La casa de los inmortales
I
La Casa
de los Inmortales estaba tranquila. La paz se podía apreciar con sólo respirar
el aire que, en otros tiempos, se enturbiaba o simplemente se nublaba.
Todo estaba en su lugar, ordenadamente en su lugar. Estratificado,
como congelado en el tiempo. Este transcurría y en la casa de los inmortales
nada se alteraba.
Los largos pasillos de aquella monumental construcción
parecían guiarnos a través del tiempo. Todo lo que nuestros ojos observaban
podía verse con la frescura de antaño y de esa forma se veían inmortales; es
decir, transcurrían los años y su presencia exhibía vigencia, eran inmutables.
Ningún grande de la historia perecía. Allí estaban todos,
como en su mejor momento, imponiendo su
ilustre imagen, su insigne
personalidad.
II
Lejos
de allí, donde el tiempo transcurre y se comprende más la finitud de la vida
que la inmortalidad, hombres siguiendo viejos rituales, se concentran en un
círculo rodeando un gran fuego que, conforme viejos mandatos, los inspira para
obtener mejores decisiones.
Los
principales representantes de la comunidad estaban reunidos. Por el tema a
tratar, lo hicieron como lo hacían sus ancestros, sentados en el suelo, en
círculo, alrededor de un gran fuego.
¿Cuál
era ese tema tan importante? El motivo único del consejo tribal era: ¿debemos
permitir que los blancos exhiban en una vitrina los restos de nuestro bisabuelo
embalsamado y vestido con atuendos ceremoniales? ¿Debemos aceptar que en un
museo se muestre a uno de los nuestros como un objeto, como una cosa, cuando en
realidad son restos humanos? ¿Qué diría el Director de ese Museo si nosotros
hacemos el nuestro y mostramos como una pieza de valor cultural una de nuestras
lanzas exhibiendo en lo más alto la cabeza extirpada del cuerpo de un blanco lo
cual -para nuestros ancestros- era un trofeo?
A
estos interrogantes se sumaron otros y, algunos de los participantes que se
habían educado entre “europeos” e incluso alcanzado un grado universitario,
abrazando la postura de los derechos humanos proponían solicitarle a la
autoridad pertinente tales “restos” para darle un destino final entre los
suyos.
También
hablaron aquellos que proponían directamente entrar al Museo, hacerse de la
momia y clandestinamente sustraerla y brindarle los honores que -como gran jefe
y cacique de aquella región y pueblos- supo tener.
La
opinión de los “ilustrados” adquirió mayor convencimiento y congregó al mayor número
de simpatizantes. Fue así que formalmente se requirieron los restos para
rendirle los honores finales entre los suyos y en sus antiguos dominios. La
requisitoria reclamaba los restos del Gran Cacique explicando las muchas
razones que abonaban tal petición. Se expresaron: Primero razones de orden
legal y, Segundo: que en los museos modernos no se muestran restos humanos
porque los mismos se supone tienen familiares a quienes no le satisface que sus restos sean expuestos como una
curiosidad. (1)
No critican
que el Gran Jefe haya sido puesto en exhibición, lo que objetan es que hoy
mantengan ese criterio caduco e infamante. (2)
Ante
la normativa citada y los abundantes argumentos vertidos, las autoridades del
Museo –lógicamente- accedieron a tal petición y en una ceremonia en la que no
faltaron reiterados mea culpa y justificaciones, sus descendientes directos e
indirectos recibieron formalmente los restos momificados de tan importante
hombre.
La
comunidad retiró los restos y los trasladó a donde fueron sus dominios para,
siguiendo los ritos propios de la tribu, proponerle su última morada.
III
El
Museo en cuestión, fue creado por un antropólogo que supo recorrer el país
buscando objetos valiosos desde su perspectiva científica. Esta colección fue
la base del museo que luego de estatizado fue alojado en un gran edificio y
pasó a ser uno de los más grandes del continente.
En
su exploración, muchas veces en sitios inaccesibles, pudo hacerlo gracias a la
colaboración de “indios” de aquellas latitudes quienes se sometían a este
hombre blanco por el solo hecho de haber tenido con su Jefe una relación
cordial, yo diría de amistad.
Tal
fue la relación que cuando este vine a la “civilización” y arma la muestra de
su colección en su casa, aquellos “indios” vinieron con él y formaron parte de
la mano de obra que tenía; como lo habían hecho antes durante los tiempos de
campaña del científico.
También
vino el Jefe citado con su familia, ya que la amistad con el científico le
garantizaba una vida más tranquila lejos de guerras y malones.
Cuando
el Museo se institucionaliza y pasa a depender del Estado, este hombre de
ciencia, de gran catadura moral y ética, lo nombra en un cargo el cual nunca
ejerció (era un Jefe) pero si cobraba y le sirvió a este y su familia para el
sustento.
Al
morir, siguiendo alguna de sus costumbres tribales, lo embalsaman y lo visten
con sus mejores atuendos, permitiéndole al amigo exhibirlo en una vitrina como
un verdadero Gran Jefe y cacique de su comunidad. Fue todo pensado y realizado con mucho afecto
y respeto.
A
partir de ese momento, aquel cacique volvió a la vida y retomó su rol de Jefe.
Quienes visitaban el museo y le veían lo reconocían como un Jefe e incluso,
hasta en algunos provocaba miedo su sola presencia. Así se mantuvo hasta que su
tribu decidió cambiarle su última morada.
Hasta
ese momento aquel cacique de antaño pudo y supo mantener su rol, su liderazgo,
su gloria.
Aquel
Museo, “La casa de los inmortales”, es llamado así porque los objetos que la
habitan mantienen su presencia o, por decirlo de otra forma, se mantienen vivos.
Nuestro Gran Jefe vivió y fue “El Cacique” hasta el momento que sus restos
fueron retirados.
Igual
fenómeno ocurre en las casas paternas o de tíos o tías solteras, con las
fotografías de los bisabuelos, abuelos, tíos y demás parientes exhibidas en los
distintos salones y alcobas. Gracias a ello, nuestros ancestros seguían
viviendo entre nosotros.
Retirar
los restos del Museo es equivalente con levantar una casa, desmantelarla, sea
cual fuere la motivación de tal conducta.
En
el primer caso el Gran Cacique no estará más ejerciendo su Jefatura, su
liderazgo, su rol de importancia. En el segundo, con la desaparición de las viejas fotografías y demás elementos
ancestrales, desaparece la presencia de aquellos cuyas imágenes ocupaban un
lugar de privilegio y distinción.
IV
En
las antiguas tribus o comunidades, el respeto por los mayores, los ancianos,
era virtualmente Ley, porque eran los portadores de la memoria, los que
mantenían viva la cultura y su juicio era sabio y tomado como tal.
Si
bien las reuniones del Consejo de Ancianos no eran mágicas, si lo eran algunos
rituales que sin conocer realmente su origen, repetían en función de algún conservado
protocolo.
Así,
honrando la memoria del gran cacique –longo- y con la finalidad de promover su eternidad,
los elegidos para tal ceremonia repitiendo antiguas formulas ignorando,
finalmente, la magia que ejercían.
Si
saberlo, ingresaron en una especie de estado profundo de inconsciencia y su
accionar obedecía al espíritu del ritual más que a su propia voluntad; o sea
que cada uno de los participantes en algún momento dejaron de ser ellos para
ser su historia, sus ancestros, su propio origen.
Ese mismo día, antes del anochecer, en sus antiguos dominios, en
su tierra natal, empezará una ceremonia que culminará al amanecer del día
siguiente, con el entierro de los restos en la Ñuque Mapu - Madre Tierra en
Mapudungun ('el hablar de la tierra').
Así,
sin saberlo conscientemente, invocaron un ser supremo (Setebos ó Kóoch) y éste –como
Supremo creador de todo- devolvió la vida al longo (Cacique) quien en su
lengua original agradeció sus intenciones más les hizo saber que ahora, al
abandonar la Casa de los Inmortales, su “vida” se extingue y su Suprema
Jerarquía pasaría al olvido.
Más adelante agregó, ya es tarde, nada se puede hacer para
retrotraer el tiempo, ya estoy condenado al olvido.
La ceremonia se cumplió íntegramente y finalizando el trance
cada uno de los hombres y mujeres que participaron de la ceremonia nada
comprenden de qué paso, pero de lo que están todos seguros es que el Gran Jefe
les habló.
Más de uno de los participantes llegó a percibir el error en su
accionar y frente a los restos del Cacique embalsamado, a viva vos pidieren
perdón.
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Eduardo Juan Foutel, invierno 2016
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