ESTAMPAS
DEL PASADO
Corría el mes
de abril de 1976, cuando el niño Gonzalo del Talar, alumno de la coqueta
“Escuela del León”, más allá de haber insultado a su maestra en el aula frente
a sus compañeros, también lo hizo con el Director del Establecimiento a quien,
antes de recibir la reprimenda, lo amenazó con la finalidad de no ser
suspendido.
La conducta
del pequeño, ya hacía un año, era incorregible por parte de sus educadores
directos. Así las cosas y con la intención de terminar de una vez por todas con
su actitud, decidieron citar a sus padres para que ellos personalmente
colaboren con el encauzamiento de su hijo.
Al día
siguiente, aproximadamente a las 10,00 horas, ingresó al establecimiento un
hombre, alto, robusto, quien por vestir un uniforme del ejército argentino al
transitar por los pasillos rumbo a la Dirección, parecía un Mariscal de campo pasando
revista a su tropa. Con ese aire insolente y provocador, marchaba por uno de
los amplios corredores que conducían al despacho del Director. Al pasar frente
a una puerta, esta se abrió y salió un hombre de unos cincuenta años, de
mediana estatura, con un guardapolvo gris que lo identificaba como un portero.
El Coronel
Fernando del Talar, miró a ese hombre y su presencia crecen él una sensación
extraña, mezcla de sorpresa, miedo y preocupación. El portero lo miró a los
ojos con la extraña mirada de quien ve a alguien con quien nunca se pensaba
encontrar. La mirada del portero mostraba
una inconfundible sensación de
odio, sed de venganza, preocupación y temor al mismo tiempo.
El coronel
trató de disimular el encuentro, siguiendo con paso firme y decidido su camino
a la Dirección. Instantes
más tarde fue recibido por la
Dirección de la
Escuela como por la maestra de séptimo grado donde cursaba
Gonzalo.
El soberbio
visitante no tardó en “poner en caja” al Director y a la Maestra amenazándolos con
no durar cinco minutos en sus cargos si su hijo era suspendido, dejando expresa
advertencia que el único que reprende y corrige la conducta de su hijos es él.
Con lo dicho dio por terminada la reunión y se dispuso a retirarse sin dejar
decir palabra alguna a las autoridades educativas.
Ya había
abierto la puerta para retirarse, cuando la mirada de aquel cincuentón apareció nuevamente en su cabeza
preocupándolo de tal forma que no pudo
hacer otra cosa que preguntar al Director el nombre y apellido de aquel
portero.
Su nombre nada
le decía, no obstante lo cual anotó sus datos para luego profundizar su
investigación.
Nuevamente con
paso decidido, el cuerpo erguido y la mirada puesta en un punto frente a sí,
supo desandar el camino recorrido dirigiéndose a la calle donde lo esperaba un
jeep verde con un joven al volante.
No obstante el
aspecto inconmovible que exhibía este guerrero, en su mente se repetía sin
cesar la imagen del portero, especialmente sus ojos y lo que ellos trasmitían.
Ya de regreso
en el edificio del Comando en Jefe, se encerró en la oficina y llamó a uno de
sus colaboradores a quién comisionó la tarea de averiguar quien era ese hombre.
Durante todo
el día su pensamiento fue aquella mirada, aquellos ojos penetrantes más que
aquel hombre.
Al llegar a su
casa, trató de olvidar tan desagradable situación pero no pudo. Por la noche,
tomó un inductor del sueño que le permita evadirse, pensando que al día
siguiente esto sería un cuento para una mesa de truco.
Lo esperado no
llegó, y aquella imagen lo persiguió semana tras semana provocándole un cuadro
típico de paranoia.
El portero,
hombre tranquilo y pacífico como pocos, también encontró en aquella mirada un
motivo de preocupación ya que, permanentemente, sus ojos marrones llenos de
odio y perversidad eran parte de sus sueños y su vigilia.
La
preocupación por tal situación hizo que este hombre de educación simple y una
compañera contenedora, finalmente le relatara a esta aquel encuentro en un
corredor de la escuela.
Esta, también
de educación elemental, ocasional concurrente a reuniones umbandas, habló con
el Pay a quien le contó todo lo que le pasaba a su marido. Luego de un pequeño
lapso, le dijo que lo trajera el próximo jueves que averiguarían de qué se
trata.
La conducta
del Coronel se hizo extraña, fastidiosa, más arrogante que de costumbre,
irascible. Esta circunstancia hizo que su Superior le otorgara un permiso
especial mandándolo con un profesional del arma.
La resistencia
del soldado a concurrir con los facultativos fue ineficiente. Unas semanas más
tarde un Psicólogo analizaba el cuadro.
No fue
fácil para este profesional adscripto a
la milicia, pasar por sobre una cobertura cultural rígida, estricta,
disciplinada, para derivar a este paciente con un colega suyo quien se había
especializado en vidas anteriores, comprendiendo que su formación freudiana le
imponía un límite: su propia vida.
Juan, el
portero de la escuela, seguía negándose a concurrir al templo con su señora ya
que él no creía en estos cultos “primitivos”. Pero su resistencia al culto se enfrentaba con un
pensamiento único vinculado a aquel encuentro el cual se puede reducir a un
choque de miradas.
Cansado y mal
por la presencia de esta patología, decidió concurrir con su mujer para
participar de aquellos rituales.
Eran
aproximadamente las veintidós horas cuando llegaron. Se anunciaron en la puerta
e ingresaron a lo que, otrora, supo ser el comedor de una casa hoy convertida
al rito.
Por ser una
casa vieja, los ambientes eran grandes. Su estado no podía verse apropiadamente
ya que la luz era escasa. Dominando la escena estaba el Pay, hombre corpulento,
morocho, ojos negros, pelo ensortijado, que al hablar, claramente dejaba en el
auditorio una sensación de armonía con el mundo.
El Pay ya
había iniciado la ceremonia y cada uno de los concurrentes les exhibía un
problema al cual en algún momento se refería dándole una solución.
Pero no era
como un sacerdote rodeado de feligreses a quienes aconseja en pos de solucionar
sus problemas. El Pay, ingresa en un estado de insensibilidad respecto de su
cuerpo, incluso cambiando la fisonomía de su rostro, girando sin cesar como un
trompo a gran velocidad, tomando de otra dimensión una entidad que lo guiaba y
se comunicaba con el auditorio por su intermedio. Sería algo así como lo que
los espiritistas llaman “medium”. De repente, como si hubiera estado preparado,
interrumpe su “rutina” y dirigiéndose a Juan –que se encontraba oculto en la
oscuridad del fondo- le dice: “Hoy
trataremos de encontrar tu problema, pero desde ya te digo que es muy difícil
porque es muy antiguo. El hombre de los ojos marrones no siempre los tuvo de
ese color, pero la mirada es la misma”.
La sorpresa de
Juan no tenía límites. Luego trató de recapacitar y reprendió a su mujer por
haber hablado con el Pay. Pero eso no quedó así.
El Pay o la Entidad que encarnaba,
seguía bebiendo una bebida alcohólica de gran graduación como si fuera agua. El
hedor etílico era impresionante no obstante ello, parecía no hacerle ningún
efecto.
Las horas
fueron pasando y no se habló más del tema, circunstancia por la que Juan
decidió retirarse. En ese instante, la entidad encarnada en el Pay claramente
dirigiéndose a él le dice: “Necesitamos
mucho tiempo para cortar esas ataduras. Te repito, son muy antiguas y dañinas.
Pero hoy dormirás mejor”.
Inmediatamente
después de ello, se retiró con su esposa.
Efectivamente,
esa noche pudo conciliar el sueño tranquilamente.
“Adelante
Coronel, lo estaba esperando”, fue el recibimiento del Psicólogo a quien había sido derivado.
Luego de las
presentaciones de rigor y el planteamiento del caso, el Profesional le explicó
al Soldado cual era su forma de trabajar e incluso cuales eran los fundamentos
teórico-científicos de la terapia que abordarían.
Luego de hacer
referencias a culturas y religiones orientales, trae tales ideas s occidente
situándolas en Europa a principios del siglo pasado.
Le expresa que
Freud hizo grandes aportes al estudio
del subconsciente aunque limitándolo a su vida, incluso la fetal. Pero hoy,
algunos creemos que antes de esta vida fuimos otra y otras y que muchos de los
problemas o traumas de hoy tienen que ver con el ayer. Muchas veces muy lejano.
Yo he tenido
el caso de una señora, a quien no le afectaba la economía –está claro- y su
sueño era ir a Europa pero no podía ni pensar en volar en un avión; más, ni en
un teleférico o funicular.
Realizó cursos
en distintas empresas de aerotransporte, pero nada. Nada de nada. El solo
pensarlo la trastornaba hasta la histeria.
Revisando
vidas anteriores, encontramos un indicio casi imperceptible. Comenzamos a
trabajar en ello, y descubrimos una vida anterior en Grecia. Así descubrimos
que al nacer, una mala praxis hizo que
quedara con un bracito roto y deformado
y una pierna sin movimiento. Como era costumbre en aquellos días,
aquellos que tenían malformaciones eran arrojados al monte Taigeto. Ella se vio
caer hasta morir y tal situación le creó un trauma que la persiguió por
siempre.
Luego de haber
descubierto la raíz del conflicto, esta señora perdió el miedo y viajó a
Europa.
-¿Y Ud. Doctor piensa que mi caso
puede ser algo así?
- Realmente no lo sé, pero hay
que investigar. Mi colega, su anterior terapeuta, no encontró a lo largo de las
extensas y numerosas sesiones alguna pista que le permita llegar a la raíz del
problema. Pero hay que trabajar.
- ¿Ud. me va a hipnotizar para
llegar a aquellas vidas?
- No exactamente, deberá ingresar
a un estado –cómo le puedo explicar- donde la relajación es tan grande que el
cuerpo no se siente y permite –llamémosle al alma- transitar por el espacio del
tiempo libremente buscando otro nido de su pertenencia.
Todos en
nuestra actual existencia estamos recogiendo lo que sembramos en nuestras vidas
anteriores y a la vez sembramos lo que recogeremos en las próximas. Si no
comprendemos esto, no podemos escapar de la cadena de consecuencias ya que casi
nunca sabemos el porqué de nuestro sufrimiento. Esta es la Ley del Karma que, sabia e
inteligente, ajusta el efecto y la causa. Todo lo bueno y lo malo que hemos
hecho en una vida, nos trae consecuencias buenas o malas en esta o próximas
existencias. Todo el mal que hagamos tenemos que pagarlo y todo el bien que
hacemos nos será recompensado. Recuerde: el Karma es una regla de
compensaciones y no de venganza.
Las sesiones
transcurrían sin resultado, ya que la estructurada personalidad y educación del
Coronel eran vallas casi infranqueables
para este Profesional.
Los días
pasaban y Juan se negaba a regresar al templo. Total ya no soñaba aunque
aquella mirada diabólica cargada de odio y soberbia lo seguía persiguiendo.
Muchos meses
habían pasado, las clases estaban por terminar, cuando un día el Coronel pasa a
buscar a su hijo por la escuela. La cuenta era muy fácil. Dos sujetos que se
hallan al mismo tiempo en un espacio relativamente pequeño deben encontrarse.
La escena se
repitió. Las miradas se chocaron. Las sensaciones fueron las mismas. El desprecio
del militar por un lado; el temor y el odio del portero por el otro.
Esa noche Juan
no pudo dormir. El Guerrero tampoco.
Al día
siguiente, jueves, llegada la tardecita, le dice Juan a su mujer: Vamos al templo,
necesito ir.
Esa noche,
ambos llegaron. La rutina era la misma. La disposición de las escasas luces no
difería de las anteriores noches e incluso, la gente que había concurrido era
menos numerosa. Llegaron cuando la Entidad ya se había encarnado en el Pay.
- Te estaba esperando, hay
alguien que te quiere hablar.
Obviamente la sorpresa no fue poca ¿cómo sabía
que había llegado?
Me hizo pasar
al frente y sentarme en la primera fila del semicírculo. Negar que tuviera un
miedo espantoso nadie lo creería. Yo no era, como se suele decir, del palo. Era
un extraño.
La Entidad se me acerca y me
dice que me tranquilice y que me deje llevar, que no hay peligro ninguno. Me
toma de la mano derecha y no se que me pasó. Momentos más tarde corría yo con
otros chicos huyendo de unos hombres a caballo.
Luego de esa
imagen regrese nuevamente a aquel jueves. La entidad todavía presente, me pidió
que regrese el próximo martes.
El día
señalando, aproximadamente a la misma hora fui, pero esta vez fui solo. También
llegué una vez comenzado el ritual. Al llegar me situé en un lugar oscuro lejos
de la Entidad. Pareció no advertirlo prosiguiendo con los temas y conflictos
cotidianos que le proponían los presentes.
El tiempo
transcurría y las agujas de mi reloj me anunciaban casi la media noche. Algunos
de los presentes comenzaron a retirarse y el círculo era cada vez más chico.
Cuando quedamos cuatro, yo el único “nuevo”, la Entidad me agradece la
paciencia, me toma de la mano y me embarga de serenidad y placidez.
El olor a alcohol
que no dejaba de tomar casi me descompone. De repente comienzo a verme como en
un sueño. Me reconocí aunque no era mi apariencia actual ni la de mi infancia.
Pero era yo sin duda alguna. Mis ropas eran raras, como marrones con blanco. Parecía
disfrazado y los otros niños también vestían así. Las calles eran muy angostas
y de un empedrado desparejo. Apenas pasaba un pequeño carro y un burro de tiro.
Gritos
desesperados anunciaban la llegada de la muerte. Todos corrimos. De una casa,
salió mi padre quien me dijo “por acá, por acá” e inmediatamente corrí en esa
dirección. Medio centenar de caballos con sus jinetes, espadas en mano, corrían por las angostas callejuelas. Sobre
cada corcel la capa blanca de sus jinetes lo identificaban como el enemigo.
Mi familia y
yo nos ocultamos en una casa. Los briosos caballos no dejaban de pasar y los
gritos de terror, espanto y muerte no terminaban de hacerse oír. No sé qué
pasó, si alguien entró por atrás que formó una corriente de aire que abrió la
puerta de la calle. Yo que era el más chico de todos, me introduje en una
tinaja para evitar ser visto.
Uno de los
jinetes, advirtiendo que aquella puerta se había abierto, ingresó con su
cabalgadura descubriendo, ocultos en el interior, a mis padres y hermanos a
quienes degolló sin ningún tipo de contemplación.
Aquellos
segundos o minutos fueron eternos. No sé qué pasó, si pensé que ya se había ido
o no se… cuando desde adentro de aquel reservorio de agua sin agua asomé la
cabeza para ver.
Ahí estaba
aquella mirada, con odio y soberbia. Sin piedad no tardó en ejecutarme.
Los días
transcurrían y los progresos en la terapia del Coronel eran escasos. Pero un
día, el Soldado pudo relajarse completamente e ingresar a ese estado alfa donde
el inconsciente se escapa y dirigido
eficientemente por el Terapeuta, busca en la historia un refugio que le permita
ser.
Así fue como
descubrió que en otra época, había sido un Caballero Templario. Un hombre que,
renunciando a su patrimonio y al mundo, pone su espada y vida al servicio de
Dios. La Orden
fundada por Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, junto con otros siete
religiosos franceses en el año 1118, fue también conocida como la Orden de los Pobres
Caballeros de Cristo o como se los conoció en latín como Pauperes Commilitones Chisti
Templique.
No muy
convencido con ello pues no sabía si era así o él lo había inventado, prosiguió
con su terapia aunque ahora más entusiasmado. Para él, encontrar que en otra
vida fue un Caballero Templario era algo que su ego aceptaba sin discusión.
En su
intimidad, porque de esto no hablaba con nadie por temor a que se burlen, logró
convencerse que era un Guerrero de Dios, un Soldado del bien. Ayer, luchando
contra los infieles musulmanes enemigos de la Iglesia. Hoy, luchando contra
el comunismo apátrida y ateo en defensa de la Nación y la cultura occidental y cristiana.
Dios lo había
llamado dos veces y él, como combatiente de la verdad y la justicia, nuevamente
levanta su arma en su defensa.
Con esta idea
y las ganas de saber más de su pasado Templario, guiado por su Terapeuta pudo
ingresar nuevamente a aquellos días.
Así pudo
reconocerse entre otros Templarios. En un momento, los Caballeros, reciben la
orden de atacar e ingresan con sus
corceles y sus blancas capas con la cruz roja que los distinguía, espada en
mano, a un pequeño pueblo de infieles matando a quien se ponía a su paso.
En medio de la
batida, en una humilde casa de aquel villorrio, se abre y se cierra una puerta.
Como hipnotizado el Coronel refiere al Terapeuta: “Observo una puerta que se mueve peligrosamente y arremeto
con mi caballo e ingreso sin apearme. Adentro, tratando de esconderse de la
mano de Dios, una familia de infieles musulmanes buscaba amparo. Mi espada,
dirigida por el mismísimo Supremo en instantes exterminó al enemigo. Me dí
media vuelta y cuando me disponía a continuar con el combate, miro a un costado
y veo un niño, aparentemente de la misma familia de los infieles, tratando de
ocultarse en una vasija dispuesta para reservorio de agua”.
Un largo
silencio y una mirada de sorpresa y desazón, caracterizaban la estática
realidad del Coronel, como la de alguien que se da cuenta de algo que no le
gusta.
Instado por su
Terapeuta, sale de aquella parálisis para proseguir con su visión.
- Ya sé, le dice el Psicólogo, la
mirada de aquel niño es la mirada del Portero de la escuela.
- Si, y ahora que me encontró
buscará represalias. Pude ver el odio en su mirada. Pude sentir su sed de
venganza.
Ambos hombres
ya conocían el origen de aquellas miradas. Ambos, cavilaron en torno a lo
sucedido. Juan, se encontraba frente al verdugo de su familia y a su propio
asesino. Fernando, se veía como el emisario divino acosado por el mal.
Juan pensó que
aquel asesino regresaría nuevamente a la escena e intentaría la tarea
inconclusa.
Fernando,
comenzó a tomar recaudos para evitar una celada en pos de venganza; después de
todo él había exterminado a su familia.
Así, sin
informar respecto a la fuente, expresó a sus superiores que su vida corría
peligro solicitándoles custodia permanente tanto para él como para su familia
toda, especialmente para su hijo Gonzalo, señalando al portero de la escuela
como posible autor de la amenaza.
La vida de esta
familia se fue restringiendo hasta ya no salir de la casa. Cambiaron los
números de teléfono y todas las personas que llegaba de visita era celosamente
revisadas aún amigos y familiares. El Coronel, aún sin reintegrarse a su
actividad, obtuvo una Carpeta médica por tres meses. Su casa fue su fortaleza y
su prisión, sus custodios, sus carceleros.
El General
Sanpedro, a la sazón jefe del malogrado Coronel, con la información recibida
dispuso un especial y particular seguimiento al Portero quien, habiendo
advertido ciertos movimientos nuevos en su vida y extraños a su cotidianeidad
comenzó a tomar recaudos entre los que no podía faltar, poner a su señora al
tanto de todo.
Los días y las
semanas pasaban sin novedades. Todos los informes recibidos por el General
indicaban que el Portero investigado se llamaba Juan, casado y sin hijos, que
trabajaba de Lunes a Viernes en la escuela y que los fines de semana no salía
de su casa. Su esposa trabajaba como empleada en una Escribanía y ambos
mantenían una vida ordenada y sin mayores contratiempos. Según los informes de
los vecinos era una familia ejemplar, de nobles sentimientos, generosos y
solidarios. Varios chicos del barrio pudieron ingresar a aquella escuela a
partir de la recomendación que Juan les hiciera.
Laboralmente,
un hombre íntegro, que no faltaba nunca a su trabajo y que, más allá de su
labor como personal de maestranza, siempre se lo podía ver hablando tanto con
padres como con alumnos facilitándoles,
a los primeros, el control sobre sus hijos y a los segundos, su integración en
la comunidad educativa cuando, por alguna circunstancia, eran segregados. Su
buena disposición y elevado criterio siempre han acompañado su quehacer en la
escuela.
Con estos
informes de inteligencia más las escuchas telefónicas, la misión sobre Juan se
dio por concluida.
Transcurridos
los tres meses, una Junta Evaluadora extendió su Carpeta Médica por otro
período igual.
Poco a poco se
le fue retirando el personal asignado a su seguridad hasta dejar una custodia
mínima, sobre todo para que el Coronel no advirtiera tales cambios.
Los días de
encierro se le hicieron eternos al orgulloso Guerrero. Él sentía que salir a la
calle lo transformaría en un blanco móvil. Su familia vivía aterrorizada,
manteniendo baja las ventanas y circulando con luz artificial las 24 horas del
día. El fin del año escolar fue para Gonzalo el peor de los castigos ya que no
podía salir de la casa.
Cada tanto se
comunicaba telefónicamente con el General solicitándole novedades respecto a
las actividades del portero. El Jefe militar, comprendiendo que no estaba
hablando con alguien en su sano juicio, trataba de tranquilizarlo utilizando
las expresiones más técnicas del lenguaje castrense. Finalmente se le levantó
la consigna.
Aquella noche,
el Coronel observó que nadie custodiaba su residencia. Inmediatamente puso en
marcha un Plan “B”. Toda su familia y personal de servicio fueron conducidos a
sótano. En una heladera portátil, cargaron agua fresca y, por si se expendía
mucho en el tiempo, clausuró varias puertas aislando la cocina con conexión
directa al sótano. Se puso su uniforme de combate, y portando armamento se
deslizó hacia el jardín y de allí a la calle. Luego de verificar que su
custodia no se encontraba la dio por perdida y decidió responder al ataque. A
dos cuadras de su casa, ve un auto estacionado similar al Fiat que guardaba en
su garaje. Como tenía las llaves probó y milagrosamente abrió la puerta. Por su
entrenamiento militar, él había aprendido a arrancar un auto sin necesidad de
utilizar la llave de contacto. Y lo hizo. Con la movilidad obtenida, decidió
atacar la casa del portero para ajusticiarlo.
Juan y su
señora, dormían plácidamente cuando el ladrido del perro del vecino lo pone en
alerta. En el silencio de la noche, los pequeños ruidos multiplican su
intensidad, detectando así que alguien andaba en el patio de atrás. Pensando
que se trataba de un ladrón, inmediatamente llamó a la policía la que rápida y
silenciosamente se acercó al predio confirmando la presencia de alguien oculto
entre las plantas.
El Coronel,
transformado en un comando, vestido como tal con su cara enmascarada para ocultarse
bajo las sombras de la noche, advirtió que alguien se acercaba con una linterna
en la mano. Ante el temor de ser descubierto y suponiendo que podría haber
algún otro enemigo, con el sable bayoneta en mano saltó como un tigre
sorprendiendo a su presa a quien
rápidamente deja fuera de combate degollándolo.
La ausencia del
efectivo policial se notó pocos minutos después, formándose un pequeño grupo de efectivos con armas largas y de puño, quienes
siguieron los pasos del camarada.
El coronel,
lejos de tener miedo, no tarda en enfrentarse al grupo desde una posición
privilegiada, aniquilándolos. La situación se complicaba. La policía –sin saber realmente de que se
trataba- solicitó refuerzos los que llegaron casi inmediatamente.
El Coronel
seguía apostado, vigilando todos los movimientos. Para él, no era la policía,
eran enemigos disfrazados que pretendían confundirlo.
Deslizándose como una sombra en
la noche, se aleja de la escena no sin antes cubrir su retaguardia sembrando el
camino de su retirada con granadas y trampas “caza bobos”. El regreso a su casa
fue también accidentado ya que el dueño del auto había denunciado el robo y la
policía estaba detrás. Por su parte la señora de Fernando llamó al General para
informarlo respecto de la desaparición de su esposo. Este, comprendiendo que el
levantamiento de la custodia había sido un error, ordenó su restablecimiento.
Asimismo, un grupo de elite salió en su búsqueda convencidos que el Guerrero
–en pleno delirio- vivía una guerra personal.
Militares y
Policías intercambiaban información y poco a poco se lo fue cercando.
Aquel comando,
ya en delirio, no quiso ser tomado prisionero. Horas más tarde, su cuerpo era
observado por personal de Policía Científica quienes no podían creer como un
jefe militar con su pistola en la boca se había volado la cabeza.
En la otra
punta de la ciudad, Juan y su señora conversaban con la Policía viendo como
llegaban las primeras luces del alba.
Tres días más
tarde, sábado por la mañana, los chicos del barrio jugaban a la pelota en la
calle. Una mala maniobra seguida de una torpeza, hizo que el balón terminara en
los fondos de la casa de Juan. Este, comedido como siempre, va en busca del
esférico perdido. Los chicos esperaban en la puerta. Instantes habían pasado
cuando una fuerte detonación testimonia la presencia aún de una trampa sin
remover.
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