lunes, 17 de noviembre de 2014

CARTAS DE AMOR - CUENTO



CARTAS DE AMOR





Los restos mortales del Dr. Alonso trasponían los límites de su casona rumbo al cementerio.
                                   Un importante cortejo acompañaba a quien, en vida, supo ser un benefactor de la comunidad. El dió vida a una biblioteca pública, una Sala de Primeros auxilios en un villorrio cercano a la ciudad y un Hogar para niños huérfanos. Todo ello era mantenido por el Doctor de su propio peculio y, respecto a la Sala de Primeros Auxilios, concurría diariamente 2 horas además de cuando fuere necesario.
                                   El día acompañó la liturgia nublándose casi a punto de garuar. Aquel día de otoño el viento completó la escena.
                                   Hablaron despidiendo los restos el Presidente de la Asociación Médica, un amigo en representación de sus pares, un vecino y beneficiario del Centro Sanitario y un joven por encargo de todos aquellos lectores concurrentes a la biblioteca.
                                   El Doctor Alonso era soltero y había dedicado gran parte de su vida tanto al ejercicio activo de la medicina como a la labor comunitaria. Según confesó una vez en rueda de amigos, su apasionada entrega le había impedido conocer el amor de una mujer.
                                   De cuna humilde, huérfano temprano, sus vecinos y amigos y una inquebrantable vocación y entrega lo llevaron a graduarse en medicina y ejercer tal magisterio. Su juramento Hipocrático fue cumplido en exceso. Fue así cuando un día un joven arrollado por un tren falleció por no contarse con un cirujano en aquel pueblo, decidió regresar a la Universidad y al Hospital para hacer la especialidad.
                                   Con el Dr. Alonso despedimos no solo a un médico sin par, a un generoso colaborador comunitario, sino que con él se fue, un modelo viviente de conducta ejemplar.
                                   En su honor y sin ningún tipo de pronunciamiento oficial, los negocios cerraron sus puertas, la escuela suspendió las clases y en la Comisaría, la Bandera permaneció tres días a media asta.
                                   Una semana había pasado, cuando varios de sus amigos llegaron a la casa para comenzar a poner las cosas en orden.
                                   A aquel selecto grupo de amigos no les fue fácil aquella tarea de revisar y acomodar los papeles personales del difunto, pero era necesario, nadie lo haría. El Doctor, en vida, había sido un hombre tan generoso como reservado, por lo que nadie sabía ni de donde sacaba el dinero para el sostenimiento de sus obras pías ni si mantenía cuentas pendientes para saldar.
                                   Ante tal circunstancia y atento a la altura del mes, resolvieron tomar cartas en el asunto. Primero buscaron facturas impagas de luz, gas y/o teléfono, como cualquier otra que se encuentre. Todo estaba pagado y en orden. La minuciosidad con que el amigo muerto archivaba las cuentas rozaba con lo patológico. Cada cuenta tenía su carpeta y cada carpeta su lugar. En la biblioteca, en la parte inferior del sector que da sobre la pared a la derecha de la ventana, había tres puertas. Tras ellas, se encontraba un pequeño archivo donde guardaba las distintas carpetas formadas con las facturas pagas de los años anteriores. Todas mantenían  el mismo formato  y  el color dependía de cada año. Así si miramos las de color verde, correspondían al año pasado y una contenía la constancia de pago de las tasas municipales, otra de los impuestos inmobiliarios, otra de Obras Sanitarias, otra de los servicios eléctricos, etc., nada estaba fuera de su lugar.
                                   Entre tantas carpetas, llamó la atención del ocasional visitante, una forrada en cuero marrón habano, que en su portada externa se leía PERSONAL. La sacó cuidadosamente como para que nada le pase, llamó a sus amigos y frente a todos fue abierta. Ella contenía un "Testamento" e "Instrucciones para después de mi muerte": un pequeño manuscrito indicando a quien lo hallare como desempeñarse.
                                   El Testamento se encontraba en un sobre lacrado y, conforme el instructivo, debía ser abierto en el Estudio Peterson O'Neill. Había otro sobre dirigido al Dr. Peterson O' Neill con una referencia del contenido: "Nómina de testigos para la apertura del testamento".
                                   El  respeto  por  el amigo muerto era tal que a nadie se le ocurrió tratar de averiguar algo más.
                                   Separaron la documentación hallada, y siguieron investigando en busca de una tarea útil en pro del desaparecido dueño de casa.
                                   Otro de los concurrentes, encontró en el cajón del escritorio dos llaves, una de una puerta y, unida a esta por un aro otra más pequeña que aparentaba ser de un mueble.
                                   Pablo, que así se llamaba, miró los cajones del escritorio y todas las cerraduras tenían su correspondiente llave; igual las puertas que veía desde ese punto. Ello, llamó la atención tanto de él como de sus amigos a quienes atrajo su atención para enseñarles el hallazgo.
                                   Nadie pudo explicar porqué, pero el descubrimiento había provocado la curiosidad de los concurrentes. Consecuentemente, comenzaron a recorrer la casa -de la cual solo conocían el sector social- subieron la escalera ingresando al área íntima. Todas las puertas tenían su correspondiente llave, incluso la del baño.
                                   Al fondo de un pasillo distribuidor, se podía ver una puerta, más pequeña que las otras, que daba aparentemente sobre la nada y, casualmente esa, era la que no contaba con su llave por afuera. Tocado el picaportes para ingresar y ver por dentro, se encontraron que la misma estaba apestillada.
                                   La curiosidad de todos comenzó a exhibirse. Las manos de Pablo, quien portaba las llaves, temblaban de emoción y nervios. Un sentimiento contradictorio los poseyó. Se sentían ladrones violando la confianza del amigo muerto, traidores a una amistad de muchos años, raros e incómodos. Nunca habían vivido una situación similar.
                                   La puerta se abrió silenciosamente, como de uso frecuente.
                                   En su interior había una cama, un ropero, dos sillas, un pequeño sillón, un gran espejo y, a cada lado de la amplia cama, una mesa de noche con su correspondiente velador. Debajo del espejo, una cómoda completa el mobiliario, todo de estilo francés.
                                   Llamó la atención que -en apariencia- no tenía ventanas. Una escalera conducía a la planta baja. También despertó la curiosidad de los visitantes la circunstancia de nunca haberla notado.
                                   Como es lógico la llave correspondía al ropero y a esa altura de los acontecimientos nada podía impedir que lo abrieran para ver que se escondía con tanto celo. Pablo apuró el paso y literalmente se lanzó sobre él abriéndolo.
                                   La cerradura parecía recién aceitada. Las puertas se abrieron silenciosamente. Como era de presumir, todo estaba en perfecto orden. La ropa de cama, en la parte inferior; una bata colgada en su correspondiente percha y a su lado una salida de baño. En una cajonera, varios pijamas que ilustraban al observador que tal habitación era usada tanto en invierno como en verano. En la parte inferior, un zapatero ordenaba tanto varios tipos de pantuflas como de zapatos. En la parte superior, por arriba del perchero, había un estante con varias cajas cerradas prolijamente.
                                   Todo parecía normal y raro a la vez, por lo que la curiosidad del grupo hizo que abrieran una de las cajas.
                                   Ahí se encontraban, cuidadosamente guardadas, cartas que, al comenzar su lectura descubrieron que eran "cartas de amor".
                                   Esta situación los conmovió, pues pensaron en viejas cartas de amor que el amigo guardaba junto a un corazón destrozado. Pero en la medida que continuaron su lectura, comenzaron a advertir que no eran cartas de vieja data, sino nuevas; esa misma, solo tenía días de haber sido recibida.
                                   Pero, ¿cuál era el secreto del amigo solterón, de dónde vendría tanta correspondencia?
                                   El matasellos del correo reveló la duda. Del mismo pueblo. Esta circunstancia daba a los lectores mayor curiosidad por lo que se lanzaron vorazmente sobre el resto de las cajas todas llenas de "Cartas de amor".
                                   Cada uno se puso a leer por su lado su propia caja, nada ni nadie podría impedirlo.
                                   Pablo lee -en voz baja- una tomada al azar.

Querido Gustavo:
                                               Desde la última vez que estuvimos juntos, no puedo pensar más que en vos. Me excito de solo pronunciar tu nombre. Nunca nadie me hizo sentir la pasión y el placer de la sexualidad como vos. Me has hecho conocer mi cuerpo, mis meridianos más sensibles. Con vos, sentí realmente mi primer orgasmo, no se si son tus manos,  tu cuerpo o tu sutil penetración la que me conmueve y me perturba. Cuento los minutos para encontrarme desnuda en tu lecho y confundirme en un éxtasis de amor. Tuya por siempre LUCIA".                                                              
                                   Este circunstancial lector no podía compatibilizar el texto de esa misiva con el perfil que durante tantos años su amigo había exhibido.
                                   Otro de los concurrentes, leía otra de las epístolas tomada al azar:

Mi muy amado Gustavo:
                                                           El escribirte solamen-te me excita. Muchas son las veces que quisiera verte, besarte y confundirme con vos en un abrazo.
                                                           Ya no me interesa mi esposo ni mis hijos, a quienes hubiera dejado ya hace mucho tiempo si no fuera por tu consejo. Este amor creo que es enfermizo pues no puedo sacarte de mis pensamientos.

                                                           Nadie como vos me hizo sentir hasta la última de mis fibras; nadie como vos hizo del sexo el placer de hacerlo, sin límites, libremente, sin culpa ni pecado. Todo mi cuerpo te extraña, especialmente mis labios recorriendo cada lugar de tu cuerpo.
                                                           Esta no es una carta común, es para pedirte disculpas por no poder verte de acuerdo a lo convenido ya que, mi familia, ha decidido realizar un viaje y no puedo dejar de ir. Te mandaré postales de cada uno de los lugares que más me guste, porque algún día quisiera que estemos juntos viajando por aquellas latitudes. No se si será  París, Roma, Madrid o Atenas.
                                                           Hasta pronto
                                                                       Eulalia.

                                   La sorpresa no había pasado pues tenía un efecto continuado. Entre una y otra solo había continuidad. Pero esta última carta superó toda previsión o cálculo, por cuanto  Eulalia, era su propia esposa y no había otra en el pueblo. Además, como confirmando la noticia, venían de concluir un largo viaje por el Viejo Continente.
                                   Sin pensar que estaban sus amigos presentes y sin calcular ulteriores desarrollos o acontecimientos, gritó y maldijo tanto a su esposa como al muerto.
                                   Sus amigos al escuchar tales epítetos, no tardaron en correr para calmarlo y reclamar una explicación ante tan groseras expresiones respecto del difunto.
                                   El muy enojado visitante, no pudo hacer otra cosa que relatar a sus amigos que el bueno y generoso Dr. Alonso mantenía relaciones con su esposa a sus espaldas.
                                   Luego, explicó como se enteró y todos, sin excepción y con un tácito acuerdo, buscaron entre la correspondencia la de sus esposas.
                                   No paso mucho tiempo sin que todos se vean involucrados ante una misma deslealtad. La ira de los presentes no encontraba límite. Ante tales circunstancias, a modo de amortiguar su propio pesar, trataron de adivinar quienes eran las otras amantes clandestinas. Medio pueblo mantenía relaciones y correspondencia amorosa. Las cajas bajaban violentamente del estante del ropero al suelo y sobre tras sobre fue abierto y leído. Entre tantos sobres, cuatro se encontraban unidos por una banda elástica que los separaba del resto.  Tratando de ser prolijos, mirando la fecha de expedición que indicaba el sello postal, fueron abiertas ordenadamente.
                                   Tampoco era del pueblo sino que su remitente las envió desde la Capital. Esta particularidad hizo que la curiosidad sea aún mayor.
                                   La misiva correspondía a una antigua paciente -de los días de practicante en el Policlínico y Guardias en la elegante Clínica de las Hermanas del Perpetuo Sacrificio- quien le pedía que asistiera a su esposo quien, conforme diagnóstico médico, no superaría los seis o siete meses de vida.
                                               En la segunda, la misma señora, le agradecía su viaje y su intervención tan oportuna, circunstancia esta que le permitió despedir los restos de su compañero sin sorpresas y en paz.
                                   En la tercera, le renueva su agradecimiento por su oportunísima intervención, a la par de comunicarle  que  su  esposo -también complacido- le ha dejado una renta perpetua de U$S 50.000 anuales para él y quienes le sucedan indefinidamente, garantizados por sus empresas y un seguro de renta vitalicia.
                                   Algunos de los secretos comenzaron a develarse. De donde tanta solvencia habiendo sido su origen de privaciones y miseria. Pero otra duda comenzó a circular dentro del grupo. ¿Cuál había sido la oportuna intervención?
                                   El cuarto sobre revelaría el misterio. Era un sobre cerrado cuyo remitente era Alonso y que, por alguna circunstancia nunca fue enviado.
                                   Ya habían revuelto todo, difícil seria para el pequeño grupo dejar las cosas en el orden encontrado. Además la línea la habían pasado al leer la correspondencia privada del difunto. Así, sin recaudos ni cuidados especiales, abrieron el sobre. Estaba dirigido a Cristina del Campo y Valdez Vda. de de Santillán, remitente de las tres anteriores cartas. En su sobria y efectiva síntesis, da muestras de arrepentimiento y un profundo pesar por forzar el destino de aquel enfermo, violando por primera y única vez su juramento médico.
                                   Se maldice por haber sacado partido de tan ruin accionar y de haberse dejado seducir nuevamente por quien supo enseñarle las artes del amor.
                                   Una sola pregunta quedaba en la mente del grupo: ¿Porqué esa carta no había sido enviada en su momento, ya que la misma estaba fechada 15 años atrás?
                                   El tiempo había pasado sin ser advertido. La falta de un ventanal en el cuarto no permitió ver el avance de la noche. Rápidamente, tratando de hacer lo mejor posible, dejaron las cosas en su lugar y muy pronto dejaron las llaves en el cajón del escritorio.
                                   Antes de retirarse de aquel lugar, Pablo decide seguir el camino de aquella escalera interna que tan misteriosa se dirigía al nivel inferior.
                                   Luego de solicitar unos minutos para ver el destino de la escalerilla, desciende encontrándose con una puerta con un solo picaporte que la abre y la cierra por dentro. Luego de abrirla, descubre que concluye en el jardín, en la parte trasera, al costado del lavadero y junto a un bañito de servicio. La inferencia inmediata fue una y compartida: "Por aquí entraban y salían sin ser vistas las amantes de Gustavo Alonso".
                                   A la mañana siguiente, con la formalidad  del  caso  y  el  silencio cómplice de quienes tienen secretos inconfesables, los amigos se presentaron en el Estudio Peterson O'Neill entregándole al Doctor la carpeta de cuero color habano.
                                   Siete días más tarde, en la Sala de Conferencias del Bufete, ante la presencia de los testigo propuestos, se viola el lacre del sobre que contenía el Testamento como punto primero de las "Instrucciones para después de mi muerte". El punto segundo agradecía a los presentes el haberse prestado a participar de tan importante aunque desagradable situación. Finalmente encomienda al Dr. Peterson O'Niell para que cumpla puntillosamente la ejecución del testamento el cual fue realizado de puño y letra por el difunto y, según refiere, otra copia también ológrafa se encuentra para mayor seguridad en el Protocolo del Notario a cargo del Registro n° 21 de la Capital, Escribano Marcelo Del Corral.
                                   Abierto el acto para la lectura del Testamento, dice que dona todos sus bienes a una Fundación, por él creada hace muchos años, la cual se conoce como "Fundación José Francisco de Santillán". La misma seguiría  manteniendo la Sala de Primeros auxilios, la Biblioteca y el Hogar para niños. Respecto del la Sala Sanitaria, como él ya no podría concurrir, deberá  contratarse a un profesional médico para que acuda por lo menos 2 horas diarias y/o cuando fuere necesario. Asimismo, como ex-presidente de la Fundación, encomiendo tal función a mi queridísimo amigo y colega Pablo Echeverría quien, de aceptar, deber  asumir de inmediato asignándole una retribución de cinco mil pesos por mes y a los otros amigos inseparables, también de mi mayor afecto, continuarán formando parte del Directorio, pero no como hasta ahora sin saberlo y en forma honoraria, percibiendo  una  retribución de cuatro mil quinientos pesos. Así,  desde su aceptación, de ellos dependerá  el destino de la Fundación y de lo que de ella depende. De no aceptar tal cometido -que descarto no será así- el Dr. Peterson O'Niell asumir  temporalmente la conducción y deber  elegir  personas de probada honestidad, calidad humana y generosidad, de probado prestigio social, para presidirla y conformar el Directorio. Sus honorarios o retribución por tal actividad no podrán superar los que hoy establezco para mis queridos amigos.
                                   Finalmente, ahora sin la presencia de los testigos citados a quienes agradezco su comparencia,  encomiendo al Dr. Peterson O'Niell y a mi pequeño grupo de amigos íntimos, una tarea para mi de mucha importancia y relevancia suma. Deberán concurrir a mi casa, ingresar al escritorio donde encontraron el Testamento, abrir el segundo cajón de la izquierda del escritorio, retirar dos llaves unidas por una arandela. La más grande, pertenece a una puerta que se encuentra al final del pasillo en la planta alta. Con ella abrirán la puerta ingresarán, verán frente a vosotros un ropero. Luego tiraran las llaves al retrete y cargarán el mueble sin ser abierto hasta el patio de atrás; lo rociarán con kerosén, alcohol o cualquier otro combustible, para luego prenderlo fuego constatando que se queme totalmente y que su contenido jamás sea visto por persona alguna. Finaliza su testamento diciendo: "Confiando en el profesional designado y en mis camaradas amigos después de mi muerte: Pablo, Roberto, Fernando, Julio y Carlos, les reitero mi eterna gratitud. A nadie más que a Udes. puedo pedirles cosa tan loca (que no lo es)".
                                   El fuego ardió quemando también el recuerdo de aquel terrible momento vivido leyendo aquellas "Cartas de amor".
                                  
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Del  libro    “Cartas de amor y otros cuentos”     Editorial Puerto Libro      2009   ISBN  978-987-25330-0-7

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