sábado, 20 de agosto de 2016

La casa de los inmortales


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La casa de los inmortales





I

La Casa de los Inmortales estaba tranquila. La paz se podía apreciar con sólo respirar el aire que, en otros tiempos, se enturbiaba o simplemente se nublaba.
            Todo estaba en su lugar, ordenadamente en su lugar. Estratificado, como congelado en el tiempo. Este transcurría y en la casa de los inmortales nada se alteraba.
            Los largos pasillos de aquella monumental construcción parecían guiarnos a través del tiempo. Todo lo que nuestros ojos observaban podía verse con la frescura de antaño y de esa forma se veían inmortales; es decir, transcurrían los años y su presencia exhibía vigencia, eran inmutables.
            Ningún grande de la historia perecía. Allí estaban todos, como en su mejor momento, imponiendo  su ilustre  imagen, su insigne personalidad.   
           







II

Lejos de allí, donde el tiempo transcurre y se comprende más la finitud de la vida que la inmortalidad, hombres siguiendo viejos rituales, se concentran en un círculo rodeando un gran fuego que, conforme viejos mandatos, los inspira para obtener mejores decisiones.  
            Los principales representantes de la comunidad estaban reunidos. Por el tema a tratar, lo hicieron como lo hacían sus ancestros, sentados en el suelo, en círculo, alrededor de un gran fuego.
¿Cuál era ese tema tan importante? El motivo único del consejo tribal era: ¿debemos permitir que los blancos exhiban en una vitrina los restos de nuestro bisabuelo embalsamado y vestido con atuendos ceremoniales? ¿Debemos aceptar que en un museo se muestre a uno de los nuestros como un objeto, como una cosa, cuando en realidad son restos humanos? ¿Qué diría el Director de ese Museo si nosotros hacemos el nuestro y mostramos como una pieza de valor cultural una de nuestras lanzas exhibiendo en lo más alto la cabeza extirpada del cuerpo de un blanco lo cual -para nuestros ancestros- era un trofeo?
A estos interrogantes se sumaron otros y, algunos de los participantes que se habían educado entre “europeos” e incluso alcanzado un grado universitario, abrazando la postura de los derechos humanos proponían solicitarle a la autoridad pertinente tales “restos” para darle un destino final entre los suyos.
También hablaron aquellos que proponían directamente entrar al Museo, hacerse de la momia y clandestinamente sustraerla y brindarle los honores que -como gran jefe y cacique de aquella región y pueblos- supo tener.
La opinión de los “ilustrados” adquirió mayor convencimiento y congregó al mayor número de simpatizantes. Fue así que formalmente se requirieron los restos para rendirle los honores finales entre los suyos y en sus antiguos dominios. La requisitoria reclamaba los restos del Gran Cacique explicando las muchas razones que abonaban tal petición. Se expresaron: Primero razones de orden legal y, Segundo: que en los museos modernos no se muestran restos humanos porque los mismos se supone tienen familiares a quienes no le satisface  que sus restos sean expuestos como una curiosidad. (1)
No critican que el Gran Jefe haya sido puesto en exhibición, lo que objetan es que hoy mantengan ese criterio caduco e infamante. (2)
Ante la normativa citada y los abundantes argumentos vertidos, las autoridades del Museo –lógicamente- accedieron a tal petición y en una ceremonia en la que no faltaron reiterados  mea culpa y justificaciones, sus descendientes directos e indirectos recibieron formalmente los restos momificados de tan importante hombre.
La comunidad retiró los restos y los trasladó a donde fueron sus dominios para, siguiendo los ritos propios de la tribu, proponerle  su última morada.







III

El Museo en cuestión, fue creado por un antropólogo que supo recorrer el país buscando objetos valiosos desde su perspectiva científica. Esta colección fue la base del museo que luego de estatizado fue alojado en un gran edificio y pasó a ser uno de los más grandes del continente.
En su exploración, muchas veces en sitios inaccesibles, pudo hacerlo gracias a la colaboración de “indios” de aquellas latitudes quienes se sometían a este hombre blanco por el solo hecho de haber tenido con su Jefe una relación cordial, yo diría de amistad.
Tal fue la relación que cuando este vine a la “civilización” y arma la muestra de su colección en su casa, aquellos “indios” vinieron con él y formaron parte de la mano de obra que tenía; como lo habían hecho antes durante los tiempos de campaña del científico.
También vino el Jefe citado con su familia, ya que la amistad con el científico le garantizaba una vida más tranquila lejos de guerras y malones.
Cuando el Museo se institucionaliza y pasa a depender del Estado, este hombre de ciencia, de gran catadura moral y ética, lo nombra en un cargo el cual nunca ejerció (era un Jefe) pero si cobraba y le sirvió a este y su familia para el sustento.
Al morir, siguiendo alguna de sus costumbres tribales, lo embalsaman y lo visten con sus mejores atuendos, permitiéndole al amigo exhibirlo en una vitrina como un verdadero Gran Jefe y cacique de su comunidad.  Fue todo pensado y realizado con mucho afecto y respeto.
A partir de ese momento, aquel cacique volvió a la vida y retomó su rol de Jefe. Quienes visitaban el museo y le veían lo reconocían como un Jefe e incluso, hasta en algunos provocaba miedo su sola presencia. Así se mantuvo hasta que su tribu decidió cambiarle su última morada.    
Hasta ese momento aquel cacique de antaño pudo y supo mantener su rol, su liderazgo, su gloria. 
Aquel Museo, “La casa de los inmortales”, es llamado así porque los objetos que la habitan mantienen su presencia o, por decirlo de otra forma, se mantienen vivos. Nuestro Gran Jefe vivió y fue “El Cacique” hasta el momento que sus restos fueron retirados.
Igual fenómeno ocurre en las casas paternas o de tíos o tías solteras, con las fotografías de los bisabuelos, abuelos, tíos y demás parientes exhibidas en los distintos salones y alcobas. Gracias a ello, nuestros ancestros seguían viviendo entre nosotros.
Retirar los restos del Museo es equivalente con levantar una casa, desmantelarla, sea cual fuere la motivación de tal conducta.
En el primer caso el Gran Cacique no estará más ejerciendo su Jefatura, su liderazgo, su rol de importancia. En el segundo, con la desaparición de  las viejas fotografías y demás elementos ancestrales, desaparece la presencia de aquellos cuyas imágenes ocupaban un lugar de privilegio y distinción. 





IV

En las antiguas tribus o comunidades, el respeto por los mayores, los ancianos, era virtualmente Ley, porque eran los portadores de la memoria, los que mantenían viva la cultura y su juicio era sabio y tomado como tal.
Si bien las reuniones del Consejo de Ancianos no eran mágicas, si lo eran algunos rituales que sin conocer realmente su origen, repetían en función de algún conservado protocolo.
Así, honrando la memoria del gran cacique –longo-  y con la finalidad de promover su eternidad, los elegidos para tal ceremonia repitiendo antiguas formulas ignorando, finalmente, la magia que ejercían.
Si saberlo, ingresaron en una especie de estado profundo de inconsciencia y su accionar obedecía al espíritu del ritual más que a su propia voluntad; o sea que cada uno de los participantes en algún momento dejaron de ser ellos para ser su historia, sus ancestros, su propio origen.  
Ese mismo día, antes del anochecer, en sus antiguos dominios, en su tierra natal, empezará una ceremonia que culminará al amanecer del día siguiente, con el entierro de los restos en la Ñuque Mapu - Madre Tierra en Mapudungun ('el hablar de la tierra'). 
Así, sin saberlo conscientemente, invocaron un ser supremo (Setebos ó Kóoch) y éste –como Supremo creador de todo- devolvió la vida al longo (Cacique) quien en su lengua original agradeció sus intenciones más les hizo saber que ahora, al abandonar la Casa de los Inmortales, su “vida” se extingue y su Suprema Jerarquía pasaría al olvido.
Más adelante agregó, ya es tarde, nada se puede hacer para retrotraer el tiempo, ya estoy condenado al olvido.


La ceremonia se cumplió íntegramente y finalizando el trance cada uno de los hombres y mujeres que participaron de la ceremonia nada comprenden de qué paso, pero de lo que están todos seguros es que el Gran Jefe les habló.
Más de uno de los participantes llegó a percibir el error en su accionar y frente a los restos del Cacique embalsamado, a viva vos pidieren perdón.  


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Eduardo Juan Foutel, invierno 2016

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