
Un servicio
digital de la Editorial Puerto Libro edit
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel - Blog: foutelej.blogspot.com
Los capitanes en su
cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos
aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria.
En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota
de aquellos hombres o mujeres de letras
que entendemos son dignas de ser destacados.
Hoy, la figura
insoslayable es Boccaccio, ya que no obstante el tiempo transcurrido, seguimos
con cuarentena. Para este autor, seguimos con el Decameron.
Meter
el diablo en el infierno
[Cuento - Texto
completo.]
Giovanni Boccaccio
En la ciudad de Cafsa, en
Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros hijos, tenía
una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo
cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la
fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en qué
materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que
servían mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían
quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La
joven, que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente
deseo sino por un impulso pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente
hacia el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran
trabajo suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas
soledades llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un
santo varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le
preguntó qué es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios,
estaba buscando ponerse a su servicio, y también quién le enseñara cómo se le
debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el
demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole
de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres y dátiles, y agua a
beber, le dijo:
-Hija mía, no muy lejos de aquí
hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de lo que
soy yo: irás a él.
Y le enseñó el camino; y ella,
llegada a él y oídas de este estas mismas palabras, yendo más adelante, llegó a
la celda de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre era
Rústico, y la petición le hizo que a los otros les había hecho. El cual, por
querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o
seguir más adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una
yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo que se
acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las
fuerzas de este, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin
demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y dejando a
un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a
la memoria la juventud y la hermosura de esta comenzó, y además de esto, a
pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que no se
apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba
de ella.
Y probando primero con ciertas
preguntas que no había nunca conocido a hombre averiguó, y que tan simple era
como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de servir a Dios, debía
traerla a su voluntad. Y primeramente con muchas palabras le mostró cuán
enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego le dio a entender que el
servicio que más grato podía ser a Dios era meter al demonio en el infierno,
adonde Nuestro Señor lo había condenado. La jovencita le preguntó cómo se hacía
aquello; Rústico le dijo:
-Pronto lo sabrás, y para ello
harás lo que a mí me veas hacer. Y empezó a desnudarse de los pocos vestidos
que tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y se
puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la hizo ponerse a
ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca inflamado en su deseo al
verla tan hermosa, sucedió la resurrección de la carne; y mirándola Alibech, y
maravillándose, dijo:
-Rústico, ¿qué es esa cosa que te
veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?
-Oh, hija mía -dijo Rústico-, es
el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa grandísima molestia, tanto que
apenas puedo soportarlo.
Entonces dijo la joven:
-Oh, alabado sea Dios, que veo
que estoy mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.
Dijo Rústico:
-Dices bien, pero tienes otra
cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.
Dijo Alibech:
-¿El qué?
Rústico le dijo:
-Tienes el infierno, y te digo
que creo que Dios te haya mandado aquí para la salvación de mi alma, porque si
ese diablo me va a dar este tormento, si tú quieres tener de mí tanta piedad y
sufrir que lo meta en el infierno, me darás a mí grandísimo consuelo y darás a
Dios gran placer y servicio, si para ello has venido a estos lugares, como
dices.
La joven, de buena fe, repuso:
-Oh, padre mío, puesto que yo
tengo el infierno, sea como queréis.
Dijo entonces Rústico:
-Hija mía, bendita seas. Vamos y
metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.
Y dicho esto, llevada la joven
encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía ponerse para poder
encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca había puesto en el
infierno a ningún diablo, la primera vez sintió un poco de dolor, por lo que
dijo a Rústico:
-Por cierto, padre mío, mala cosa
debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios, que aun en el infierno,
y no en otra parte, duele cuando se mete dentro.
Dijo Rústico:
-Hija, no sucederá siempre así.
Y para hacer que aquello no
sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija lo metieron allí,
tanto que por aquella vez le arrancaron tan bien la soberbia de la cabeza que
de buena gana se quedó tranquilo. Pero volviéndole luego muchas veces en el
tiempo que siguió, y disponiéndose la joven siempre obediente a quitársela,
sucedió que el juego comenzó a gustarle, y comenzó a decir a
Rústico:
-Bien veo que la verdad decían
aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era cosa tan dulce; y en
verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera yo que tanto deleite y placer
me diese como es el meter al diablo en el infierno; y por ello me parece que
cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se ocupa es un animal.
Por la cual cosa, muchas veces
iba a Rústico y le decía:
-Padre mío, yo he venido aquí
para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el
infierno.
Haciendo lo cual, decía alguna
vez:
-Rústico, no sé por qué el diablo
se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena gana como el
infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría nunca.
Así, tan frecuentemente invitando
la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había quitado
la lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío en que otro hubiera
sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al diablo no había que
castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase
la cabeza:
-Y nosotros, por la gracia de
Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.
Y así impuso algún silencio a la
joven, la cual, después de que vio que Rústico no le pedía más meter el diablo
en el infierno, le dijo un día:
-Rústico, si tu diablo está
castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila; por lo que
bien harás si con tu diablo me ayudas a calmar la rabia de mi infierno, como yo
con mi infierno te he ayudado a quitarle la soberbia a tu diablo
.
Rústico, que de raíces de hierbas
y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le dijo que muchos diablos
querrían poder tranquilizar al infierno, pero que él haría lo que pudiese; y
así alguna vez la satisfacía, pero era tan raramente que no era sino arrojar un
haba en la boca de un león; de lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios
cuanto quería, mucho rezongaba. Pero mientras que entre el diablo de Rústico y
el infierno de Alibech había, por el demasiado deseo y por el menor poder, esta
cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la propia casa ardió
el padre de Alibech con cuantos hijos y demás familia tenía; por la cual cosa
Alibech de todos sus bienes quedó heredera. Por lo que un joven llamado
Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus haberes, oyendo que esta
estaba viva, poniéndose a buscarla y encontrándola antes de que el fisco se
apropiase de los bienes que habían sido del padre, como de hombre muerto sin
herederos, con gran placer de Rústico y contra la voluntad de ella, la volvió a
llevar a Cafsa y la tomó por mujer, y con ella de su gran patrimonio fue
heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a Dios en el
desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso que le
servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había cometido un gran
pecado con haberla arrancado a tal servicio. Las mujeres preguntaron:
-¿Cómo se mete al diablo en el
infierno?
La joven, entre palabras y
gestos, se los mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se ríen, y
dijeron:
-No estés triste, hija, no, que
eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios Nuestro
Señor en eso.
Luego, diciéndoselo una a otra
por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más agradable servicio
que a Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el infierno; el cual dicho,
pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y por ello vosotras, jóvenes damas,
que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno,
porque ello es cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y mucho bien
puede nacer de ello y seguirse.

FIN
El
decamerón, 1351
Tercera jornada,
narración décima
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