jueves, 14 de mayo de 2015

Con pecado concebido - ISBN 978-987-25330-1-4 Cuentos de aquí, de allá y del más allá.



CON PECADO CONCEBIDO





La vida transcurría plácida y hasta monótona en el pueblo de Sargento Gutiérrez al Oeste de la Capital provincial.
En él, las familias mantenían un importante lazo de dependencia con la Iglesia local, donde el sacerdote, buscándolo o no, se ostentaba como el hombre más influyente y con mayor predicamento ya que, como representante del Altísimo ante esa comunidad, todos le debían no solo respeto sino hasta obediencia.
Dentro de ese marco, el matrimonio Fernández, familia muy devota, supo criar a sus dos hijos: Marcelo y Patricia.


Esta era una familia de limitados recursos económicos que vivían en una pequeña casa que cuando se casaron -y por algún tiempo- fue una bendición, por cuanto era de material y contaba con las “comodidades” que la familia requería.
Claro, cuando los niños eran chicos, pudieron compartir el único dormitorio disponible fuera del de los padres, pero con el correr el tiempo se hizo necesaria una nueva habitación.
Fue la madre quien observando ciertas conducta y trato entre hermanos, quien impuso a su marido, sin dar explicaciones puntuales, la construcción de un nuevo dormitorio.

José, hombre de trabajos varios para poder satisfacer con su aporte dinerario lo reclamado en la casa, y considerando que ampliar la casa importaba no un gasto sino una inversión, poco a poco y con la ayuda de parientes y amigos, pudo completar la nueva habitación, la que estaría destinada a uno de los hijos.

A estos no les gustaba la idea pero, bueno, también lo consideraron como un progreso económico de la familia ya que por no cohabitar más en el mismo dormitorio, nada cambiaría entre ellos.

Por estos días, ya hacía tiempo que los hermanos mantenían relaciones sexuales las que habían comenzado como un juego para luego transformarse en una necesidad. Ellos se amaban más de lo que uno podría imaginar. Su relación excedía el sólo marco sexual. El sexo era la mayor expresión de un amor recíproco.

Esta circunstancia hizo que poco tiempo después de la ampliación de la casa, clandestinamente solían mantener encuentros nocturnos tan esperados como deseados.
Ya adolescentes, la clandestinidad fue cada vez más conflictiva e incluso el amor que se debían, por exceder el fraternal, paulatinamente los marginaba de los grupos de pares y sus conductas se evidenciaban como “raras”.

Fue así que su madre, que con tristeza y preocupación fue advirtiendo esta relación y su crecimiento, habló con su esposo y padre de sus hijos.
Este no podía creer que sus hijos puedan vivir en el pecado. Fue así que ambos fueron a hablar con el uno de los Curas de la iglesia del pueblo buscando información: por un lado, porque sus hijos eran de concurrir a misa, y por otro, por un consejo, ya que debían tomar la mejor decisión posible en su momento.

El Padre Fernando, confesor del matrimonio, no solo no podía creer lo que sus feligreses le expresaban sino que tampoco comprendía porqué habían dejado pasar tanto tiempo para actuar ya que, en este tipo de relaciones, el tiempo es el principal enemigo.

Las conversaciones posteriores con sus hijos fueron terribles.
Como primera cuestión confirmaron su larga vida amorosa; también, que de ninguna manera estaban dispuestos a abandonar tal relación ya que, entre ellos, había un gran amor.
Ante la posibilidad que planteó su madre de que mantengan una conversación con el Padre Fernando, ambos se negaron por cuanto casualmente el sacerdote por su propia naturaleza no podría comprenderlos y menos apoyarlos.

Ante tal situación y sin saber cuanto había trascendido en la comunidad la relación pecaminosa, antes que se transforme en una vergüenza familiar, deciden mandarlos a estudiar a Buenos Aires, ciudad que por su inmensa población, ellos permanecerían en el anonimato y, en el pueblo, se evitaría el descrédito.
Fue así que aprovechando que el mayor de los hijos había terminado la escuela secundaria, les compraron dos pasajes como la mejor alternativa posible. Patricia ingresaría a la Universidad y su hermano, la acompañaría.




Ya en la Capital, en la pensión donde se alojaron, se registraron como matrimonio bajo la vieja y cada vez más generalizada modalidad americana, señor y señora Fernández.
 Como cómplice de tal actitud, el apellido que portaban era  común y muy numeroso, circunstancia ésta que finalmente podían decir que si bien tenían el mismo no eran parientes.
Para completar la ayuda económica que recibían de la familia, ambos buscaron trabajo y capacitación para un mejor desenvolvimiento.
Continuaron los estudios de computación  los que les permitió mejorar sus empleos y con ello, sus ingresos. Poco a poco se fueron independizando del aporte paterno hasta comunicarles que ya no les era necesario por el momento, liberándolos de tantas privaciones.
Ambos habían ingresado a una Compañía de Seguros. Allí, las relaciones laborales fueron generando amistades y así el “matrimonio” pasó a formar parte de distintos grupos de matrimonios que, fuera del trabajo, compartían su tiempo libre y sus familias.
Eran un matrimonio más.


Sus vidas en la gran ciudad se fueron acomodando a las del promedio y su unión los hacía cada vez más felices. Incluso sabiendo del riesgo genético, más de una vez acariciaron la idea de una adopción como mejor alternativa.
En este caso, las opciones de los aportes científicos no fueron bien recibidas, porque si hablamos de donante de espermas, la madre sería la madre pero el padre no lo sería  no obstante no tener impedimentos para ello. El caso de “alquiler de vientre”, no satisfacía a su madre. Finalmente, como cuando no era de un lado lo era de otro, la tesis triunfante fue la de adoptar, situación esta en la cual ambos estaban en las mismas condiciones.


El día llegó para los Fernández y un niño entró a su casa. Los amigos recibieron la noticia de la mejor forma y las visitas y los regalos colmaron el pequeño departamento en el que vivían.


Cada tanto, en forma siempre separada, regresaban a Sargento Gutiérrez donde eran recibidos por padres y viejos amigos.
El pueblo se vestía de fiesta aquél 1º de marzo. La escuela de sus primeras letras cumplía 100 años y, como seguía siendo la única escuela del pueblo, la vistieron de gala.

Entre los vecinos la pintaron, arreglaron sus desvencijados pupitres y algunas damas del pueblo le donaron una bandera en reemplazo de aquella cuyos años supieron dejas sus huellas.
Hasta la biblioteca supo recibir donaciones tales que hubo que realizar construcciones para recibir tantos volúmenes.
El entusiasmo generó iniciativas de todo tipo, incluso el Ingeniero Madueño abrió un portal en Internet con los cien años de vida. Todos aportaron sus fotos y más de una se repitió, aunque fueron publicadas igualmente para no ofender a nadie.
Obviamente en más de una fotografía aparecían los hermanitos Fernández, sobretodo que ella había sido varios años la abanderada y él su escolta.
Paralelamente a las fotos, aparecían las listas de los distintos grados y años aportando además, como cuestión importante para el pueblo, no solo el parentesco entre los distintos niños sino entre aquellos que se conocieron en la escuela y luego la vida, los unió, y sus hijos concurrían al mismo establecimiento.
La vida del pueblo y de su gente estaba en aquel portal representada. Se lo podía identificar y ver en el sitio www.cienañosciendemiescuela@yahoo.com.



En Prevenir Cia. de Seguros, algunos solían en tiempo libre, navegar buscando cosas curiosas y no faltó quien no solo encontrara el portal sino que además encontrara a “los hermanitos” Fernández.
La noticia corrió entre el grupo de matrimonios como un reguero de pólvora. Nadie podía creer lo que veían. Llegaron a no darle crédito a tal información. Nadie podía creer que eran hermanos.
Para ratificar o rectificar el dato, que no concordaba con los legajos personales que también fueron consultados, Jorge, el buscador, accedió a la página y formuló la pregunta que nadie se animaba hacer. No solo la respuesta fue positiva, sino que la misma estuvo acompañada de una corta biografía que culminaba cuando Patricia egresó del Colegio y se fue a Buenos Aires a estudiar en la Universidad. También referencia la historia, que su hermano Marcelo, viajó con ella para continuar en su nueva ciudad su Secundario y acompañar a su hermana para que no esté sola en la gran ciudad.
Como paso siguiente en esta investigación fue el consultar por sus documentos. La respuesta fue positiva. Padre y madre eran los mismos y diferían de los denunciados en el legajo de la Aseguradora.
Los más estrictos, sin decir “agua va”, cortaron la relación. Otros, comenzaron a buscar excusas para ir distanciándose y poco a poco los fueron dejando manteniendo solamente una fría relación laboral.
El aislamiento se hizo sentir y no faltó quien –in-concientemente- expresara una palabra de más.
Evaluando la pareja el enfriamiento de sus relaciones a la luz de aquella expresión desafortunada, los llevó a enfrentar la emergencia cara a cara con quien ellos entendían que era el más cercano amigo y compañero de mucho tiempo.
La conversación fue dura y por mucho que se exprese, no todas las personas están en condiciones de escuchar la apología del incesto. Esta modalidad de relación no es culturalmente aceptada y menos en las grandes ciudades donde las socialización se compatibiliza con otros modelos. Hoy, luego de años de lucha y de  escarnios, los homosexuales se animan a confesarlo y a vivir con sus parejas. Pero esto era distinto. No era comprensible ante los ojos del común. Dentro del juego del amor estas fichas no estaban. Tampoco dentro del sexo mirado desde la gran ciudad. Todo en esta situación estaba prohibido socialmente.


Ya no eran niños ni aún jovenzuelos con todo un futuro para desafiar. Ya eran adultos mayores y esconderse nuevamente en una nueva comunidad bajo el manto del anonimato, ya no lo veían tan fácil como en antaño. Pero ahora tenían un hijo a quien criar como tal, siendo ella la madre y él su padre. Ni siquiera, por razones de edad, le habían dicho que era adoptado.
La situación se complicaba. La paranoia ingresó a sus mentes y cada cliente que atendían en la Empresa veían a alguien que más allá de su amabilidad ocultaba para con ellos un profundo rechazo.
La vida los unió a ambos cada día más y,  paralelamente, su mente se fue desquiciando. La rutina cotidiana comenzó a tornarse insoportable. Cada mirada representaba un reproche. Cada gesto una desaprobación. Si algún conocido se cruzaba en la calle con uno de ellos y no los había visto y por tanto no lo había saludado, significaba hacerse el distraído para evitar mostrarse como una relación.



Enterados que la Firma empleadora abriría una Agencia en Bariloche, los Fernández hablaron con el Gerente solicitándole el pase a la nueva Agencia. Esto beneficiaría a la Empresa por cuanto llegaba con personal entrenado y ellos le confesaron que los hechos de violencia que se están generalizado en la región,  hace que vivan con mucho temor incluso por su hijo.

La solicitud obtuvo el visto bueno y el día de la inauguración los Fernández se encontraban en su puesto. Además, sin saberlo, Marcelo recibió un pequeño ascenso lo que le representaba un mejor ingreso fijo.

Tres meses habían pasado cuando llega Patricia a casa desesperada. Se había encontrado en la calle con Susana Perea, una compañera del primario y del secundario que se había casado con un médico y  radicado en Bariloche.

La historia les estaba jugando una mala pasada ya que, huyendo de ella, se la encuentran a la vuelta de la esquina.
Lo peor no era solo eso, lo realmente grave era que Susana era la directora de la escuela donde concurre su hijo.
Negras nubes asomaban en el horizonte del nuevo día. El pronóstico no cambiaba para el futuro. La pareja comenzó nuevamente a vivir entre fantasmas, los mismos que les habían determinado un cambio total y absoluto; una nueva vida.
Pero no se habían aclimatado aún, cuando la eventualidad los llamó a la verdad.
Pero ahora, el problema parecía  adquirir nuevas alternativas pero de consecuencias  peores.
Su relación incestuosa sería tapa de diarios y las consecuencias serían, desde el punto de vista familiar, bochornosas.


Patricia viaja a Buenos Aires sin perder más tiempo. Telefónicamente había concertado una entrevista urgente con su antiguo terapeuta.
A  la hora establecida entró Patricia al consultorio. El Dr. Mujans  la esperaba ansioso. No tardó mucho tiempo en ponerlo al tanto.

Este profesional había sido quien les había aconsejado adoptar antes de correr algún riesgo genético de imposible corrección. Gracias a él, realmente habían consolidado una verdadera familia de la que se sentían orgullosos. Lamentablemente, el centenario de su escuela y su nefasta combinación con Internet le alteraron sus planes mostrándoles la dura respuesta social frente al incesto.

Esta situación, que encuentra sus raíces históricas en Grecia, Roma e incluso en Egipto sin pretender aludir al todo, también encontró frente a sí la figura del tabú.
Así fue condenada Cleopatra quien mantuvo unión familiar primero con uno de sus hermanos y luego de muerto éste con el otro.
Pero si bien las leyes prohibieron la relación con familiares directos e incluso colaterales, la idea era evitar lo que hoy llamamos conflictos genéticos, es decir evitar consecuencias negativas los cuales se advertían en su descendencia.
Pero revisando la historia tanto de las tribus australianas que impedían o vedaban los matrimonios con personas del mismo clan, las razones siempre fueron de carácter sanitario con un fuerte sentido benéfico para la comunidad, pero nunca, a lo largo de la historia, al prohibirse tales uniones se hacía referencia al amor.
Para Patricia y Marcelo, lo único que importaba era el amor y, con relación a los motivos sociales de la condena histórica, ellos habían tomado las prevenciones del caso.

Pero socialmente la histórica vedaba a las personas la posibilidad de enamorarse y con ello, la posibilidad de comprender que el amor entre hermanos e incluso entre ascendientes y descendientes puede existir.
Así la mitología antes y la literatura y el cine después, nos ha presentado muchos casos de amores prohibidos por la calificación de incestuosos. Incluso, reitero, no obstante presentarse ante el público como una relación amorosa pura, de un sano amor sin dobleces, el rechazo es cultural y generalizado. Para decirlo de otra forma, son amores no comprendidos.
Así las cosas, el Dr. Mujans no pudo dar otra solución que enfrentar el riesgo hablando con su vieja amiga a quien debía explicarle las cosas como son o advertirle que ella nunca se había casado y que -como para adoptar un niño le pedían tal requisito- se puso de acuerdo con su hermano, a quien ella también conocía, y aprovechando la ventaja de portar un apellido común, se hicieron pasar por matrimonio para aparecer como legalmente aptos. Además, como desde que se mudaron a Buenos Aires vivían juntos e incluso trabajaban en la misma Compañía de Seguros, la fórmula aparecía como perfecta.       
Así quedaban las dos alternativas y la difícil situación de explicar todo.


De regreso a Bariloche, más que pensar por que alternativa optar, pensaba en aquellos fantasmas que los acosaban y que lograron echarlos de la gran ciudad. Avizoraba el retorno de todos y cada uno de aquellos trágicos momentos. Aquella persecución silenciosa y aquel duro aislamiento al que fueron sometidos por sus grupos de pares: amigos ayer,  tácitos adversarios hoy.

Cuál debía ser su conducta. Mentir para acomodar la situación a lo socialmente aceptado y defender aquel amor que les costó incluso la mejor relación con sus padres y su destierro, entre otras pérdidas.

Molesta a Patricia la hipocresía social, que acepta casamientos por razones económicas u otro tipo de interés y condena una unión donde el único ingrediente que los convoca es el amor. No aceptan la unión sexual entre hermanos pero si aceptan el sexo deportivo, es decir donde lo único que hay es el sexo por el sexo mismo o por su solo placer.

Si a Susana le contamos la verdad ¿sabrá entender? Si a Susana le exponemos nuestro drama ¿podrá darnos la solución buscada comprometiéndose como persona y Directora?
Difícil es adivinar que reacción tendrá. Y                                                                                                                                                                                                    si nos equivocamos y con nuestra franqueza nuestro hijo es expulsado del jardín perdiendo la escolaridad, ¿tendremos que recurrir a la Justicia?   ¿Esta intervención no acarreará más problemas que soluciones?

Finalmente me acuerdo de Antígona, que por defender una cuestión moral en aparente confrontación con la Ley civil, terminó muerta. A su lado, su prometido  -hijo del Rey de Tebas Creonte, quien la mandó ejecutar por desobedecer las leyes del reino- se suicidó como también posteriormente su madre y esposa del Rey.
Tarde éste comprendió su error.
Los homosexuales tiempo más tiempo menos, conseguirán una figura jurídica que los equipare al matrimonio y con ellos, también tiempo más o tiempo menos, conseguirán modificar la ley de adopción, pero para personas como nosotros con uniones incestuosas no hay posibilidad temporal ninguna. La historia nos condena.


El avión en que regresaba a casa desde Buenos Aires dejó de obedecer al piloto. El altoparlante de la nave indicaba al pasaje abrocharse el cinturón de seguridad  y prepararse para un aterrizaje de emergencia. Pero nada pudo hacer el piloto.

Los diarios del día siguiente de todo el país y las cadenas de televisión daban cuenta de la catástrofe. No hubo sobrevivientes.
Marcelo llamó telefónicamente a sus padres para que se hagan cargo del niño a quien dejaba en la casa de Susana Perea a quien conocían por cuanto era amiga de Patricia desde la infancia y ahora la Directora del Jardín de Infantes.



El camino a El Bolsón, fue el elegido para ir a encontrarse con su amada. No pudo soportar vivir sin ella.
       

Otoño MMX
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