jueves, 20 de abril de 2017

La Bitácora del Puerto nº 49



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Un servicio digital de la Editorial Puerto Libro editorialpuertolibro@gmail.com AÑO VI – Nº 49 - abril  de 2017
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel  - Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes, en su cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hechos que entendemos son merecedores de ser destacados. Hoy Tenemos entre nosotros a Sławomir Mrożek.
Slawomir Mrozek

Sławomir Mrożek fue un escritor, dibujante, periodista y dramaturgo polaco que exploraba en sus obras el comportamiento humano, la alienación y el abuso de poder de los sistemas totalitarios. Wikipedia
Fallecimiento: 15 de agosto de 2013, Niza, Francia
Partido político: Partido Obrero Unificado Polaco


Tomar datos biográficos de un autor,  hoy por hoy  no es tarea dificultosa, pero escribir un Obituario como el que registra Fernando Valls en las páginas de El País (Cultura) no se si es dificultosa pero sí expresa un amplio conocimiento de nuestro autor polaco y de la literatura en general.
Es por ello que para recordar a este hombre transcribo el Obituario del 19 de agosto de 2013.
OBITUARIO

Slawomir Mrozek, maestro de la narrativa breve

El escritor polaco empleó un humor desencantado y cínico

Fernando Valls
 
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Slawomir Mrozek, en 2004 en Varsovia.
El escritor, dramaturgo y dibujante polaco Slawomir Mrozek ha muerto en Niza a los 83 años, lejos de su país, como tantos otros ilustres escritores polacos que optaron por el exilio, con Gombrowiz a la cabeza, autor muy importante para él, según queda constancia en sus recientes Diarios. Tampoco Mrozek dejó de vagar de acá para allá a lo largo de toda su existencia, pues vivió en Italia, Alemania, Francia y México, tras abandonar su país en 1963, regresar en 1996 y dejarlo definitivamente a comienzos del nuevo siglo.
Hasta finales del pasado siglo, en España solo se tenía noticia de su teatro, sobre todo de un par de obras: Tango (1964), cuyo montaje en Madrid obtuvo en 1970 el premio El Espectador y la Crítica; y Los emigrados (1975), pieza escenificada por Wajda en el mítico Teatro Stary (Viejo) de Cracovia, que fue llevada luego al cine. Pero el origen de la difusión de su teatro en Occidente se debe probablemente a su presencia en el clásico ensayo que Martin Esslin dedicó a El teatro del absurdo (1962), aunque luego el autor polaco renegara de su encasillamiento en una etiqueta que no lo convencía, sin por ello dejar de estarle agradecido.

Quizá haya sido su obra narrativa, cuentos breves y microrrelatos, la que más seguidores haya cosechado entre nosotros, formando parte de una tradición de narradores centroeuropeos de la estirpe de Kafka, Brecht, Alfred Polgar o István Örkény, todos ellos maestros de lo breve y del humor negro. Mrozek se consideraba, de hecho, un escritor centroeuropeo más que polaco, aunque —como solía recordar— no escribió en otra lengua que la de sus padres, ni siquiera en francés, país en el que vivió tantos años y de cuya ciudadanía llegó a gozar.
Tras abandonar su país en 1963, vivió en Italia, Alemania, Francia y México
Resulta difícil, no siendo norteamericano, que un autor de cuentos extranjero consiga, primero, ser traducido en España; y luego, encima, que se le preste atención. Es demasiado pedir. Y aunque Seix Barral publicó en 1969 las sátiras que componen El elefante, podría decirse que su auténtico descubridor en nuestro país fue el escritor catalán Quim Monzó (su cuento La bella dorment es una pirueta a partir de otro del mismo título del autor polaco), quien convenció al editor Vallcorba para que lo publicara. Así, aparecieron en catalán, en Quaderns Crema, a partir de 1995, y posteriormente, en el 2001, en castellano, en Acantilado, hasta formar un total de 10 títulos. Es en estas cuidadas ediciones donde hemos leído libros como Juego de azar (2001), La vida difícil (2002, 1991), El árbol (2003, 1991), La mosca (2005) o la antología temática La vida para principiantes (2013), ilustrada por el propio autor.
Su narrativa se sustenta en el humor y la sátira, en lo insólito, sorprendente y paradójico, en la intertextualidad, continuando una tradición que arranca con el surrealismo, la literatura del absurdo, o aquella otra que en España se tachó de inverosímil, pero que tiene mucho que ver con un tipo de humor desencantado y cínico que surgió en los países del Este, durante el régimen comunista, primero en forma de chistes orales. El objetivo de sus fábulas (con moraleja, pero sin pasarse, como escribe en La isla del tesoro) es la condición humana en general, los estereotipos y lugares comunes que le gusta cultivar; en particular el hombre del Este bajo el régimen comunista, y su singular adaptación a la economía libre de mercado. Pero tampoco se muestra más benévolo con la retórica democrática ni con la constante manipulación del lenguaje que, por ejemplo, ha convertido la pluralidad en un perverso relativismo.
Mientras disfrutamos leyendo a Mrozek, resulta difícil no recordar a autores tales como Ramón Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Mihura, Francesc Trabal, Pere Calders y Javier Tomeo, o los actuales Quim Monzó, Ángel Zapata o Poli Navarro, quien le dedica la sección con las piezas más breves de Los tigres albinos a nuestro autor y a Monterroso.
En El diario de un arribista escribió Mrozek que “vivimos en una época de guasa, autoironía y parodia”, y eso vale para el pasado y para nuestro presente rabioso, tanto en el este como en el oeste.


Un héroe
[Minicuento - Texto completo.]
Slawomir Mrozek
Un buen día, paseando por la orilla de un río, vi de pronto a un niño escucha que se estaba ahogando. Conozco el lugar, no es profundo, así que decidí salvarlo en cuanto se reuniera un poco más de público. Me senté en un banco a esperar. El niño escucha gritaba de lo lindo, por lo que al cabo de poco se congregó en la orilla un nutrido grupo de gente. Esperé un poco más para que el público estuviera al completo, entonces me levanté, me acerqué al agua y animado por los gritos de admiración me puse a quitarme lentamente el zapato izquierdo. El público me aplaudió. Estaba ya en calcetines cuando me di cuenta de que un sinvergüenza también se disponía a desnudarse. Me puse furioso.
–Yo estaba aquí primero –le dije.
Y él me contestó:
–¿Es tuyo el niño escucha o qué? –y se puso a quitarse el chaleco.
–¡Tiene razón! –se dejaron oír unas voces entre el público–. ¡El niño escucha es de todos!
–Deja esos pantalones –le dije–. Tú aún no estabas en este mundo cuando yo ya salvaba niños escuchas.
–Habrás salvado a tu abuela –me contestó en un tono insultante.
–Y tú a tu tía. Vete a hacer puñetas y deja en paz al niño escucha.
El público iba en aumento. Unos estaban de mi parte, otros decían que todo el mundo tiene derecho a salvar niños escuchas. Vi que las cosas se complicaban y que todo dependía de quién se desnudase primero. Aunque él había comenzado más tarde, como llevaba cremallera me alcanzó. Le gané solo al llegar a los calzoncillos. Al ver que perdía su oportunidad quiso saltar al agua tal como estaba, en ropa interior. Se me encendió la sangre y le eché la zancadilla. ¡Por hacerse el héroe! No sé qué pasó con el niño escucha porque a nosotros nos llevaron a urgencias. Yo le disloqué un brazo y él me rompió unos dientes.
Salvar a los que se ahogan requiere valor y sacrificio.
FIN

El funeral
[Minicuento - Texto completo.]
Slawomir Mrozek

Durante un paseo, me uní a un cortejo fúnebre. Siempre anima más que vagar uno solo y sin rumbo. No sabía a quién estaban enterrando, pero ¿qué importaba? Nosotros, los humanos, formamos todos una gran familia.
Además, siempre se puede preguntar. Mi vecino de la izquierda del cortejo tampoco lo sabía.
—Voy a la tintorería a recoger un pantalón. He visto el funeral y, puesto que me pilla de camino, me he unido. Solo hasta la esquina y después tuerzo.
Pregunté, pues, al vecino de la derecha.
—¿Que de quién es el funeral? Y yo qué sé, ¿acaso muere poca gente? El banco no abre hasta las nueve, así que tengo un poco de tiempo todavía.
El tercero, que caminaba unos pasos atrás, tampoco era capaz de informarme.
—Yo no soy de aquí, soy un simple turista. Pero pregunte a esa señora con velo negro, la que camina detrás del féretro. Tiene pinta de ser la viuda y debe saberlo.
En ese momento empezó a llover y abandoné el cortejo. No voy a mojarme por alguien a quien ni siquiera conozco personalmente.
FIN

La encuesta
[Minicuento - Texto completo.]
Slawomir Mrozek

Salgo de un supermercado y los de la tele van y me preguntan:
—¿Existe Dios o no existe?
—Ahora le digo —le contesto al del micrófono—, en cuanto me alise el pelo.
Saqué un peine del bolsillo y me alisé el pelo. Luego, me acordé de que tenía un grano en la nariz.
—¿Tal vez mejor de perfil? —le digo al de la cámara.
Me puse de perfil ante la cámara.
—¿Y si me acerco a casa para ponerme algo que me favorezca más? Vivo cerca.
No respondieron. Y no me he dado aún la vuelta cuando veo que ya no están a mi lado. Ahora encuestaban a una tipa. Y ya iba yo a meterme por medio —cómo voy a permitir que una tipa me arrebate una intervención en la tele—, pero se me había olvidado cuál era la pregunta, así que me fui a casa.
FIN

Es solo política
[Minicuento - Texto completo.]
Slawomir Mrozek

—¿Tú también, Brutus, hijo mío? —alcanzó a preguntar con una voz en la que había pena y sorpresa a partes iguales.
—¡Qué va! Es solo política, no hay ninguna motivación personal —explicó Brutus, y le dio otra propina con el puñal—. Personalmente, no tengo nada en contra de usted, papá.
—Ah, pues disculpa, yo no quería ofenderte —dijo César, y murió.
FIN


La isla del tesoro
[Minicuento - Texto completo.]
Slawomir Mrozek

Cortando la maleza con machetes, avanzábamos despacio hacia el interior de la isla. Por fin estábamos sobre la pista correcta. Con un último esfuerzo encontraríamos el legendario tesoro del capitán Morgan.
—Aquí —dijo Gucio, mi compañero, y clavó el machete en el suelo bajo un baobab de amplias ramas. Era el lugar que, antaño, en un mapa cifrado, había señalado con una cruz la propia mano del capitán.
Tiramos los machetes y agarramos las palas. Pronto descubrimos un esqueleto humano.
—Todo concuerda —dijo Gucio—. Bajo el esqueleto debe haber un cofre.
Allí estaba. Lo sacamos del hoyo y lo pusimos debajo del baobab. El sol llega a su cenit, los monos, excitados, saltaban de una rama a otra; el esqueleto mostraba sus dientes, sonriente. Respirando pesadamente, nos sentamos encima del cofre.
—Quince años —dijo Gucio.
Era el tiempo que había transcurrido desde que empezáramos a buscar el tesoro.
Apagamos los cigarrillos y cogimos unas barras de hierro. Los monos gritaban cada vez más, al igual que los loros. Finalmente, la tapa cedió.
En el fondo del cofre yacía una hoja de papel y en ella estaba escrito: “Bésenme el culo. Morgan”.
—El objetivo nunca es lo importante —dijo Gucio—. Lo que cuenta es el esfuerzo de perseguirlo, no el hecho de alcanzarlo.
Maté a Gucio y volví a casa. Me gustan las moralejas, pero sin pasarse.

FIN

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