaf Gulbransson) firmaron en su contra el manifiesto «Protesta de la ciudad de Múnich, hogar de Richard Wagner».49 Sus automóviles fueron confiscados (para uso de la SA) y también el 15 de agosto la casa de Múnich (en 1937 se puso a disposición de la organización Lebensborn y terminó destruida por los bombardeos aliados). Aunque Mann intentó recurrir, parece que el mismo Reinhard Heydrich se tomó especial interés en su caso hasta que en diciembre de 1936 terminó retirándole oficialmente la ciudadanía alemana, si bien poco antes, el 19 de noviembre, Mann ya había conseguido el pasaporte checoslovaco.
A pesar de todo, y de la insistencia tanto de Katia, como de Klaus, Erika y Golo; Mann se resistió durante mucho tiempo a hacer una denuncia explícita del nuevo régimen nazi. Tenía esperanzas de recuperar algunas de sus propiedades y tampoco quería que se prohibiera su obra en Alemania. Su editorial, la famosa Samuel Fischer, también lo presionaba porque se vería seriamente perjudicada, aunque finalmente, siendo además una empresa «judía» desde el punto de vista nazi, se vio obligada a transferir a Viena la edición de los autores no permitidos, como Stefan Zweig y el propio Thomas Mann, que terminó publicando en el Neue Zürcher Zeitung una condena sin matices el 3 de febrero de 1936.52 Así, los dos primeros volúmenes de José y sus hermanos, Las historias de Jacob y El joven José, todavía se pudieron publicar en Alemania en 1933 y 1934; mientras que el tercero, José en Egipto, apareció en Viena en 1936 y el último, José el proveedor, tuvo que esperar hasta 1943.

El 19 de noviembre de 1936 Mann adquirió la nacionalidad checoslovaca y, durante 1937 y 1938, realizó frecuentes viajes impartiendo conferencias, entre ellos tres a los Estados Unidos, adonde se trasladó en septiembre de 1938 tras obtener un puesto académico en la Universidad de Princeton. En esta época centró su actividad literaria, además de en la última parte de la tetralogía deJosé, en la novela Carlota en Weimar, mientras continuaba con su activismo político: editó la revista antifascista Mass und Wert (Medida y valor) y escribió ensayos de oposición al nazismo como «Esta paz», contra los acuerdos de Múnich,54 y contra el mismo Adolf Hitler. En este último («Hermano Hitler») es donde aparece la famosa frase, «Donde yo esté está Alemania», que resume su compromiso y actitud ante el exilio.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945)

El 1 de septiembre de 1939, Mann celebró el estallido de la Segunda Guerra Mundial en Saltsjöbaden, Suecia, con Bertolt Brecht y Helene Weigel. Todos ellos deseaban la guerra para evitar otro acuerdo como el de Múnich que abandonaraPolonia en manos de Hitler.56 Sin embargo, escapar de los nazis resultó complicado para Golo, que se había presentado voluntario para luchar en Francia y había sido hecho prisionero tras su rápido derrumbe, y para Heinrich que también se encontraba en el sur del país. Finalmente escaparon, vía España y Lisboa, para llegar a Nueva York el 13 de octubre de 1940.
En Estados Unidos era una gran celebridad hasta el punto de que Franklin y Eleanor Roosevelt lo recibieron los días 13 y 14 de enero de 1941 en la Casa Blanca. En primavera se trasladó desde Princeton a Pacific Palisades (California) mientras no dudaba en utilizar su fama para difundir sus ideas políticas sobre la guerra y sus consecuencias, que en esta época adquieren un matiz cada vez más izquierdista. De particular importancia son sus alocuciones radiofónicas en el programa ¡Oyentes alemanes! de la BBC donde, desde fecha tan temprana como enero de 1942, no dejó de denunciar el proceso de exterminio de los judíos.
Tanto Golo como Klaus se alistaron en el ejército estadounidense. Golo ingresó en el servicio secreto y fue de los primeros en entrar en Alemania, mientras que Klaus participó en la conquista de Italia y, como corresponsal de Stars and Stripes, fue enviado a Alemania ya en mayo de 1945 donde pudo comprobar el grado de destrucción que había llevado la guerra. Lübeck fue una de las primeras ciudades devastadas por los aliados cuando, el 28 de marzo de 1942, la RAF dejó caer sobre la ciudad una mezcla de bombas de alta potencia e incendiarias que convirtieron en ruinas el casco antiguo, pero al contrario que sus hijos, Mann no mostró sentirse afectado por los resultados de los bombardeos. En un programa de la BBC recordó el bombardeo de Coventry y siempre consideró que el haberse dejado arrastrar por Hitler le debía conllevar a Alemania un justo castigo.
En mayo de 1943 comenzó a escribir Doctor Faustus, obra en la que le sirvió de asesor para los aspectos musicales Theodor W. Adorno. El 23 de junio de 1944 Thomas Mann y Katia adquirieron la nacionalidad estadounidense. Ese mismo año apoyó activamente a Roosevelt en la campaña para las elecciones presidenciales en las que consiguió su último mandato. Mientras tanto siguió viajando y dando conferencias, como «Destino y misión» (1943), en la que adoptó posiciones más próximas al marxismo que en ningún otro momento y, más tarde, «Alemania y los alemanes» (1945) y «Los campos» (1945), sobre los crímenes cometidos en los campos de concentración que se estaban siendo liberados en esa misma época.

Posguerra (1946-1951)

Terminada la guerra Mann se mostró remiso a volver a Alemania, a pesar de que recibió varias peticiones públicas, entre ellas la de Walter von Molo. Estaba bien informado por sus hijos de la situación interna y también Erika insistió en ello, no solo por la situación caótica sino por el riesgo de manipulación política por parte de los aliados. Molo solicitaba su presencia y ayuda como intelectual, pero también había graves diferencias entre los exiliados y opositores al nazismo.Bertold Brecht ya le había reprochado en 1943 su indiferencia ante los opositores demócratas que se habían quedado en Alemania y, en una famosa polémica, el escritor Frank Thiess incluso llegó a contraponer la comodidad de los que habían optado por huir al extranjero frente a los que sufrieron la guerra desde Alemania. La polémica se complicaba porque muchos de los representantes del «exilio interior» habían mantenido grados variables de colaboración con el régimen de Hitler.
El 21 de mayo de 1949, atormentado y adicto a las drogas murió, el hijo mayor de Mann, Klaus. El 11 de marzo de 1950 murió su hermano Heinrich. Aunque a su llegada a Estados Unidos Heinrich había conseguido un contrato como guionista para Warner Brothers, problemas como el alcoholismo de su esposa Nelly lo sumieron en problemas económicos tan graves que Katia y Thomas terminaron por tener que pasarle una asignación mensual.

Regreso a Europa y años finales (1952-1955)

A finales de la década de los 40 Mann comenzó a sentirse incómodo en Estados Unidos. Se había desencadenado la persecución macartista y los escritos más izquierdistas de Mann así como su visita a Weimar, en la zona de ocupación soviética, le valieron la acusación de «compañero de viaje» («America's fellow traveler Nr. I») así como de «antifascismo prematuro». Más incómoda era la situación de Erika, mucho más radical que su padre, que había sido interrogada por el FBI como sospechosa de agente a sueldo de Stalin y «miembro del partido». Así que finalmente, en julio de 1952, decide instalarse definitivamente en Suiza.
El 18 de julio de 1955, mientras se encontraba en la localidad holandesa de Noordijk, Mann comenzó a sentir un fuerte dolor en la pierna izquierda, por lo que se decidió su traslado en avión a Zúrich. Aunque se le dijo que se trataba de una simple «flebitis», la causa real había sido una trombosis que, en la mañana del 12 de agosto, desembocó en el desgarro de la arteria abdominal. Murió a las ocho horas de esa misma tarde acompañado de su hija Erika y de su mujer Katia.

Obra



Basada en la propia familia de Mann, la novela Los Buddenbrook (en algunos de cuyos pasajes el autor utiliza el bajo alemán, hablado en el norte del país) narra el declive de una familia de comerciantes de Lübeck, a lo largo de tres generaciones.
En esta etapa inicial de su obra centró la atención en la conflictiva relación entre el artey la vida, que abordó en Tonio Kröger, Tristán y La muerte en Venecia, y culminaría posteriormente con Doctor Faustus. En La muerte en Venecia describe las vivencias de un escritor en una Venecia asolada por el cólera; dicha obra supone la culminación de las ideas estéticas del autor, que elaboró una peculiar psicología del artista.
La montaña mágica (Der Zauberberg, 1924), por su parte, cuenta la historia de un estudiante de ingeniería que planea visitar a un primo enfermo en un sanatorio suizo con objeto de hacerle compañía por espacio de tres semanas, que finalmente se transforman en siete años. Durante este tiempo el protagonista, Hans Castorp, pondrá en oposición a la medicina y su particular punto de vista sobre la fisiología humana, se enamorará y trabará relación con multitud de interesantes personajes, cada uno con sus particular forma de ser e ideología política. A través de todo ello, Mann hace repaso de la civilización europea contemporánea. La novela, que empezó a escribir en 1913, muestra su evolución ideológica durante aquellos años: terminada la guerra retomó la redacción reescribiendo todo el material anterior e incorporó el impacto que le produjo la experiencia bélica que había atravesado Alemania.
Mann fue laureado con el Premio Nobel en 1929 principalmente en reconocimiento a la inmensa popularidad que cosechó tras la publicación de Los Buddenbrook (1901) y La montaña mágica, así como por sus numerosos relatos breves, aunque en el acto de entrega solo se citó expresamente la primera de estas obras.
Novelas posteriores: Carlota en Weimar (1939), en la cual Mann regresa al mundo retratado por Goethe en Las desventuras del joven Werther (1774). En Doctor Faustus(1947), el autor toma como referentes la antigua leyenda alemana de Fausto, así como sus distintas versiones (Christopher Marlowe, Goethe), además de varios elementos de las vidas y obra de Nietzsche, Beethoven y Arnold Schönberg. La novela narra la historia del compositor Adrian Leverkühn, quien pacta con el diablo para alcanzar la gloria artística. A través de la trágica figura de su protagonista, Mann traza un depurado diseño de la corrupción de la cultura alemana de su tiempo, que acabaría desembocando en los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Obra fundamental es la tetralogía José y sus hermanos (1933–1942), una imaginativa versión de la historia bíblica de José, relatada en los capítulos 37 a 50 del Libro del Génesis. El primer volumen cuenta el establecimiento de la familia de Jacob, el padre de José. El segundo relata la vida del joven José, que aún no ha recibido los grandes dotes que le esperan, y su enemistad con sus diez hermanos, los cuales acaban traicionándolo y vendiéndolo como esclavo a Egipto. En el tercer tomo José se convierte en mayordomo de Putifar, pero acaba encarcelado al rechazar las insinuaciones de la esposa de su benefactor. El último libro muestra al maduro José en el cargo de administrador de los graneros de Egipto. El hambre atrae a los hermanos de José a este país, y José organiza hábilmente una escena para darse a conocer a aquellos. Al final, la reconciliación reúne de nuevo a toda la familia.
Otra novela destacada es Las confesiones del estafador Felix Krull (1954), que quedó inconclusa a la muerte del escritor, aunque iniciada cuando era joven escritor, recuperó la ironía acerca de la naturaleza del ser humano que había caracterizado muchas de sus obras precedentes.
Los diarios personales de Mann, hechos públicos en 1975, revelan su lucha interna contra una homosexualidad siempre latente, la cual halló reflejo en sus libros, muy señaladamente en su conocida obra Muerte en Venecia (Der Tod in Venedig, 1912), en la que el envejecido protagonista se enamora de un muchacho de 14 años llamado Tadzio. En el libro de Gilbert Adair The Real Tadzio, se describe cómo, en el verano de 1911, Mann se alojó en el Grand Hôtel des Bains de Venecia con su mujer y un hermano, sintiéndose atraído por un angelical niño polaco de 11 años, llamado Władysław Moes. Considerado un clásico de la literatura homosexual, Muerte en Venecia ha sido objeto de una película de Visconti y de una ópera de Britten.
Alfred Kerr, crítico alemán detractor del escritor, se refirió sarcásticamente a la novela, ya que «hacía de la pederastia algo disculpable si era ejercida por las cultivadas clases medias».75 Mann tuvo en su juventud una estrecha relación con el joven violinista y pintor Paul Ehrenberg de la que no se conoce su trascendencia. Sin embargo, el escritor eligió casarse y tener familia. Sus obras también presentan otros temas sexuales, como el incesto, en la obra El elegido.
En La muerte en Venecia, por otra parte, asistimos al simbólico encuentro entre la belleza y la resistencia al natural declive de la edad, la decadencia, ambas personificadas en la figura de Gustav von Aschenbach, personaje que actúa al mismo tiempo como metáfora del ideal de pureza del régimen Nazi (recordando a la vez la crítica de Nietzsche del ascetismo tradicional, negador de la vida). Mann valoraba igualmente las aportaciones de otras culturas; adaptó, por ejemplo, una antigua fábula india a una de sus obras, Las cabezas trastocadas.
El influjo de Nietzsche en Mann es fácilmente detectable a lo largo de toda su obra, especialmente en lo referente a las ideas de Nietzsche sobre la decadencia y las relaciones entre enfermedad y creatividad. Las dos primeras contribuirían a remediar la osificación a que había llegado la tradicional civilización de occidente. De esta manera, la «superación» a que alude Mann en la introducción de La montaña mágica y la apertura a un mundo nuevo de posibilidades que se abren ante su protagonista, el joven Hans Castorp, se producen en un contexto, en efecto, de enfermedad, como es un sanatorio de montaña.
Su trabajo es el registro de una conciencia vitalista abierta a múltiples posibilidades, es decir, que expone muy bien las tensiones inherentes a la más o menos fructífera contemplación de dichas posibilidades. Él mismo lo resumió del siguiente modo, con motivo de la concesión del Premio Nobel: «El valor y la significación de mi trabajo han de dejarse al juicio de la historia; para mí no tienen otro sentido que una vida conducida conscientemente, es decir, concienzudamente».
Tomada en su conjunto, la carrera de Mann es un ejemplo notable de la «pubertad reiterada» que Goethe pensó característica del hombre de genio. Tanto en estilo como en pensamiento, experimentó mucho más atrevidamente de lo que comúnmente se supone. Con Los Buddenbrook asistimos a una de las últimas novelas al viejo estilo, un paciente y detallista diseño de las fortunas e infortunios de una familia.
(Henry Hatfield, en Thomas Mann, 1962)

Narrativa

 


·         1894 La caída (Gefallen)
·         1896 La voluntad de vivir (Der Wille zum Glück)
·         1896 Enttäuschung
·         1897 El pequeño señor Friedemann (Der kleine Herr Friedemann)
·         1897 El payaso (Der Bajazzo)
·         1897 El diletante
·         1897 Tobías Mindernickel (Tobias Mindernickel)
·         1897 La pequeña Lizzy
·         1899 El armario ropero (Der Kleiderschrank)
·         1900 Luisita (Luischen)
·         1900 El camino del cementerio (Der Weg zum Friedhof)
·         1901 Los Buddenbrook (Buddenbrooks – Verfall einer Familie)
·         1902 Gladius Dei
·         1902 Tristán (Tristan)
·         1903 Tonio Kröger
·         1903 El niño prodigio (Das Wunderkind)
·         1904 Fiorenza (drama)
·         1904 Un momento de felicidad (Ein Glück)
·         1904 Kinderspiele
·         1904 En casa del profeta (Beim Propheten)
·         1905 Horas penosas (Schwere Stunde)
·         1905 La sangre de los Welsa o De la estirpe de Odín (Wälsungenblut)
·         1908 Anécdota (Anekdote)
·         1908 Accidente ferroviario (Das Eisenbahnglück)
·         1909 Alteza real (Königliche Hoheit)
·         1911 Wie Jappe und Do Escobar sich prügelten
·         1912 La muerte en Venecia (Der Tod in Venedig)
·         1918 Señor y perro (Herr und Hund; Gesang vom Kindchen: Zwei Idyllen)
·         1924 La montaña mágica (Der Zauberberg)
·         1925 Desorden y penas tempranas (Unordnung und frühes Leid)
·         1929 Mario y el mago (Mario und der Zauberer)
·         1930 Relato de mi vida (Lebensabriß)
·         1933–1943 José y sus hermanos (Joseph und seine Brüder)
·         1933 Historia de Jacob (Die Geschichten Jaakobs)
·         1934 El joven José (Der junge Joseph)
·         1936 José en Egipto (Joseph in Ägypten)
·         1943 José el Proveedor (Joseph, der Ernährer)
·         1939 Carlota en Weimar (Lotte in Weimar)
·         1940 Las cabezas trocadas (Die vertauschten Köpfe – Eine indische Legende)
·         1944 La ley (Das Gesetz)
·         1947 Doctor Faustus (Doktor Faustus)
·         1951 El elegido (Der Erwählte)
·         1953 Altes und Neues. Kleine Prosa aus fünf Jahrzehnten
·         1954 El cisne negro (Die Betrogene: Erzählung)
·         1911–1954 Confesiones del estafador Felix Krull (Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krull. Der Memoiren erster Teil); inacabada
·         1918–1951 Diarios (Tagebücher)

Ensayo]


·         Bilse und ich (1906)
·         Im Spiegel (1907)
·         Friedrich und die große Koalition (1915) 
·         Consideraciones de un apolítico (Betrachtungen eines Unpolitischen (1918) .
·         Goethe und Tolstoi (1923) 
·         Von deutscher Republik (1923) 
·         Lübeck als geistige Lebensform (1926) 
·         Theodor Fontane (1928)
·         Deutsche Ansprache. Ein Appell an die Vernunft. (1930) 
·         Goethe als Repräsentant des bürgerlichen Zeitalters (1932) . En Cervantes, Goethe, Freud
·         Goethe und Tolstoi. Zum Problem der Humanität. (1932)
·         Goethes Laufbahn als Schriftsteller (1933) 
·         Leiden und Größe Richard Wagners (1933)
·         Freud und die Zukunft (1936). En Schopenhauer, Nietzsche, Freud.
·         Vom zukünftigen Sieg der Demokratie (1938) 
·         Schopenhauer (1938). En Schopenhauer, Nietzsche, Freud.
·         Achtung, Europa! (1938).
·         Dieser Friede (1938) .
·         Das Problem der Freiheit (1939)
·         Dieser Krieg (1940)
·         Oíd, alemanes: discursos radiofónicos contra Hitler (Deutsche Hörer (1942)) 
·         Deutschland und die Deutschen (1945) 
·         Nietzsches Philosophie im Lichte unserer Erfahrung (1947).  EnSchopenhauer, Nietzsche, Freud
·         Neue Studien (1948)
·         Goethe und die Demokratie (1949) 
·         Ansprache im Goethejahr 1949 
·         Meine Zeit (1950) 
·         Michelangelo in seinen Dichtungen (1950) 
·         Der Künstler und die Gesellschaft (1953) 
·         Gerhart Hauptmann (1952) 
·         Versuch über Schiller (1955)
·         Richard Wagner y la música (Wagner und unsere Zeit), recopilado por Erika Mann.






El armario
[Cuento: Texto completo.]
Thomas Mann
Estaba nublado, hacía frío y todo quedaba en una semioscuridad, cuando el expreso Berlín-Roma penetró en una de las estaciones intermedias de su ruta. En un compartimiento de primera clase, con cubiertas de pasamanería sobre la tapicería de felpa, Albrecht van der Qualen, viajero solitario, se despertó, incorporándose. Sentía la boca seca y en el cuerpo la no demasiado agradable sensación producida cuando el tren se detiene después de un largo viaje y nos damos cuenta del cese de un movimiento rítmico, tomando conciencia de las llamadas y señales del exterior. Es como volver en sí después de una borrachera o del letargo. Nuestros nervios, de pronto privados del ritmo protector, se sienten perdidos y desamparados. Pero aun es peor si acabamos de despertar del pesado sueño en el que se cae durante los viajes en ferrocarril.
Albrecht van der Qualen se desperezó un poco, se acercó a la ventanilla y bajó el cristal. Miró a lo largo de los vagones. Algunos hombres estaban ocupados en el furgón de correos, descargando y cargando paquetes. La máquina emitía una serie de sonidos, resoplaba y rugía un poco, esperando quieta, pero solo como lo hace un caballo, que alza los cascos, mueve las orejas y aguarda impaciente la señal de partida. Una mujer alta y robusta, con un largo impermeable, de cara inexpresiva pero preocupada, recorría el tren llevando una maleta de unos cuarenta kilos, la empujaba frente a ella con una rodilla. No decía nada, pero se le notaba acalorada y angustiada. Su labio superior estaba tenso y bañado en pequeñas gotas de sudor. Era, en conjunto, una figura patética.
«Pobrecilla -pensó Van der Qualen-, si pudiese ayudarte, aliviarte, hacerte subir..., solo para la tranquilidad de ese labio superior. Pero a cada quien lo suyo. Así están dispuestas las cosas de la vida; yo me quedo aquí, perfectamente despreocupado, mirándote como miraría a un escarabajo panza arriba.»
El cobertizo de la estación estaba casi sumido en la oscuridad. Madrugada o anochecer... no lo sabía. Había dormido. ¿Quién podía decir si habían sido dos, cinco o doce horas? En alguna ocasión había dormido durante veinticuatro o quizá más, de un tirón, con un sueño extraordinariamente profundo.
Llevaba un grueso abrigo corto con cuello de terciopelo. Por su complexión era difícil decir su edad: se podía dudar entre los veinticinco y el final de los treinta. Su piel era amarillenta, pero los ojos eran negros como ascuas y estaban rodeados de profundas sombras oscuras. Aquellos ojos no presagiaban nada bueno. Varios doctores, hablando francamente, de hombre a hombre, le habían dado pocos meses de vida. Su cabello negro estaba lisamente partido a un lado.
En Berlín -aunque Berlín no había sido el principio de su viaje-, había subido al tren cuando este empezaba a moverse, llevando como por casualidad un maletín de piel rojiza. Se había dormido y ahora, al despertar, se encontraba tan completamente desligado del tiempo que le invadió una sensación de alivio. Se regocijó con la idea de que al final de la fina cadena que llevaba alrededor del cuello, había únicamente una pequeña medalla metida en el bolsillo superior de su chaqueta. No le gustaba enterarse de la hora o del día de la semana, y lo que es más, no tenía tratos con el calendario. Hacía algún tiempo que había perdido la costumbre de saber el día del mes y hasta el mes del año. «Todo tenía que estar en el aire...», pensó y la frase, aunque bastante vaga, era comprensible. Este programa nunca o muy raramente, había sido alterado, pues se tomaba el trabajo de mantener todo conocimiento molesto a distancia. Después de todo, ¿no era suficiente con saber más o menos la estación del año?
«Debemos estar más o menos en otoño -pensó, mirando el húmedo y sombrío tren-. Es lo único que sé. Ni tan solo sé dónde estoy.»
Su satisfacción ante este pensamiento, le hizo estremecerse de placer. No, ¡no sabía dónde estaba! ¿En Alemania? Con seguridad. ¿En el norte de Alemania? Habría que verlo. Mientras sus ojos continuaban pesados por el sueño, la ventanilla de su compartimiento se había deslizado ante un letrero luminoso; quizá llevaba escrito el nombre de la estación, pero ni la imagen de una sola letra había sido transmitida a su cerebro. Aun aturdido, había oído cómo el revisor gritaba el nombre dos o tres veces, pero no había captado ni una sola sílaba. Afuera, en la semipenumbra de la que no se sabía si del día o de la noche, se extendía un lugar extraño, un pueblo desconocido.
Albrecht van der Qualen cogió su sombrero de fieltro de la red, su maletín de piel rojiza, la correa que aseguraba la manta escocesa de seda y lana, roja y blanca, enrollada alrededor de un paraguas con empuñadura de plata -y aunque su billete marcaba Florencia-, dejó el compartimiento y el tren, caminó a lo largo del cobertizo, depositó su equipaje en la consigna, encendió un cigarrillo, metió las manos -no llevaba ni bastón ni paraguas-, en los bolsillos de su abrigo y salió de la estación.
Afuera, en la húmeda, tenebrosa y casi vacía plaza, cinco o seis cocheros de punto hacían chasquear sus látigos. Un hombre, con gorra galoneada y larga capa en la que se arrebujaba tembloroso, preguntó educadamente:
-Hotel zum braven Mann?
Van der Qualen le dio las gracias cortésmente y siguió su camino. La gente con quien se cruzó llevaba el cuello del abrigo subido; él subió el suyo, escondió la barbilla en el terciopelo, fumó y continuó caminando, ni lentamente ni demasiado aprisa.
Pasó a lo largo de una pared baja y una vieja puerta flanqueada por dos pesadas torres; cruzó un puente con estatuas en los barandales y vio el agua deslizarse lenta y turbia bajo él. Un largo bote de madera, viejo y carcomido, se acercó, conducido por un hombre con una larga pértiga en la popa. Van der Qualen se quedó un momento reclinado sobre el barandal del puente.
«Aquí -se dijo-, hay un río; este es el río. Es agradable pensar que lo llamo así porque no sé su nombre», y siguió caminando.
Continuó hacia adelante un rato, por el adoquinado de una calle que no era ni muy estrecha ni muy ancha, después dio la vuelta a la izquierda. Anochecía. Empezaban a encenderse los fanales, vacilaban, brillaban chisporroteando y después iluminaban la penumbra. Las tiendas estaban cerrando.
«Entonces hay que concluir que estamos, no cabe duda, en otoño», pensó Van der Qualen, siguiendo por el camino negro y húmedo. No llevaba chanclos, pero la suela de sus botas era muy gruesa, duradera y firme, aunque no eran por ello menos elegantes.
Se mantuvo a la izquierda. Los hombres pasaban por su lado, se apresuraban hacia sus negocios o volvían de los mismos.
«Y yo camino con ellos -pensó-, y estoy tan solo y soy tan extraño a ellos como jamás lo ha sido hombre alguno. No tengo negocios ni metas. No tengo ni un bastón en que apoyarme. Nadie puede ser más retraído, libre y desligado. No le debo nada a nadie y nadie me debe nada a mí. Dios nunca ha tendido Su mano sobre mí. Él no me conoce. La desdicha honesta sin caridad es una buena cosa; un hombre puede decirse a sí mismo: no le debo nada a Dios.»
Pronto llegó al final de la población. Probablemente la había cruzado en diagonal. Se encontró en una ancha calle de los suburbios flanqueada de árboles y villas, dio vuelta a la derecha, pasó tres o cuatro travesías casi como callejuelas de pueblo, iluminadas tan solo por faroles, y se detuvo en una que era ligeramente más amplia, ante una puerta de madera, vecina de una casa común y corriente y pintada de amarillo deslucido, que tenía, sin embargo, el sorprendente detalle de unas ventanas de vidrio cilindrado, convexas y bastante opacas. En la puerta había un letrero:
En el tercer piso de esta casa se alquilan habitaciones.
-Ah... -murmuró.
Tiró la punta de su cigarrillo, siguió a lo largo de un entarimado que formaba la línea divisoria entre dos propiedades, giró a la izquierda y entró en la casa. Una grasienta alfombra gris corría a lo largo de la entrada. La cruzó en dos pasos y empezó a subir por la escalera de madera.
Las puertas de los apartamentos eran muy modestas; tenían paneles de vidrio blanco con refuerzo de alambre y en algunas de ellas había placas con los nombres. Los rellanos se iluminaban con lámparas de aceite. En el tercer piso, el último, pues ya le seguía el ático, había puertas a la derecha y a la izquierda, simples puertas de madera marrón, sin placas de ninguna clase. Van der Qualen hizo sonar la campanilla del centro. Llamó, pero no le llegó ningún ruido del interior. Llamó a la de la izquierda, no obtuvo respuesta. Llamó a la derecha y oyó pasos ligeros, largos como zancadas, y la puerta se abrió.
Salió una mujer, una dama; alta, delgada y vieja. Llevaba un sombrero con un gran lazo lila pálido y un anticuado y deslucido vestido. Tenía la cara hundida y semejante a la de un pájaro, y en su frente le había salido una erupción, una especie de tumor fungoso. Era más bien repulsivo.
-Buenas noches -dijo Van der Qualen-. ¿Las habitaciones?
La anciana asintió; asintió y sonrió lentamente, sin una palabra, de modo comprensivo. Con su bella y larga mano blanca, hizo un gesto pausado, lánguido y elegante en dirección a la puerta próxima, la de la izquierda. Después se retiró y apareció de nuevo con la llave.
«Vaya -pensó él cuando, detrás de la mujer, esperaba que abriera la puerta-. Eres como una especie de ave de mal agüero, una figura salida de la mente de Hoffmann, señora.»
Ella descolgó la lámpara de aceite de su gancho y le enseñó el camino.
Era una habitación pequeña, de techo bajo y suelo oscuro. Sus paredes estaban cubiertas con esteras de color pajizo. Había una ventana en el fondo de la pared de la derecha, oculta tras largos y delgados pliegues de muselina blanca. Una puerta blanca, también a la derecha, conducía al otro cuarto. Este se hallaba patéticamente desmantelado, con llamativas paredes blancas, contra las que se apoyaban tres sillas pintadas de rojo, que parecían fresas en nata batida. Un armario, un lavabo con espejo... La cama, una impresionante pieza de caoba, reposaba libremente en el centro de la habitación.
-¿Tiene alguna objeción? -preguntó la anciana, pasándose ligeramente la bella y larga mano blanca sobre el tumor fungoso de la frente. Era como si lo hubiese dicho por casualidad, porque en aquel momento no podía decir una frase más ordinaria.
Añadió en seguida:
-Por decirlo así...
-No, no la tengo -respondió Van der Qualen-. Las habitaciones están bastante bien amuebladas. Me las quedo. Quisiera que alguien fuese a recoger mi equipaje a la estación, aquí está la contraseña. ¿Sería usted tan amable de hacer la cama y traerme un poco de agua? Me dará la llave de la calle y la del piso. Quisiera un par de toallas. Me lavaré e iré al centro a cenar. Volveré más tarde.
Sacó un poco de jabón de una caja niquelada que traía en el bolsillo y empezó a lavarse la cara y las manos. Mientras lo hacía, miraba por las ventanas convexas a lo lejos, más allá de las calles suburbanas, cenagosas e iluminadas con gas, más allá aun de las luces de arco y las villas. Mientras se secaba las manos, fue hacia el armario. Era cuadrado, barnizado de color marrón, y con algunas grietas, que culminaba en una sencilla moldura curva. Estaba en el centro de la pared de la derecha, exactamente en el nicho formado por una segunda puerta blanca que, como es natural, comunicaba con las habitaciones a las cuales la puerta principal y la del medio del rellano daban acceso.
«Algo hay en el mundo que está bien dispuesto -pensó Van der Qualen-, este armario se adapta al nicho de la puerta como si lo hubiesen hecho a medida.»
Lo abrió. Estaba completamente vacío, con varias hileras de ganchos en el techo; pero no tenía fondo, y en su lugar había un trozo de arpillera, gris y arrugada, sostenida en las cuatro esquinas por clavos a tachuelas.
Van der Qualen cerró la puerta del armario, cogió su sombrero, se levantó de nuevo el cuello del abrigo, apagó la vela y salió. Al llegar a la puerta de entrada, le pareció oír mezclado con el ruido de sus propios pasos una especie de tintineo en la otra habitación: un sonido metálico claro y suave. Pero quizá se equivocaba. Era como si un anillo de oro hubiese caído en una jofaina de plata, pensó mientras cerraba la puerta exterior. Bajó la escalera, salió a la calle y se dirigió hacia el centro del pueblo.
Entró en un restaurante de una calle animada y se sentó en una de las mesas delanteras, dándole la espalda a todo el mundo. Comió soupe aux fines herbes, un filete con un huevo escalfado, compota y vino, un pequeño pedazo de Gorgonzola verde y media pera. Mientras pagaba y se ponía el abrigo, le dio algunas chupadas a un cigarrillo ruso, después encendió un puro y salió. Vagó un poco, encontró el camino de su pensión en los suburbios y fue hacia allí sin prisas.
La casa con las ventanas de vidrio cilindrado aparecía apagada y silenciosa cuando Van der Qualen abrió la puerta de la calle y subió por la oscura escalera. Fue iluminándose con cerillas y abrió la puerta marrón a mano izquierda, en el tercer piso. Dejó su sombrero y abrigo sobre un diván, encendió la luz de su inmenso escritorio y encontró allí su maleta y su manta de viaje con el paraguas. Desenrolló la manta y sacó una botella de coñac y un vasito. Fue bebiendo a pequeños sorbos, sentado en un profundo sillón, mientras terminaba de fumarse el puro.
«Es una suerte después de todo -pensó-, que haya coñac en el mundo.»
Fue al dormitorio, encendió la vela de la mesita de noche, apagó la luz de la otra habitación y empezó a desnudarse. Pieza a pieza fue dejando su traje gris, discreto y de buena calidad, sobre la silla roja al lado de la cama; pero al soltarse los tirantes recordó que su sombrero y abrigo aun estaban sobre el diván. Los trajo al dormitorio, abrió el armario... Pegó un salto hacia atrás y buscó apoyo a su espalda hasta asir una de las grandes bolas rojas de caoba que adornaban los postes de la cama. La habitación, con sus cuatro paredes blancas, en las que las tres sillas rojas resaltaban como fresas en un plato de nata, se recortaba en la inestable luz de la vela. Pero el armario estaba abierto y no estaba vacío. Había alguien dentro, una criatura tan encantadora que el corazón de Albrecht van der Qualen se detuvo un momento y después volvió a funcionar en largos, profundos y plácidos latidos. Ella estaba totalmente desnuda y uno de sus brazos esbeltos se levantaba para engarzar un dedo en uno de los ganchos del techo del armario. Largas oleadas de cabello castaño caían sobre sus hombros infantiles, respirando ese encanto al que no cabe otra respuesta que un sollozo. La luz de la vela se reflejaba en sus ojos rasgados. Su boca era un poco grande, pero tenía una expresión tan dulce como la de los labios del sueño cuando, tras varios días de dolor, nos besan la frente. Sus caderas formaban nido y sus esbeltas piernas se pegaban la una a la otra.
Albrecht van der Qualen se restregó los ojos con una mano y volvió a mirar... y advirtió que en el rincón de la derecha, la arpillera se había soltado del fondo del armario.
-Qué... -murmuró-. ¿Quiere usted entrar? ¿Quiere que cierre? ¿No desea un vasito de coñac? ¿Medio vasito?
Pero no esperaba respuesta y no obtuvo ninguna. Los ojos brillantes y rasgados, tan negros que parecían sin fondo e inexpresivos, lo miraban fijamente, pero sin intención y en cierta manera empañados, como si no lo viesen.
-¿Quieres que te cuente un cuento? -dijo ella de pronto con una voz baja y profunda.
-Cuéntamelo -contestó él. Se había dejado caer sobre el borde de la cama, con el abrigo sobre las rodillas y con las manos apretadas encima de él. Su boca estaba ligeramente abierta y tenía los ojos medio cerrados. Pero la sangre latía tibia y suavemente por todo su cuerpo y sentía un suave zumbido en los oídos.
Ella se había dejado caer sentada en el armario y con sus delgados brazos se rodeaba una rodilla doblada; tenía la otra pierna extendida ante sí. Sus pequeños senos se unían bajo la presión de sus brazos, y la luz resplandecía en la piel de su rodilla doblada. Hablaba... hablaba con voz suave, mientras la llama de la vela continuaba su danza silenciosa.
Dos caminaban entre los brezales, la cabeza de ella reposando en el hombro de él. Cundía el aroma de todas las cosas nacidas, pero la niebla nocturna empezaba a levantarse de la tierra. Entonces empezó. Y a menudo era en verso, rimando en el modo incomparablemente dulce y fluido que viene hacia nosotros, una y otra vez, en el semiletargo de la fiebre. Pero terminaba mal, era un final triste: los dos quedan en un abrazo indisoluble, con los labios unidos. Entonces uno apuñala al otro en el pecho, con un cuchillo inmenso... y no sin razón. Así termina. Entonces se levantó con un gesto infinitamente dulce y modesto, levantó la arpillera gris por el rincón de la derecha... y desapareció.
Desde entonces la encontró cada noche en el armario y escuchó sus cuentos... ¿Durante cuántas veladas? ¿Cuántos días, semanas o meses permaneció en aquella casa y en aquella ciudad? ¿Qué ganaríamos con saberlo? ¿A quién preocupa una miserable estadística? Sabemos, además, que varios médicos le habían dicho a Albrecht van der Qualen que le quedaban pocos meses de vida. Ella le contaba historias. Eran tristes y sin interés, pero flotaban como un suave estribillo sobre su corazón y lo hacían latir más tiempo y con mayor dicha. A veces perdía el control... su sangre se inflamaba. Tendía las manos hacia ella y ella no se le resistía. Pero entonces, durante varias veladas, no la encontraba en el armario y, al regresar, permanecía callada durante vanas noches. Después, poco a poco, empezaba a hablar hasta que él perdía nuevamente el control.
¿Cuánto duró? ¿Quién lo sabe? ¿Cómo saber si Albrecht van der Qualen se despertó en aquella tarde gris y bajó del tren en aquella desconocida ciudad? Quizá permaneció despierto en su vagón de primera clase y dejó que el expreso Berlín-Roma le llevase velozmente más allá de las montañas. ¿Cargaría cualquiera de nosotros con la responsabilidad de contestarlo de modo definitivo? Todo es incierto.
«Todo puede estar en el aire...»
FIN

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