CARTAS DE AMOR
Los
restos mortales del Dr. Alonso trasponían los límites de su casona rumbo al
cementerio.
Un importante
cortejo acompañaba a quien, en vida, supo ser un benefactor de la comunidad. El
dió vida a una biblioteca pública, una Sala de Primeros auxilios en un
villorrio cercano a la ciudad y un Hogar para niños huérfanos. Todo ello era
mantenido por el Doctor de su propio peculio y, respecto a la Sala de Primeros
Auxilios, concurría diariamente 2 horas además de cuando fuere necesario.
El día
acompañó la liturgia nublándose casi a punto de garuar. Aquel día de otoño el
viento completó la escena.
Hablaron
despidiendo los restos el Presidente de la Asociación Médica, un amigo en
representación de sus pares, un vecino y beneficiario del Centro Sanitario y un
joven por encargo de todos aquellos lectores concurrentes a la biblioteca.
El Doctor
Alonso era soltero y había dedicado gran parte de su vida tanto al ejercicio
activo de la medicina como a la labor comunitaria. Según confesó una vez en
rueda de amigos, su apasionada entrega le había impedido conocer el amor de una
mujer.
De cuna
humilde, huérfano temprano, sus vecinos y amigos y una inquebrantable vocación
y entrega lo llevaron a graduarse en medicina y ejercer tal magisterio. Su
juramento Hipocrático fue cumplido en exceso. Fue así cuando un día un joven
arrollado por un tren falleció por no contarse con un cirujano en aquel pueblo,
decidió regresar a la Universidad y al Hospital para hacer la especialidad.
Con el Dr.
Alonso despedimos no solo a un médico sin par, a un generoso colaborador
comunitario, sino que con él se fue, un modelo viviente de conducta ejemplar.
En su honor y
sin ningún tipo de pronunciamiento oficial, los negocios cerraron sus puertas,
la escuela suspendió las clases y en la Comisaría, la Bandera permaneció tres
días a media asta.
Una semana
había pasado, cuando varios de sus amigos llegaron a la casa para comenzar a
poner las cosas en orden.
A aquel
selecto grupo de amigos no les fue fácil aquella tarea de revisar y acomodar
los papeles personales del difunto, pero era necesario, nadie lo haría. El
Doctor, en vida, había sido un hombre tan generoso como reservado, por lo que
nadie sabía ni de donde sacaba el dinero para el sostenimiento de sus obras
pías ni si mantenía cuentas pendientes para saldar.
Ante tal
circunstancia y atento a la altura del mes, resolvieron tomar cartas en el
asunto. Primero buscaron facturas impagas de luz, gas y/o teléfono, como
cualquier otra que se encuentre. Todo estaba pagado y en orden. La minuciosidad
con que el amigo muerto archivaba las cuentas rozaba con lo patológico. Cada
cuenta tenía su carpeta y cada carpeta su lugar. En la biblioteca, en la parte
inferior del sector que da sobre la pared a la derecha de la ventana, había
tres puertas. Tras ellas, se encontraba un pequeño archivo donde guardaba las
distintas carpetas formadas con las facturas pagas de los años anteriores.
Todas mantenían el mismo formato y el
color dependía de cada año. Así si miramos las de color verde, correspondían al
año pasado y una contenía la constancia de pago de las tasas municipales, otra
de los impuestos inmobiliarios, otra de Obras Sanitarias, otra de los servicios
eléctricos, etc., nada estaba fuera de su lugar.
Entre tantas
carpetas, llamó la atención del ocasional visitante, una forrada en cuero
marrón habano, que en su portada externa se leía PERSONAL. La sacó
cuidadosamente como para que nada le pase, llamó a sus amigos y frente a todos
fue abierta. Ella contenía un "Testamento" e "Instrucciones para
después de mi muerte": un pequeño manuscrito indicando a quien lo hallare
como desempeñarse.
El Testamento
se encontraba en un sobre lacrado y, conforme el instructivo, debía ser abierto
en el Estudio Peterson O'Neill. Había otro sobre dirigido al Dr. Peterson O'
Neill con una referencia del contenido: "Nómina de testigos para la
apertura del testamento".
El respeto
por el amigo muerto era tal que a
nadie se le ocurrió tratar de averiguar algo más.
Separaron la
documentación hallada, y siguieron investigando en busca de una tarea útil en
pro del desaparecido dueño de casa.
Otro de los
concurrentes, encontró en el cajón del escritorio dos llaves, una de una puerta
y, unida a esta por un aro otra más pequeña que aparentaba ser de un mueble.
Pablo, que
así se llamaba, miró los cajones del escritorio y todas las cerraduras tenían
su correspondiente llave; igual las puertas que veía desde ese punto. Ello,
llamó la atención tanto de él como de sus amigos a quienes atrajo su atención
para enseñarles el hallazgo.
Nadie pudo
explicar porqué, pero el descubrimiento había provocado la curiosidad de los
concurrentes. Consecuentemente, comenzaron a recorrer la casa -de la cual solo
conocían el sector social- subieron la escalera ingresando al área íntima.
Todas las puertas tenían su correspondiente llave, incluso la del baño.
Al fondo de
un pasillo distribuidor, se podía ver una puerta, más pequeña que las otras,
que daba aparentemente sobre la nada y, casualmente esa, era la que no contaba
con su llave por afuera. Tocado el picaportes para ingresar y ver por dentro,
se encontraron que la misma estaba apestillada.
La curiosidad
de todos comenzó a exhibirse. Las manos de Pablo, quien portaba las llaves,
temblaban de emoción y nervios. Un sentimiento contradictorio los poseyó. Se
sentían ladrones violando la confianza del amigo muerto, traidores a una
amistad de muchos años, raros e incómodos. Nunca habían vivido una situación
similar.
La puerta se
abrió silenciosamente, como de uso frecuente.
En su
interior había una cama, un ropero, dos sillas, un pequeño sillón, un gran
espejo y, a cada lado de la amplia cama, una mesa de noche con su
correspondiente velador. Debajo del espejo, una cómoda completa el mobiliario,
todo de estilo francés.
Llamó la
atención que -en apariencia- no tenía ventanas. Una escalera conducía a la
planta baja. También despertó la curiosidad de los visitantes la circunstancia
de nunca haberla notado.
Como es
lógico la llave correspondía al ropero y a esa altura de los acontecimientos
nada podía impedir que lo abrieran para ver que se escondía con tanto celo.
Pablo apuró el paso y literalmente se lanzó sobre él abriéndolo.
La cerradura
parecía recién aceitada. Las puertas se abrieron silenciosamente. Como era de
presumir, todo estaba en perfecto orden. La ropa de cama, en la parte inferior;
una bata colgada en su correspondiente percha y a su lado una salida de baño.
En una cajonera, varios pijamas que ilustraban al observador que tal habitación
era usada tanto en invierno como en verano. En la parte inferior, un zapatero
ordenaba tanto varios tipos de pantuflas como de zapatos. En la parte superior,
por arriba del perchero, había un estante con varias cajas cerradas
prolijamente.
Todo parecía
normal y raro a la vez, por lo que la curiosidad del grupo hizo que abrieran
una de las cajas.
Ahí se
encontraban, cuidadosamente guardadas, cartas que, al comenzar su lectura
descubrieron que eran "cartas de amor".
Esta
situación los conmovió, pues pensaron en viejas cartas de amor que el amigo
guardaba junto a un corazón destrozado. Pero en la medida que continuaron su
lectura, comenzaron a advertir que no eran cartas de vieja data, sino nuevas;
esa misma, solo tenía días de haber sido recibida.
Pero, ¿cuál
era el secreto del amigo solterón, de dónde vendría tanta correspondencia?
El matasellos
del correo reveló la duda. Del mismo pueblo. Esta circunstancia daba a los
lectores mayor curiosidad por lo que se lanzaron vorazmente sobre el resto de
las cajas todas llenas de "Cartas de amor".
Cada uno se
puso a leer por su lado su propia caja, nada ni nadie podría impedirlo.
Pablo lee -en
voz baja- una tomada al azar.
Querido
Gustavo:
Desde
la última vez que estuvimos juntos, no puedo pensar más que en vos. Me excito
de solo pronunciar tu nombre. Nunca nadie me hizo sentir la pasión y el placer
de la sexualidad como vos. Me has hecho conocer mi cuerpo, mis meridianos más
sensibles. Con vos, sentí realmente mi primer orgasmo, no se si son tus
manos, tu cuerpo o tu sutil penetración
la que me conmueve y me perturba. Cuento los minutos para encontrarme desnuda
en tu lecho y confundirme en un éxtasis de amor. Tuya por siempre LUCIA".
Este
circunstancial lector no podía compatibilizar el texto de esa misiva con el
perfil que durante tantos años su amigo había exhibido.
Otro de los
concurrentes, leía otra de las epístolas tomada al azar:
Mi
muy amado Gustavo:
El
escribirte solamen-te me excita. Muchas son las veces que quisiera verte,
besarte y confundirme con vos en un abrazo.
Ya
no me interesa mi esposo ni mis hijos, a quienes hubiera dejado ya hace mucho
tiempo si no fuera por tu consejo. Este amor creo que es enfermizo pues no
puedo sacarte de mis pensamientos.
Nadie
como vos me hizo sentir hasta la última de mis fibras; nadie como vos hizo del
sexo el placer de hacerlo, sin límites, libremente, sin culpa ni pecado. Todo
mi cuerpo te extraña, especialmente mis labios recorriendo cada lugar de tu
cuerpo.
Esta
no es una carta común, es para pedirte disculpas por no poder verte de acuerdo
a lo convenido ya que, mi familia, ha decidido realizar un viaje y no puedo
dejar de ir. Te mandaré postales de cada uno de los lugares que más me guste,
porque algún día quisiera que estemos juntos viajando por aquellas latitudes.
No se si será París, Roma, Madrid o Atenas.
Hasta
pronto
Eulalia.
La sorpresa
no había pasado pues tenía un efecto continuado. Entre una y otra solo había
continuidad. Pero esta última carta superó toda previsión o cálculo, por
cuanto Eulalia, era su propia esposa y
no había otra en el pueblo. Además, como confirmando la noticia, venían de
concluir un largo viaje por el Viejo Continente.
Sin pensar
que estaban sus amigos presentes y sin calcular ulteriores desarrollos o
acontecimientos, gritó y maldijo tanto a su esposa como al muerto.
Sus amigos al
escuchar tales epítetos, no tardaron en correr para calmarlo y reclamar una
explicación ante tan groseras expresiones respecto del difunto.
El muy
enojado visitante, no pudo hacer otra cosa que relatar a sus amigos que el
bueno y generoso Dr. Alonso mantenía relaciones con su esposa a sus espaldas.
Luego,
explicó como se enteró y todos, sin excepción y con un tácito acuerdo, buscaron
entre la correspondencia la de sus esposas.
No paso mucho
tiempo sin que todos se vean involucrados ante una misma deslealtad. La ira de
los presentes no encontraba límite. Ante tales circunstancias, a modo de
amortiguar su propio pesar, trataron de adivinar quienes eran las otras amantes
clandestinas. Medio pueblo mantenía relaciones y correspondencia amorosa. Las
cajas bajaban violentamente del estante del ropero al suelo y sobre tras sobre
fue abierto y leído. Entre tantos sobres, cuatro se encontraban unidos por una
banda elástica que los separaba del resto.
Tratando de ser prolijos, mirando la fecha de expedición que indicaba el
sello postal, fueron abiertas ordenadamente.
Tampoco era
del pueblo sino que su remitente las envió desde la Capital. Esta
particularidad hizo que la curiosidad sea aún mayor.
La misiva
correspondía a una antigua paciente -de los días de practicante en el
Policlínico y Guardias en la elegante Clínica de las Hermanas del Perpetuo
Sacrificio- quien le pedía que asistiera a su esposo quien, conforme
diagnóstico médico, no superaría los seis o siete meses de vida.
En
la segunda, la misma señora, le agradecía su viaje y su intervención tan
oportuna, circunstancia esta que le permitió despedir los restos de su
compañero sin sorpresas y en paz.
En la
tercera, le renueva su agradecimiento por su oportunísima intervención, a la
par de comunicarle que su
esposo -también complacido- le ha dejado una renta perpetua de U$S
50.000 anuales para él y quienes le sucedan indefinidamente, garantizados por
sus empresas y un seguro de renta vitalicia.
Algunos de
los secretos comenzaron a develarse. De donde tanta solvencia habiendo sido su origen
de privaciones y miseria. Pero otra duda comenzó a circular dentro del grupo.
¿Cuál había sido la oportuna intervención?
El cuarto
sobre revelaría el misterio. Era un sobre cerrado cuyo remitente era Alonso y
que, por alguna circunstancia nunca fue enviado.
Ya habían
revuelto todo, difícil seria para el pequeño grupo dejar las cosas en el orden
encontrado. Además la línea la habían pasado al leer la correspondencia privada
del difunto. Así, sin recaudos ni cuidados especiales, abrieron el sobre.
Estaba dirigido a Cristina del Campo y Valdez Vda. de de Santillán, remitente
de las tres anteriores cartas. En su sobria y efectiva síntesis, da muestras de
arrepentimiento y un profundo pesar por forzar el destino de aquel enfermo,
violando por primera y única vez su juramento médico.
Se maldice
por haber sacado partido de tan ruin accionar y de haberse dejado seducir
nuevamente por quien supo enseñarle las artes del amor.
Una sola
pregunta quedaba en la mente del grupo: ¿Porqué esa carta no había sido enviada
en su momento, ya que la misma estaba fechada 15 años atrás?
El tiempo
había pasado sin ser advertido. La falta de un ventanal en el cuarto no
permitió ver el avance de la noche. Rápidamente, tratando de hacer lo mejor
posible, dejaron las cosas en su lugar y muy pronto dejaron las llaves en el
cajón del escritorio.
Antes de
retirarse de aquel lugar, Pablo decide seguir el camino de aquella escalera
interna que tan misteriosa se dirigía al nivel inferior.
Luego de
solicitar unos minutos para ver el destino de la escalerilla, desciende
encontrándose con una puerta con un solo picaporte que la abre y la cierra por
dentro. Luego de abrirla, descubre que concluye en el jardín, en la parte
trasera, al costado del lavadero y junto a un bañito de servicio. La inferencia
inmediata fue una y compartida: "Por aquí entraban y salían sin ser vistas
las amantes de Gustavo Alonso".
A la mañana
siguiente, con la formalidad del caso
y el silencio cómplice de quienes tienen secretos
inconfesables, los amigos se presentaron en el Estudio Peterson O'Neill
entregándole al Doctor la carpeta de cuero color habano.
Siete días
más tarde, en la Sala de Conferencias del Bufete, ante la presencia de los
testigo propuestos, se viola el lacre del sobre que contenía el Testamento como
punto primero de las "Instrucciones para después de mi muerte". El
punto segundo agradecía a los presentes el haberse prestado a participar de tan
importante aunque desagradable situación. Finalmente encomienda al Dr. Peterson
O'Niell para que cumpla puntillosamente la ejecución del testamento el cual fue
realizado de puño y letra por el difunto y, según refiere, otra copia también
ológrafa se encuentra para mayor seguridad en el Protocolo del Notario a cargo
del Registro n° 21 de la Capital, Escribano Marcelo Del Corral.
Abierto el
acto para la lectura del Testamento, dice que dona todos sus bienes a una
Fundación, por él creada hace muchos años, la cual se conoce como
"Fundación José Francisco de Santillán". La misma seguiría
manteniendo la Sala de Primeros auxilios, la Biblioteca y el Hogar para niños.
Respecto del la Sala Sanitaria, como él ya no podría concurrir, deberá
contratarse a un profesional médico para que acuda por lo menos 2 horas diarias
y/o cuando fuere necesario. Asimismo, como ex-presidente de la Fundación,
encomiendo tal función a mi queridísimo amigo y colega Pablo Echeverría quien,
de aceptar, deber asumir de inmediato asignándole una retribución de
cinco mil pesos por mes y a los otros amigos inseparables, también de mi mayor
afecto, continuarán formando parte del Directorio, pero no como hasta ahora sin
saberlo y en forma honoraria, percibiendo
una retribución de cuatro mil
quinientos pesos. Así, desde su
aceptación, de ellos dependerá el destino de la Fundación y de lo que de
ella depende. De no aceptar tal cometido -que descarto no será así- el Dr.
Peterson O'Niell asumir temporalmente la conducción y deber
elegir personas de probada honestidad,
calidad humana y generosidad, de probado prestigio social, para presidirla y
conformar el Directorio. Sus honorarios o retribución por tal actividad no
podrán superar los que hoy establezco para mis queridos amigos.
Finalmente,
ahora sin la presencia de los testigos citados a quienes agradezco su comparencia, encomiendo al Dr. Peterson O'Niell y a mi
pequeño grupo de amigos íntimos, una tarea para mi de mucha importancia y
relevancia suma. Deberán concurrir a mi casa, ingresar al escritorio donde
encontraron el Testamento, abrir el segundo cajón de la izquierda del
escritorio, retirar dos llaves unidas por una arandela. La más grande,
pertenece a una puerta que se encuentra al final del pasillo en la planta alta.
Con ella abrirán la puerta ingresarán, verán frente a vosotros un ropero. Luego
tiraran las llaves al retrete y cargarán el mueble sin ser abierto hasta el
patio de atrás; lo rociarán con kerosén, alcohol o cualquier otro combustible,
para luego prenderlo fuego constatando que se queme totalmente y que su
contenido jamás sea visto por persona alguna. Finaliza su testamento diciendo:
"Confiando en el profesional designado y en mis camaradas amigos después
de mi muerte: Pablo, Roberto, Fernando, Julio y Carlos, les reitero mi eterna
gratitud. A nadie más que a Udes. puedo pedirles cosa tan loca (que no lo
es)".
El fuego
ardió quemando también el recuerdo de aquel terrible momento vivido leyendo
aquellas "Cartas de amor".
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Del
libro “Cartas de amor y otros cuentos” Editorial Puerto Libro 2009 ISBN 978-987-25330-0-7
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