lunes, 26 de enero de 2015

Estampas del pasado del libro "Cuentos de aquí, de allá y del más allá" ISBN 978-987-25330-1-4



ESTAMPAS DEL PASADO






Corría el mes de abril de 1976, cuando el niño Gonzalo del Talar, alumno de la coqueta “Escuela del León”, más allá de haber insultado a su maestra en el aula frente a sus compañeros, también lo hizo con el Director del Establecimiento a quien, antes de recibir la reprimenda, lo amenazó con la finalidad de no ser suspendido.

La conducta del pequeño, ya hacía un año, era incorregible por parte de sus educadores directos. Así las cosas y con la intención de terminar de una vez por todas con su actitud, decidieron citar a sus padres para que ellos personalmente colaboren con el encauzamiento de su hijo.

Al día siguiente, aproximadamente a las 10,00 horas, ingresó al establecimiento un hombre, alto, robusto, quien por vestir un uniforme del ejército argentino al transitar por los pasillos rumbo a la Dirección, parecía un Mariscal de campo pasando revista a su tropa. Con ese aire insolente y provocador, marchaba por uno de los amplios corredores que conducían al despacho del Director. Al pasar frente a una puerta, esta se abrió y salió un hombre de unos cincuenta años, de mediana estatura, con un guardapolvo gris que lo identificaba como un portero.

El Coronel Fernando del Talar, miró a ese hombre y su presencia crecen él una sensación extraña, mezcla de sorpresa, miedo y preocupación. El portero lo miró a los ojos con la extraña mirada de quien ve a alguien con quien nunca se pensaba encontrar. La mirada del portero mostraba  una inconfundible sensación  de odio, sed de venganza, preocupación y temor al mismo tiempo.
El coronel trató de disimular el encuentro, siguiendo con paso firme y decidido su camino a la Dirección. Instantes más tarde fue recibido por la Dirección de la Escuela como por la maestra de séptimo grado donde cursaba Gonzalo.

El soberbio visitante no tardó en “poner en caja” al Director y a la Maestra amenazándolos con no durar cinco minutos en sus cargos si su hijo era suspendido, dejando expresa advertencia que el único que reprende y corrige la conducta de su hijos es él. Con lo dicho dio por terminada la reunión y se dispuso a retirarse sin dejar decir palabra alguna a las autoridades educativas.
Ya había abierto la puerta para retirarse, cuando la mirada de aquel cincuentón  apareció nuevamente en su cabeza preocupándolo de tal forma  que no pudo hacer otra cosa que preguntar al Director el nombre y apellido de aquel portero.
Su nombre nada le decía, no obstante lo cual anotó sus datos para luego profundizar su investigación.

Nuevamente con paso decidido, el cuerpo erguido y la mirada puesta en un punto frente a sí, supo desandar el camino recorrido dirigiéndose a la calle donde lo esperaba un jeep verde con un joven al volante.
No obstante el aspecto inconmovible que exhibía este guerrero, en su mente se repetía sin cesar la imagen del portero, especialmente sus ojos y lo que ellos trasmitían.





Ya de regreso en el edificio del Comando en Jefe, se encerró en la oficina y llamó a uno de sus colaboradores a quién comisionó la tarea de averiguar quien era ese hombre.

Durante todo el día su pensamiento fue aquella mirada, aquellos ojos penetrantes más que aquel hombre.

Al llegar a su casa, trató de olvidar tan desagradable situación pero no pudo. Por la noche, tomó un inductor del sueño que le permita evadirse, pensando que al día siguiente esto sería un cuento para una mesa de truco.
Lo esperado no llegó, y aquella imagen lo persiguió semana tras semana provocándole un cuadro típico de paranoia.



El portero, hombre tranquilo y pacífico como pocos, también encontró en aquella mirada un motivo de preocupación ya que, permanentemente, sus ojos marrones llenos de odio y perversidad eran parte de sus sueños y su vigilia.
La preocupación por tal situación hizo que este hombre de educación simple y una compañera contenedora, finalmente le relatara a esta aquel encuentro en un corredor de la escuela.
Esta, también de educación elemental, ocasional concurrente a reuniones umbandas, habló con el Pay a quien le contó todo lo que le pasaba a su marido. Luego de un pequeño lapso, le dijo que lo trajera el próximo jueves que averiguarían de qué se trata.
La conducta del Coronel se hizo extraña, fastidiosa, más arrogante que de costumbre, irascible. Esta circunstancia hizo que su Superior le otorgara un permiso especial mandándolo con un profesional del arma.

La resistencia del soldado a concurrir con los facultativos fue ineficiente. Unas semanas más tarde un Psicólogo analizaba el cuadro.

No fue fácil  para este profesional adscripto a la milicia, pasar por sobre una cobertura cultural rígida, estricta, disciplinada, para derivar a este paciente con un colega suyo quien se había especializado en vidas anteriores, comprendiendo que su formación freudiana le imponía un límite: su propia vida.






Juan, el portero de la escuela, seguía negándose a concurrir al templo con su señora ya que él no creía en estos cultos “primitivos”. Pero  su resistencia al culto se enfrentaba con un pensamiento único vinculado a aquel encuentro el cual se puede reducir a un choque de miradas.

Cansado y mal por la presencia de esta patología, decidió concurrir con su mujer para participar de aquellos rituales.

Eran aproximadamente las veintidós horas cuando llegaron. Se anunciaron en la puerta e ingresaron a lo que, otrora, supo ser el comedor de una casa hoy convertida al rito.
Por ser una casa vieja, los ambientes eran grandes. Su estado no podía verse apropiadamente ya que la luz era escasa. Dominando la escena estaba el Pay, hombre corpulento, morocho, ojos negros, pelo ensortijado, que al hablar, claramente dejaba en el auditorio una sensación de armonía con el mundo.
El Pay ya había iniciado la ceremonia y cada uno de los concurrentes les exhibía un problema al cual en algún momento se refería dándole una solución.
Pero no era como un sacerdote rodeado de feligreses a quienes aconseja en pos de solucionar sus problemas. El Pay, ingresa en un estado de insensibilidad respecto de su cuerpo, incluso cambiando la fisonomía de su rostro, girando sin cesar como un trompo a gran velocidad, tomando de otra dimensión una entidad que lo guiaba y se comunicaba con el auditorio por su intermedio. Sería algo así como lo que los espiritistas llaman “medium”. De repente, como si hubiera estado preparado, interrumpe su “rutina” y dirigiéndose a Juan –que se encontraba oculto en la oscuridad del fondo- le dice: “Hoy trataremos de encontrar tu problema, pero desde ya te digo que es muy difícil porque es muy antiguo. El hombre de los ojos marrones no siempre los tuvo de ese color, pero la mirada es la misma”.
La sorpresa de Juan no tenía límites. Luego trató de recapacitar y reprendió a su mujer por haber hablado con el Pay. Pero eso no quedó así.
El Pay o la Entidad que encarnaba, seguía bebiendo una bebida alcohólica de gran graduación como si fuera agua. El hedor etílico era impresionante no obstante ello, parecía no hacerle ningún efecto.

Las horas fueron pasando y no se habló más del tema, circunstancia por la que Juan decidió retirarse. En ese instante, la entidad encarnada en el Pay claramente dirigiéndose a él le dice: “Necesitamos mucho tiempo para cortar esas ataduras. Te repito, son muy antiguas y dañinas. Pero hoy dormirás mejor”.
Inmediatamente después de ello, se retiró con su esposa.
Efectivamente, esa noche pudo conciliar el sueño tranquilamente.








“Adelante Coronel, lo estaba esperando”, fue el recibimiento del  Psicólogo  a quien había sido derivado.
Luego de las presentaciones de rigor y el planteamiento del caso, el Profesional le explicó al Soldado cual era su forma de trabajar e incluso cuales eran los fundamentos teórico-científicos de la terapia que abordarían.
Luego de hacer referencias a culturas y religiones orientales, trae tales ideas s occidente situándolas en Europa a principios del siglo pasado.
Le expresa que Freud  hizo grandes aportes al estudio del subconsciente aunque limitándolo a su vida, incluso la fetal. Pero hoy, algunos creemos que antes de esta vida fuimos otra y otras y que muchos de los problemas o traumas de hoy tienen que ver con el ayer. Muchas veces muy lejano.
Yo he tenido el caso de una señora, a quien no le afectaba la economía –está claro- y su sueño era ir a Europa pero no podía ni pensar en volar en un avión; más, ni en un teleférico o funicular.
Realizó cursos en distintas empresas de aerotransporte, pero nada. Nada de nada. El solo pensarlo la trastornaba hasta la histeria.
Revisando vidas anteriores, encontramos un indicio casi imperceptible. Comenzamos a trabajar en ello, y descubrimos una vida anterior en Grecia. Así descubrimos que al nacer, una mala praxis  hizo que quedara con un bracito roto y deformado  y una pierna sin movimiento. Como era costumbre en aquellos días, aquellos que tenían malformaciones eran arrojados al monte Taigeto. Ella se vio caer hasta morir y tal situación le creó un trauma que la persiguió por siempre.
Luego de haber descubierto la raíz del conflicto, esta señora perdió el miedo y viajó a Europa.
-¿Y Ud. Doctor piensa que mi caso puede ser algo así?
- Realmente no lo sé, pero hay que investigar. Mi colega, su anterior terapeuta, no encontró a lo largo de las extensas y numerosas sesiones alguna pista que le permita llegar a la raíz del problema. Pero hay que trabajar.
- ¿Ud. me va a hipnotizar para llegar a aquellas vidas? 
- No exactamente, deberá ingresar a un estado –cómo le puedo explicar- donde la relajación es tan grande que el cuerpo no se siente y permite –llamémosle al alma- transitar por el espacio del tiempo libremente buscando otro nido de su pertenencia.
Todos en nuestra actual existencia estamos recogiendo lo que sembramos en nuestras vidas anteriores y a la vez sembramos lo que recogeremos en las próximas. Si no comprendemos esto, no podemos escapar de la cadena de consecuencias ya que casi nunca sabemos el porqué de nuestro sufrimiento. Esta es la Ley del Karma que, sabia e inteligente, ajusta el efecto y la causa. Todo lo bueno y lo malo que hemos hecho en una vida, nos trae consecuencias buenas o malas en esta o próximas existencias. Todo el mal que hagamos tenemos que pagarlo y todo el bien que hacemos nos será recompensado. Recuerde: el Karma es una regla de compensaciones y no de venganza.




Las sesiones transcurrían sin resultado, ya que la estructurada personalidad y educación del Coronel  eran vallas casi infranqueables para este Profesional.




Los días pasaban y Juan se negaba a regresar al templo. Total ya no soñaba aunque aquella mirada diabólica cargada de odio y soberbia lo seguía persiguiendo.



Muchos meses habían pasado, las clases estaban por terminar, cuando un día el Coronel pasa a buscar a su hijo por la escuela. La cuenta era muy fácil. Dos sujetos que se hallan al mismo tiempo en un espacio relativamente pequeño deben encontrarse.
La escena se repitió. Las miradas se chocaron. Las sensaciones fueron las mismas. El desprecio del militar por un lado; el temor y el odio del portero por el otro.
Esa noche Juan no pudo dormir. El Guerrero tampoco.
Al día siguiente, jueves, llegada la tardecita, le dice Juan a su mujer: Vamos al templo, necesito ir.
Esa noche, ambos llegaron. La rutina era la misma. La disposición de las escasas luces no difería de las anteriores noches e incluso, la gente que había concurrido era menos numerosa. Llegaron cuando la Entidad ya se había encarnado en el Pay.
- Te estaba esperando, hay alguien que te quiere hablar.

 Obviamente la sorpresa no fue poca ¿cómo sabía que había llegado?
Me hizo pasar al frente y sentarme en la primera fila del semicírculo. Negar que tuviera un miedo espantoso nadie lo creería. Yo no era, como se suele decir, del palo. Era un extraño.
La Entidad se me acerca y me dice que me tranquilice y que me deje llevar, que no hay peligro ninguno. Me toma de la mano derecha y no se que me pasó. Momentos más tarde corría yo con otros chicos huyendo de unos hombres a caballo.
Luego de esa imagen regrese nuevamente a aquel jueves. La entidad todavía presente, me pidió que regrese el próximo martes.

El día señalando, aproximadamente a la misma hora fui, pero esta vez fui solo. También llegué una vez comenzado el ritual. Al llegar me situé en un lugar oscuro lejos de la Entidad. Pareció no advertirlo prosiguiendo con los temas y conflictos cotidianos que le proponían los presentes.
El tiempo transcurría y las agujas de mi reloj me anunciaban casi la media noche. Algunos de los presentes comenzaron a retirarse y el círculo era cada vez más chico. Cuando quedamos cuatro, yo el único “nuevo”, la Entidad me agradece la paciencia, me toma de la mano y me embarga de serenidad y placidez.
El olor a alcohol que no dejaba de tomar casi me descompone. De repente comienzo a verme como en un sueño. Me reconocí aunque no era mi apariencia actual ni la de mi infancia. Pero era yo sin duda alguna. Mis ropas eran   raras, como marrones con blanco. Parecía disfrazado y los otros niños también vestían así. Las calles eran muy angostas y de un empedrado desparejo. Apenas pasaba un pequeño carro y un burro de tiro.
Gritos desesperados anunciaban la llegada de la muerte. Todos corrimos. De una casa, salió mi padre quien me dijo “por acá, por acá” e inmediatamente corrí en esa dirección. Medio centenar de caballos con sus jinetes, espadas en mano,  corrían por las angostas callejuelas. Sobre cada corcel la capa blanca de sus jinetes lo identificaban como el enemigo.
Mi familia y yo nos ocultamos en una casa. Los briosos caballos no dejaban de pasar y los gritos de terror, espanto y muerte no terminaban de hacerse oír. No sé qué pasó, si alguien entró por atrás que formó una corriente de aire que abrió la puerta de la calle. Yo que era el más chico de todos, me introduje en una tinaja para evitar ser visto.
Uno de los jinetes, advirtiendo que aquella puerta se había abierto, ingresó con su cabalgadura descubriendo, ocultos en el interior, a mis padres y hermanos a quienes degolló sin ningún tipo de contemplación.
Aquellos segundos o minutos fueron eternos. No sé qué pasó, si pensé que ya se había ido o no se… cuando desde adentro de aquel reservorio de agua sin agua asomé la cabeza para ver.
Ahí estaba aquella mirada, con odio y soberbia. Sin piedad no tardó en ejecutarme.




Los días transcurrían y los progresos en la terapia del Coronel eran escasos. Pero un día, el Soldado pudo relajarse completamente e ingresar a ese estado alfa donde el inconsciente  se escapa y dirigido eficientemente por el Terapeuta, busca en la historia un refugio que le permita ser.

Así fue como descubrió que en otra época, había sido un Caballero Templario. Un hombre que, renunciando a su patrimonio y al mundo, pone su espada y vida al servicio de Dios. La Orden fundada por Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, junto con otros siete religiosos franceses en el año 1118, fue también conocida como la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo o como se los conoció en latín como Pauperes Commilitones Chisti  Templique.  
No muy convencido con ello pues no sabía si era así o él lo había inventado, prosiguió con su terapia aunque ahora más entusiasmado. Para él, encontrar que en otra vida fue un Caballero Templario era algo que su ego aceptaba sin discusión.


En su intimidad, porque de esto no hablaba con nadie por temor a que se burlen, logró convencerse que era un Guerrero de Dios, un Soldado del bien. Ayer, luchando contra los infieles musulmanes enemigos de la Iglesia. Hoy, luchando contra el comunismo apátrida y ateo en defensa de la Nación y la cultura occidental y cristiana.
Dios lo había llamado dos veces y él, como combatiente de la verdad y la justicia, nuevamente levanta su arma en su defensa.

Con esta idea y las ganas de saber más de su pasado Templario, guiado por su Terapeuta pudo ingresar nuevamente a aquellos días.
Así pudo reconocerse entre otros Templarios. En un momento, los Caballeros, reciben la orden de atacar  e ingresan con sus corceles y sus blancas capas con la cruz roja que los distinguía, espada en mano, a un pequeño pueblo de infieles matando a quien se ponía a su paso.
En medio de la batida, en una humilde casa de aquel villorrio, se abre y se cierra una puerta. Como hipnotizado el Coronel refiere al Terapeuta: “Observo una  puerta que se mueve peligrosamente y arremeto con mi caballo e ingreso sin apearme. Adentro, tratando de esconderse de la mano de Dios, una familia de infieles musulmanes buscaba amparo. Mi espada, dirigida por el mismísimo Supremo en instantes exterminó al enemigo. Me dí media vuelta y cuando me disponía a continuar con el combate, miro a un costado y veo un niño, aparentemente de la misma familia de los infieles, tratando de ocultarse en una vasija dispuesta para reservorio de agua”.

            

Un largo silencio y una mirada de sorpresa y desazón, caracterizaban la estática realidad del Coronel, como la de alguien que se da cuenta de algo que no le gusta.
Instado por su Terapeuta, sale de aquella parálisis para proseguir con su visión.
- Ya sé, le dice el Psicólogo, la mirada de aquel niño es la mirada del Portero de la escuela.
- Si, y ahora que me encontró buscará represalias. Pude ver el odio en su mirada. Pude sentir su sed de venganza.  



Ambos hombres ya conocían el origen de aquellas miradas. Ambos, cavilaron en torno a lo sucedido. Juan, se encontraba frente al verdugo de su familia y a su propio asesino. Fernando, se veía como el emisario divino acosado por el mal.
Juan pensó que aquel asesino regresaría nuevamente a la escena e intentaría la tarea inconclusa.
Fernando, comenzó a tomar recaudos para evitar una celada en pos de venganza; después de todo él había exterminado a su familia.
Así, sin informar respecto a la fuente, expresó a sus superiores que su vida corría peligro solicitándoles custodia permanente tanto para él como para su familia toda, especialmente para su hijo Gonzalo, señalando al portero de la escuela como posible autor de la amenaza.


La vida de esta familia se fue restringiendo hasta ya no salir de la casa. Cambiaron los números de teléfono y todas las personas que llegaba de visita era celosamente revisadas aún amigos y familiares. El Coronel, aún sin reintegrarse a su actividad, obtuvo una Carpeta médica por tres meses. Su casa fue su fortaleza y su prisión, sus custodios, sus carceleros.
El General Sanpedro, a la sazón jefe del malogrado Coronel, con la información recibida dispuso un especial y particular seguimiento al Portero quien, habiendo advertido ciertos movimientos nuevos en su vida y extraños a su cotidianeidad comenzó a tomar recaudos entre los que no podía faltar, poner a su señora al tanto de todo.
Los días y las semanas pasaban sin novedades. Todos los informes recibidos por el General indicaban que el Portero investigado se llamaba Juan, casado y sin hijos, que trabajaba de Lunes a Viernes en la escuela y que los fines de semana no salía de su casa. Su esposa trabajaba como empleada en una Escribanía y ambos mantenían una vida ordenada y sin mayores contratiempos. Según los informes de los vecinos era una familia ejemplar, de nobles sentimientos, generosos y solidarios. Varios chicos del barrio pudieron ingresar a aquella escuela a partir de la recomendación que Juan les hiciera.
Laboralmente, un hombre íntegro, que no faltaba nunca a su trabajo y que, más allá de su labor como personal de maestranza, siempre se lo podía ver hablando tanto con padres como con  alumnos facilitándoles, a los primeros, el control sobre sus hijos y a los segundos, su integración en la comunidad educativa cuando, por alguna circunstancia, eran segregados. Su buena disposición y elevado criterio siempre han acompañado su quehacer en la escuela.

Con estos informes de inteligencia más las escuchas telefónicas, la misión sobre Juan se dio por concluida.

Transcurridos los tres meses, una Junta Evaluadora extendió su Carpeta Médica por otro período igual.
Poco a poco se le fue retirando el personal asignado a su seguridad hasta dejar una custodia mínima, sobre todo para que el Coronel no advirtiera tales cambios.
Los días de encierro se le hicieron eternos al orgulloso Guerrero. Él sentía que salir a la calle lo transformaría en un blanco móvil. Su familia vivía aterrorizada, manteniendo baja las ventanas y circulando con luz artificial las 24 horas del día. El fin del año escolar fue para Gonzalo el peor de los castigos ya que no podía salir de la casa.
Cada tanto se comunicaba telefónicamente con el General solicitándole novedades respecto a las actividades del portero. El Jefe militar, comprendiendo que no estaba hablando con alguien en su sano juicio, trataba de tranquilizarlo utilizando las expresiones más técnicas del lenguaje castrense. Finalmente se le levantó la consigna.

Aquella noche, el Coronel observó que nadie custodiaba su residencia. Inmediatamente puso en marcha un Plan “B”. Toda su familia y personal de servicio fueron conducidos a sótano. En una heladera portátil, cargaron agua fresca y, por si se expendía mucho en el tiempo, clausuró varias puertas aislando la cocina con conexión directa al sótano. Se puso su uniforme de combate, y portando armamento se deslizó hacia el jardín y de allí a la calle. Luego de verificar que su custodia no se encontraba la dio por perdida y decidió responder al ataque. A dos cuadras de su casa, ve un auto estacionado similar al Fiat que guardaba en su garaje. Como tenía las llaves probó y milagrosamente abrió la puerta. Por su entrenamiento militar, él había aprendido a arrancar un auto sin necesidad de utilizar la llave de contacto. Y lo hizo. Con la movilidad obtenida, decidió atacar la casa del portero para ajusticiarlo.

Juan y su señora, dormían plácidamente cuando el ladrido del perro del vecino lo pone en alerta. En el silencio de la noche, los pequeños ruidos multiplican su intensidad, detectando así que alguien andaba en el patio de atrás. Pensando que se trataba de un ladrón, inmediatamente llamó a la policía la que rápida y silenciosamente se acercó al predio confirmando la presencia de alguien oculto entre las plantas.
El Coronel, transformado en un comando, vestido como tal con su cara enmascarada para ocultarse bajo las sombras de la noche, advirtió que alguien se acercaba con una linterna en la mano. Ante el temor de ser descubierto y suponiendo que podría haber algún otro enemigo, con el sable bayoneta en mano saltó como un tigre sorprendiendo a su presa  a quien rápidamente deja fuera de combate degollándolo.

La ausencia del efectivo policial se notó pocos minutos después, formándose un pequeño grupo de  efectivos con armas largas y de puño, quienes siguieron los pasos del camarada.
El coronel, lejos de tener miedo, no tarda en enfrentarse al grupo desde una posición privilegiada, aniquilándolos.    La situación se complicaba.   La policía –sin saber realmente de que se trataba- solicitó refuerzos los que llegaron casi inmediatamente.
El Coronel seguía apostado, vigilando todos los movimientos. Para él, no era la policía, eran enemigos disfrazados que pretendían confundirlo.
Deslizándose como una sombra en la noche, se aleja de la escena no sin antes cubrir su retaguardia sembrando el camino de su retirada con granadas y trampas “caza bobos”. El regreso a su casa fue también accidentado ya que el dueño del auto había denunciado el robo y la policía estaba detrás. Por su parte la señora de Fernando llamó al General para informarlo respecto de la desaparición de su esposo. Este, comprendiendo que el levantamiento de la custodia había sido un error, ordenó su restablecimiento. Asimismo, un grupo de elite salió en su búsqueda convencidos que el Guerrero –en pleno delirio- vivía una guerra personal.
Militares y Policías intercambiaban información y poco a poco se lo fue cercando.
Aquel comando, ya en delirio, no quiso ser tomado prisionero. Horas más tarde, su cuerpo era observado por personal de Policía Científica quienes no podían creer como un jefe militar con su pistola en la boca se había volado la cabeza.

En la otra punta de la ciudad, Juan y su señora conversaban con la Policía viendo como llegaban las primeras luces del alba.


Tres días más tarde, sábado por la mañana, los chicos del barrio jugaban a la pelota en la calle. Una mala maniobra seguida de una torpeza, hizo que el balón terminara en los fondos de la casa de Juan. Este, comedido como siempre, va en busca del esférico perdido. Los chicos esperaban en la puerta. Instantes habían pasado cuando una fuerte detonación testimonia la presencia aún de una trampa sin remover.



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