Del libro "CARTAS DE AMOR Y OTROS CUENTOS" ISBN 978-987-25330-0-7
COFRADIA
I
La
mesa esperaba por los comensales. El cucú del viejo reloj indicaba las nueve de
la noche. Casi simultáneamente, el llamador de la puerta anunciaba la llegada
de él o los primeros invitados. En la cocina, todo estaba preparado.
Segundos
más tarde, nuevamente se escuchó el
llamador de la entrada que, como un opaco pregón, anunciaba nuevos comensales.
Poco
a poco fueron llegando los invitados y, tras el último, fueron pasando desde la
biblioteca, donde saboreaban un Whisky con hielo, al salón comedor.
Ya
en la mesa, el dueño de casa ordena al mayordomo disponga se sirva.
Los diez comensales -cuyas edades promediaban los
75 años- compartían una vieja y armónica amistad.
Es
de destacar que no obstante la edad de los concurrentes, la mayoría aún se
encontraban activos y todos eran poseedores de una estupenda lucidez.
Pero
esta no era una de las tradicionales reuniones de los viernes por la noche, hoy
era martes y por lo tanto un día especial o por lo menos fuera de la
habitualidad del viernes.
¿Qué
había motivado a Pedro Wilde a formular tal invitación?
El
misterio debería develarse después de los postres.
Entre
bromas y chascarrillos, Roberto Pascutti insta al anfitrión a decir unas
palabras, con la silenciosa esperanza de, finalmente, enterarse del motivo de
tan sibilina invitación.
Pedro,
como si hubiera estando esperando ese momento, se puso de pié y luego de solicitar
permiso para encender un Romeo y Julieta - Churchill, comenzó un discurso
apelando a los más puros afectos, al tiempo de reclamarles sepan hacer honor de
esa amistad.
Luego
de referenciar que su compañerismo supo superar actividades distintas e incluso
matrimonios incompatibles y alguno también renovado, invocando la dignidad con
que todos supieron vivir, les propuso extenderla hasta el último minuto.
Finalmente, sin usar metáforas, pudo y supo verbalizar una frase que impresionó
a la mayoría de los presentes.
-
Quiero que nos prometamos morir con dignidad.
Continuó
su alocución refiriéndose a un tío suyo quien, luego de haber desarrollado una
vida destacada y siendo ejemplo y modelo a emular por su conducta e
inteligencia, terminó sus últimos años con pañales geriátricos, depositado en
un hospital donde no reconocía ni a la enfermera que le daba de comer. El
tiempo había hecho estragos tanto en su físico como en su mente otrora
brillante.
-
Ese cuadro no lo quiero ni para mí ni para mis amigos. Ninguno de nosotros
merece dar semejante espectáculo.
Sé, que con el correr del tiempo,
todos nos hemos ido volviendo cada día más agnósticos, por lo que el miedo a
Dios ya no existe. Es por ello que simplificando la situación les digo: Si por
alguna razón Yo sufro la desgracia de quedar mal, sobretodo "tonto",
les pido formal y respetuosamente sepan disponer mi partida. Quiero que hoy nos
juramentemos en tal sentido, y si algún otro quiere tomar mi ejemplo, que lo
diga y Yo cumpliré su voluntad. Más, si quieren formalidades, llamemos a un
Notario que labre un Acta.
El
silencio se hizo profundo y extenso. Nadie quería o podía articular palabras.
Era la primera vez que más de 50 ó 60 años de amistad, que se hablaba de estos
temas y de este en especial. Nadie quería hablar primero porque sus palabras
carecían de aprobación general,... parecían "orejear un truco"; solo
se escuchaba el ruido de las jarras sirviendo agua y luego, el del apurado
trago para anular la carraspera.
Diego,
Diego Fernández, dijo con voz casi aflautada por las circunstancias
psicofísicas que sufría:
-
¿Querés decirme que si me pasa algo así Vos me matarías?
-
No, dijo Pedro, lo que quiero decir es que si Vos querés una vida digna y una
muerte acorde y, por alguna razón tu dignidad se ve sensiblemente disminuida al
límite de la irreversibilidad y permanente pena de quienes te queremos, Yo me
comprometo a buscar una formula adecuada para interrumpir ese penoso y doloroso
tránsito a la nada. Ahora bien, si Vos no querés, nadie o por
lo menos ninguno de nosotros
hará nada para interrumpir ese lamentable camino a la muerte.
En
ese instante Marcelo Gómez de la Cueva como interrumpiendo la explicación de
Pedro Wilde dice:
-
Jamás, hasta este momento, se me ocurrió pensar que pueda sufrir un accidente y
quedar "tololo"; tampoco que podría morirme. Tengo tantos años y he
visto quedar a tantos en el camino y me siento tan bien, que muchas veces la
sensación que tengo es de ser indestructible. Pero lo que expresa Pedro es
real; crudo y duro, pero real. Como dicen: "Nadie tiene la vida
comprada". Es por ello, que sin pensarlo un minuto más, adhiero a la idea
de "Pedrito" con la reserva -por ahora- de ser mandatario de quienes
se asocien para llevar adelante esta voluntad común.
Los
presentes comenzaron a retomar el ritmo normal de su respiración, aunque todos
aún no se animaban a hablar.
Desde
la otra punta de la mesa Nicolás Franck, apaciblemente, comienza a ponerse de
pié, a levantar su copa con vino y propone un impensado y sencillo brindis por
quien había tenido la sensata y maldita
idea que hoy
los llevaba a comportarse, por primera vez, como adultos.
-
Siento que la cena de hoy cambiar nuestras vidas. No nuestra amistad ni
nuestro afecto, pero a partir de este momento todos nosotros comenzaremos a
pensar e incluso, a vivir pensando, en nuestra propia desgracia personal. Es
por ello que a esta gran idea la califico de maldita. ... Y lo peor de todo,
que esto ya no podemos dejarlo de lado, ni ignorarlo, ni hacer como si nada
hubiera sucedido. Ya todos nosotros fuimos señalados y todos debemos actuar en
consecuencia. Podremos aceptar la propuesta de Pedro o rechazarla y no
participar, pero aunque optáramos por esta última alternativa, nada ni nadie
nos podrá sacar de la cabeza la sensación que nuestra existencia tiene un
límite y que esa frontera puede estar a la vuelta de la esquina. Somos finitos
a la par de frágiles criaturas. Vulnerables finalmente. Es por ello que pido un
brindis por la sensata estupidez humana. ... Y por la formación de una cofradía
de la dignidad.
Gustavo
Vilchez, alzó su copa colmada de vino y por los argumentos expuestos adhirió
sin reservas.
Uno
por uno se fueron incorporando y, elevando sus copas, brindaron por la
dignidad.
Fue
entonces Pedro Wilde quien retomó la palabra expresando su beneplácito por la
decisión del grupo y, tras brindar con todos, les expresó sus más fervientes
votos por la felicidad de todos por muchos años. Finalmente supo confesar al
grupo que a partir de ahora "su problema" había terminado. Sabía que
sus amigos serían custodios de su propia dignidad como él de la de sus
compañeros.
II
Un
año y medio había pasado desde la cena. Aquellos comensales ya habían olvidado
el crucial compromiso.
Suena
el teléfono en la casa de Pedro Wilde. La hora era -para
una llamada telefónica- impropia. Así, tratando de luchar con la oscuridad y
algunos objetos fuera de lugar, logra atender.
Como
era de suponer malas noticias se escuchaban.
Nicolás
estaba en una galería comercial haciendo algunas compras de fin de año, cuando
de repente se desploma en el medio de un local. El servicio de Urgencia llegó
al instante. Un accidente cardiovascular era el motivo. La ambulancia lo llevó
con rapidez Hospital Británico donde no solo tenía a su médico de cabecera sino
también su historia clínica.
Aún
no había amanecido cuando uno por uno fueron llegando al Nosocomio. La red
telefónica había funcionado maravillosamente bien. Cada uno aparecía con un
gesto de preocupación. La aparente gravedad de los acontecimientos consternó a
cada uno de los amigos ahí presentes.
Uno
a uno se miraban entre sí; el silencio del hospital acompañaba al de los
visitantes. No solo que nadie abría la boca sino que, íntimamente, ninguno quería
ser el primero porque de acuerdo a los acontecimientos el tema excluyente era
rememorar aquella cena en lo de Pedro Wilde.
No
pasó más de 20 minutos o tal vez media hora, cuando Pedro, actuando a la manera
de "jefe responsable", llamó la atención de todos y con tono grave y
firme les expresó que a él le correspondía hacerse cargo de la situación.
Inmediatamente hizo llamar al médico de cabecera con quien se reunió por
espacio de una hora aproximadamente.
Al
salir de allí, se dirigió solo al área de terapia intensiva, habló con el
responsable del Sector para luego entrar
y dirigirse a la cama donde su amigo -canalizado y
enchufado por doquier- dormitaba mansamente.
-
Ola, soy Pedro, vinimos todos los muchachos.
La
voz de Pedro fue una llave que lo conectó con la realidad. Abrió los ojos
suavemente y con alguna dificultad en el habla pero con claridad expresó:
-
Ola, venís a matarme. Siempre supe que eras un asesino hijo de puta, pero claro
jamás pensé que sería yo la víctima. Soy el más joven de todos y, porque no
decirlo, el más sano. Finalmente, no creo que te animes y más, no te voy a
dejar. Asesino. ¿Viniste a ver a tu presa? Pero te aclaro, en mi testamento a
todos le dejé algo menos a vos; no mereces más que ser llamado A - S E - S I -
N O. Te rompiste todo en organizar una fiesta para que te demos permiso para
matar: ¿No te da vergüenza?
Las
palabras de Nicolás comenzaron a rebotar en la cabeza de Pedro. No podía creer
lo que había escuchado y lo acompañaba como un eco permanente.
-
A mí me dice Asesino cuando lo único que pretendo y pretendí es una vida digna.
Espero que no todos piensen así... bueno, joder, se rompe el círculo y la llamada cofradía de la dignidad
desaparece. Que se vayan todos a la mierda.
Como
si hubiera visto al mismo diablo, salió como una tromba del Sector de Terapia
Intensiva, pasó por el hall donde los amigos esperaban ansiosos noticias y sin
decir palabra traspuso la puerta de salida del edificio.
Los
amigos nada entendían. Alguno quiso correrlo para reclamarle información, pero
fue inútil.
Justo
a la salida del Hospital, Pedro se encuentra con un amigo que lo detiene para
presentarle a la esposa del "Tecla" Farías. Un poco más lejos, dentro
de un auto estacionado en la vereda de enfrente, el Dr. Bilardo lo saludaba
tirándole besos.
Marcelo
Gómez de la Cueva, el más tranquilo y consecuentemente el más lúcido, sin decir
nada se dirigió a la Sala de Profesionales y disimuladamente llamó al Dr.
Picolo, a cargo del Sector Terapia Intensiva.
-
¿Qué pasó Doctor?
-
No sé, solo puedo decirle que con el ingreso del señor... ese amigo de Ustedes,
el paciente se descontroló y su situación paso de estable a inestable y muy
delicada.
-
Pedirle un pronóstico en estos momentos es presumir y por lo tanto desatinado,
¿no?
-
Y... si..., esperemos a mañana que, según como pase la noche, veremos como se
desarrollan los acontecimientos. Por ahora, se le aumentaron los
tranquilizantes vía suero para que duerma relajado entre otros medicamentos que
mejoren su ritmo cardíaco y nivelen la presión. Solo le puedo agregar que del
fondo de ojo que le practicaron parece no presentar secuelas, claro fue tomado
antes de este hecho... bueno la visita del amigo. Por ahora nada podemos hacer
más de lo que hicimos, bueno, si es religioso implore al Supremo.
Nada
podían hacer los amigos por el enfermo. Reunidos, decidieron ir a la casa de
Marcelo que era el que vivía más cerca y donde podrían descansar un poco,
desayunar y ponerse en condiciones para el nuevo día. Algunos aprovecharían
para hablar con sus familiares, para que suspendan las actividades, cancelen
reuniones y demás compromisos.
Ya
en casa de Marcelo, desayuno de por medio, un interrogante comenzó a circular
por el grupo. ¿Qué le habría pasado a Pedro Wilde para que haya desestabilizado
al paciente y se haya ido sin dar explicaciones ni saludar siquiera?; tampoco
nadie pensaba en llamarlo y preguntarle nada.
III
Suena
el teléfono en la casa de Pedro Wilde. La hora era -para una llamada telefónica-
impropia. Así, tratando de luchar con la oscuridad y algunos objetos fuera de
lugar, logra atender.
-
Ola, quien habla, ¿murió Nicolás?
-
Habla Gómez de la Cueva, Pedro, ¿qué estás diciendo?. Te estamos esperando, es
viernes y ya son como las diez de la noche. ¿Te quedaste dormido?
-
Ola, reitera Pedro, ¿qué pasó con Nicolás?
-
Nada, está con el resto de los muchachos, solo se nota tu ausencia.
-
Me baño rápido y voy para allá, creo que tengo que hablar con Ustedes.
Rápidamente
se aprestó para salir, llamó a un Taxi por teléfono y bajó para esperarlo.
Al
llegar al restaurante, todos lo miraban sin saber si reírse, sorprenderse o
preocuparse.
Nicolás
se pone de pié junto a la mesa, desplazando su silla unos centímetros hacia
atrás y le pregunta que le pasaba con él.
Rápidamente,
luego de ocupar su lugar habitual donde lo esperaba la silla vacía, ordena al
mozo lomo a la pimienta con salsa verde. Sin más demora y antes que llegue el
servicio, se pone de pié y, mirándolos a todos, les dice que renuncia
unilateralmente al compromiso de honor relacionado con la dignidad de la vida.
-
Nicolás me dijo cosas muy feas, realmente me insultó, circunstancia que me
instó a pensar en mi retiro. Realmente creo que no se entendió mi mensaje o
realmente yo estoy equivocado. Ante tal dilema, me doy por equivocado y
renuncio. Sé -ahora- que todo fue un sueño, pero de los sueños más ridículos o
fantasiosos nacen las verdades más elocuentes.
Ante
la sorpresa de todos, Pedro Wilde comenzó a relatar su sueño y, ante la llegada
de la comida, rápidamente cerró su alocución.
Un
silencio dominó el ambiente. Nadie, quiso referirse al tema pues pensaron que
era mejor dejarlo así, lleno de incógnitas que finalmente el tiempo debelaría.
Poco a poco los asistentes retornaron a las habituales conversaciones del
grupo.
IV
Seis
meses más tarde, una noche en la que Pedro Wilde había salido a cenar con su
familia, a la salida del restaurante, frente al estacionamiento, un joven
alcoholizado sale velozmente de la cochera, logra rozarlo lanzándolo sobre el
pavimento contra el cordón de la vereda, donde queda tendido.
Ante
los gritos lógicos de esposa, hijos y algún nieto, llaman la atención de un
transeúnte quien, más lúcido que el resto, convoca con su celular a un Servicio
de Urgencia que concurre inmediatamente.
Tres
horas más tarde, Pedro en Terapia Intensiva, sus familiares en el hall
principal del Hospital Británico
esperando alguna noticia; más allá, del otro lado de la amplia
recepción, sus amigos reflexionaban sobre la vigencia de la Cofradía de la
Dignidad cuyo ideólogo y creador corría el riesgo de ingresar al mundo al que
había renunciado.
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Verano
de MMVIII
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