miércoles, 15 de julio de 2015

Cofradía - cuento



Del libro "CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS" ISBN 978-987-25330-0-7


COFRADIA





I


                                               La mesa esperaba por los comensales. El cucú del viejo reloj indicaba las nueve de la noche. Casi simultáneamente, el llamador de la puerta anunciaba la llegada de él o los primeros invitados. En la cocina, todo estaba preparado.
                                               Segundos más tarde, nuevamente se escuchó  el llamador de la entrada que, como un opaco pregón, anunciaba nuevos comensales.
                                               Poco a poco fueron llegando los invitados y, tras el último, fueron pasando desde la biblioteca, donde saboreaban un Whisky con hielo, al salón comedor.
                                               Ya en la mesa, el dueño de casa ordena al mayordomo disponga se sirva.
                                               Los  diez comensales -cuyas edades promediaban los 75 años- compartían una vieja y armónica amistad.
                                               Es de destacar que no obstante la edad de los concurrentes, la mayoría aún se encontraban activos y todos eran poseedores de una estupenda lucidez.
                                               Pero esta no era una de las tradicionales reuniones de los viernes por la noche, hoy era martes y por lo tanto un día especial o por lo menos fuera de la habitualidad del viernes.
                                               ¿Qué había motivado a Pedro Wilde a formular tal invitación?
                                               El misterio debería develarse después de los postres.
                                               Entre bromas y chascarrillos, Roberto Pascutti insta al anfitrión a decir unas palabras, con la silenciosa esperanza de, finalmente, enterarse del motivo de tan sibilina invitación.
                                               Pedro, como si hubiera estando esperando ese momento, se puso de pié y luego de solicitar permiso para encender un Romeo y Julieta - Churchill, comenzó un discurso apelando a los más puros afectos, al tiempo de reclamarles sepan hacer honor de esa amistad.
                                               Luego de referenciar que su compañerismo supo superar actividades distintas e incluso matrimonios incompatibles y alguno también renovado, invocando la dignidad con que todos supieron vivir, les propuso extenderla hasta el último minuto. Finalmente, sin usar metáforas, pudo y supo verbalizar una frase que impresionó a la mayoría de los presentes.
- Quiero que nos prometamos morir con dignidad.
                                               Continuó su alocución refiriéndose a un tío suyo quien, luego de haber desarrollado una vida destacada y siendo ejemplo y modelo a emular por su conducta e inteligencia, terminó sus últimos años con pañales geriátricos, depositado en un hospital donde no reconocía ni a la enfermera que le daba de comer. El tiempo había hecho estragos tanto en su físico como en su mente otrora brillante.
- Ese cuadro no lo quiero ni para mí ni para mis amigos. Ninguno de nosotros merece dar semejante espectáculo.
            Sé, que con el correr del tiempo, todos nos hemos ido volviendo cada día más agnósticos, por lo que el miedo a Dios ya no existe. Es por ello que simplificando la situación les digo: Si por alguna razón Yo sufro la desgracia de quedar mal, sobretodo "tonto", les pido formal y respetuosamente sepan disponer mi partida. Quiero que hoy nos juramentemos en tal sentido, y si algún otro quiere tomar mi ejemplo, que lo diga y Yo cumpliré su voluntad. Más, si quieren formalidades, llamemos a un Notario que labre un Acta.
                                               El silencio se hizo profundo y extenso. Nadie quería o podía articular palabras. Era la primera vez que más de 50 ó 60 años de amistad, que se hablaba de estos temas y de este en especial. Nadie quería hablar primero porque sus palabras carecían de aprobación general,... parecían "orejear un truco"; solo se escuchaba el ruido de las jarras sirviendo agua y luego, el del apurado trago para anular la carraspera.
                                               Diego, Diego Fernández, dijo con voz casi aflautada por las circunstancias psicofísicas que sufría:
- ¿Querés decirme que si me pasa algo así Vos me matarías?
- No, dijo Pedro, lo que quiero decir es que si Vos querés una vida digna y una muerte acorde y, por alguna razón tu dignidad se ve sensiblemente disminuida al límite de la irreversibilidad y permanente pena de quienes te queremos, Yo me comprometo a buscar una formula adecuada para interrumpir ese penoso y doloroso tránsito a la nada. Ahora bien, si Vos no querés,  nadie o por  lo  menos ninguno de nosotros hará  nada para interrumpir ese lamentable camino a la muerte.
                                               En ese instante Marcelo Gómez de la Cueva como interrumpiendo la explicación de Pedro Wilde dice:
- Jamás, hasta este momento, se me ocurrió pensar que pueda sufrir un accidente y quedar "tololo"; tampoco que podría morirme. Tengo tantos años y he visto quedar a tantos en el camino y me siento tan bien, que muchas veces la sensación que tengo es de ser indestructible. Pero lo que expresa Pedro es real; crudo y duro, pero real. Como dicen: "Nadie tiene la vida comprada". Es por ello, que sin pensarlo un minuto más, adhiero a la idea de "Pedrito" con la reserva -por ahora- de ser mandatario de quienes se asocien para llevar adelante esta voluntad común.
                                               Los presentes comenzaron a retomar el ritmo normal de su respiración, aunque todos aún no se animaban a hablar.
                                               Desde la otra punta de la mesa Nicolás Franck, apaciblemente, comienza a ponerse de pié, a levantar su copa con vino y propone un impensado y sencillo brindis por quien había tenido la sensata y maldita  idea  que  hoy  los llevaba a comportarse, por primera vez, como adultos.
- Siento que la cena de hoy cambiar  nuestras vidas. No nuestra amistad ni nuestro afecto, pero a partir de este momento todos nosotros comenzaremos a pensar e incluso, a vivir pensando, en nuestra propia desgracia personal. Es por ello que a esta gran idea la califico de maldita. ... Y lo peor de todo, que esto ya no podemos dejarlo de lado, ni ignorarlo, ni hacer como si nada hubiera sucedido. Ya todos nosotros fuimos señalados y todos debemos actuar en consecuencia. Podremos aceptar la propuesta de Pedro o rechazarla y no participar, pero aunque optáramos por esta última alternativa, nada ni nadie nos podrá  sacar de la cabeza la sensación que nuestra existencia tiene un límite y que esa frontera puede estar a la vuelta de la esquina. Somos finitos a la par de frágiles criaturas. Vulnerables finalmente. Es por ello que pido un brindis por la sensata estupidez humana. ... Y por la formación de una cofradía de la dignidad.
                                               Gustavo Vilchez, alzó su copa colmada de vino y por los argumentos expuestos adhirió sin reservas.
                                               Uno por uno se fueron incorporando y, elevando sus copas, brindaron por la dignidad.
                                               Fue entonces Pedro Wilde quien retomó la palabra expresando su beneplácito por la decisión del grupo y, tras brindar con todos, les expresó sus más fervientes votos por la felicidad de todos por muchos años. Finalmente supo confesar al grupo que a partir de ahora "su problema" había terminado. Sabía que sus amigos serían custodios de su propia dignidad como él de la de sus compañeros.




II



                                               Un año y medio había pasado desde la cena. Aquellos comensales ya habían olvidado el crucial compromiso.
                                               Suena el teléfono en la casa de Pedro Wilde. La hora era   -para una llamada telefónica- impropia. Así, tratando de luchar con la oscuridad y algunos objetos fuera de lugar, logra atender.
                                               Como era de suponer malas noticias se escuchaban. 
                                               Nicolás estaba en una galería comercial haciendo algunas compras de fin de año, cuando de repente se desploma en el medio de un local. El servicio de Urgencia llegó al instante. Un accidente cardiovascular era el motivo. La ambulancia lo llevó con rapidez Hospital Británico donde no solo tenía a su médico de cabecera sino también su historia clínica.
                                               Aún no había amanecido cuando uno por uno fueron llegando al Nosocomio. La red telefónica había funcionado maravillosamente bien. Cada uno aparecía con un gesto de preocupación. La aparente gravedad de los acontecimientos consternó a cada uno de los amigos ahí presentes.
                                               Uno a uno se miraban entre sí; el silencio del hospital acompañaba al de los visitantes. No solo que nadie abría la boca sino que, íntimamente, ninguno quería ser el primero porque de acuerdo a los acontecimientos el tema excluyente era rememorar aquella cena en lo de Pedro Wilde.
                                               No pasó más de 20 minutos o tal vez media hora, cuando Pedro, actuando a la manera de "jefe responsable", llamó la atención de todos y con tono grave y firme les expresó que a él le correspondía hacerse cargo de la situación. Inmediatamente hizo llamar al médico de cabecera con quien se reunió por espacio de una hora aproximadamente.
                                               Al salir de allí, se dirigió solo al  área de terapia intensiva, habló con el responsable del Sector para  luego  entrar  y  dirigirse  a la cama donde su amigo -canalizado y enchufado por doquier- dormitaba mansamente.
- Ola, soy Pedro, vinimos todos los muchachos.
                                               La voz de Pedro fue una llave que lo conectó con la realidad. Abrió los ojos suavemente y con alguna dificultad en el habla pero con claridad expresó:
- Ola, venís a matarme. Siempre supe que eras un asesino hijo de puta, pero claro jamás pensé que sería yo la víctima. Soy el más joven de todos y, porque no decirlo, el más sano. Finalmente, no creo que te animes y más, no te voy a dejar. Asesino. ¿Viniste a ver a tu presa? Pero te aclaro, en mi testamento a todos le dejé algo menos a vos; no mereces más que ser llamado A - S E - S I - N O. Te rompiste todo en organizar una fiesta para que te demos permiso para matar: ¿No te da vergüenza?
                                               Las palabras de Nicolás comenzaron a rebotar en la cabeza de Pedro. No podía creer lo que había escuchado y lo acompañaba como un eco permanente.
- A mí me dice Asesino cuando lo único que pretendo y pretendí es una vida digna. Espero que no todos piensen así... bueno, joder,  se rompe el círculo  y la llamada cofradía de la dignidad desaparece. Que se vayan todos a la mierda.
                                               Como si hubiera visto al mismo diablo, salió como una tromba del Sector de Terapia Intensiva, pasó por el hall donde los amigos esperaban ansiosos noticias y sin decir palabra traspuso la puerta de salida del edificio.
                                               Los amigos nada entendían. Alguno quiso correrlo para reclamarle información, pero fue inútil.
                                               Justo a la salida del Hospital, Pedro se encuentra con un amigo que lo detiene para presentarle a la esposa del "Tecla" Farías. Un poco más lejos, dentro de un auto estacionado en la vereda de enfrente, el Dr. Bilardo lo saludaba tirándole besos.
                                               Marcelo Gómez de la Cueva, el más tranquilo y consecuentemente el más lúcido, sin decir nada se dirigió a la Sala de Profesionales y disimuladamente llamó al Dr. Picolo, a cargo del Sector Terapia Intensiva.
- ¿Qué pasó Doctor?   
- No sé, solo puedo decirle que con el ingreso del señor... ese amigo de Ustedes, el paciente se descontroló y su situación paso de estable a inestable y muy delicada.
- Pedirle un pronóstico en estos momentos es presumir y por lo tanto desatinado, ¿no?
- Y... si..., esperemos a mañana que, según como pase la noche, veremos como se desarrollan los acontecimientos. Por ahora, se le aumentaron los tranquilizantes vía suero para que duerma relajado entre otros medicamentos que mejoren su ritmo cardíaco y nivelen la presión. Solo le puedo agregar que del fondo de ojo que le practicaron parece no presentar secuelas, claro fue tomado antes de este hecho... bueno la visita del amigo. Por ahora nada podemos hacer más de lo que hicimos, bueno, si es religioso implore al Supremo.
                                               Nada podían hacer los amigos por el enfermo. Reunidos, decidieron ir a la casa de Marcelo que era el que vivía más cerca y donde podrían descansar un poco, desayunar y ponerse en condiciones para el nuevo día. Algunos aprovecharían para hablar con sus familiares, para que suspendan las actividades, cancelen reuniones y demás compromisos.
                                               Ya en casa de Marcelo, desayuno de por medio, un interrogante comenzó a circular por el grupo. ¿Qué le habría pasado a Pedro Wilde para que haya desestabilizado al paciente y se haya ido sin dar explicaciones ni saludar siquiera?; tampoco nadie pensaba en llamarlo y preguntarle nada.


III


                                               Suena el teléfono en la casa de Pedro Wilde. La hora era -para una llamada telefónica- impropia. Así, tratando de luchar con la oscuridad y algunos objetos fuera de lugar, logra atender.

- Ola, quien habla, ¿murió Nicolás?
- Habla Gómez de la Cueva, Pedro, ¿qué estás diciendo?. Te estamos esperando, es viernes y ya son como las diez de la noche. ¿Te quedaste dormido?
- Ola, reitera Pedro, ¿qué pasó con Nicolás?
- Nada, está  con el resto de los muchachos, solo se nota tu ausencia.
- Me baño rápido y voy para allá, creo que tengo que hablar con Ustedes.
                                               Rápidamente se aprestó para salir, llamó a un Taxi por teléfono y bajó para esperarlo.
                                               Al llegar al restaurante, todos lo miraban sin saber si reírse, sorprenderse o preocuparse.
                                               Nicolás se pone de pié junto a la mesa, desplazando su silla unos centímetros hacia atrás y le pregunta que le pasaba con él.
                                               Rápidamente, luego de ocupar su lugar habitual donde lo esperaba la silla vacía, ordena al mozo lomo a la pimienta con salsa verde. Sin más demora y antes que llegue el servicio, se pone de pié y, mirándolos a todos, les dice que renuncia unilateralmente al compromiso de honor relacionado con la dignidad de la vida.
- Nicolás me dijo cosas muy feas, realmente me insultó, circunstancia que me instó a pensar en mi retiro. Realmente creo que no se entendió mi mensaje o realmente yo estoy equivocado. Ante tal dilema, me doy por equivocado y renuncio. Sé -ahora- que todo fue un sueño, pero de los sueños más ridículos o fantasiosos nacen las verdades más elocuentes.
                                               Ante la sorpresa de todos, Pedro Wilde comenzó a relatar su sueño y, ante la llegada de la comida, rápidamente cerró su alocución.
                                               Un silencio dominó el ambiente. Nadie, quiso referirse al tema pues pensaron que era mejor dejarlo así, lleno de incógnitas que finalmente el tiempo debelaría. Poco a poco los asistentes retornaron a las habituales conversaciones del grupo.




IV



                                              
Seis meses más tarde, una noche en la que Pedro Wilde había salido a cenar con su familia, a la salida del restaurante, frente al estacionamiento, un joven alcoholizado sale velozmente de la cochera, logra rozarlo lanzándolo sobre el pavimento contra el cordón de la vereda, donde queda tendido.

                                               Ante los gritos lógicos de esposa, hijos y algún nieto, llaman la atención de un transeúnte quien, más lúcido que el resto, convoca con su celular a un Servicio de Urgencia que concurre inmediatamente.

Tres horas más tarde, Pedro en Terapia Intensiva, sus familiares en el hall principal del Hospital Británico  esperando alguna noticia; más allá, del otro lado de la amplia recepción, sus amigos reflexionaban sobre la vigencia de la Cofradía de la Dignidad cuyo ideólogo y creador corría el riesgo de ingresar al mundo al que había renunciado.




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Verano de MMVIII

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