miércoles, 13 de mayo de 2020

La Bitácora del Puerto nº 71


   La bitácora del Puerto   
           
Un servicio digital de la Editorial Puerto Libro edit
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel  - Blog: foutelej.blogspot.com

Los capitanes en su cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hombres  o mujeres de letras que entendemos son dignas de ser destacados.
Hoy, la figura insoslayable es Boccaccio, ya que no obstante el tiempo transcurrido, seguimos con cuarentena. Para este autor, seguimos con el Decameron.

Audio relatos...para adultos

Meter el diablo en el infierno
[Cuento - Texto completo.]

Giovanni Boccaccio


En la ciudad de Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que, entre otros hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era Alibech; la cual, no siendo cristiana y oyendo a muchos cristianos que en la ciudad había alabar mucho la fe cristiana y el servicio de Dios, un día preguntó a uno de ellos en qué materia y con menos impedimentos pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían mejor a Dios aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes en las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La joven, que simplicísima era y de edad de unos catorce años, no por consciente deseo sino por un impulso pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente hacia el desierto de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran trabajo suyo, continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un santo varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le preguntó qué es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada por Dios, estaba buscando ponerse a su servicio, y también quién le enseñara cómo se le debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy hermosa, temiendo que el demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó su buena disposición y, dándole de comer algunas raíces de hierbas y frutas silvestres y dátiles, y agua a beber, le dijo:

-Hija mía, no muy lejos de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho mejor maestro de lo que soy yo: irás a él.

Y le enseñó el camino; y ella, llegada a él y oídas de este estas mismas palabras, yendo más adelante, llegó a la celda de un ermitaño joven, muy devota persona y bueno, cuyo nombre era Rústico, y la petición le hizo que a los otros les había hecho. El cual, por querer poner su firmeza a una fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o seguir más adelante, sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una yacija de hojas de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo que se acostase. Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las fuerzas de este, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y dejando a un lado los pensamientos santos y las oraciones y las disciplinas, a traerse a la memoria la juventud y la hermosura de esta comenzó, y además de esto, a pensar en qué vía y en qué modo debiese comportarse con ella, para que no se apercibiese que él, como hombre disoluto, quería llegar a aquello que deseaba de ella.

Y probando primero con ciertas preguntas que no había nunca conocido a hombre averiguó, y que tan simple era como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de servir a Dios, debía traerla a su voluntad. Y primeramente con muchas palabras le mostró cuán enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego le dio a entender que el servicio que más grato podía ser a Dios era meter al demonio en el infierno, adonde Nuestro Señor lo había condenado. La jovencita le preguntó cómo se hacía aquello; Rústico le dijo:


-Pronto lo sabrás, y para ello harás lo que a mí me veas hacer. Y empezó a desnudarse de los pocos vestidos que tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y se puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la hizo ponerse a ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca inflamado en su deseo al verla tan hermosa, sucedió la resurrección de la carne; y mirándola Alibech, y maravillándose, dijo:


-Rústico, ¿qué es esa cosa que te veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?

-Oh, hija mía -dijo Rústico-, es el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa grandísima molestia, tanto que apenas puedo soportarlo.

Entonces dijo la joven:

-Oh, alabado sea Dios, que veo que estoy mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.

Dijo Rústico:

-Dices bien, pero tienes otra cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.

Dijo Alibech:

-¿El qué?

Rústico le dijo:

-Tienes el infierno, y te digo que creo que Dios te haya mandado aquí para la salvación de mi alma, porque si ese diablo me va a dar este tormento, si tú quieres tener de mí tanta piedad y sufrir que lo meta en el infierno, me darás a mí grandísimo consuelo y darás a Dios gran placer y servicio, si para ello has venido a estos lugares, como dices.


La joven, de buena fe, repuso:

-Oh, padre mío, puesto que yo tengo el infierno, sea como queréis.

Dijo entonces Rústico:

-Hija mía, bendita seas. Vamos y metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.

Y dicho esto, llevada la joven encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía ponerse para poder encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que nunca había puesto en el infierno a ningún diablo, la primera vez sintió un poco de dolor, por lo que dijo a Rústico:

-Por cierto, padre mío, mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios, que aun en el infierno, y no en otra parte, duele cuando se mete dentro.
Dijo Rústico:

-Hija, no sucederá siempre así.

Y para hacer que aquello no sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija lo metieron allí, tanto que por aquella vez le arrancaron tan bien la soberbia de la cabeza que de buena gana se quedó tranquilo. Pero volviéndole luego muchas veces en el tiempo que siguió, y disponiéndose la joven siempre obediente a quitársela, sucedió que el juego comenzó a gustarle, y comenzó a decir a 

Rústico:

-Bien veo que la verdad decían aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era cosa tan dulce; y en verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera yo que tanto deleite y placer me diese como es el meter al diablo en el infierno; y por ello me parece que cualquier persona que en otra cosa que en servir a Dios se ocupa es un animal.

Por la cual cosa, muchas veces iba a Rústico y le decía:

-Padre mío, yo he venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el diablo en el infierno.

Haciendo lo cual, decía alguna vez:

-Rústico, no sé por qué el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena gana como el infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría nunca.

Así, tan frecuentemente invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio de Dios, tanto le había quitado la lana del jubón que en tales ocasiones sentía frío en que otro hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la joven que al diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza:

-Y nosotros, por la gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en paz.

Y así impuso algún silencio a la joven, la cual, después de que vio que Rústico no le pedía más meter el diablo en el infierno, le dijo un día:

-Rústico, si tu diablo está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila; por lo que bien harás si con tu diablo me ayudas a calmar la rabia de mi infierno, como yo con mi infierno te he ayudado a quitarle la soberbia a tu diablo
.
Rústico, que de raíces de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le dijo que muchos diablos querrían poder tranquilizar al infierno, pero que él haría lo que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era tan raramente que no era sino arrojar un haba en la boca de un león; de lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios cuanto quería, mucho rezongaba. Pero mientras que entre el diablo de Rústico y el infierno de Alibech había, por el demasiado deseo y por el menor poder, esta cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la propia casa ardió el padre de Alibech con cuantos hijos y demás familia tenía; por la cual cosa Alibech de todos sus bienes quedó heredera. Por lo que un joven llamado Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus haberes, oyendo que esta estaba viva, poniéndose a buscarla y encontrándola antes de que el fisco se apropiase de los bienes que habían sido del padre, como de hombre muerto sin herederos, con gran placer de Rústico y contra la voluntad de ella, la volvió a llevar a Cafsa y la tomó por mujer, y con ella de su gran patrimonio fue heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a Dios en el desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso que le servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había cometido un gran pecado con haberla arrancado a tal servicio. Las mujeres preguntaron:

-¿Cómo se mete al diablo en el infierno?
La joven, entre palabras y gestos, se los mostró; de lo que tanto se rieron que todavía se ríen, y dijeron:

-No estés triste, hija, no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá contigo a Dios Nuestro Señor en eso.

Luego, diciéndoselo una a otra por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más agradable servicio que a Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el infierno; el cual dicho, pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y por ello vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello es cosa muy grata a Dios y agradable para las partes, y mucho bien puede nacer de ello y seguirse.


La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue sin resolverse
FIN
                                                                                                                            El decamerón, 1351
Tercera jornada, narración décima

domingo, 22 de marzo de 2020

La Bitácora del Puerto nº 70




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La bitácora del Puerto              


Un servicio digital de la Editorial Puerto Libro editorialpuertolibro@gmail.com
 AÑO  IX – Nº 70, marzo de 2020
Capitán a cargo de la bitácora: Eduardo Juan Foutel  - Blog: foutelej.blogspot.com


Los capitanes, en su cuaderno de bitácora, permanentemente, dejan debida constancia de todos aquellos acontecimientos que, de una forma u otra, modifican la rutina diaria. En esta Carpeta de Bitácora –desde este Puerto- trataremos de ir dejando nota de aquellos hombres o mujeres de letras que entendemos son dignas de ser destacados. Hoy, Giovanni Boccaccio
Giovanni Boccaccio (16 de junio de 1313 – 21 de diciembre de 1375) fue un escritor y humanista italiano. Es uno de los padres, junto con Dante y Petrarca, de la literatura en italiano. Compuso también varias obras en latín. Es recordado sobre todo como autor del Decamerón, libro esencial para introducir en la literatura europea el género de la novela corta o relato, y que utiliza el recurso técnico de la narración enmarcada. Con él fundó una nutrida escuela de novellieri que imitaron su obra.
Biografía
Giovanni Boccaccio nació en junio de 1313, ​ hijo ilegítimo del mercader Boccaccio (Boccaccino) di Chellino, agente de la poderosa compañía mercantil de los Bardi. Nada se sabe con certeza acerca de la identidad de su madre. Se discute dónde nació Boccaccio: pudo haber nacido en Florencia, en Certaldo o, incluso, según algunas fuentes, en París, lugar al que su padre debía desplazarse a menudo por razón de su trabajo. Se sabe que su infancia transcurrió en Florencia, y que fue acogido y educado por su padre, e incluso continuó viviendo en la casa paterna después de 1319, cuando el mercader contrajo matrimonio con Margherita dei Mardoli. Boccaccio vivió en Florencia hasta 1325 o 1327, cuando fue enviado por su padre a trabajar en la oficina que la compañía de los Bardi tenía en Nápoles.
Como Boccaccio mostraba escasa inclinación hacia los negocios, el padre decidió en 1331 encaminarlo hacia el estudio del derecho canónico. Tras un nuevo fracaso, se dedicó por entero a las letras, bajo la tutela de destacados eruditos de la corte napolitana, como Paolo da Perugia Andalò di Negro. Frecuentó el ambiente refinado de la corte de Roberto de Anjou, de quien su padre era amigo personal. Entre 1330 y 1331 el poeta stilnovista Cino da Pistoia enseñó Derecho en la Universidad de Nápoles, quien tuvo una influencia notable en el joven Boccaccio.
La mañana del 30 de marzo de 1331, sábado santo, cuando el autor tenía diecisiete años, conoció a una dama napolitana de la que se enamoró apasionadamente —el encuentro se describe en su obra Filocolo—, a la que inmortalizó con el nombre de Fiammetta («Llamita») y a la que cortejó sin descanso con canciones y sonetos. Es posible que Fiammetta fuese María de Aquino, hija ilegítima del rey y esposa de un gentil hombre de la corte, aunque no se han encontrado documentos que lo confirmen. Fiammetta abrió a Boccaccio las puertas de la corte y, lo que es más importante, lo impulsó en su incipiente carrera literaria. Bajo su influencia escribió Boccaccio sus novelas y poemas juveniles, desde el Filocolo al Filostrato, la Teseida, el Ameto, la Amorosa visión y la Elegía de Madonna Fiammetta. Se sabe que fue Fiammetta la que puso fin a la relación entre los dos, y que la ruptura le causó a Boccaccio un hondo dolor.
En diciembre de 1340, después de al menos trece años en Nápoles, tuvo que regresar a Florencia a causa de un grave revés financiero sufrido por su padre. Entre 1346 y 1348 vivió en Rávena, en la corte de Ostasio da Polenta, y en Forlì, como huésped de Francesco Ordelaffi; allí conoció a los poetas Nereo Morandi y Checco di Melletto, con los cuales mantuvo después correspondencia.
En 1348 regresó a Florencia, donde fue testigo de la peste que describe en el Decamerón. En 1349 murió su padre, y Boccaccio se estableció definitivamente en Florencia para ocuparse de lo que quedaba de los bienes de su padre. En la ciudad del Arno llegó a ser un personaje apreciado por su cultura literaria. El Decamerón fue compuesto durante la primera etapa de su estancia en Florencia, entre 1349 y 1351. Su éxito le valió ser designado por sus conciudadanos para el desempeño de varios cargos públicos: embajador ante los señores de Romaña en 1350, camarlengo de la Municipalidad (1351) o embajador de Florencia en la corte papal de Aviñón en 1354 y en 1365.
En 1351 le fue confiado el encargo de desplazarse a Padua, donde vivía Petrarca, a quien había conocido el año anterior, para invitarlo a instalarse en Florencia como profesor. Aunque Petrarca no aceptó la propuesta, entre ambos escritores nació una sincera amistad que se prolongaría hasta la muerte de Petrarca en 1374.
La tranquila vida de estudioso que Boccaccio llevaba en Florencia fue interrumpida bruscamente por la visita del monje sienés Gioacchino Ciani, quien lo exhortó a abandonar la literatura y los argumentos profanos. El monje causó tal impresión en Boccaccio que el autor llegó a pensar en quemar sus obras, de lo que fue afortunadamente disuadido por Petrarca.
En 1362 se trasladó a Nápoles, invitado por amigos florentinos, esperando encontrar una ocupación que le permitiese retomar la vida activa y serena que había llevado en el pasado. Sin embargo, la ciudad de Nápoles en la época de Juana I de Anjou era muy diferente de la ciudad próspera, culta y serena que había conocido en su juventud. Boccaccio, decepcionado, la abandonó pronto. Tras una breve estancia en Venecia para saludar a Petrarca, en torno al año 1370 se retiró a su casa de Certaldo, cerca de Florencia, para vivir aislado y poder así dedicarse a la meditación religiosa y al estudio, actividades que solo interrumpieron algunos breves viajes a Nápoles en 1370 y 1371. En el último período de su vida recibió del ayuntamiento de Florencia el encargo de realizar una lectura pública de La Divina Comedia de Dante, que no pudo concluir a causa de la enfermedad que le causó la muerte el 21 de diciembre de 1375.
Obras
Obras en italiano
Obras de juventud
La caza de DianaResultado de imagen de La casa de diana boccaccio

Diana cazadora (Maestro de la Escuela de Fontainebleau).
Escrita en Nápoles hacia 1334, La caza de Diana (La caccia di Diana) es un breve poema erótico compuesto de dieciocho cantos escritos en tercetos. Su argumento puede resumirse como sigue: Mientras el poeta se encuentra absorto en sus penas amorosas, un espíritu gentil enviado por la diosa Diana convoca a las más bellas damas napolitanas (de las que se citan sus nombres, apellidos y hasta hipocorísticos) a la corte «dell'alta idea». Guiadas por la desconocida amada del poeta, las damas llegan a un valle. Allí se bañan en un río. Después, Diana divide a las jóvenes en cuatro escuadras y la caza da comienzo. Cuando las presas son reunidas en un prado, Diana invita a las damas a hacer un sacrificio a Júpiter y a consagrarse al culto de la castidad. La amada de Boccaccio se rebela y en nombre de todas declara que es otra su inclinación. Diana se desvanece en el cielo y la donna gentile (la amada del poeta) pronuncia una oración a Venus. La diosa aparece y transforma a los animales capturados —entre los cuales está el poeta, en forma de ciervo— en fascinantes jóvenes. El poema concluye con la imagen del poder redentor del amor (motivo constante en la obra de Boccaccio).
La intención del poema es loar la belleza de las más hermosas damas de la ciudad, lo cual lo aproxima a la Vita nuova de Dante. Sin embargo, tiene claras influencias de la poesía alejandrina, y el argumento retoma los esquemas de las alegres galanterías de las literaturas francesa y provenzal.
El Filocolo
El Filocolo es una extensa y farragosa novela, en prosa, que narra la leyenda de Florio y Biancofiore (Flores y Blancaflor), de origen francés y muy difundida en el Medioevo en varias versiones. Boccaccio posiblemente se inspiró en la obra toscana Il Cantare di Fiorio e Biancifiore, basada a su vez en un poema francés del siglo XII.
La obra fue compuesta entre 1336 y 1338, a instancias de Fiammetta, según refiere el propio Boccaccio en el prólogo. El título es una invención del autor, y en mal griego querría significar algo así como «fatiga de amor».
Narra las desventuras de dos jóvenes enamorados, Florio, hijo del rey Felice de España, y Biancofiore, huérfana acogida en la corte por piedad, que es en realidad la hija de unos nobles romanos que fallecieron cuando peregrinaban a Santiago de Compostela. Los dos jóvenes se crían juntos y se enamoran al llegar a la adolescencia, pero el rey, para impedir su matrimonio, vende a Biancofiore como esclava a unos mercaderes que la ceden más tarde al almirante de Alejandría. Florio, desesperado, toma el nombre de Filocolo y dedica su vida a la búsqueda de su amada, pero cuando la encuentra es descubierto y capturado, y el almirante condena a muerte a los dos jóvenes. Antes de la ejecución sin embargo, el almirante reconoce a Florio como su sobrino, y descubre el origen noble de Biancofiore, con lo que los dos amantes pueden regresar a Italia y unirse en matrimonio.
En el prólogo de la obra, tras remontarse a los orígenes del reino de Nápoles usando de numerosas alusiones mitológicas, refiere Boccaccio cómo se enamoró de Fiammetta, a la que vio un Sábado Santo en la iglesia de un convento de monjas, y como ella le pidió que escribiese un «poema» en vulgar, es decir, una novela. El Filocolo puede encuadrarse en el género conocido como novela bizantina.
El Filostrato
El Filostrato es un poema narrativo de argumento clásico escrito en octavas reales y dividido en ocho cantos. El título, formado por una palabra griega y otra latina, puede traducirse aproximadamente como «Abatido por el amor».
El poema tiene un argumento mitológico: narra el amor de Troilo, hijo menor de Príamo, por Crésida, hija de Calcante, el adivino troyano que, previendo la caída de la ciudad, se ha pasado a los griegos. Troilo conquista a Crésida con la ayuda de su amigo Pándaro, primo de la joven. Sin embargo, en un intercambio posterior de prisioneros, Crésida es enviada al campamento griego. Allí, el héroe griego Diomedes se enamora de ella, y es correspondido por la joven. Troilo llega a conocer la traición de su amada cuando el troyano Deífobo lleva a la ciudad la vestimenta que ha arrebatado en batalla a Diomedes, sobre la que hay un broche que pertenecía a Crésida. Troilo, enfurecido, se lanza a la lucha buscando enfrentarse con Diomedes, pero, aunque consigue hacer estragos entre las filas griegas, no da con él, y es abatido por Aquiles.
La historia no procede directamente del mito, sino del Roman de Troie, reelaboración medieval francesa de la leyenda troyana realizada por Benoît de Sainte-Maure (siglo XII) que Boccaccio conoció en la versión italiana de Guido delle Colonne. A su vez, el poema de Boccaccio inspirará a Geoffrey Chaucer su poema Troilus and Criseyde, sobre el mismo argumento.
El argumento del Filostrato puede leerse como la transcripción en clave literaria de sus amores con Fiammetta. El ambiente del poema recuerda al de la corte de Nápoles, y la psicología de los personajes es retratada con notas sutiles. No hay acuerdo sobre la fecha de su composición: según algunos, habría sido escrito en 1335, mientras que otros consideran que data de 1340.
La Teseida
Según algunos autores, la Teseida, cuyo nombre completo es Teseida delle nozze di Emilia (‘Teseida de las bodas de Emilia’) es el primer poema épico compuesto en italiano. Utilizando, como en el Filostrato, la octava real, Boccaccio narra en esta obra las guerras que el héroe griego Teseo sostuvo contra las amazonas y contra la ciudad de Tebas. El poema se divide en doce cantos, a imitación de la Eneida de Virgilio y de la Tebaida de Estacio.
A pesar de su componente épico, Boccaccio no deja por completo de lado el tema amoroso. La Teseida narra también el enfrentamiento de dos jóvenes tebanos, Palemón y Arcita, por el amor de Emilia, hermana de la reina de las amazonas y esposa de Teseo, Hipólita. La obra contiene también una extensa y alambicada carta a Fiammetta, y doce sonetos que resumen los doce cantos de que consta el poema.

La Comedia de las ninfas florentinas (Ameto)

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El triunfo de Venus, por Angelo Bronzino.
La Comedia de las ninfas florentinas (Comedia delle ninfe fiorentine), conocida también como Ninfale d'Ameto o simplemente Ameto, del nombre de su protagonista, fue compuesta probablemente entre 1341 y 1342. Se trata de una fábula idílico-alegórica escrita en prosa, aunque se intercalan fragmentos en tercetos encadenados. Esta mezcla de prosa y verso no es novedosa, ya que se encuentra en numerosas obras medievales, como la Vita nuova de Dante o De nuptiis Philologiae et Mercurii (Bodas de Mercurio y la Filología), de Marciano Capella. Una vez más, el tema de Boccaccio es el poder redentor del amor, que permite al hombre pasar de su ignorancia al conocimiento y la comprensión del misterio de Dios.
La obra comienza con el pastor Ameto vagando por los bosques de Etruria, donde descubre a un grupo de bellísimas ninfas que se bañan mientras escuchan el canto de Lia. Ameto, fascinado por el canto, se enamora de Lia, y se da a conocer a las ninfas. El día consagrado a Venus las ninfas se reúnen en un lugar agradable y, sentadas en torno a Ameto, relatan las historias de sus amores. Tras haber escuchado los relatos de las siete ninfas, el protagonista, por orden de la diosa Venus, recibe un baño que, al purificarlo, le permite conocer el significado alegórico de las ninfas, que representan las virtudes (tres teologales y cuatro cardinales), y de su encuentro con Lia, que implica su propia transformación de animal en hombre, con la posibilidad de llegar a conocer a Dios.
Aunque en un tema y ambientación muy diferentes, la estructura de esta obra anuncia ya la de la obra principal de Boccaccio, el Decamerón.
Amorosa visión
La Amorosa visión (Amorosa visione) es un poema alegórico en tercetos encadenados, compuesto, como el Ameto, a principios de la década de 1340, cuando el autor se encontraba ya en Florencia. Se divide en cincuenta breves cantos. Siguiendo la estructura de la visio in somnis («visión en sueños»), se narra cómo una hermosa mujer es enviada por Cupido al poeta, y le invita a abandonar los «vanos deleites» para buscar la verdadera felicidad. La mujer guía al poeta hasta un castillo, al que se niega a entrar por la puerta estrecha (que representa la virtud) y accede por la puerta ancha (símbolo de la riqueza y el goce mundano). Dos salas del castillo están adornadas con frescos dignos de Giotto: los de la primera sala representan los triunfos de la Sabiduría —rodeada de alegorías de las ciencias del trivium (gramáticadialéctica y retórica) y del quadrivium (geometríaaritméticaastronomía y música)—, de la Gloria, de la Riqueza y del Amor. En la segunda sala se representa el triunfo de la Fortuna. En los frescos aparecen representados numerosos personajes históricos, bíblicos y mitológicos, así como famosos literatos. Tras contemplar estas pinturas, el poeta sale al jardín del castillo, donde encuentra a otras mujeres: la «bella Lombarda» y la «Ninfa sicula» (posiblemente Fiammetta). El poema se interrumpe abruptamente poco después.
La Amorosa visión presenta muchas similitudes con La Divina Comedia, aún tratándose de una obra muy inferior. También ha sido relacionada por la crítica con otra obra de carácter alegórico, los Triunfos de Petrarca. Según algunos autores, el modelo de este castillo alegórico fue Castelnuovo di Napoli, cuyas salas fueron decoradas con frescos por Giotto en la época de Roberto de Anjou.
Elegía de Madonna Fiammetta
La Elegía de Madonna Fiammetta (Elegia di Madonna Fiammetta), escrita posiblemente entre 1343 y 1344, ha sido calificada por la crítica de «novela psicológica». En prosa, se presenta como una larga carta escrita en la que la protagonista, Fiammetta, relata su amor juvenil por Pánfilo, en la ciudad de Nápoles. La relación entre ambos termina cuando Pánfilo debe partir a Florencia. Fiammetta, sintiéndose abandonada por su amante, intenta suicidarse. Al final de la obra la protagonista se siente de nuevo esperanzada cuando oye que Pánfilo ha regresado a la ciudad, pero descubre con amargura que se trata de otra persona con el mismo nombre. La obra es dedicada por el autor «a las mujeres enamoradas».
Aunque esta obra tiene un importante componente autobiográfico —la relación del autor con la enigmática Fiammetta, que en la realidad se desarrolló de forma bastante diferente—, su tratamiento de la pasión amorosa debe mucho a obras literarias como las Heroidas de Ovidio, el anónimo Pamphilus de amore, o el De Amore, de Andreas Capellanus.
Ninfale fiesolano
El Ninfale fiesolano, escrito entre 1344 y 1346, es una fábula etiológica destinada a explicar los nombres de dos ríos toscanos: Africo y Mensola. De ambientación pastoril —como el Ameto—, está escrito en octavas, y narra la historia de los amores entre el pastor Africo y la ninfa Mensola y el nacimiento del hijo de ambos, Proneo.
Según la obra, las colinas de Fiésole estaban habitadas por ninfas seguidoras de Diana y dedicadas a la caza. El pastor Africo se enamoró de una de ellas, Mensola, pero, cada vez que intenta aproximarse, las ninfas huyen despavoridas. El padre de Africo, llamado Girafone, intenta disuadirlo de su enamoramiento contándole la historia de Mugnone, que fue transformado en río por haberse atrevido a amar a una ninfa. Africo, sin embargo, persevera en su empeño, y, auxiliado por la diosa Venus, logra unirse con su amada. Mensola queda encinta y rehúye la compañía de Africo. Éste, creyéndose despreciado por Mensola, se suicida arrojándose al río que en adelante llevará su nombre. Diana descubre el parto de Mensola y la maldice, lo que ocasiona su suicidio arrojándose al río que se llamará después como ella. Su hijo, Proneo, es criado por los padres de Africo, y se convierte en uno de los primeros pobladores de la ciudad de Fiésole.
La obra tendrá una gran influencia sobre las obras de tema pastoril de siglos posteriores, como las Estancias (Stanze) de Angelo Poliziano, o Nencia da Barberino, de Lorenzo el Magnífico.

Obras de madurez
El Decamerón
Artículo principal: Decamerón
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Una de las historias del Decamerón.
Durante la peste que asoló la ciudad de Florencia en 1348, y de la que el autor fue testigo, diez jóvenes (tres hombres y siete mujeres) se reúnen en la iglesia de Santa Isabel María Novella y toman la decisión de retirarse a una villa alejada de la ciudad para escapar de la peste.
En este lugar, para evitar recordar los horrores que han dejado atrás, los jóvenes se dedican a relatarse cuentos los unos a los otros. Permanecen en la villa durante catorce días, pero los viernes y los sábados no relatan cuentos, por lo que sólo se cuentan historias durante diez días (de ahí el título de la obra). Cada día uno de los jóvenes actúa como «rey» y decide el tema sobre el que versarán los cuentos (excepto los días primero y noveno, en los que los cuentos son de tema libre). En total, se cuentan 100 relatos, de desigual extensión.
Las fuentes de Boccaccio son variadas: van desde los clásicos grecolatinos hasta los fabliaux franceses medievales.
El Corbacho
El Corbacho (Corbaccio) fue escrito entre 1354 y 1355. Es un relato cuya trama, tenue y artificiosa, no es más que un pretexto para un debate moral y satírico. Tanto por su tono como por su finalidad, la obra se inscribe en la tradición de la literatura misógina. El título hace quizá referencia al cuervo, considerado un símbolo de mal augurio y de una pasión descontrolada; según otros hace referencia al español corbacho (vergajo con que el cómitre fustigaba a los galeotes). La obra lleva el subtítulo de Laberinto de amor (Laberinto d'Amore). La primera edición de esta obra se realizó en Florencia en 1487.
El tono misógino del Corbacho es probablemente consecuencia de la crisis que en Boccaccio produjo su relación con el monje sienés. Existen numerosas obras literarias en la tradición occidental de carácter misógino, desde Juvenal hasta Jerónimo de Estridón, por citar solo algunas.
La composición tiene su origen en un enamoramiento poco exitoso de Boccaccio. Ya cuarentón, se enamoró de una bella viuda y le escribió cartas requiriéndola de amores. La mujer mostró las cartas a sus allegados, burlándose de Boccaccio por su origen plebeyo y por su edad. El libro es la venganza del autor, que no dirige solo contra la viuda, sino contra todo el sexo femenino.
El autor sueña que se mueve por lugares encantadores (las lisonjas del amor), cuando de repente se encuentra en una inextricable selva, el Laberinto de amor, llamado también la Pocilga de Venus. Allí, convertidos en animales, expían sus pecados los miserables engañados por el amor de la mujer. Aparece el espectro del difunto marido de la viuda, quien le relata minuciosamente los innumerables vicios y defectos de su esposa. Como penitencia ordena a Boccaccio que revele lo que ha visto y oído.
Esta obra influyó en la obra del mismo título de Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera.
Otras obras
Boccaccio fue autor también de una de las primeras biografías de Dante Alighieri, el Trattatello in laude di Dante, así como de una paráfrasis en tercetos encadenados —la misma estrofa utilizada por Dante— de la Divina Comedia (Argomenti in terza rima alla Divina Commedia).
Deben citarse también sus Rimas, extenso cancionero amoroso, y su traducción al italiano de las décadas III y IV de Tito Livio.

Obras en latín
Genealogía deorum gentilium

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Genealogia deorum gentilium, 1532
La Genealogía deorum gentilium («Genealogía de los dioses de los paganos»), dividida en quince libros, es una de las más completas recopilaciones de leyendas de la mitología clásica, a las que Boccaccio procura dar una interpretación alegórico-filosófica. Esta obra fue iniciada antes de 1350, a instancias de Hugo de Lusignano, rey de Jerusalén y Chipre, dedicatario de la obra, aunque Boccaccio continuó corrigiendo la obra hasta su muerte. Fue uno de los libros de consulta más utilizados entre escritores hasta avanzado el siglo XIX. Una vez terminada la obra, Boccaccio añadió dos volúmenes más a la Genealogía. Estos son una gran defensa de la poesía, la mejor nunca hecha y a la que recurrirán los poetas posteriores (como Luis de Góngora).
De casibus virorum illustrium
De casibus virorum illustrium (que puede traducirse tanto por «De los casos de varones ilustres» como «De las caídas de varones ilustres») es una obra con la que se intenta demostrar la caducidad de los bienes mundanos y la arbitrariedad de la fortuna recurriendo a una serie de historias protagonizadas por personajes de todas las épocas (desde Adán a nobles contemporáneos de Boccaccio). Los relatos se estructuran en nueve libros. La obra está dedicada a Mainardo Cavalcanti. Fue seguramente iniciada hacia 1355, aunque no se completó hasta 1373–1374.
De claris mulieribus
Artículo principal: De Mulieribus Claris
A imitación de la colección de biografías De viris illustribus de Petrarca, Boccaccio compuso entre 1361 y 1362 una serie de biografías de mujeres ilustres. Fue dedicada por el autor a Andrea Acciaiuoli, condesa de Altavilla. Sirvió de argumentario a numerosos escritores, entre ellos Geoffrey Chaucer, autor de los Cuentos de Canterbury.
Otras obras en latín
En la misma línea que la Genealogía deorum gentilium, Boccaccio escribió también un repertorio alfabético de los nombres geográficos que aparecen en las obras clásicas de la literatura latina, titulado De montibus, silvis, fontibus, lacubus, fluminibus, stagnis seu paludis, et de nominibus maris liber, publicado en 1360. Es autor además de dieciséis églogas en las que sigue como modelos a Virgilio y a PetrarcaBucolicum carmen, publicado en 1367; y de 24 epístolas, de dos de las cuales sólo se conserva su traducción al italiano.
Influencia en la literatura castellana
·         La Elegía de Madonna Fiammetta fue el modelo de la novela sentimental española del siglo XV, con títulos tan señeros como el Siervo libre de amor, de Juan Rodríguez del Padrón; la Historia de Grisel y Mirabella, de Juan de Flores; o Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, por citar sólo algunos ejemplos. Ciertos rasgos propios de este género pueden hallarse también en La Celestina, de Fernando de Rojas.
·         En la primera mitad del siglo XV, el Arcipreste de Talavera compuso una obra imitando el Corbacho de Boccaccio, con el mismo nombre y el mismo tono antifeminista, notable por la recreación del lenguaje popular.
·         Dos obras de Boccaccio, la Comedia de las ninfas florentinas, y el Ninfale fiesolano, pueden considerarse precursoras de la novela pastoril, género, que, gracias a la repercusión de La Arcadia, de Jacopo Sannazaro, tuvo un gran desarrollo en la literatura europea del siglo XVI. En España, pueden citarse La Diana (1559), de Jorge de MontemayorLa Diana Enamorada (1564), de Gaspar Gil PoloLa Galatea (1585), de Miguel de Cervantes; y La Arcadia (1598), de Lope de Vega.
·         La obra más influyente de Boccaccio fue sin duda el Decamerón. En España, la primera traducción de la obra es la anónima catalana de 1429, conservada en la Biblioteca de Cataluña en un manuscrito único, mientras en la biblioteca de El Escorial se conserva el manuscrito más antiguo de la obra en lengua castellana, de mediados del siglo XV, que sin embargo incluye sólo la mitad de los cuentos del original y elimina completamente el relato que sirve de marco a las historias en la obra de Boccaccio.2​ La primera edición castellana completa de la obra data de 1496, en Sevilla; siguieron después las de Toledo (1524), Valladolid (1539) y Medina del Campo (1543). Desde entonces han sido numerosísimas las ediciones de la obra. El género del relato o novela corta —del italiano novella, que pasó al español como «novela»— tardó en cuajar en la literatura castellana. Son obras claramente deudoras del Decamerón las Novelas ejemplares (1613), de Cervantes, o las Novelas a Marcia Leonarda (1621–1624), de Lope de Vega.
·         En Italia el Decamerón fue prohibido en 1559; aunque algunos religiosos como el Cardenal Pietro Bembo lo describían elogiosamente como el modelo perfecto para la prosa vernácula, ya que en las mismas historias se pueden entender algunos conceptos del mismo autor y de los miembros del grupo, marcados por intereses amorosos o rivalidad.



La "peste bubónica" fue una pandemia que en el siglo XIV acabó con un tercio de la población de Europa y Asia. Uno de los remedios principales de la época, como hoy día con el coronavirus, era la cuarentena. El escritor italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) utilizó esta situación para escribir su libro de cuentos "El decamerón", en el que diez jóvenes (tres damas y siete caballeros) se refugian en una villa a las afueras de la ciudad de Florencia. En una época en que no había televisión, teléfonos ni Internet, para entretenerse mutuamente decidieron que cada uno de ellos contaría un cuento al día durante diez días, para un total de cien cuentos. De ahí viene el título del libro, que significa "diez días" en griego. Los cuentos no tienen que ver con la epidemia. Al contrario: la idea era distraerse, no sufrir. Como estamos en plena época del coronavirus, he reflexionado mucho sobre este libro. Pensé que sería buena idea ir enviando diferentes textos del mismo, con la esperanza de ayudar a aquellos que estén encerrados en sus casas enfermos, con miedo o simplemente aburridos. H



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Anastasio
[Cuento - Texto completo.]
Giovanni Boccaccio


Había en Rávena, antigua ciudad de la Romaña, muchos gentiles hombres, entre los que se hallaba un mozo de nombre Anastasio degli Onesti, muy rico por herencia de su padre y de su tío. Y estando sin mujer, se enamoró de una hija de micer Pablo Traversari. Era la joven más noble que él, mas él esperaba con su conducta atraerla para que lo amase. Pero esas obras, por hermosas que eran, solo lograban enojar a la joven, porque ella solía manifestarse tosca, huraña y dura, aunque tal vez esto se debía a que ella poseía una belleza singular o a su altiva nobleza. En resumen, a ella nada de él la complacía, lo que para Anastasio resultaba doloroso de soportar, y cuando le dolía demasiado pensaba en matarse.

Otras veces, cuando reflexionaba, se hacía la idea de dejarla tranquila y aun de odiarla tanto como ella a él. Pero todo resultaba en vano: cuanto más se lo proponía más se multiplicaba su amor. Y, perseverando el joven en amarla sin medida, a sus familiares y amigos les pareció que él y su hacienda iban a agotarse.

Por lo cual, muchas veces le rogaron que se fuese de Rávena a morar en otro lugar por algún tiempo, para ver si lograba disminuir su amor y sus impulsos. Anastasio se burló de aquel consejo, pero ellos insistían en su solicitud y al fin decidió complacerles, y mandó organizar tantas maletas como si se fuese a España o a Francia o a cualquier otro lugar remoto; montó en su caballo y, en compañía de sus amigos, partió de Rávena y se fue a un sitio que dista de Rávena tres millas y se llama Chiassi. Una vez hubo llegado, mandó armar las tiendas y dijo a quienes le acompañaban que se devolviesen, pues pensaba quedarse donde estaba. Y ellos regresaron a Rávena. Se quedó Anastasio y empezó a hacer la más magnífica vida que jamás se conociera, invitando a tales o cuales a comer o cenar como era su costumbre.

Y sucedió que, llegando primeros de mayo, y haciendo buenísimo tiempo y él siempre pensando en su cruel amada, mandó a todos lo suyos que le dejasen solo para poder meditar más a sus anchas, y a pie se trasladó, reflexionando, hasta el pinar. Pasaba la quinta hora del día, y habiéndose él adentrado en el pinar como una media milla, sin acordarse de comer ni de nada, súbitamente le pareció oír un grandísimo llanto y quejas de una mujer. Interrumpido así en sus dulces pensamientos, alzó la cabeza para ver lo que fuese, y se extrañó de hallarse en pleno pinar. Y, además, mirando ante sí, vio venir, saliendo de un bosquecillo muy denso de zarzas y realezas, y corriendo hacia donde él se hallaba, una bellísima mujer desnuda, toda arañada de las zarzas y matorrales, que lloraba y pedía piedad a gritos.

Dos grandes y fieros mastines¹ corrían tras ella, y cuando la alcanzaban la mordían. Venía detrás. sobre un negro corcel, un caballero moreno de muy airado rostro y con un estoque en la mano, amenazando de muerte a la joven con terribles y ofensivas palabras. Aquella puso a la vez maravilla y espanto en el ánimo del joven, y sintió compasión de la desventurada, por lo que se resolvió, si podía, librarla de la muerte y de tal angustia. Pero, hallándose sin armas, recurrió a coger una rama de árbol a guisa de garrote, y fue a hacer frente a los canes y al caballero. El cual, reparando en ello, le gritó de lejos:

-No intervengas, Anastasio, y déjanos a los perros y a mí hacer lo que esa mala hembra ha merecido.

En esto, los perros, aferrando con fuerza por las caderas a la mujer, la detuvieron y el caballero se apeó del corcel. Y Anastasio, acercándosele, le dijo:

-No sé quién eres que así me conoces, pero te digo que es gran vileza que un caballero armado quiera matar a una mujer desnuda y echarle los perros detrás como a una bestia del bosque. Por cierto ten que la defenderé.

El caballero respondió entonces:

-Anastasio, de tu misma tierra fui, y aún eras rapaz pequeño cuando yo, a quien llamaban micer Guido degli Anastagi, me enamoré tanto de esa mujer como tú ahora de la Traversari. Y su fiereza y crueldad de tal modo causaron mi desgracia, que un día, con el estoque que ves en mi mano, desesperado me maté y fui condenado a penas infernales. No pasó mucho tiempo sin que esta, que de mi muerte se sintió desmedidamente contenta, muriese, y por el pecado de su crueldad y de la alegría que le causó mi muerte, no habiéndose arrepentido, fue también condenada a las penas del infierno. Mas cuando a él bajó por castigo, a los dos nos fue dado el huir siempre ella ante mí, mientras yo, que tanto la amé, habría de perseguirla como a mortal enemiga, no como a mujer amada. Y siempre que la alcanzo, con este estoque con que me maté, la mato, y la abro en canal, y ese corazón duro y frío en el que nunca amor ni piedad pudieron entrar, le arranco con las demás vísceras, como verás pronto, y lo doy a comer a estos perros. Y, según voluntad de la justicia y potencia de Dios, no pasa mucho tiempo sin que, como si muerta no estuviera, resucite, y otra vez comience su dolorosa fuga de los perros y de mí. Y cada viernes, sobre esta hora, aquí la alcanzo y hago en ella el estrago que verás. Mas no creas que descansamos los demás días, pues entonces también la sigo y la alcanzó en otros parajes donde cruelmente pensó y obró contra mí. Y, convertido de amante en enemigo, como ves, he de seguirla así durante tantos años como ella se portó rigurosamente conmigo. Dejemos, pues, ejecutar a la divina justicia, y no te opongas a lo que no puedes evitar.

Anastasio, al oír tales palabras, quedó tímido y suspenso, con todos los cabellos erizados, y retrocediendo y mirando a la mísera joven, comenzó temeroso a esperar lo que hiciere el caballero, el cual, acabando su razonamiento, como un can rabioso corrió estoque en mano hacia la mujer (que, arrodillada y sostenida con fuerza por los dos mastines, le pedía perdón) y con todas sus fuerzas le atravesó el pecho de parte a parte. Y cuando la mujer recibió el golpe, cayó de bruces, siempre llorando y gritando, y el caballero, poniendo mano a un cuchillo, le abrió los riñones y le sacó el corazón con cuanto lo rodeaba, y echolo a los dos mastines, que lo devoraron afanosamente. Casi en el acto, la joven, como si ninguna de aquellas cosas hubiere sucedido, se levantó y huyó hacia el mar, perseguida y desgarrada por los perros. Y el caballero, volviendo a montar a caballo y a requerir su estoque, la comenzó a seguir y en poco rato tanto se distanciaron, que ya Anastasio no les pudo ver.



Habiendo contemplado tales cosas, gran rato estuvo entre complacido y temeroso, y después le vino a la memoria la idea de que el suceso podría valerle de mucho, ya que acontecía todos los viernes. Y, así, habiéndose fijado bien en el paraje, se volvió con su gente y cuando le pareció hizo llamar a los más de sus parientes y amigos y les dijo:

-Durante largo tiempo me habéis incitado a que deje de amar a mi enemiga y ceje en mis gastos. Estoy dispuesto a hacerlo, siempre que una gracia me concedáis. Y es que hagáis que el viernes venidero micer Pablo Traversari, con su mujer e hija y todas las mujeres de su parentela, y las demás que os plazcan, vengan a almorzar conmigo. Entonces veréis por qué quiero eso.

Parecioles a sus amigos que no era cosa difícil de hacer y, al regresar a Rávena, cuando llegó el momento, invitaron a los que Anastasio deseaba. Y, aunque mucho costó convencer a la mujer a quien amaba Anastasio, al fin ella fue con las otras.

Hizo Anastasio que se aderezase un magnífico yantar y dispuso que se colocasen las mesas bajo los pinos, junto al lugar donde presenció la agonía de la cruel mujer. Y una vez que hizo sentarse a todas las mesas hombres y mujeres, mandó que su amada fuese puesta frente al sitio donde debía acontecer el hecho.

Y habiendo llegado el último manjar, el desesperado clamor de la joven perseguida empezose a oír. Mucho se maravillaron todos, y preguntaron qué era, y no lo supo decir nadie. Levantándose, pues, para averiguar qué sería, vieron a la doliente mujer, y al caballero y los canes, y en un momento todos estuvieron a su lado. Alzose gran vocerío contra los perros y el caballero y muchos se adelantaron para ayudar a la joven. Pero el caballero, hablándoles como habló a Anastasio, no solo les forzó a retroceder, sino que les espantó y les llenó de pasmo. E hizo lo que la otra vez hiciera, y las mujeres presentes allí (muchas de las cuales, parientes de la joven o del caballero, no habían olvidado su amor y la muerte de él) míseramente lloraron, como si ellas hubieran sufrido lo mismo. Acabó, en fin, el lance, y desaparecieron mujer y caballero, y los que aquello habían visto entregáronse a muchos y variados razonamientos.

Pero entre los que más espanto tuvieron figuró la cruel joven amada por Anastasio. Porque habiéndolo visto y oído todo muy claramente, y conociendo que a ella más que a nadie tales cosas atañían, ya le parecía estar huyendo de la ira de él y tener los perros a los talones. Y tanto miedo de esto le sobrevino que, para no incurrir en lo mismo, en breve ocurrió (tan en breve que aquella misma tarde fue) que, mudado su odio en amor, secretamente mandó a la estancia de Anastasio una camarera de su confianza, rogándole que fuese a verla, porque estaba dispuesta a complacerle en todo. Resolvió Anastasio que ello le satisfacía mucho, y que si a ella le placía, haría con ella lo que le pluguiese, pero, para honor de la dama, tomándola por mujer. La joven, sabedora que solo por su culpa no era ya esposa de Anastasio, mandó contestar que estaba acorde. Y luego, sirviéndose de mensajera a sí misma, dijo a sus padres que quería ser mujer de Anastasio, lo que mucho les contentó. Y al domingo siguiente casó Anastasio con ella, e hiciéronse bodas, y mucho tiempo jubilosamente convivió con ella. Y no solo el temor de la dama fue factor de aquel bien, sino que todas las mujeres altivas se tornaron medrosas, y en lo sucesivo mucho más que antes se plegaron al placer de los hombres.

FIN


Quinta jornada, narración octava
1. Mastín: perro.