La bitácora del Puerto
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AÑO VIII
– Nº 69, diciembre de 2019
Capitán a cargo de
la bitácora: Eduardo Juan Foutel - Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes, en su cuaderno de bitácora,
permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que,
de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora
–desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hombres o mujeres
de letras que entendemos son dignas de ser destacados. Hoy,
Auguste Villiers de l'Isle-Adam
(Jean-Marie Mathias Philippe Auguste, Conde de
Villiers de l'Isle-Adam; Saint-Brieuc, 1838-París, 1889) Escritor francés.
Autor de cuentos considerados como obras maestras del género, que presentan una
novedosa síntesis de cuento filosófico, relato de terror, ciencia ficción y
esoterismo, sus primeras obras (Dos
ensayos de poesía, 1858; Primeras poesías, 1859)
no permiten deducir lo que fue su producción posterior, una vez que hubo
conocido a Charles Baudelaire (1859) y a Stéphane Mallarmé (1864), y
descubierto la filosofía de Hegel. En 1866
colaboró en el Parnasse Contemporain. En 1867 fundó la Revue des Lettres et des Arts y escribió El Intersigno,
su primer «cuento cruel». En 1870 tomó partido por la comuna; en 1883, la
publicación de sus Cuentos crueles le valió cierta notoriedad, pero sus condiciones
de vida siguieron siendo precarias hasta su muerte. Entre sus restantes obras
destacan las novelas Isis (1862) y La Eva
futura (1886), la novela corta Claire Lenoir (1867)
y el drama Axël (1890).
Auguste Villiers de l'Isle-Adam
Auguste Villiers era hijo de una familia muy antigua y
orgullosa de su nobleza, pese a hallarse ya entonces decaída. Con la
conformidad de los suyos, llegó a la capital a los veinte años para consumir
los últimos recursos familiares en pos de la gloria. En sus primeras poesías se
da una mescolanza de Alfred de Musset y Charles Baudelaire.
Pronto, sin embargo, su fe tradicional y el espíritu del primer romanticismo lo
iniciaron en el simbolismo cristiano y el ocultismo, y recibió la influencia de
Edgar Allan Poe y del catolicismo diabólico de Jules Barbey d'Aurevilly.
La relación y la amistad con Richard Wagner actuaron
como fermento.
Su carácter fastuoso, arrogante y singular, y la
curiosidad de su novela filosófica Isis (1862, reducida al primer tomo) y de los dos
dramas simbolistas, por lo demás muy débiles, Elën (1865)
y Morgane (1866),
le valieron, en los círculos literarios de vanguardia anteriores a 1870, una
fama a la cual contribuyeron también sus relaciones amorosas (a pesar de sus
tendencias a la inversión) con Nina de Callias, la hermosa mundana intelectual.
Tras la representación, con escaso éxito, del drama La révolte en
1870, empezó a escribir otro drama en cuatro actos titulado Axël,
mucho mejor, y del que publicaría la primera versión en 1872, manteniéndose
cada vez más abiertamente en la reacción mística, idealista e individualista
frente al positivismo entonces triunfante.
Después de 1870 cayó en la miseria, y conoció años muy
duros, que, sin embargo, no le desalentaron. Sus primeros relatos no obtuvieron
éxito alguno: compuso otros, y, finalmente, conoció la fama gracias a los Cuentos crueles (1883).
Esta recopilación de narraciones breves es la producción más conocida y más
característica del autor; original hasta la extravagancia, desigual y a menudo
vigorosa, manifiesta en ella su múltiple inspiración. El absoluto idealismo se
refleja en "Vera", la mujer que después de la muerte continúa
viviendo en el recuerdo del amado, hasta el día en que éste, imaginándola
muerta, la hace verdaderamente morir. En "Desconocida" presenta una
delicadísima figura de mujer que, pese a ser sorda, escucha las palabras del
alma, y renuncia al amor imposible para no estropearlo con su desventura; en
"El Intersigno" desfilan los signos premonitorios de la muerte.
Otra fuente de inspiración es el horror, como en el
relato titulado "Convidado de las últimas fiestas", en el que aparece
un gran señor que, aficionado a las ejecuciones capitales, se siente feliz
cuando puede sustituir al verdugo. La más cruda ironía predomina en "Las
señoritas de Bienfilâtre", una de las cuales falta a su deber y muere a
causa de ello, después de haber amado sinceramente a un joven en lugar de
continuar en su oficio nocturno, gracias al cual, en unión con su hermana,
mantenía a sus ancianos padres. En parte de los relatos citados es innegable la
influencia de Edgar Allan Poe;
pero el tono lírico, exuberante, a menudo intenso, es personal del escritor.
La multiplicidad de inspiración continuaría en
los Nuevos cuentos crueles (1888): el idealismo reaparece en "El amor
sublime", amor de las almas que no está sujeto a la realidad, ni siquiera
a los celos de un marido vulgar; el horror es extraordinario en "La
tortura de la esperanza": la esperanza de la evasión imposible es el
último tormento dado a un judío en el tribunal de la Inquisición de Zaragoza; y
la ironía de "Las señoritas de Bienfilâtre " se repite en "Las
amigas de pensión".
En 1883, el mismo año en que publicó sus
primeros Cuentos crueles, Villiers de l'Isle-Adam había hecho representar con
escasa fortuna otro drama, Le
monde nouveau. Alentado por la colaboración en Le Figaro y
la admiración de insignes jóvenes amigos, publicó Atribulado Bonhomet (1887),
recopilación de cinco relatos de los que sobresale la novela corta Claire Lenoir,
una cruel sátira del filisteísmo científico en el siniestro personaje del
"doctor" (opuesto a la viuda Claire Lenoir, símbolo de la pureza
espiritual delicada y mágica), y la audaz novela La Eva futura (1886),
crudo y desconcertante relato del amor de un joven por una mujer mecánica que
adquiere un alma misteriosamente y la pierde a través de un misterio no menor.
Tras un ciclo de conferencias en Bélgica, Auguste Villiers falleció, agotado,
en un hospital, amorosamente asistido por Joris-Karl Huysmans.
El Théâtre Libre había representado el mediocre drama Évasion,
impreso luego póstumo junto con otras obras del autor.
Sólo unas cuantas narraciones, de ambigua y delicada
belleza, destacan intensamente sobre el resto de su producción, animada pero
también inficionada por un lirismo ardiente y descompuesto, aunque no carente
de matices, y por la excesiva tensión del estilo, fastuoso, musical e
interrumpido por mordaces ironías, y a veces con resultados de una
desconcertante pureza. Como tantos otros precursores, Villiers de l'Isle-Adam
no supo comprender claramente sus propias intenciones; de ahí que la
incoherencia de su mundo espiritual aparezca reflejada en sus obras. Axël,
el primer drama realmente simbolista, señaló, no obstante, una fecha.
"Maestro en idealismo" de Stéphane Mallarmé,
Villiers influyó asimismo en Joris-Karl Huysmans y en León Bloy, y
también Paul Claudel aprendería
no poco de su teatro.
Sor Natalia
[Cuento -
Texto completo.]
Villiers de L’Isle Adam
Antiguamente, en Andalucía, en el ángulo de un camino montañoso, se
levantaba un monasterio de la Orden Tercera franciscana; aquel claustro, aunque
a la vista de otros conventos que velaban unos por los otros, estaba sobre todo
protegido por la devoción que imponía entonces el aspecto de una gran cruz
colocada ante la entrada, en la que una campana tañía dos veces al día. Una
capilla profunda, cuya puerta no se cerraba jamás, se abría sobre tres
peldaños, y el camino bordeaba por un lateral la tapia del monasterio. A su
alrededor, llanuras feraces, árboles aromáticos, hierbas en las cunetas,
aislamiento y camino polvoriento.
Un enervante crepúsculo de otoño, en el fondo de la capilla se encontraba
arrodillada, y con hábito de novicia, una joven cuyos rasgos eran de una
belleza suave y conmovedora. Estaba ante una hornacina situada en un pilar de
cuya bóveda colgaba una solitaria lámpara dorada que iluminaba una Virgen con
los ojos bajos y las manos abiertas, dispensando gracias radiantes, una Virgen
celestial en actitud de Ecce ancilla.
Desde el camino, y por las vidrieras opuestas, se oían subir las notas
frescas y sonoras de un cantor de serenata acompañado de una bandurria
cordobesa. Las lánguidas frases, ardientes de pasión, de audacia y de juventud,
llegaban hasta la iglesia, hasta sor Natalia, la novicia arrodillada que, con
la frente apoyada sobre los brazos cruzados a los pies de la Señora, murmuraba
con voz desolada:
-Señora, bien lo ves: estoy llorando y te suplico que no me prives de tu
compasión, pues no es sino desfallecida y angustiada -y con tu santa imagen en
el fondo de todos mis pensamientos- como me voy a exiliar de aquí. ¡Oh, Reina
de la pureza! ¿Tendrás piedad de la que, por un amor mortal, deserta del
pórtico de la salvación? ¿Estás oyendo? Esa voz, en su ferviente fidelidad, me
está implorando. Si no voy, ¡él va a morir! ¿Cómo condenar los desvaríos que ha
soportado tanto tiempo sin esperanza y sin queja? ¿Cómo persistir en no
consolar al que tanto ama? Tú, Señora, que sabes cuánto te amo, y cómo me
reconforta venir aquí cada tarde a suplicarte, perdóname. Aquí está mi velo,
aquí la llave de mi celda; a tus pies los deposito. Pero, ¡no puedo más, me
ahogo… esa voz… me atrae… adiós, adiós!
De pie, vacilante, sin atreverse a levantar los ojos, sor Natalia dejó la
santa llave y el velo a los pies de la azul Señora de dulce rostro de luz, de
ojos bajados y a la vez dirigidos hacia ¡qué cielos y qué estrellas! Luego,
apoyándose en los pilares, llegó hasta la puerta y después de un instante la
abrió: descendió los peldaños y se encontró en el camino que se prolongaba
hasta la lejanía, bajo la claridad de una gran luna que iluminaba el campo.
-¡Juan! -llamó.
Al escuchar esta llamada apareció un joven, de perfil dominador y mirada
ardiente de alegría, que saltó del caballo y envolvió con su capa a la que, por
fin, había venido hacia él.
-¡Natalia! -dijo.
Y, sujetándola acurrucada entre sus brazos sobre el caballo, partieron
veloces hacia la casa solariega cuyas torres se perfilaban a lo lejos bajo las
sombras lunares.
* * *
Transcurrieron seis meses de fiestas, de amor, de encantadores viajes por
Italia, a Florencia, a Roma, a Venecia: él feliz y ella con frecuencia
pensativa, pues las caricias de su ardiente raptor, aunque amorosas y
embriagadoras, no eran las que la inocencia de su corazón le había hecho
esperar. De repente, de regreso a Cádiz, una mañana soleada, sin que una sola
palabra le hubiera advertido, se despertó sola, sin anillo nupcial, sin la
alegría de un hijo siquiera; su amante, cansado de ella, había desaparecido.
Con un profundo suspiro, la joven dejó caer el sombrío billete que le
anunciaba la soledad, pero no se quejó pues estaba resuelta a no sobrevivir. En
pocas horas, tras haber distribuido entre los pobres el oro que le quedaba, en
el momento preciso de librarse de la vida, un pensamiento, un cándido
pensamiento se adueñó de ella: quería volver a ver, solo una vez más, una sola,
a la Señora de antaño para darle el supremo adiós. Por lo que, vestida de
penitente y mendigando algo de pan por el camino, se dirigió al monasterio,
hacia la capilla más bien, pues ya no podía volver a entrar junto a las
vírgenes fieles. Tras unos cuantos días de camino y cuando oscurecían los tonos
azulados de un hermoso atardecer resplandeciente de astros, llegó temblorosa y
extenuada ante al santo lugar.
Recordaba que, a esa hora, sus antiguas compañeras se hallaban retiradas en
oración en sus celdas, y que, bajo los altos pilares, la iglesia debía hallarse
tan desierta como la noche del rapto. Empujó pues la puerta y miró: ¡no había
nadie!, solo allá lejos y bajo la lámpara siempre encendida, la Señora. Entró
y, de rodillas, avanzó sobre las blancas losas, hacia su celestial amiga e, inclinada
y sollozando, dijo al llegar a los pies de Aquella que perdona:
-¡Oh! ¡Señora! ¡No merezco clemencia! Cuando la tentadora voz me suplicaba,
no sabía, no sabía cuánto abandono, cuánto oprobio reserva el amor mortal ¡Qué
vergüenza! Voy a morir pues, desterrada de cualquier asilo de los míos, sobre
todo de aquí… ¿Cuál de tus hijas, ¡oh Madre mía!, no me recibiría con un gesto
de espanto si me viera en esta capilla? ¡He perdido la esperanza queriendo
consolar a otro!
* * *
Entonces, cuando las silenciosas lágrimas de Natalia caían sobre los pies
de la Divina Elegida, la joven dirigió una mirada suprema, repleta de adiós,
hacia la Señora, y se sobresaltó con súbito éxtasis, pues vio que los sagrados
ojos la miraban, que los labios de la estatua se abrían y que la celestial
Señora le decía dulcemente:
-Hija mía, ¿no lo recuerdas? Antes de dejarnos me confiaste tu velo y la
llave de tu celda. Te he reemplazado pues aquí, realizando bajo ese velo todas
las tareas que exigen tus votos, ninguna de tus compañeras se ha percatado de
tu ausencia, toma pues lo que me confiaste, regresa a tu celda, y… no te
marches nunca más.
FIN
“Tribulat Bonhomet”,
1887
Traducción de Esperanza Cobos Castro
Traducción de Esperanza Cobos Castro
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